martes, 29 de julio de 2014

FUNDAMENTOS DE LA MORAL

FUNDAMENTAR CONSISTE EN DAR RAZON
Encontrar fundamentos significa descubrir las razones por las que toda persona debería comportarse moralmente.
Fundamentar significa intentar buscar las razones por las cuales hay moral: razones que pueden aducirse y confrontarse con otras en un dialogo cuando surge la cuestión sobre por qué hay moral y por qué ha de haberla.
Quien procura fundamentar se abstiene de dogmatizar, de tener por sentados axiomas incuestionables y está abierto a cualquier discusión, dispuesto a dar razones y a aceptarlas.
Existen dos niveles distintos de fundamentación:
a)      El nivel de la estructura moral de las personas, en el sentido de que intentan aclarar por qué las personas son estructuralmente morales.
b)      El nivel de los principios según los cuales las personas han de actuar, si quieren comportarse moralmente.
FELICIDAD COMO AUTORREALIZACION
Según el Eudemonismo, que arranca con Aristóteles, la felicidad (eudaimonia) es el fin natural y moral de nuestra vida porque, aunque tendemos necesariamente a él, alcanzarlo depende de que sepamos elegir los medios más adecuados. Saber deliberar y saber elegir son dos claves para alcanzar la felicidad, entendida ahora como autorrealización. Quien así actúa ejercita la virtud de la prudencia, que es la virtud de la inteligencia (virtud dianoética), que debe orientar a las virtudes éticas o del carácter.
Según esta tradición, importa, ante todo, llegar a ser prudente, y es prudente quien reúne las siguientes características:
1.        Al elegir no tiene en cuenta solo un momento concreto de su vida sino lo que le conviene en el conjunto de su existencia. Sopesa los bienes que puede conseguir y establece entre ellos una jerarquía para obtener el mayor bien posible.
2.        El prudente se propone siempre fines buenos.
3.        Sabe aplicar los principios morales, que se captan por una intuición intelectual, a los casos concretos.
4.        Es capaz de discernir que deseos deben ser satisfechos porque su satisfacción proporcionara felicidad, y cuáles no. Y en el caso de los que deben ser satisfechos, hasta donde, es decir, cual es el criterio de racionalidad prudencial. Este criterio consiste en el término medio entre el exceso y el defecto.
Para ser prudente es necesario tener una aptitud innata, pero forjarse un carácter prudente requiere entrenarse día a día, recurriendo a procedimientos como:
1.        Saber recordar. La prudencia se funda en la experiencia. La experiencia personal y ajena es caudal de prudencia.
2.        Instruirse, aprendiendo de otros más informados, los medios mas adecuados en cada caso. El prudente estudia y se informa.
3.        Ser circunspecto. Tener en cuenta el mayor numero de circunstancias posibles a la hora de tomar una decisión. Los datos de la situación son fundamentales para tomar decisiones racionales.
4.        Agudizar la capacidad para prever el prevenir en la medida de lo posible.
Estos elementos, de los que no puede carecer la persona prudente, le permiten organizar inteligentemente su vida, buscando en ella el mayor bien posible. También le permiten orientarse correctamente en cada una de las actividades que desarrolla.
Alcanzar la felicidad, autorrealizarse, es algo que se logra tratando de alcanzar cada una de las metas de las distintas actividades que realizamos.
FELICIDAD COMO PLACER
También en Grecia surge otra línea de fundamentación de lo moral en la felicidad, la hedonista, que recibe este nombre por identificar la felicidad con el placer (hedoné). La vida moral consistirá según esta corriente en el intento de conseguir el máximo de placer y el mínimo de dolor.
Esta tradición se asienta sobre tres puntos, que ya señalo Epicuro (siglo IV aC):
1.      Todos los seres vivos buscan el placer y huyen del dolor. El móvil del comportamiento animal y humano es el placer.
2.      La felicidad consiste en organizar de tal modo nuestra vida para que logremos el máximo placer y el mínimo dolor.
3.      Como se trata de alcanzar un máximo, la razón moral será una razón calculadora, una razón que calcula las consecuencias de nuestras acciones, valorándolas desde el punto de vista del placer que proporcionan.
Desde esta perspectiva, la moral es el tipo de saber que nos ayuda a calcular de forma inteligente las consecuencias de nuestras acciones para lograr el máximo de placer y el mínimo de dolor.
El hedonismo moderno, llamado utilitarismo, propone como meta moral lograr la mayor felicidad (el mayor placer) del mayor número posible de seres vivos. Es esencial aprender a calcular las consecuencias de nuestras decisiones, teniendo por meta el mayor placer del mayor número, y actuar de acuerdo  con los cálculos.
Para calcular placeres es indispensable saber si los hay de distinto tipo. Epicuro distingue entre los placeres que son estables y consisten en la armonía producida por ausencia de dolor en el cuerpo y de turbación en el alma; y los placeres positivos, como la alegría. La razón ha de hacer un cálculo, ponderando que placeres son más intensos y duraderos, y cuales producen menos dolor, para obtener así el máximo placer posible.
Bentham introduce una aritmética de los placeres, siguiendo esta línea del cálculo de placeres. Cree que el placer puede medirse, porque todos los placeres son iguales en cualidad.
Stuart Mill considera que los placeres se diferencian por la cualidad (no por la cantidad), de tal modo que hay placeres superiores y placeres inferiores. El problema está en determinar quienes están legitimados para decidir que placeres son superiores y cuales inferiores. Mill cree que deben ser aquellas personas que han experimentado a lo largo de su vida ambos tipos de placeres, y considera que estas personas tiene por placeres superiores los intelectuales y morales, mientras que desdeñan como inferiores los que más nos asemejan a los animales.
NECESIDAD DE SUPERAR ESTOS FUNDAMENTOS
El hecho de que las personas busquen necesariamente su propia realización (eudemonismo) y el hecho de que el placer sea un componente importante de una vida buena (hedonismo) son indispensables para entender la existencia de la moral, y ninguna ética puede olvidarlos. Sin embargo, como fundamento único de la moral, la felicidad, en su doble vertiente de autorrealización y placer, presenta graves insuficiencias:
1.        En lo referente a la autorrealización, parece que decidir en qué consiste la propia realización debería ser una cuestión muy subjetiva. Ante una afirmación así es preciso introducir al menos dos matices:
a)      No cualquier proyecto de autorrealización nos merece respeto como proyecto de vida realmente humana.
b)      Los proyectos de autorrealización de distintas personas podrían entrar en conflicto.
Se reconoce que toda persona, por el hecho de serlo, tiene derecho a intentar llevar adelante su proyecto de vida sin que otros se lo impidan. Este reconocimiento del derecho de cada persona a buscar la felicidad a su modo, exige buscar un fundamento distinto: el que aporta una tercera tradición, al referirse a la dignidad de la persona.
2.        Fundamentar la moral en la búsqueda de placer añade a las dos dificultades planteadas otras especificas:
a)      El término “placer” es muy ambiguo. Si lo entendemos como satisfacción sensible `por haber logrado alcanzar una meta, entonces no es cierto que este sea el único móvil por el que actúan los seres humanos, sino uno de ellos.
b)      Establecer comparaciones entre tipos de placer diferentes resulta muy complejo.
c)      A pesar de las protestas de distintos utilitaristas, si el criterio de moralidad a la hora de optar entre distintos cursos de acción consiste en tomar el camino que produzca el mayor placer al mayor número, es posible sacrificar las legítimas aspiraciones de una minoría en aras del bien de la mayoría.
Las éticas llamadas deontológicas por ocuparse primariamente del deber (deón) y la justicia, proponen considerar como clave de la moral la dignidad humana y el respeto que a ella se debe. En cualquier ética aplicada, tendremos en cuenta las consecuencias de nuestras decisiones para los proyectos de autorrealización de las personas, pero siempre desde el marco ético de que son seres dignos de respeto; de forma que ninguno de ellos puede sacrificarse al bienestar de los restantes.



DIGNIDAD DE LA PERSONA, CLAVE DEL MUNDO MORAL
Las distintas tradiciones occidentales convienen en tomar como criterio para discernir que contenidos son morales, el doble criterio limitador y positivo. Los expresan con distintas modulaciones, pero el núcleo consiste, en todos los casos, en el respeto a la dignidad de las personas, que exige al menos dos cosas: no dañarlas y respetarlas activamente, es decir, ayudarlas positivamente a llevar a cabo sus planes de vida.
La expresión persona se inicia en el mundo griego en el vocablo prósopon. Los griegos se referían con él, a las caretas que los actores llevaban en el teatro para que su voz sonara en ellas. El significado fue desplazándose hasta referirse al papel que representa cada uno de nosotros en el gran teatro del mundo.
La primera de las nociones de persona que hizo fortuna en la historia de la filosofía fue la que bosquejo Boecio en el siglo VI: “la persona es una sustancia individual de naturaleza racional”. La persona es, pues, un ser capaz de universalidad por ser racional y dueño de una irrepetible individualidad.
Es a este tipo de ser al que se le ha ido reconociendo esa dignidad, por la cual su vida cobra un rango cualitativamente superior al de cualquier otro.
Es la ética la que reconoce a los seres pertenecientes a la especie humana una especial dignidad y, a partir de este reconocimiento, trata de discernir de que son dignos esos seres, qué obligaciones debemos cumplir con ellos. Este reconocimiento no es una creación arbitraria ni una concesión: no concedemos dignidad, sino que se le ha ido reconociendo históricamente en aquellos seres (personas) que muestran unas características peculiares. Dilucidar cuales son estas características es la gran tarea.
LAS PERSONAS SON SERES AUTONOMOS
“En el reino de los fines, dice Kant en su obra Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, todo tiene un precio o una dignidad. Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente; en cambio, lo que se halla por encima de todo precio y, por tanto, no admite nada equivalente, eso tiene dignidad”.
Aquello que constituye la condición para que algo sea fin en sí mismo, eso no tiene meramente valor relativo o precio, sino un valor interno, esto es dignidad.
Ese valor interno por el que su portador carece de equivalente y no es, por tanto, intercambiable, solo puede reconocerse en la persona, que goza en consecuencia de dignidad. Solo el descubrimiento de que algo tiene un valor interno dota a nuestro mundo de moralidad, en un doble sentido: porque entonces nadie está legitimado para atropellar los derechos de ese algo desde sus presuntos proyectos de felicidad y porque es irracional un mundo que no se propone como proyecto potenciar la planificación de lo que tiene un valor interno. El sentido del mundo moral procede de que hay algo – la persona – internamente valioso.
Kant encuentra el fundamento del valor interno de la persona en el hecho metafísico de que es el único ser capaz de darse leyes a sí mismo, el único ser capaz de autonomía. Quien trata a los seres en si valiosos, como si fueran valiosos para otra cosa; quien usa como medios a quienes son en sí mismos fines, actúa en forma inmoral porque está obrando en forma irracional.
Existe por tanto un tipo de seres que tiene un valor absoluto, que son en sí valiosos; por eso no deben ser tratados como instrumentos. Esta idea de no instrumentalizar a las personas se expresa en la siguiente formulación del llamado imperativo categórico:
Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca como un medio” (Kant).
INSUFICIENCIAS DEL CONCEPTO DE AUTONOMIA
El concepto de autonomía de Kant, ha recibido muchas críticas, que plantean la necesidad de complementarlo. Se han escogido aquí cuatro críticas fundamentalmente:
1.      Kant entiende la autonomía de un modo monológico, y no dialógico. Solo puede determinarse que normas son correctas mediante un dialogo entre los afectados por la norma, celebrado en determinadas condiciones.
2.      Reconocer dignidad a las personas entendidas como seres autónomos, deja de lado un mundo de seres considerados personas que sin embargo no son autónomos sino heterónomos: discapacitados psíquicos, enfermos mentales, personas en estado vegetativo.
3.      El discurso de la autonomía deja fuera del campo de las obligaciones morales a los seres no racionales, animales o plantas. En virtud de un antropocentrismo, resultaría inservible para sentar las bases de una ética ecológica.
4.      Establecer que la autonomía es la clave de la dignidad significa optar por un discurso moral machista, entusiasmado con las normas y con aspiraciones de autosuficiencia, cuando una ética mas femenina abogaría más bien por actitudes como la compasión y el cuidado de los débiles. No hay un solo lenguaje de la moral – el de la autonomía –, sino al menos otro lenguaje, que sería el de la compasión y el cuidado.
Ciertamente, cada una de estas críticas tiene su parte de razón y por tanto hay que tenerlas en cuenta para ofrecer un modelo de fundamentación lo más completo posible.
SUJETOS ACTIVOS Y PASIVOS DE LA MORALIDAD
Los valores morales son aquellos que solo pueden ser encarnados en su conducta por personas, no por animales, plantas o seres inanimados. Solo las personas son libres en el triple sentido: en el biológico, en el axiológico y en el nivel de las ideas.
Este triple componente de las personas justifica que sean ellas los sujetos de la moralidad, los seres capaces de acondicionar el mundo desde valores morales (solidaridad, generosidad, honestidad, etc.), los seres a los que, en consecuencia puede pedirse que sean responsables del buen o mal acondicionamiento del mundo. Las personas tienen la capacidad y la necesidad de comportarse moralmente, de ser sujetos morales.
Ahora bien, ¿significa esto que solo son personas los seres capaces de captar valores morales y de regirse por sus propias leyes? Cualquier caracterización filosófica deja en la sombra a un buen número de seres humanos; ¿se considera como personas a discapacitados psíquicos profundos, enajenados, seres en estado vegetativo? ¿No son estos seres objeto de obligaciones morales?
Para responder a esto conviene distinguir entre sujetos y destinatarios (objeto) de las obligaciones morales. Sujeto de tales obligaciones son sin duda los seres actualmente dotados de libertad, es decir, aquellos que dan muestras de poseer una capacidad semejante. Destinatarios de esas obligaciones son todos aquellos que son virtualmente libres, es decir, los seres pertenecientes a una especie que se caracteriza por la capacidad de libertad en el triple sentido expuesto, aunque como individuos, actualmente no den muestras de poder ejercer esa capacidad, sea por problemas congénitos o adquiridos.
Existen obligaciones morales innegociables de respeto y promoción con las personas, demuestren o no su capacidad de libertad, sean ancianos con demencia, enfermos desahuciados, discapacitados psíquicos profundos, o personas en estado vegetativo. Porque no son seres que valen para satisfacer un deseo o hacer la vida más agradable, sino en si valiosos, por eso son dignos de respeto y promoción.

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