La existencia de todo hombre es un evento único,
exclusivo. El cuerpo juega un papel importante. La diversidad de rostros es
expresión de la individualidad de cada ser humano que quiere ser llamado por su
nombre propio. La corporeidad es un elemento constitutivo de la definición
integral de la persona humana.
1.
Cuerpo y corporeidad
El hombre pertenece al mundo visible, es cuerpo
entre los cuerpos, pero no es un cuerpo como los otros cuerpos. El cuerpo por
medio del cual el hombre participa del mundo visible es un cuerpo humano, que le hace consciente de su diversidad de los otros
cuerpos. Hay que distinguir entre cuerpo y corporeidad. El cuerpo indica el cuerpo- objeto, y corresponde a la realidad
objetiva, considerada desde el exterior como un objeto entre los otros. La corporeidad se refiere al
cuerpo-sujeto, a la realidad humana corpórea considerada como un sujeto
espiritual-corpóreo. Es una noción más amplia que el cuerpo, indica la entera
subjetividad humana bajo el aspecto de su realidad material, en cuanto es
constitutiva de la identidad personal.
El cuerpo del hombre, aunque pertenezca al género
cuerpo y ocupe espacio, sea visible y tangible como el de un mineral, difiere
de él. El complejo fenómeno cuerpo humano es esencialmente diverso del cuerpo
no-humano, y por eso es llamado corporeidad humana.
El cuerpo-sujeto difiere esencialmente del
cuerpo-objeto, porque el cuerpo no-humano es todo exterioridad, mientras el
cuerpo humano es además exteriorización de algo esencialmente interior.
Cuando vemos el cuerpo de un hombre no vemos un
cuerpo sino vemos un hombre, porque el hombre es además alma, espíritu,
persona. “El hombre exterior – dice Ortega – esta habitado por un hombre
interior. Dentro del cuerpo se esconde el alma”. El hombre es por esencia
intimidad, y esta ni tiene espacio, por eso para desvelarse necesita de la
materia y se hace presente por medio del cuerpo; en el se proyecta, se
manifiesta.
La corporeidad es expresión de interioridad. El
cuerpo de un hombre lo vemos siempre como cuerpo humano, con una forma espacial
cargada de referencias a una intimidad. En el cuerpo humano, el aspecto
exterior no es un límite donde termina nuestra percepción, sino que lleva mas allá,
hacia algo que manifiesta. Lleva en si mismo la vitalidad interior: el alma.
La corporeidad nos presenta el cuerpo y el alma en
una unidad indisoluble. Cuerpo y alma forman una peculiar estructura: el hombre. La definición de hombre como
cuerpo y alma, no es bien aceptada por los filósofos contemporáneos; hoy se
prefiere hablar de corporeidad, o cuerpo-sujeto o de espíritu-encarnado.
El cuerpo
humano, por ser cuerpo, está compuesto de materia y forma; pero, lo que
hace este cuerpo específicamente humano es la íntima unión con su forma humana:
el alma espiritual.
La expresión cuerpo humano contiene ya la
composición de materia y forma espiritual; no podemos hablar del cuerpo humano
considerándolo solo cuerpo, porque en cuanto cuerpo humano, se define siempre
informado por un alma espiritual.
2.
El espíritu encarnado
Por medio de la corporeidad, el hombre se nos
presenta como espíritu encarnado, no un espíritu que mora en un cuerpo, sino
“un espíritu cuya naturaleza tiene como trazo distintivo la corporeidad, es
decir, la exigencia de un conjunto material que forma con el un único ser y
gracias al cual se inserta en el cosmos” (J. de Finance).
a)
El cuerpo revela la
persona
El cuerpo forma parte de mi identidad personal; pero
no es solo un modo de relacionarme con el mundo, sino la condición
indispensable para poder habitar y vivir mi propia vida en el mundo. No hay
otro modo de conocer mi cuerpo que el de vivirlo. Así que el cuerpo humano
participa plenamente en la realización del yo espiritual y consciente (VS 48).
La corporeidad representa el modo especifico de existir del espíritu humano: el
cuerpo revela al hombre y manifiesta a la persona. El hombre es un sujeto no
solo por su autoconciencia y autodeterminación, sino también por su mismo
cuerpo. La estructura de la corporeidad le permite ser el autor de una actividad
específicamente humana. En esta actividad el cuerpo manifiesta a la persona y
se presenta a si mismo, en toda su materialidad como cuerpo humano. El cuerpo
caracteriza al individuo, y cada uno es reconocido en este mundo como individuo
porque posee un cuerpo. El espíritu humano es el yo espiritual único e
irrepetible de cada persona precisamente porque es un espíritu encarnado.
Nuestra exterioridad es la exterioridad de este mismo espíritu encarnado. La
unidad entre espíritu y cuerpo es tal que no existen actos humanos que puedan
realizarse independientemente solo en el cuerpo o solo en el espíritu. El
cuerpo es la realización del yo espiritual, su campo expresivo, su presencia y
su lenguaje.
b)
¿Tengo un cuerpo o soy mi
cuerpo?
La antropología contemporánea ha considerado
insuficiente el verbo tener para expresar la corporeidad, y ha criticado
fuertemente la expresión “tener un cuerpo”. La naturaleza de mi cuerpo es tan
intima a mí, y las relaciones entre el sujeto y su cuerpo son tan intrínsecas,
que las expresiones “tener un cuerpo”, “yo tengo un cuerpo”, “mi cuerpo es mío”
no son admisibles porque suponen una relación de exterioridad. Pietro Prini en
“El cuerpo que somos”, dice: “Las cosas se hacen menos claras cuando nos damos
cuenta de que nuestro cuerpo somos nosotros mismos, antes que encontramos
delante de él como delante de una cosa por poseer, por vestir, por explotar”.
Luijpen critica el hecho de considerar el cuerpo como un objeto que se posee:
“mi cuerpo no es un objeto que poseo, mi cuerpo no es algo externo a mí. No
puedo disponer de mi cuerpo, ni cederlo…Todo esto se deduce del hecho de que mi
cuerpo no es un cuerpo, sino mi cuerpo”. Marcel tiene una posición diferente,
la expresión “tener un cuerpo” no identifica totalmente el sujeto con el cuerpo:
“De este cuerpo no puedo decir ni que es yo, ni que no es yo, ni que es para
mí”. La misma posición es adoptada por Karol Wojtyla: el hecho que el cuerpo le
pertenezca a la persona no quiere decir que se identifica con ella.
Estas diversas posiciones nos hacen ver que la
coincidencia del sujeto con su cuerpo no es total ni definitiva. En el lenguaje
común, se prefiere la expresión “yo tengo un cuerpo” a “yo soy un cuerpo”. Las
dos expresiones implican una cierta dualidad y una falta de coincidencia total
entre el yo y la propia corporeidad. El hombre es una realidad sustancial
unitaria, pero dual; por tanto mi cuerpo, siendo yo mismo, no se identifica
totalmente conmigo.
A
la pregunta ¿tengo un cuerpo o soy mi cuerpo? hay que responder afirmando la unidad
del sujeto personal en la dualidad de cuerpo y espíritu, en la cual, el cuerpo
humano no es extrínseco al espíritu del hombre, ni el espíritu humano
extrínseco a la corporeidad humana. Yo tengo un cuerpo y soy mi cuerpo, pero yo
no tengo un cuerpo como si este fuese un objeto externo a mi, y tampoco, yo soy
mi cuerpo en una identidad tal que no me permitiera la posibilidad de
distinguirme de el. Se puede decir que mi cuerpo es mi modo de ser, del mismo
modo como lo es mi espíritu; por otra parte no tengo otro modo de ser sino
este. (San Agustín). Aquí se evidencia toda la importancia de la unidad
sustancial del hombre.
3.
El valor moral del cuerpo
humano
a)
La corporeidad no es
extrínseca a la moral
El hombre es al mismo tiempo cuerpo y espíritu.
Todos sus actos poseen un aspecto corporal y uno espiritual. El hombre es sujeto
moral porque, en cuento persona, es su voluntad libre la que toma las
decisiones que comprometan su vida moral; es su libertad la que lo constituye
ser moral.
La naturaleza humana lleva bajo su aspecto corpóreo,
la marca del espíritu y expresa la dignidad del sujeto. La expresión “mi cuerpo
es mío” esconde bajo una aparente tautología, un sentido equivoco. El verbo ser
tiene un doble sentido. “Mi cuerpo es mío” puede significar que este cuerpo es
algo de mi ser, que “es yo mismo”, que “yo tengo un cuerpo”. Pero también puede
significar que este cuerpo es mío, que “yo lo poseo”, que “esta a mi
disposición”, que puedo usar de el a mi agrado, que se encuentra en relación a
mi, a mi libertad, en la condición de un instrumento, de un objeto. Estos son
dos aspectos muy diferentes, es más son opuestos. Justamente porque “mi cuerpo
es yo mismo” no puede sencillamente “ser de mi”. En mi naturaleza espiritual y corpórea,
el espíritu no descubre solo un objeto suyo: se descubre a si mismo, ya que tal
naturaleza es la de un sujeto espiritual, y mi mismo espíritu forma parte de el
y le comunica la misma dignidad. Lo que impide al sujeto disponer del propio
cuerpo a su placer, es precisamente su unidad sustancial. (Familiaris consortio
92; VS 50)
“Mi cuerpo” no es “de mi”, porque radicalmente yo no
soy de mi, porque mi libertad no es una libertad pura y absoluta, sino una
libertad participada. Mi subjetividad no es solamente espiritual, intencional e
ideal, sino encarnada en una corporeidad, y por tanto, esta entra a formar
parte integrante de los deberes éticos. La libertad hacia nosotros mismos,
hacia nuestro cuerpo, y hacia el cuerpo de los otros, encuentra sus limites ya inscritos
no simplemente en las exigencias de la situación, sino también en una exigencia
basada en nuestro ser, en cuanto espíritu-encarnado.
b)
Valor
moral del cuerpo y valores humanos
La vida corporal participa en la dignidad de la
persona, en sus decisiones, en sus luchas y en su intangibilidad. Toda amenaza
a la vida corporal es para el hombre contemporáneo una amenaza a la persona.
El valor moral del cuerpo humano, desde el punto de
vista filosófico, deriva fundamentalmente del hecho de que el hombre es un espíritu
encarnado y, por tanto, la actividad moral también depende, en su objeto y
contenido, del estado de la corporeidad (VS 50). La moralidad reside
esencialmente en el espíritu, pero el espíritu humano es encarnado y forma un
solo y único ser sustancial, de tal modo que la corporeidad es el campo
expresivo del espíritu. Las condiciones del cuerpo ejercen gran influencia en
el conocimiento intelectivo y en el actuar libremente. Los defectos del cuerpo,
innatos o adquiridos, el estado psíquico, la salud o la enfermedad ejercen gran
influencia en el desarrollo de los deberes morales. La visión del hombre como espíritu
encarnado conduce al fundamento filosófico de los valores humanos relacionados
con la corporeidad, y ala convicción de que los aspectos morales implicados no
provienen de una realidad extrínseca a él.
1.- Salud
y enfermedad. Del justo valor de la corporeidad y su relación con el espíritu,
derivan las obligaciones morales, que en el ámbito filosófico, conducen al respeto
y atención del cuerpo. Se tiene que estimar y apreciar la corporeidad como
parte integrante de la unidad del hombre y participe de la dignidad personal,
evitar los daños o los peligros injustificados, proteger la propia salud
psíquica y física, evitar mutilaciones y torturas. A este respecto hay que referirse
al trasplante de órganos. El trasplante es la sustitución de un órgano o una
parte de él, para que cumpla las funciones que poseía en el cuerpo. Para que
sea licito y respetuoso de la dignidad del sujeto corpóreo, se deben dar
algunas condiciones: a) defensa de la vida del donador y el destinatario, b)
defensa de la identidad personal del destinatario y sus descendientes, c)
consentimiento informado, d) comprobación de la efectiva muerte del cadáver del
que se extraen.
Una razonamiento similar vale
para los casos de enfermedad grave o en estado terminal. Es necesario admitir
que el cuerpo enfermo tiene igual valor moral que el sano; hay que reconocer la
dignidad del moribundo y evitar cualquier forma de encarnizamiento terapéutico
o de eutanasia (acción u omisión que por su naturaleza, o en las intenciones,
produce la muerte, con el objetivo de eliminar todo dolor). En el tratamiento
de la enfermedad se tiene que hacer un empleo proporcionado de los medios
terapéuticos y analgésicos, sin ceder a la mentalidad utilitarista y a una
concepción de la vida que es solo bienestar y rechazo total del sufrimiento. El
valor del cuerpo no depende del estado físico, sino del hecho de ser un cuerpo
humano, en el que está presente el espíritu. La salud y el vigor físicos son
valores corporales, pero no hay que absolutizarlo reduciendo el cuerpo humano
solo a la materialidad.
El cuerpo enfermo o portador de
minusvalías goza del mismo valor, dignidad y derechos del cuerpo sano. La
salud, la alimentación, el descanso, etc., tiene que armonizarse con las
exigencias del espíritu. La belleza y la perfección del hombre no se encuentran
en los acabados de las líneas corporales, sino en la espiritualización del
cuerpo y en la corporeización del espíritu. El cuerpo no tiene que
independizarse nunca del espíritu; la belleza corporal no se puede alcanzar
nunca en detrimento y a costa de la belleza espiritual; faltando esta, no se
puede conseguir más que una simple apariencia exterior. La calidad de la vida no está en su estado físico, sino en el hecho de
ser vida humana. Esta disciplina de los impulsos naturales estimula la vida del
espíritu, el sano vigor corporal, y es necesaria para la perfección armónica
del hombre.
2.- Alimentación, vestido, vivienda, deporte.
En relación con el cuerpo se halla la alimentación adecuada, pero también
moderada al justo restablecimiento de las fuerzas corporales. El vestido que
protege física y moralmente el cuerpo, y cuyo adorno es una manifestación
estética del espíritu. Hoy en día por intereses comerciales y de modas, el vestido
puede hacer depender el valor y la dignidad del cuerpo humano del interés
económico. El cuerpo humano no es un objeto mas entre los objetos que nos
rodean, y no puede ser usado como un producto comercial. La prostitución y la
publicidad que reducen el cuerpo humano a un objeto de deseo sexual con el
objetivo de vender un producto, son inmorales no por razón de una norma
religiosa externa, sino porque intrínsecamente contradicen la naturaleza misma
de la corporeidad humana, privándola de la subjetividad, reduciéndola a un
objeto mas y sometiéndola al poder del dinero. En el valor y en el respeto del
cuerpo se basa también la castidad como valor humano; en el plano humano, la
impureza y los desordenes sexuales son desórdenes morales porque contradicen la
naturaleza y el orden intrínseco de la corporeidad.
Relacionados con el respeto del cuerpo están
también la vivienda, el sueño, el descanso y el deporte, que sirven para
restablecer las fuerzas y alcanzar un desarrollo armónico, siempre que se
ejerciten de forma equilibrada y por el bien del mismo cuerpo, sin hacer de
ellos valores absolutos que promuevan el culto idolátrico del cuerpo, de la perfección
física o del éxito deportivo, y sin poner en peligro la salud y mucho menos la
vida. De esto deriva el juicio severo que merecen ciertos deportes pues ponen
en peligro grave la salud y la vida corporal del hombre. La violación y la
deformación de la conducta lúdica es patente en ciertos sectores de la sociedad
contemporánea.
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