lunes, 28 de julio de 2014

POSICIÓN DE LA IGLESIA CATÓLICA SOBRE EL ABORTO

GENERALIDADES

En la Declaración sobre el Aborto Procurado de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se comienza por decir que el respeto del don de la vida no se impone sólo a los cristianos, sino a toda persona razonable y de buena voluntad. Por ello, comenzamos por destacar que la oposición al aborto no es un tema de religión o impuesto por verdades de Fe, sino que es un tema biológico, social, político, moral y jurídico.

Sin embargo, aunque sentimos profundo respeto por todas las ideas y credos religiosos, consideramos que pocos han sido tan claros y tan firmes en la defensa de la vida y en el cuestionamiento del aborto, como la Iglesia Católica. Se destaca la existencia de un Magisterio único, que se ha pronunciado repetidas veces sobre el problema del aborto, configurando con el correr del tiempo – desde los Padres de la Iglesia, pasando por la Edad Media y llegando hasta nuestros días – un cuerpo doctrinario de gran solidez y profundidad. La máxima es que todo aborto debe ser excluido absolutamente.

En el Catecismo de la Iglesia Católica se condena con claridad el aborto: “desde el siglo I, la Iglesia afirma la malicia moral de todo aborto provocado. Esta enseñanza no ha cambiado, permanece invariable. El aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es gravemente contrario a la ley natural”. Se señala que la cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida. Se establece que el derecho inalienable de todo individuo humano inocente a la vida, constituye un elemento constitutivo de la sociedad civil y de su legislación.

En el Concilio Vaticano II, presidido por Pablo VI, se fue particularmente duro, con estas expresiones: “ La vida debe ser salvaguardada con extremo cuidado. El aborto y el infanticidio son crímenes abominables. Esta doctrina de la Iglesia es inmutable”. Se aclara que el respeto a la vida no es sólo para los cristianos; basta la razón y el buen sentido para admitirlo, pues el primero y más importante de los derechos de una persona es su vida. La Ley Divina y la razón humana excluyen todo derecho a matar directamente a un inocente.

La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, el 18 de noviembre de 1974, aprobó una “Declaración sobre el Aborto Provocado”. En dicho documento se establece con claridad que si las razones aducidas para justificar un aborto fueren claramente infundadas y faltas de peso o seriedad, el problema no sería tan dramático: su gravedad estriba en que en algunos casos, más o menos numerosos, rechazando el aborto se causa perjuicio a bienes importantes que es normal tener en aprecio y que, incluso, pueden parecer prioritarios.

No se desconocen estas graves dificultades: puede ser una cuestión grave de salud, muchas veces de vida o muerte para la madre; la carga que supone un hijo más, sobre todo si existen buenas razones para temer que será anormal o retrasado; la importancia que se da en distintos medios sociales a consideraciones como el honor o el deshonor; una pérdida de categoría, etc. Pero cuando de plantear prioridades se trata, debemos proclamar absolutamente que ninguna de estas razones puede dar derecho a disponer de la vida de los demás, ni siquiera en sus comienzos, y por lo que se refiere al futuro desdichado del niño, nadie, ni siquiera el padre o la madre, pueden ponerse en su lugar, aunque se halle todavía en estado de embrión, para preferir el estado de muerte a la vida. Ni él mismo, en su edad madura, tendrá jamás derecho a elegir el suicidio, y por supuesto, mientras no tenga edad para decidir por sí mismo, tampoco sus padres tienen en modo alguno derecho a decidir su muerte. La vida es un bien demasiado fundamental como para ponerlo en la balanza frente a otros inconvenientes, incluso aunque parezcan más graves.

Respecto a la reivindicación de la mujer en cuanto a su derecho a decidir, de emanciparse, o de reivindicar su libertad sexual, si de allí se dedujere que el hombre y la mujer son libres para buscar el placer sexual hasta la saciedad, sin tener en cuenta ninguna ley, ni la orientación esencial de la vida sexual hacia los frutos de la comunidad, la idea –que por cierto no tiene nada de ético ni de cristiano-, es indigna para cualquier hombre desde el punto de vista de su propia naturaleza. No se trata de evitar dolores ni desdichas, ni siquiera la pena tremenda de que se trate de un niño deficiente, pues se aplica lo que ya decía Mateo 5.5: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”. Sería volver las espaldas al Evangelio, medir la felicidad por la ausencia de penas y miserias en este mundo. Y este quizá sea el aspecto más difícil de entender en temas tan cruciales como el aborto.

Toda persona de corazón, y ciertamente todo cristiano, debe estar dispuesto a hacer lo posible para crear el remedio. No se puede jamás aceptar el aborto, pero hay que combatir sus causas.

En la Carta Encíclica Evangelium Vitae, se establece claramente que entre todos los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el aborto provocado presenta características que lo hacen particularmente grave e ignominioso. “Algunos intentan justificar el aborto sosteniendo que el fruto de la concepción, al menos hasta cierto número de días, no puede ser considerado como vida humana. En realidad, desde el momento en que el óvulo es fecundado se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la del nuevo ser que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces. La genética moderna confirma este hecho... y no debemos más que garantizar un respeto incondicional en su carácter de ser humano, en su totalidad unificada de cuerpo y espíritu.

El ser humano debe ser respetado como persona desde el instante de la concepción, y desde este momento se le deben reconocer los derechos de la persona y en particular, el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida” (E.V., 60).

Luego, en este mismo documento, Juan Pablo II afirma: “Declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural”. Ante una situación tan grave, se requiere más que nunca el valor de mirar de frente a la verdad y de llamar las cosas por su nombre, sin ceder a compromisos de conveniencia o a la tentación de autoengaño. El hecho de que se haya pretendido cambiar el término de aborto por el de “interrupción del embarazo”, no debe dejar de lado la verdad: el aborto es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en fase inicial de su existencia, que va desde la concepción al nacimiento. En el ámbito de la responsabilidad del delito que implica abortar y terminar con una vida humana, puede en la eventualidad estar involucrado, además de la madre o el padre, también el propio médico que posibilita y asesora este tipo de grave inmoralidad. Pero la responsabilidad implica también a los legisladores que pueden llegar a promover y a aprobar leyes que amparen el aborto; y, en la medida en que haya dependido de ellos, los administradores de las estructuras sanitarias utilizadas para practicar abortos. Una responsabilidad general, no menos grave, afecta también a quienes han promovido la difusión de una mentalidad de permisivismo total y de menosprecio de la maternidad, como a quienes debieron haber asegurado políticas familiares y sociales en apoyo de la familia, especialmente de las numerosas o con dificultades económicas y educativas.

No son menos responsables las instituciones internacionales, fundaciones y asociaciones que luchan sistemáticamente por la difusión y aprobación del aborto en el mundo. En este sentido, como se afirma en la Encíclica Evangelium Vitae, el aborto va más allá de las personas concretas y del daño que se les provoca, asumiendo una dimensión fuertemente social: es una herida gravísima causada a nuestra sociedad y a nuestra cultura, por quienes deberían ser sus consultores y defensores.

Lo importante no es tanto decir no al aborto, sino combatir sus causas, debiendo todos colaborar en la formación de una nueva cultura a favor de la vida, comenzando por formar una conciencia moral generalizada sobre el valor inconmensurable e inviolable de todas y cada una de las vidas humanas (E.V., Nº 95-97)

CUESTIONAMIENTOS A LA POSICIÓN DE LA IGLESIA CATOLICA


¿Es admisible que un cristiano esté en desacuerdo con la postura de la Iglesia por considerar éste un tema opinable?. La respuesta es concreta: el respetar el valor infinito de toda vida humana es esencial a toda moral cristiana. No se está ante algo opinable sino ante una verdad objetivamente fundada. Se dice que la Iglesia al oponerse a la anticoncepción, está obligando a las personas a abortar. La Iglesia fomenta la paternidad responsable y acepta la regulación de los nacimientos por métodos naturales. Esta acusación como dice la Evangelium Vitae es “falaz”. La cultura abortista esta arraigada en los ambientes en que prolifera la anticoncepción.

El aborto y la anticoncepción suelen ser “fruto de la misma planta” o de una mentalidad afín a la cultura de la muerte, que responde a una concepción hedonista e irresponsable de lo que es y significa el acto sexual y donde la procreación se ve como un obstáculo para el bienestar personal. No se acepta la anticoncepción porque  afecta algo que es natural al acto sexual, que es el posible efecto procreativo; además la sexualidad humana no es puro instinto sino que debe ser responsable y dominable; es ello lo que dignifica a quien procrea y al procreado.

La libertad sexual no se acepta como algo instintivo sino que es o debe ser expresión del amor humano.

LA EXCOMUNIÓN


En el Código de Derecho Canónico se establece que “quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae” (“ipso facto” en el que comete el delito)
Los autores del delito son todos aquellos que lo han realizado o que han colaborado para que éste se produzca: la madre, el autor del acto abortivo...


Se consideran coparticipes los coautores y los denominados cómplices necesarios, es decir, todos aquellos sin cuya ayuda el delito concreto no se hubiere cometido. Quienes con su voto auspician una ley que legaliza y facilita el aborto, pueden llegar a ser considerados cómplices necesarios, pues facilitan, posibilitan o promocionan la comisión del delito. 

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