FUNDAMENTAR CONSISTE EN DAR RAZON
Encontrar
fundamentos significa descubrir las razones por las que toda persona debería
comportarse moralmente.
Fundamentar
significa intentar buscar las razones por las cuales hay moral: razones que pueden
aducirse y confrontarse con otras en un dialogo cuando surge la cuestión sobre
por qué hay moral y por qué ha de haberla.
Quien procura fundamentar se
abstiene de dogmatizar, de tener por sentados axiomas incuestionables y está
abierto a cualquier discusión, dispuesto a dar razones y a aceptarlas.
Existen dos niveles
distintos de fundamentación:
a) El nivel de la estructura moral de las personas, en el sentido de que
intentan aclarar por qué las personas son estructuralmente morales.
b) El nivel de los principios según los cuales las personas han de actuar,
si quieren comportarse moralmente.
FELICIDAD COMO AUTORREALIZACION
Según el Eudemonismo, que arranca con Aristóteles,
la felicidad (eudaimonia) es el fin natural y moral de nuestra vida porque, aunque
tendemos necesariamente a él, alcanzarlo depende de que sepamos elegir los
medios más adecuados. Saber deliberar y saber elegir son dos claves para
alcanzar la felicidad, entendida ahora como autorrealización. Quien así
actúa ejercita la virtud de la prudencia, que es la virtud de la inteligencia
(virtud dianoética), que debe orientar a las virtudes éticas o del carácter.
Según esta
tradición, importa, ante todo, llegar a ser prudente, y es prudente quien reúne
las siguientes características:
1.
Al elegir no tiene en cuenta solo
un momento concreto de su vida sino lo que le conviene en el conjunto de su existencia.
Sopesa los bienes que puede conseguir y establece entre ellos una jerarquía
para obtener el mayor bien posible.
2.
El prudente se propone siempre
fines buenos.
3.
Sabe aplicar los principios
morales, que se captan por una intuición intelectual, a los casos concretos.
4.
Es capaz de discernir que deseos
deben ser satisfechos porque su satisfacción proporcionara felicidad, y cuáles
no. Y en el caso de los que deben ser satisfechos, hasta donde, es decir, cual
es el criterio de racionalidad prudencial. Este criterio consiste en el término
medio entre el exceso y el defecto.
Para ser prudente
es necesario tener una aptitud innata, pero forjarse un carácter prudente
requiere entrenarse día a día, recurriendo a procedimientos como:
1.
Saber recordar. La prudencia se
funda en la experiencia. La experiencia personal y ajena es caudal de
prudencia.
2.
Instruirse, aprendiendo de otros más
informados, los medios mas adecuados en cada caso. El prudente estudia y se
informa.
3.
Ser circunspecto. Tener en cuenta
el mayor numero de circunstancias posibles a la hora de tomar una decisión. Los
datos de la situación son fundamentales para tomar decisiones racionales.
4.
Agudizar la capacidad para prever
el prevenir en la medida de lo posible.
Estos elementos, de
los que no puede carecer la persona prudente, le permiten organizar
inteligentemente su vida, buscando en ella el mayor bien posible. También le
permiten orientarse correctamente en cada una de las actividades que
desarrolla.
Alcanzar la
felicidad, autorrealizarse, es algo que se logra tratando de alcanzar cada una
de las metas de las distintas actividades que realizamos.
FELICIDAD COMO PLACER
También en Grecia
surge otra línea de fundamentación de lo moral en la felicidad, la hedonista, que recibe este nombre por
identificar la felicidad con el placer (hedoné). La vida moral consistirá según
esta corriente en el intento de conseguir el máximo de placer y el mínimo de
dolor.
Esta tradición se
asienta sobre tres puntos, que ya señalo Epicuro (siglo IV aC):
1.
Todos los seres vivos buscan el
placer y huyen del dolor. El móvil del comportamiento animal y humano es el
placer.
2.
La felicidad consiste en organizar
de tal modo nuestra vida para que logremos el máximo placer y el mínimo dolor.
3.
Como se trata de alcanzar un
máximo, la razón moral será una razón calculadora, una razón que calcula las consecuencias
de nuestras acciones, valorándolas desde el punto de vista del placer que proporcionan.
Desde esta
perspectiva, la moral es el tipo de saber que nos ayuda a calcular de forma
inteligente las consecuencias de nuestras acciones para lograr el máximo de
placer y el mínimo de dolor.
El hedonismo
moderno, llamado utilitarismo, propone como meta moral lograr la mayor
felicidad (el mayor placer) del mayor número posible de seres vivos. Es
esencial aprender a calcular las consecuencias de nuestras decisiones, teniendo
por meta el mayor placer del mayor número, y actuar de acuerdo con los cálculos.
Para calcular
placeres es indispensable saber si los hay de distinto tipo. Epicuro distingue
entre los placeres que son estables y consisten en la armonía producida por
ausencia de dolor en el cuerpo y de turbación en el alma; y los placeres
positivos, como la alegría. La razón ha de hacer un cálculo, ponderando que
placeres son más intensos y duraderos, y cuales producen menos dolor, para
obtener así el máximo placer posible.
Bentham introduce
una aritmética de los placeres, siguiendo esta línea del cálculo de placeres.
Cree que el placer puede medirse, porque todos los placeres son iguales en
cualidad.
Stuart Mill
considera que los placeres se diferencian por la cualidad (no por la cantidad),
de tal modo que hay placeres superiores y placeres inferiores. El problema está
en determinar quienes están legitimados para decidir que placeres son
superiores y cuales inferiores. Mill cree que deben ser aquellas personas que
han experimentado a lo largo de su vida ambos tipos de placeres, y considera
que estas personas tiene por placeres superiores los intelectuales y morales,
mientras que desdeñan como inferiores los que más nos asemejan a los animales.
NECESIDAD DE SUPERAR ESTOS FUNDAMENTOS
El hecho de que las
personas busquen necesariamente su propia realización (eudemonismo) y el hecho
de que el placer sea un componente importante de una vida buena (hedonismo) son
indispensables para entender la existencia de la moral, y ninguna ética puede
olvidarlos. Sin embargo, como fundamento único de la moral, la felicidad, en su
doble vertiente de autorrealización y placer, presenta graves insuficiencias:
1.
En lo referente a la
autorrealización, parece que decidir en qué consiste la propia realización
debería ser una cuestión muy subjetiva. Ante una afirmación así es preciso
introducir al menos dos matices:
a)
No cualquier proyecto de
autorrealización nos merece respeto como proyecto de vida realmente humana.
b)
Los proyectos de autorrealización
de distintas personas podrían entrar en conflicto.
Se reconoce que
toda persona, por el hecho de serlo, tiene derecho a intentar llevar adelante
su proyecto de vida sin que otros se lo impidan. Este reconocimiento del
derecho de cada persona a buscar la felicidad a su modo, exige buscar un fundamento
distinto: el que aporta una tercera tradición, al referirse a la dignidad de la
persona.
2.
Fundamentar la moral en la
búsqueda de placer añade a las dos dificultades planteadas otras especificas:
a)
El término “placer” es muy
ambiguo. Si lo entendemos como satisfacción sensible `por haber logrado
alcanzar una meta, entonces no es cierto que este sea el único móvil por el que
actúan los seres humanos, sino uno de ellos.
b)
Establecer comparaciones entre
tipos de placer diferentes resulta muy complejo.
c)
A pesar de las protestas de
distintos utilitaristas, si el criterio de moralidad a la hora de optar entre
distintos cursos de acción consiste en tomar el camino que produzca el mayor
placer al mayor número, es posible sacrificar las legítimas aspiraciones de una
minoría en aras del bien de la mayoría.
Las éticas llamadas
deontológicas por ocuparse primariamente del deber (deón) y la justicia,
proponen considerar como clave de la moral la dignidad humana y el respeto que
a ella se debe. En cualquier ética aplicada, tendremos en cuenta las
consecuencias de nuestras decisiones para los proyectos de autorrealización de
las personas, pero siempre desde el marco ético de que son seres dignos de respeto;
de forma que ninguno de ellos puede sacrificarse al bienestar de los restantes.
DIGNIDAD DE LA PERSONA, CLAVE DEL MUNDO MORAL
Las distintas
tradiciones occidentales convienen en tomar como criterio para discernir que
contenidos son morales, el doble criterio limitador y positivo. Los expresan
con distintas modulaciones, pero el núcleo consiste, en todos los casos, en el respeto a la dignidad de las personas,
que exige al menos dos cosas: no dañarlas y respetarlas activamente, es decir,
ayudarlas positivamente a llevar a cabo sus planes de vida.
La expresión
persona se inicia en el mundo griego en el vocablo prósopon. Los griegos se referían con él, a las caretas que los
actores llevaban en el teatro para que su voz sonara en ellas. El significado
fue desplazándose hasta referirse al papel que representa cada uno de nosotros
en el gran teatro del mundo.
La primera de las
nociones de persona que hizo fortuna en la historia de la filosofía fue la que
bosquejo Boecio en el siglo VI: “la persona es una sustancia individual de
naturaleza racional”. La persona es, pues, un ser capaz de universalidad por
ser racional y dueño de una irrepetible individualidad.
Es a este tipo de
ser al que se le ha ido reconociendo esa dignidad, por la cual su vida cobra un
rango cualitativamente superior al de cualquier otro.
Es la ética la que
reconoce a los seres pertenecientes a la especie humana una especial dignidad
y, a partir de este reconocimiento, trata de discernir de que son dignos esos
seres, qué obligaciones debemos cumplir con ellos. Este reconocimiento no es
una creación arbitraria ni una concesión: no concedemos dignidad, sino que se
le ha ido reconociendo históricamente en aquellos seres (personas) que muestran
unas características peculiares. Dilucidar cuales son estas características es
la gran tarea.
LAS PERSONAS SON SERES AUTONOMOS
“En el reino de los
fines, dice Kant en su obra Fundamentación
de la Metafísica de las Costumbres, todo tiene un precio o una dignidad.
Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente; en cambio,
lo que se halla por encima de todo precio y, por tanto, no admite nada
equivalente, eso tiene dignidad”.
Aquello que
constituye la condición para que algo sea fin en sí mismo, eso no tiene
meramente valor relativo o precio, sino un valor interno, esto es dignidad.
Ese valor interno
por el que su portador carece de equivalente y no es, por tanto, intercambiable,
solo puede reconocerse en la persona, que goza en consecuencia de dignidad. Solo
el descubrimiento de que algo tiene un valor interno dota a nuestro mundo de
moralidad, en un doble sentido: porque entonces nadie está legitimado para
atropellar los derechos de ese algo desde sus presuntos proyectos de felicidad
y porque es irracional un mundo que no se propone como proyecto potenciar la
planificación de lo que tiene un valor interno. El sentido del mundo moral
procede de que hay algo – la persona – internamente valioso.
Kant encuentra el
fundamento del valor interno de la persona en el hecho metafísico de que es el
único ser capaz de darse leyes a sí mismo, el único ser capaz de autonomía. Quien trata a los seres en
si valiosos, como si fueran valiosos para otra cosa; quien usa como medios a
quienes son en sí mismos fines, actúa en forma inmoral porque está obrando en
forma irracional.
Existe por tanto un
tipo de seres que tiene un valor absoluto, que son en sí valiosos; por eso no
deben ser tratados como instrumentos. Esta idea de no instrumentalizar a las
personas se expresa en la siguiente formulación del llamado imperativo categórico:
“Obra de tal modo que trates a la humanidad,
tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin al mismo
tiempo y nunca como un medio” (Kant).
INSUFICIENCIAS DEL CONCEPTO DE AUTONOMIA
El concepto de
autonomía de Kant, ha recibido muchas críticas, que plantean la necesidad de
complementarlo. Se han escogido aquí cuatro críticas fundamentalmente:
1. Kant entiende la autonomía de un modo monológico, y no dialógico. Solo
puede determinarse que normas son correctas mediante un dialogo entre los
afectados por la norma, celebrado en determinadas condiciones.
2. Reconocer dignidad a las personas entendidas como seres autónomos, deja
de lado un mundo de seres considerados personas que sin embargo no son
autónomos sino heterónomos: discapacitados psíquicos, enfermos mentales, personas
en estado vegetativo.
3. El discurso de la autonomía deja fuera del campo de las obligaciones morales
a los seres no racionales, animales o plantas. En virtud de un
antropocentrismo, resultaría inservible para sentar las bases de una ética
ecológica.
4. Establecer que la autonomía es la clave de la dignidad significa optar
por un discurso moral machista, entusiasmado con las normas y con aspiraciones
de autosuficiencia, cuando una ética mas femenina abogaría más bien por
actitudes como la compasión y el cuidado de los débiles. No hay un solo lenguaje
de la moral – el de la autonomía –, sino al menos otro lenguaje, que sería el
de la compasión y el cuidado.
Ciertamente, cada
una de estas críticas tiene su parte de razón y por tanto hay que tenerlas en
cuenta para ofrecer un modelo de fundamentación lo más completo posible.
SUJETOS ACTIVOS Y PASIVOS DE LA MORALIDAD
Los valores morales
son aquellos que solo pueden ser encarnados en su conducta por personas, no por
animales, plantas o seres inanimados. Solo las personas son libres en el triple
sentido: en el biológico, en el axiológico y en el nivel de las ideas.
Este triple
componente de las personas justifica que sean ellas los sujetos de la
moralidad, los seres capaces de acondicionar el mundo desde valores morales
(solidaridad, generosidad, honestidad, etc.), los seres a los que, en
consecuencia puede pedirse que sean responsables del buen o mal acondicionamiento
del mundo. Las personas tienen la capacidad y la necesidad de comportarse
moralmente, de ser sujetos morales.
Ahora bien,
¿significa esto que solo son personas los seres capaces de captar valores
morales y de regirse por sus propias leyes? Cualquier caracterización
filosófica deja en la sombra a un buen número de seres humanos; ¿se considera
como personas a discapacitados psíquicos profundos, enajenados, seres en estado
vegetativo? ¿No son estos seres objeto de obligaciones morales?
Para responder a
esto conviene distinguir entre sujetos y
destinatarios (objeto) de las obligaciones morales. Sujeto de tales
obligaciones son sin duda los seres actualmente dotados de libertad, es decir,
aquellos que dan muestras de poseer una capacidad semejante. Destinatarios de
esas obligaciones son todos aquellos que son virtualmente libres, es decir, los
seres pertenecientes a una especie que se caracteriza por la capacidad de
libertad en el triple sentido expuesto, aunque como individuos, actualmente no
den muestras de poder ejercer esa capacidad, sea por problemas congénitos o adquiridos.
Existen
obligaciones morales innegociables de respeto y promoción con las personas,
demuestren o no su capacidad de libertad, sean ancianos con demencia, enfermos
desahuciados, discapacitados psíquicos profundos, o personas en estado
vegetativo. Porque no son seres que valen para satisfacer un deseo o hacer la
vida más agradable, sino en si valiosos, por eso son dignos de respeto y promoción.
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