La Veritatis Splendor de Juan
Pablo II, tiene como objeto, la definición de las respuestas y de las cuestiones morales que atraviesa la
humanidad actual, y por otro lado la llamada de la doctrina moral de la Iglesia.
La presente reflexión, enseña el Papa, que a pesar de la novedad histórica y
cultural de los problemas morales que afrontan y se resuelven a la luz del
pasado, de un pasado perenne del cual dimana el esplendor de la verdad, aquella
verdad absoluta y objetiva ofrecida por Dios en su revelación expresada en la
Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia.
La Teología de la Ley
El Papa en la Encíclica V.S.
desarrolla la relación de la ley de Moisés, concentrada en los Diez
Mandamientos, con la llamada “Ley de Cristo”, sustentada en el joven rico (Mt
19, 6..). claro está que la “Ley de Cristo” es una expresión impropia que
indica como dice el mismo Para, el alma de una auténtica obediencia a Dios y la
perfecta observancia de su ley.
Un equivoco secular fundado sobre
una premisa hermenéutica errada del Antiguo testamento que considera que tales
escrituras deben considerarse superadas porque viene identificadas con la fuente del legalismo
vacío y exterior de un cierto judaísmo, presentado en los Evangelios como si
fueran el judaísmo y el Cristianismo dos grandezas opuestas y recíprocamente
extrañas. En realidad los estudios recientes han mostrado una indisolubilidad
de la cultura judaica, con los contenidos de Fe de los primeros cristianos
(también hebreos). Todo lo que el hombre debe hacer se manifiesta en el momento
en el cual Dios se revela a Sí mismo, el Decálogo se fundamente en estas
palabras “ Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de Egipto, y te he hecho salir
de la condición de esclavo” (Ex 20, 2-3). Dios ofrece su amor, a través de su
autorevelación, es decir, su voluntad de realizar históricamente, su amor
eterno a favor del hombre. Esta es la bondad perenne de Dios, esculpida
particularmente en los Diez Mandamientos (Dt 4, 13), que señalan los deberes
primordiales del hombre. Es decir, su moral fundamental.
La novedad de Jesús
La vida moral se presenta como
respuesta debida a las iniciativas gratuitas que el amor de Dios multiplica en
relación con el hombre. Es una respuesta de amor, en el pensamiento de Jesús,
cuando se encuentra con el joven rico, el cual quiere saber que debe hacer para
alcanzar la vida eterna: “si quieres entrar en la vida eterna, observa los
mandamientos..”(Mt 19, 17). El joven ha hecho según manda la ley, pero
ciertamente falta algo. “si quieres ser perfecto ..” (v.21). ¿Qué cosa quiere
decir el Señor? Jesús quiere decir, que la obediencia a la voluntad divina, es
la vida moral perfecta. Esta debe ser aquella en la cual el cristiano se
adhiera totalmente a Cristo. El Espíritu que anima la revelación contenida en
la Ley, viene asumida y vivida a la perfección solo en Cristo y de sus
seguidores. Un desarrollo sistemático de este pensamiento se tiene en el
discurso de la montaña (Mt 5, 7). El criterio está claramente expresado. Jesús
asume el mandamiento mosaico pero agrega una contraposición: “Se dijo, pero yo
les digo”. En realidad Jesús no quiere contraponer la ley (la Suya) a la ley
(aquella de Moisés). Es inexacto hablar de la Ley de Cristo. El Señor quiere
hacer entender que la letra de la ley, que permanece válida, no se acaba en su
espesor exterior, la letra es la formulación histórica de un espíritu de vida
profundo y trascendente. Quien por lo tanto quiere satisfacer tal espíritu, no
puede contentarse de una simple obediencia exterior y minimal. La validez
perenne de la ley está en el espíritu que está dentro de la letra. Quien
interpreta las palabras de Jesús como un nuevo código de leyes contrapuestas a
aquellas antiguas, no ha comprendido el espíritu del Cristianismo. El Señor
quiere enseñar que la letra es necesaria para la mediación de la voluntad de
Dios en la historia, pero que el Espíritu que está en el fondo no se termina en
esa situación histórica. La obediencia al Espíritu es un compromiso radical de
la vida, que trasciende la letra (Salmo 119, 97 s. 102 s. Y Ez 3, 1-3).
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