lunes, 28 de julio de 2014

DIMENSIÓN MORAL DE LA SEXUALIDAD

Ser “hombre” o “mujer” es algo más que una pura diferencia anatómica. Situar la sexualidad al nivel exclusivo del placer es rebajarla al plano del instinto.

Lo mas grave de la reducción biológica de la sexualidad es que conduce irremediablemente a una deshumanización del sexo. En la sexualidad se especifica lo más íntimo del ser humano, en cuanto tal, por lo tanto su tratamiento no puede situarse al margen de toda consideración ética.

La importancia de que la sexualidad humana se oriente conforme a unos criterios morales es que no solo designa una dimensión esencial del hombre, sino que en ella se expresa la alteridad más plena de relación hombre-mujer.

Si la sexualidad es la fuente de la vida humana, es necesario que su uso este normado por reglas de conducta que respeten esa función tan importante cual es la de engendrar la vida de otros hombres.

Primer aspecto ético: el recto uso y el dominio de la sexualidad

Cualquier sano humanismo destacara el sentido positivo del sexo. También todo humanismo que se precie de tal esta obligado a reconocer dos aspectos que tienen aplicación general al hombre, y que en el caso de la sexualidad adquieren una mayor importancia: el dominio o medida y el recto uso de la vida sexual.

El “recto uso”  de la sexualidad se presenta como un primer imperativo. El hombre ha de respetar la naturaleza de todo su ser; lo contrario engendra el caos. El uso del sexo fuera de la doble finalidad de entrega en el amor mutuo y la función procreadora, debe considerarse como un desorden. La frivolidad en el uso de la fuerza sexual, el capricho incontrolado, la arbitrariedad en el comportamiento, la búsqueda exclusiva del placer, la obsesión sexual centrada en la pura genitalidad, no son fruto de una sexualidad madura y digna del hombre.

El “recto uso” de la sexualidad no significa el rechazo del valor del placer que acompaña al uso racional del sexo. La experiencia placentera sexual no puede infravalorarse. Pero la exaltación exclusiva del placer y su búsqueda sin medida y fuera de la finalidad totalizadora del acto sexual es al menos, signo de un egoísmo hedonista y en ocasiones señal de que se inicia una fase patológica. La búsqueda exclusiva del placer degrada el encuentro sexual y desvaloriza el deseo hasta convertirlo en pura delectación venérea.

Este reduccionismo de lo sexual al placer es lo que diferencia la verdadera sexualidad de la persona de la condición genital del cuerpo humano.

Junto al recto uso de la sexualidad, y como condición previa, la dignidad del hombre exige el dominio del sexo. Si el hombre quiere alcanzar el perfil humano de su condición sexuada debe tener un dominio de la sexualidad. El hombre si quiere ser racional, no debe traicionar su equilibrio. La racionalidad postula que la persona tenga dominio de todo su ser. Por consiguiente, debe alcanzar también el dominio de la sexualidad.
La falta de dominio de la sexualidad puede convertir al hombre en un esclavo de los instintos sexuales. Dado que toda actividad del hombre debe estar sometida a la norma moral que engendra el orden, la sexualidad no puede situarse fuera de esa normativa ética.

El dominio de la fuerza sexual y su finalidad rectamente buscada es lo que señala el campo ético de donde dimana el bien y el mal de su ejercicio.

La eticidad de la vida sexual se encuentra en todas las culturas. Aun los pueblos mas permisivos en el campo de la moral contienen normas que regulan la actividad sexual del hombre y la mujer.

Valoración ética de la masturbación

Se define como: “Procurarse una persona solitariamente el deleite carnal”

La dignidad de la sexualidad humana queda negada en toda masturbación. No aparecen en ella ni la relación al otro, ni la finalidad creadora, ni la expresión del amor. Solamente se destaca el placer sexual y la ocasiona el deseo del disfrute en solitario.

La inmoralidad de la masturbación se sitúa en el desequilibrio que produce, en el obstáculo que significa para la integración personal de la sexualidad, en la falta de dominio que ocasiona, y sobre todo porque no atiende a la finalidad propia de la sexualidad y se doblega a la satisfacción del puro placer sexual.

La inmoralidad de la masturbación no decrece por el hecho de que se considere algo “normal”, habitual y muy generalizado. El criterio estadístico no quita, no acrecienta, ni anima la maldad de una acción.

La masturbación encierra otros peligros. Acentúa los defectos del propio temperamento, es propicia para que se fragüen ciertos elementos patógenos que están latentes en el individuo y cuando es frecuente, es un obstaculo para alcanzar una maduración adecuada y a su tiempo de la vida sexual.

La masturbación es una muestra de una actitud general egoísta y marca un repliegue de la persona sobre si misma, que es lo más opuesto a la alteridad comunicativa propia del sexo. El autoerotismo va contra la propia naturaleza del sexo, que es por propia inclinación, alteridad y comunicación.

La reprobación etica de la masturbación no es exclusiva de las morales religiosas. Casi todos los sistemas morales la condenan por las razones expuestas. Autores como Rousseau y Voltaire, que no se han destacado por su rigorismo moral, han condenado seriamente la masturbación.

Relaciones sexuales extraconyugales

La plena realización de la vida sexual esta vinculada exclusivamente a la unión estable y definitiva de un hombre y una mujer, esto es al matrimonio. Sin embrago en amplios sectores de la vida social este principio no es respetado.

Tal modo de proceder lesiona la moral sexual. Las trasgresiones sexuales han sido muy frecuentes en todas las épocas, pero la amenaza actual esta en que los principios éticos son negados. Es frecuente defender las llamadas “relaciones ocasionales”, los “encuentros amorosos”, las “relaciones libres”, es decir las relaciones heterosexuales ocasionales y desvinculadas de la estabilidad del matrimonio.

Las razones que se aducen para justificar estas situaciones son: “permisivismo moral”, “liberación de la mujer’, “liberación sexual”, etc. En otras ocasiones se presenta las relaciones sexuales extramatrimoniales como algo normal. Mas grave es el caso del adulterio.

Una ética basada en la pura naturaleza de la vida sexual humana no puede justificar estas actitudes. La respuesta moral a estas situaciones irregulares debe proceder del principio general que valora el amor y la sexualidad humana. El amor y la sexualidad tienen un fin en si mismas, pero ese fin no es absoluto, dado que se orientan a una finalidad superior: al amor estable del matrimonio y la procreación en el seno de una familia. Lo contrario es reducir la sexualidad a genitalidad, el amor a flirteo y la familia a una simple convivencia.

La entrega sexual humana no es algo periférico, sino que dice relación al ofrecimiento total de la persona. La union corporal y del amor patentizan todo lo que el hombre es; por eso en el ejercicio sexual se ofrenda toda la persona. Tal entrega exige unidad y estabilidad intencionalmente definitivas. Es lo que diferencia la entrega personal reciproca de la simple pasión despersonalizada que procura la satisfacción sexual  “comprando el servicio” o "utilizando” al otro como puro y simple “objeto”.

Relaciones sexuales prematrimoniales

Las razones a favor que suelen aducirse es que estas relaciones sexuales nacen del amor entre dos personas que tiene el propósito explicito de casarse. Ambos deciden libremente entregarse en un amor unitivo.

Se añade que tales experiencias pueden evitar futuras frustraciones sexuales en el ámbito del matrimonio. La experiencia sexual antes del matrimonio eliminaría en muchas parejas, al aliciente único para contraer matrimonio: el deseo de una vida sexual. De este modo la boda significaría una formalización de un amor probado y ya experimentado.

Estas razones se refuerzan con argumentos tales como que con frecuencia los novios se ven imposibilitados a contraer matrimonio por circunstancias ajenas a su voluntad. Por ejemplo falta de trabajo que faciliten iniciar una familia, la imposibilidad de una vivienda, etc.

Las relaciones sexuales prematrimoniales de una pareja que va a casarse y que se ama de verdad, no pueden medirse con el mismo criterio del flirteo amoroso o de las relaciones ocasionales que acaban en el puro placer. No obstante, aun valorando estas circunstancias, los argumentos aducidos no son razón para salvar los valores que encierra el amor y el sentimiento de la entrega en el matrimonio.

Existen razones muy serias psicológicas, sociales y éticas que obligan a dar un juicio moral negativo a las relaciones sexuales entre los novios.

-          No es fácil señalar que hay de autentico o de pasional en los casos en que se demanda el ejercicio de la vida sexual en la época del noviazgo. Es frecuente que esos actos engendren una situación de culpabilidad, la cual no es fruto de la formación anterior.
-          El amor humano no sellado con el compromiso permanente del matrimonio es muy frágil. Puede ocurrir la ruptura de noviazgos que parecían muy consolidados. Las experiencias sexuales podrían ocasionar nuevos conflictos, con las consecuencias negativas para un nuevo noviazgo después de experiencias sexuales con otras personas. estas situaciones, aun sin complejo machista, afectan más gravemente a la mujer.
-          Las renuncias que demanda el noviazgo pueden ser una ocasión única para madurar en la sexualidad y dominar los caprichos absorbentes de la libido. Mas tarde la vida marital exigirá momentos de renuncia y de respeto a la otra persona que resultaran muy dificiles si no se ha experimentado el dominio del instinto sexual en el tiempo de preparación del noviazgo.
-          Las actitudes permisivas en las relaciones sexuales prematrimoniales serían una fisura que se introduciría en el mismo amor entre los jóvenes. La posibilidad de una relación sexual antes del matrimonio sometería a la misma institución prematrimonial a la posibilidad continua del engaño.

Cabria citar otros argumentos pero el principal que da enunciado al hablar del valor de la sexualidad humana que adquiere un sentido único en el matrimonio.

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