Ser “hombre” o
“mujer” es algo más que una pura diferencia anatómica. Situar la sexualidad al
nivel exclusivo del placer es rebajarla al plano del instinto.
Lo mas grave de la reducción
biológica de la sexualidad es que conduce irremediablemente a una
deshumanización del sexo. En la sexualidad se especifica lo más íntimo del ser
humano, en cuanto tal, por lo tanto su tratamiento no puede situarse al margen
de toda consideración ética.
La importancia de
que la sexualidad humana se oriente conforme a unos criterios morales es que no
solo designa una dimensión esencial del hombre, sino que en ella se expresa la alteridad
más plena de relación hombre-mujer.
Si la sexualidad es
la fuente de la vida humana, es necesario que su uso este normado por reglas de
conducta que respeten esa función tan importante cual es la de engendrar la
vida de otros hombres.
Primer aspecto ético: el recto uso y el dominio de la
sexualidad
Cualquier sano
humanismo destacara el sentido positivo del sexo. También todo humanismo que se
precie de tal esta obligado a reconocer dos aspectos que tienen aplicación
general al hombre, y que en el caso de la sexualidad adquieren una mayor importancia:
el dominio o medida y el recto uso de la vida sexual.
El “recto uso” de la sexualidad se presenta como un primer
imperativo. El hombre ha de respetar la naturaleza de todo su ser; lo contrario
engendra el caos. El uso del sexo fuera de la doble finalidad de entrega en el
amor mutuo y la función procreadora, debe considerarse como un desorden. La
frivolidad en el uso de la fuerza sexual, el capricho incontrolado, la
arbitrariedad en el comportamiento, la búsqueda exclusiva del placer, la obsesión
sexual centrada en la pura genitalidad, no son fruto de una sexualidad madura y
digna del hombre.
El “recto uso” de
la sexualidad no significa el rechazo del valor del placer que acompaña al uso
racional del sexo. La experiencia placentera sexual no puede infravalorarse.
Pero la exaltación exclusiva del placer y su búsqueda sin medida y fuera de la
finalidad totalizadora del acto sexual es al menos, signo de un egoísmo
hedonista y en ocasiones señal de que se inicia una fase patológica. La búsqueda
exclusiva del placer degrada el encuentro sexual y desvaloriza el deseo hasta
convertirlo en pura delectación venérea.
Este reduccionismo
de lo sexual al placer es lo que diferencia la verdadera sexualidad de la
persona de la condición genital del cuerpo humano.
Junto al recto uso
de la sexualidad, y como condición previa, la dignidad del hombre exige el
dominio del sexo. Si el hombre quiere alcanzar el perfil humano de su condición
sexuada debe tener un dominio de la sexualidad. El hombre si quiere ser
racional, no debe traicionar su equilibrio. La racionalidad postula que la persona
tenga dominio de todo su ser. Por consiguiente, debe alcanzar también el
dominio de la sexualidad.
La falta de dominio
de la sexualidad puede convertir al hombre en un esclavo de los instintos
sexuales. Dado que toda actividad del hombre debe estar sometida a la norma
moral que engendra el orden, la sexualidad no puede situarse fuera de esa
normativa ética.
El dominio de la
fuerza sexual y su finalidad rectamente buscada es lo que señala el campo ético
de donde dimana el bien y el mal de su ejercicio.
La eticidad de la
vida sexual se encuentra en todas las culturas. Aun los pueblos mas permisivos
en el campo de la moral contienen normas que regulan la actividad sexual del
hombre y la mujer.
Valoración ética de la masturbación
Se define como:
“Procurarse una persona solitariamente el deleite carnal”
La dignidad de la
sexualidad humana queda negada en toda masturbación. No aparecen en ella ni la relación
al otro, ni la finalidad creadora, ni la expresión del amor. Solamente se
destaca el placer sexual y la ocasiona el deseo del disfrute en solitario.
La inmoralidad de
la masturbación se sitúa en el desequilibrio que produce, en el obstáculo que
significa para la integración personal de la sexualidad, en la falta de dominio
que ocasiona, y sobre todo porque no atiende a la finalidad propia de la
sexualidad y se doblega a la satisfacción del puro placer sexual.
La inmoralidad de
la masturbación no decrece por el hecho de que se considere algo “normal”,
habitual y muy generalizado. El criterio estadístico no quita, no acrecienta,
ni anima la maldad de una acción.
La masturbación
encierra otros peligros. Acentúa los defectos del propio temperamento, es
propicia para que se fragüen ciertos elementos patógenos que están latentes en
el individuo y cuando es frecuente, es un obstaculo para alcanzar una maduración
adecuada y a su tiempo de la vida sexual.
La masturbación es
una muestra de una actitud general egoísta y marca un repliegue de la persona
sobre si misma, que es lo más opuesto a la alteridad comunicativa propia del
sexo. El autoerotismo va contra la propia naturaleza del sexo, que es por propia
inclinación, alteridad y comunicación.
La reprobación etica
de la masturbación no es exclusiva de las morales religiosas. Casi todos los
sistemas morales la condenan por las razones expuestas. Autores como Rousseau y
Voltaire, que no se han destacado por su rigorismo moral, han condenado
seriamente la masturbación.
Relaciones sexuales extraconyugales
La plena
realización de la vida sexual esta vinculada exclusivamente a la unión estable
y definitiva de un hombre y una mujer, esto es al matrimonio. Sin embrago en
amplios sectores de la vida social este principio no es respetado.
Tal modo de
proceder lesiona la moral sexual. Las trasgresiones sexuales han sido muy
frecuentes en todas las épocas, pero la amenaza actual esta en que los principios
éticos son negados. Es frecuente defender las llamadas “relaciones
ocasionales”, los “encuentros amorosos”, las “relaciones libres”, es decir las
relaciones heterosexuales ocasionales y desvinculadas de la estabilidad del
matrimonio.
Las razones que se
aducen para justificar estas situaciones son: “permisivismo moral”, “liberación
de la mujer’, “liberación sexual”, etc. En otras ocasiones se presenta las
relaciones sexuales extramatrimoniales como algo normal. Mas grave es el caso
del adulterio.
Una ética basada en
la pura naturaleza de la vida sexual humana no puede justificar estas
actitudes. La respuesta moral a estas situaciones irregulares debe proceder del
principio general que valora el amor y la sexualidad humana. El amor y la
sexualidad tienen un fin en si mismas, pero ese fin no es absoluto, dado que se
orientan a una finalidad superior: al amor estable del matrimonio y la
procreación en el seno de una familia. Lo contrario es reducir la sexualidad a
genitalidad, el amor a flirteo y la familia a una simple convivencia.
La entrega sexual humana
no es algo periférico, sino que dice relación al ofrecimiento total de la
persona. La union corporal y del amor patentizan todo lo que el hombre es; por
eso en el ejercicio sexual se ofrenda toda la persona. Tal entrega exige unidad
y estabilidad intencionalmente definitivas. Es lo que diferencia la entrega
personal reciproca de la simple pasión despersonalizada que procura la
satisfacción sexual “comprando el
servicio” o "utilizando” al otro como puro y simple “objeto”.
Relaciones sexuales prematrimoniales
Las razones a favor
que suelen aducirse es que estas relaciones sexuales nacen del amor entre dos
personas que tiene el propósito explicito de casarse. Ambos deciden libremente
entregarse en un amor unitivo.
Se añade que tales
experiencias pueden evitar futuras frustraciones sexuales en el ámbito del
matrimonio. La experiencia sexual antes del matrimonio eliminaría en muchas
parejas, al aliciente único para contraer matrimonio: el deseo de una vida
sexual. De este modo la boda significaría una formalización de un amor probado
y ya experimentado.
Estas razones se
refuerzan con argumentos tales como que con frecuencia los novios se ven
imposibilitados a contraer matrimonio por circunstancias ajenas a su voluntad.
Por ejemplo falta de trabajo que faciliten iniciar una familia, la
imposibilidad de una vivienda, etc.
Las relaciones
sexuales prematrimoniales de una pareja que va a casarse y que se ama de
verdad, no pueden medirse con el mismo criterio del flirteo amoroso o de las
relaciones ocasionales que acaban en el puro placer. No obstante, aun valorando
estas circunstancias, los argumentos aducidos no son razón para salvar los
valores que encierra el amor y el sentimiento de la entrega en el matrimonio.
Existen razones muy
serias psicológicas, sociales y éticas que obligan a dar un juicio moral
negativo a las relaciones sexuales entre los novios.
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No es fácil señalar que hay de
autentico o de pasional en los casos en que se demanda el ejercicio de la vida
sexual en la época del noviazgo. Es frecuente que esos actos engendren una
situación de culpabilidad, la cual no es fruto de la formación anterior.
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El amor humano no sellado con el
compromiso permanente del matrimonio es muy frágil. Puede ocurrir la ruptura de
noviazgos que parecían muy consolidados. Las experiencias sexuales podrían
ocasionar nuevos conflictos, con las consecuencias negativas para un nuevo
noviazgo después de experiencias sexuales con otras personas. estas
situaciones, aun sin complejo machista, afectan más gravemente a la mujer.
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Las renuncias que demanda el
noviazgo pueden ser una ocasión única para madurar en la sexualidad y dominar
los caprichos absorbentes de la libido. Mas tarde la vida marital exigirá
momentos de renuncia y de respeto a la otra persona que resultaran muy dificiles
si no se ha experimentado el dominio del instinto sexual en el tiempo de
preparación del noviazgo.
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Las actitudes permisivas en las
relaciones sexuales prematrimoniales serían una fisura que se introduciría en
el mismo amor entre los jóvenes. La posibilidad de una relación sexual antes
del matrimonio sometería a la misma institución prematrimonial a la posibilidad
continua del engaño.
Cabria citar otros
argumentos pero el principal que da enunciado al hablar del valor de la
sexualidad humana que adquiere un sentido único en el matrimonio.
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