lunes, 28 de julio de 2014

EL DECÁLOGO DE MOISÉS Y LA LEY DE CRISTO

La Veritatis Splendor de Juan Pablo II, tiene como objeto, la definición de las respuestas  y de las cuestiones morales que atraviesa la humanidad actual, y por otro lado la llamada de la doctrina moral de la Iglesia. La presente reflexión, enseña el Papa, que a pesar de la novedad histórica y cultural de los problemas morales que afrontan y se resuelven a la luz del pasado, de un pasado perenne del cual dimana el esplendor de la verdad, aquella verdad absoluta y objetiva ofrecida por Dios en su revelación expresada en la Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia.

La Teología de la Ley
El Papa en la Encíclica V.S. desarrolla la relación de la ley de Moisés, concentrada en los Diez Mandamientos, con la llamada “Ley de Cristo”, sustentada en el joven rico (Mt 19, 6..). claro está que la “Ley de Cristo” es una expresión impropia que indica como dice el mismo Para, el alma de una auténtica obediencia a Dios y la perfecta observancia de su ley.
Un equivoco secular fundado sobre una premisa hermenéutica errada del Antiguo testamento que considera que tales escrituras deben considerarse superadas porque viene  identificadas con la fuente del legalismo vacío y exterior de un cierto judaísmo, presentado en los Evangelios como si fueran el judaísmo y el Cristianismo dos grandezas opuestas y recíprocamente extrañas. En realidad los estudios recientes han mostrado una indisolubilidad de la cultura judaica, con los contenidos de Fe de los primeros cristianos (también hebreos). Todo lo que el hombre debe hacer se manifiesta en el momento en el cual Dios se revela a Sí mismo, el Decálogo se fundamente en estas palabras “ Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de Egipto, y te he hecho salir de la condición de esclavo” (Ex 20, 2-3). Dios ofrece su amor, a través de su autorevelación, es decir, su voluntad de realizar históricamente, su amor eterno a favor del hombre. Esta es la bondad perenne de Dios, esculpida particularmente en los Diez Mandamientos (Dt 4, 13), que señalan los deberes primordiales del hombre. Es decir, su moral fundamental.

La novedad de Jesús


La vida moral se presenta como respuesta debida a las iniciativas gratuitas que el amor de Dios multiplica en relación con el hombre. Es una respuesta de amor, en el pensamiento de Jesús, cuando se encuentra con el joven rico, el cual quiere saber que debe hacer para alcanzar la vida eterna: “si quieres entrar en la vida eterna, observa los mandamientos..”(Mt 19, 17). El joven ha hecho según manda la ley, pero ciertamente falta algo. “si quieres ser perfecto ..” (v.21). ¿Qué cosa quiere decir el Señor? Jesús quiere decir, que la obediencia a la voluntad divina, es la vida moral perfecta. Esta debe ser aquella en la cual el cristiano se adhiera totalmente a Cristo. El Espíritu que anima la revelación contenida en la Ley, viene asumida y vivida a la perfección solo en Cristo y de sus seguidores. Un desarrollo sistemático de este pensamiento se tiene en el discurso de la montaña (Mt 5, 7). El criterio está claramente expresado. Jesús asume el mandamiento mosaico pero agrega una contraposición: “Se dijo, pero yo les digo”. En realidad Jesús no quiere contraponer la ley (la Suya) a la ley (aquella de Moisés). Es inexacto hablar de la Ley de Cristo. El Señor quiere hacer entender que la letra de la ley, que permanece válida, no se acaba en su espesor exterior, la letra es la formulación histórica de un espíritu de vida profundo y trascendente. Quien por lo tanto quiere satisfacer tal espíritu, no puede contentarse de una simple obediencia exterior y minimal. La validez perenne de la ley está en el espíritu que está dentro de la letra. Quien interpreta las palabras de Jesús como un nuevo código de leyes contrapuestas a aquellas antiguas, no ha comprendido el espíritu del Cristianismo. El Señor quiere enseñar que la letra es necesaria para la mediación de la voluntad de Dios en la historia, pero que el Espíritu que está en el fondo no se termina en esa situación histórica. La obediencia al Espíritu es un compromiso radical de la vida, que trasciende la letra (Salmo 119, 97 s. 102 s. Y Ez 3, 1-3).

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