La conciencia
designa un preciso acto de la razón práctica; concretamente un juicio acerca de
la bondad o malicia moral de un acto concreto que vamos a realizar o que hemos
realizado. La conciencia moral es el primer acto en el que el conocimiento de
las exigencias de las virtudes y de las normas se personaliza, se aplica a la
propia situación y es visto como midiendo la propia conducta.
La conciencia es el
acto, el vehiculo, por el que las exigencias del bien de la persona, determinadas
por otras vías, se hacen presentes, personalizándose e iluminando la situación
concreta. Escribe Spaemann que “la conciencia es la presencia e un criterio
absoluto en un ser finito; el anclaje de ese criterio en su estructura
emocional. Por estar presente en el hombre, gracias a ella y no por otra cosa,
lo absoluto, lo general, lo objetivo hablamos de dignidad humana.”
Conciencia y prudencia
La conciencia es un
fenómeno mas amplio que la prudencia, pero en el orden de las acciones
finalizadas la prudencia se extiende a más cosas y desempeña más funciones que
la conciencia: esta juzga únicamente la moralidad del proyecto operativo; la
prudencia ayuda a deliberar, juzgar, elegir y ejecutar, poniendo en juego para
ello todas sus virtudes anejas.
La conciencia moral
es el acto intelectual por el que una persona advierte la moralidad de sus
intenciones, de sus decisiones y de sus acciones juzgándolas de acuerdo con los
conocimientos morales poseídos. Es un juicio personal, referido a los propios
actos, o también a los actos ajenos cuando mi responsabilidad moral queda de
algún modo involucrada. El acto de conciencia se realiza aplicando al caso
concreto el saber moral poseído (sea espontáneo o científico) y debe
distinguirse de la decisión tomada y del juicio que la regula (juicio de
elección). La prudencia ha de poner todas las condiciones necesarias para que
el juicio de conciencia sea asumido también prácticamente.
Modalidades de la conciencia moral
1.
Por su relacion al acto hablamos
de conciencia antecedente o consecuente.
Conciencia antecedente: la que juzga sobre un acto que se va a realizar, mandándolo, permitiéndolo,
aconsejándolo o prohibiéndolo.
Conciencia consecuente: la que aprueba o desaprueba una acción ya realizada, produciendo
tranquilidad después de la acción buena y remordimiento después de la mala.
2.
En razón de su conformidad con el
bien de la persona la conciencia puede ser verdadera o recta y errónea
o falsa.
Conciencia recta: es la que juzga con verdad la calidad moral de un acto.
Conciencia errónea: es la que no alcanza la verdad sobre la calidad moral de la acción,
estimando como buena una acción que en realidad es contraria al bien de la
persona o viceversa. La causa del error de conciencia es la ignorancia.
3.
Según el tipo de asentimiento,
esto es, según el grado de seguridad con que se emite el juicio, la conciencia
puede ser cierta, probable y dudosa.
Conciencia cierta: la que juzga con firmeza que un acto es bueno o malo.
Conciencia probable: la que dictamina sobre la moralidad de un acto solo con probabilidad,
admitiendo la posibilidad opuesta.
Conciencia dudosa: suspensión del juicio de conciencia. La inteligencia ante una acción que
debe juzgar hace un razonamiento a partir de la ciencia moral pero no consigue
obtener una conclusión.
Principios para seguir la
conciencia
La
conciencia moral es regla moral en cuanto expresión de la razón recta. Es preciso
tener en cuenta una serie de principios para determinar cuando un juicio de
conciencia es verdaderamente expresión de la recta razón.
1.
Solo la conciencia cierta es regla
moral. La conciencia cierta debe seguirse. Quien actúa en contra de ella obra
mal necesariamente, porque contradice la exigencia moral conocida.
2.
Además de cierta, la conciencia
debe ser verdadera o invenciblemente errónea parea ser regla de moralidad. La
imperfección y falibilidad humana hace posible que el hombre puesta la
diligencia debida, en algunos casos estime sin culpa como recta una conciencia
que en realidad es errónea. Por eso, la conciencia invenciblemente errónea
también debe seguirse. Pero es regla no de modo absoluto, porque solo obliga
mientras dura el error; además obliga de modo accidental y no por si misma,
pues debe seguirse en la medida en que el hombre la considera, invenciblemente,
como verdadera.
3.
La conciencia vendiblemente errónea
no es expresión de la recta razón. No es licito seguirla, ya que la acción
consiguiente a un error culpable es culpable in causa, esto es, en la misma
medida en que lo es el error de que procede. Existe la obligación de salir del
error antes de obrar.
4.
No es lícito obrar con conciencia
dudosa. El que obra con una duda positiva sobre si el acto es malo, se expone
voluntariamente a obrar mal, y por ello debe resolver la duda antes de actuar.
La formación de la conciencia moral
Esta tarea requiere
un esfuerzo positivo de discernimiento, de reflexión y de estudio, para
asegurarse de que se conocen bien los aspectos morales de las actividades que
se realizan. La conciencia también depende de las disposiciones morales de la
persona (virtudes y vicios); por eso la practica de las virtudes y la lucha
contra el vicio es necesaria para llegar a tener una conciencia bien formada. Entre
las virtudes morales, la sinceridad y la humildad tiene particular importancia
en la formación de la conciencia, para reconocer las propias equivocaciones,
para pedir consejo a las personas más prudentes o de mayor experiencia, etc.
Es grande la
importancia de la templanza, salvaguardia de la prudencia, porque ayuda a no
confundir el placer con el bien y el dolor con el mal. Aristóteles señalaba que
la voluntad humana tiene como objeto el bien, “pero ese objeto, para cada uno
en particular, es el bien tal como le parece”. Por eso añade que “el hombre
virtuoso sobe siempre juzgar las cosas como es debido, y conoce la verdad
respecto de cada una de ellas, porque según son las disposiciones morales del
hombre, así las cosas varían. Quizás la gran superioridad del hombre virtuoso
consiste en que ve la verdad en todas las cosas, porque el es como su regla y
medida, mientas que para el vulgo en general el error procede del placer, el
cual parece ser el bien, sin serlo realmente. El vulgo escoge el placer, que
toma por el bien y huye del dolor que confunde con el mal”. Es muy antigua la convicción de que el
conocimiento del bien y del mal en la acción concreta no requiere únicamente la
agudeza del intelecto, sino también una recta disposición de la afectividad
(virtudes morales), sin la cual la razón no consigue desempeñar su función
rectora de la conducta.
Existen
deformaciones habituales de la conciencia, debidos en buena parte al descuido
habitual de los medios para la formación moral, de modo que la persona queda
indefensa ante la presión de las ideologías, del ambiente, de las pasiones
humanas. Así puede darse la conciencia laxa, que sin fundamento alguno quita la
razón de pecado, o de pecado grave, a actos que realmente la tienen. La
conciencia laxa puede ser cauterizada, si por la frecuente repetición de un
determinado tipo de acciones moralmente malas llega a no advertir su gravedad e
incluso a no reconocer malicia alguna en ellas. Puede ser también farisaica,
que hace a la persona muy sensible ante algunos actos exteriores, pero que
permite pecar sin cuidado alguno en otras materias de gran importancia.
Otra deformación
posible es la conciencia escrupulosa, que es la que sin motivos fundados teme
siempre haber cometido alguna falta. La característica fundamental de los escrúpulos
es el infundado temor y la ansiedad desproporcionada, y se distingue de la
conciencia delicada que lleva a advertir y a dolerse de las faltas pequeñas,
llenando de serenidad el alma. Los escrúpulos propiamente dichos suelen tener
un componente patológico y no debe
confundirse con otros fenómenos que también causan turbación: el horror ante la
fealdad o las graves consecuencias de un comportamiento negativo, la dificultad
para aceptar las propias equivocaciones, etc.
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