lunes, 28 de julio de 2014

EL JUICIO MORAL

LA NATURALEZA DE LOS JUICIOS MORALES
Toda persona es necesariamente moral en la medida en que no tiene su vida hecha, sino que ha de ir haciéndola a lo largo de su existencia a través de sucesivas deliberaciones y elecciones. Deliberar supone sopesar distintas posibilidades para responder a la realidad y para adaptarla a sus necesidades y deseos. Elegir implica preferir unas posibilidades frente a otras. En este proceso es fundamental el lugar que ocupan los juicios morales.
El juicio moral sea evaluador, imperativo o consiliativo, es un juicio prescriptivo, no descriptivo. Los juicios descriptivos se proponen sobre todo trasmitir informaciones, aunque determinadas informaciones se trasmiten con la intención de orientar la acción, más que con la intención de acrecentar el conocimiento. Los juicios prescriptivos, se proponen primariamente orientar la acción.
Los juicios morales son juicios  prescriptivos, tengan forma evaluadora (es bueno decir la verdad), imperativa (no se debe dejar desatendido al paciente) o simplemente consiliativa (deberías dejar de fumar). Puede decirse que los juicios morales evaluadores pueden convertirse en imperativos o en consejos, en la medida en que también ellos se proponen orientar la acción.
REGLAS TECNICAS, CONSEJOS Y DEBERES
Los juicios morales pueden transformase en mandatos. A estos mandatos llamo Kant imperativos, distinguiendo entre ellos tres tipos, indispensables en la forja del carácter de las personas, las actividades sociales y las instituciones.
1.         Imperativos hipotéticos
Ordenan realizar una determinada acción, que es un medio para alcanzar un fin que se persigue. El mandato obliga a quienes desean alcanzar un fin, pero no es valioso por sí mismo. Se expresa del siguiente modo:     “Si quieres X, no hagas Y”.

2.        Imperativos categóricos
Ordenan realizar u omitir una acción por su valor interno. Este tipo de imperativos manda categóricamente, sin condiciones. Se expresa del siguiente modo: “¡No hagas X!”.
Los imperativos hipotéticos pueden ser a su vez de dos tipos:
a)      Imperativos de la habilidad, que preparan a una persona para alcanzar diversos fines que pueda proponerse en su vida.
b)      Consejos de prudencia, que ayudan a las personas a alcanzar la felicidad.
Las habilidades son reglas que conviene aprender para poder aplicarlas cuando resulta necesario. El ámbito de las habilidades es el ámbito de la competencia técnica, instrumental, y en cualquier profesión es un deber moral tratar de ampliar el conocimiento de las técnicas con objeto de resolver mejor los problemas.
Los consejos de prudencia tienen la siguiente peculiaridad: conviene dirigirlos a las personas concretas, conociendo sus características personales y las de su entorno. Estos consejos para la felicidad son invitaciones a actuar de una forma determinada, y los contenidos de esos consejos nunca pueden establecerse a priori, sino que han de extraerse de la experiencia personal o de la experiencia ajena, pero adaptándose al caso concreto de la persona concreta, ya que cada persona tiene un peculiar proyecto de autorrealización.
Mientras las habilidades son cosa de aptitud técnica para manejarse en la vida, los consejos de prudencia se refieren al arte de vivir, que enraíza en una única biografía.
Kant considera que los imperativos categóricos son los auténticos mandatos de la moralidad, pues se trata de exigencias que se presentan como justificadas pretensiones de universalidad, sean cuales fueren las metas de los individuos concretos. La fuerza obligatoria de los mandatos de la moralidad no depende de las metas individuales, sino que mandan incondicionalmente, y son expresivos de la autonomía de las personas. Autonomía significa autolegislación universal: establecimiento de leyes que cualquier ser humano podría querer.
La falta de honradez, la injusticia o el servilismo, el engaño o la instrumentalización de las personas, son acciones que en principio están desacreditadas por tratarse de acciones inhumanas. Por eso Kant añadió a la exigencia de universalidad la de incondicionalidad, lo cual implica que en ningún contexto o situación un mandato moral puede ser desobedecido.
Resulta imposible cumplir una exigencia semejante, porque en los contextos concretos de acción un deber moral puede entrar en conflicto con otros deberes igualmente morales, y en ese caso es inevitable dejar sin cumplir alguno de ellos. De ahí que un buen número de éticos haya puntualizado, con posterioridad a Kant, que los mandatos morales son exigencias universales, cuya fuerza obligatoria debe entenderse en el siguiente sentido:
1.        Los deberes morales deben entenderse como mandatos no condicionados o prima facie, es decir, mandatos que, a primera vista, cuando no están inscritos en ningún contexto de acción, los reconocemos como morales. Sin embargo, en los contextos concretos de acción, cuando entran en conflicto con otros mandatos, tenemos que sopesar cuál de ellos es más exigente moralmente (optar por el llamado mal menor).

No significa que pierdan su fuerza obligatoria sino que una exigencia moral más profunda puede llevar a eximir de cumplirlos cuando entran en conflicto con ella. La dificultad de decidir entre dos obligaciones morales cuando entran en conflicto ha llevado a establecer principios que puedan orientar la elección.

2.        El hecho de que en una situación determinada un mandato moral tenga que quedar incumplido, porque se presenta otro con mayor fuerza obligatoria, no significa que el primero pierda su validez y su fuerza obligatoria para el futuro.

Quien en una situación determinada se ve impelido a matar en legítima defensa, no por eso da por buena la acción de quitar la vida.
LOS MANDATOS ESPECIFICAMENTE MORALES
Las reglas técnicas no son en sí mismas reglas morales, sino que cobran peso moral cuando se emplean con buen fin, cuando se orientan por valores morales.
En lo que respecta a los imperativos de la prudencia y los que Kant llama de la moralidad, Kant piensa que solo los segundos son morales, porque solo ellos exigen su cumplimiento universal e incondicional, sin depender en su fuerza obligatoria de que el sujeto se proponga un fin u otro. Si la autonomía de las personas, se expresa a través de estos mandatos universales, en cada persona podemos suponer proyectos de autorrealización, que podrán cumplirse con la ayuda de consejos prudenciales.
Mandatos morales: expresivos de la autonomía de las personas, que son aquellos que universalizaríamos, porque se refieren a acciones que cualquier ser humano debería realizar o evitar, si quiere ser plenamente humano.
Consejos morales de prudencia: se refieren sobre todo a la realización personal.
Podemos decir que la formación del juicio moral requiere atender a dos dimensiones:
·         A la dimensión prudencial, en virtud de la cual una persona va ejercitándose en el arte de deliberar sobre los medios más oportunos para alcanzar la felicidad, contando para ello con los consejos de quienes le merezcan confianza.
·         A la dimensión de autonomía, especifica de las normas que universalizaríamos, porque consideramos propias de seres humanos.
Cada una de estas dimensiones del juicio expresa una dimensión de la persona. En el primer caso la individual; en el segundo, la universalizable, aquella que tiene en común con las demás personas.
AUTONOMIA Y AUTORREALIZACION
La dimensión de autonomía, no se refiere a que cada persona se dé leyes individuales, sino a que las personas tienen conciencia de que hay unas leyes que son propias de seres humanos, que son nuestras propias leyes. La autonomía es expresión de universalidad, pero también de intersubjetividad; es decir que los mandatos morales van más allá de la pura opinión subjetiva y se extienden a todos los seres humanos.
Por otra parte cada persona posee una dimensión de interioridad, es un individuo irrepetible, con un proyecto de felicidad; puede recibir consejos prudenciales de personas experimentadas y de gentes que la aprecian. Pero, en último termino, es cada persona quien tiene un acceso privilegiado a su intimidad, a su idea de lo que le hace feliz: a su ideal de autorrealización.
La universalidad de los mandatos morales es expresión de la autonomía de los seres humanos, mientras que los consejos de prudencia se remiten a seres únicos e irrepetibles, que los asumen o los rechazan desde su biografía única. Autonomía personal y autorrealización individual son dos dimensiones del sujeto humano, de la persona, que es preciso atender con esmero en cualquier ética profesional. La formación del juicio moral tiene que tener ambas en cuenta.
LA FORMACION DEL JUICIO MORAL
Las personas no nacen con una conciencia moral completamente formada, sino que esta va evolucionando a través de unas etapas de maduración. Algunos autores han diseñado teorías sobre cómo se configura nuestra conciencia moral. Destaca entre ellos Lorenz Kohlberg. El se percata de que la conciencia va conformándose a través de un proceso de aprendizaje en el que desempeñan un papel fundamental los factores socio-culturales, el tipo de educación recibida y la experiencia emocional; sin embargo considera central la evolución que se produce en el aspecto cognitivo, es decir, en el modo de razonar acerca de las cuestiones morales y de juzgar sobre ellas.
Empleando la técnica de pasar a diversos sujetos dilemas morales con unas cuestiones muy precisas, pensadas para apreciar el nivel de argumentación de los sujetos; el autor analiza la estructura del crecimiento de la persona teniendo en cuenta cómo formula juicios sobre lo que es justo o correcto (juicios sobre la justicia de las acciones). De sus análisis extrae algunas conclusiones:
1.      En el terreno de lo moral formulamos juicios y, por tanto, es un tipo de conocimiento sobre el que se puede argumentar. A esta posición se le denomina cognitivismo moral.
2.      Los contenidos de los juicios morales son diferentes en diversas culturas, pero la estructura del juicio moral es igual en todos los individuos. Ello es muestra del universalismo.
3.      Es posible educar la conciencia moral en las formas, más justas de tomar decisiones, porque las cuestiones de justicia se pueden universalizar. A esta posición se le denomina formalismo.
4.      La estructura universal de los juicios morales se desarrolla a través de unas etapas, que siguen una secuencia idéntica en personas de las diversas culturas. Estas etapas son sucesivas, de forma que nadie puede acceder a las posteriores sin haber pasado por las anteriores.
EL JUICIO SOBRE LO JUSTO   
Desde estos presupuestos, Kohlberg establece una secuencia de 3 niveles y 6 estadios en la evolución moral de la personas, desde la infancia hasta la vida adulta.
·         Los niveles definen las perspectivas de razonamiento que la persona puede adoptar en relación con las normas morales de la sociedad.
·         Los estadios expresan los criterios mediante los que la persona emite su juicio moral, lo cual muestra la evolución seguida dentro de cada nivel.

I.                   Nivel preconvencional

Estadio 1: Orientación a la obediencia y el castigo
Estadio 2: Orientación egoísta e instrumental

II.                Nivel convencional

Estadio 3: Orientación de “buen(a) chico (a)”
Estadio 4: Orientación hacia el mantenimiento del orden social

III.             Nivel posconvencional

Estadio 5: Orientación legalista (jurídico contractual)
Estadio 6: Orientación por principios éticos universales
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·           Nivel preconvencional: el egoísmo como principio de justicia
Este nivel representa la forma menos madura de razonamiento moral. La persona enjuicia las cuestiones morales desde la perspectiva de sus propios intereses. La persona tiene por justo lo que le conviene. Las relaciones humanas se entienden de un modo similar a las del mercado. Este primer nivel caracteriza principalmente el razonamiento moral de los niños, aunque muchos adolescentes y un buen número de adultos persisten en el.
·           Nivel convencional:      conformismo con las normas sociales.
La persona enfoca las cuestiones morales de acuerdo con las normas, expectativas e intereses que conviene al “orden social establecido”, porque le interesa ante todo ser aceptada por el grupo, para lo cual está dispuesta a acatar sus costumbres.
La persona tiene por justo lo que es conforme a las normas y usos de su sociedad. Considera que es valioso en si mismo desempeñar bien los “roles” o papeles sociales convencionales, adaptarse a lo que su sociedad considera bueno.
Al principio lo justo es lo que le gusta a los demás, lo que el grupo acepta. Posteriormente, el juicio se orienta hacia el respeto a la autoridad establecida, hacia la conformidad con las normas vigentes. Lo justo consiste en que cada uno cumpla con sus obligaciones sociales. Se adopta el punto de vista del colectivo social y se sitúa por encima de los intereses individuales.
Este segundo nivel surge normalmente en la adolescencia y es dominante en el pensamiento de la mayoría de los adultos. No superarlo supone plegarse a lo que el grupo desee, lo cual tiene serios peligros. Por eso es preciso acceder al nivel supremo de madurez: el posconvencional.
·           Nivel posconvencional:   la autonomía moral
La persona distingue entre las normas de su sociedad y los principios morales universales, y enfoca los problemas morales desde estos últimos. Es capaz de reconocer principios morales universales en los que debería basarse una sociedad justa y con los que cualquier persona debería comprometerse para orientar el juicio y la acción. La medida de lo justo la dan los principios morales universales desde los cuales puede criticar las normas sociales.
En un principio, lo justo se define en función de los derechos, valores y contratos legales básicos reconocidos por toda la sociedad. Posteriormente la persona puede ir mas allá del punto de vista contractual y utilitario para pensar en la perspectiva de principios éticos de justicia validos para toda la humanidad. Se trata de reconocer los derechos humanos en la igualdad y el respeto por la dignidad personal de todos los seres humanos. Lo justo se define por la decisión de la conciencia de acuerdo a tales principios. La conquista de la autonomía es considerada así como la meta del desarrollo moral de la persona.
Este nivel es el menos frecuente, surge durante la adolescencia o el comienzo de la edad adulta y caracteriza el razonamiento de solo una minoría de adultos.
ETICA DEL CUIDADO
Carol Gilligan, discípula de Kohlberg, critico la posición de su maestro, como la de otros relevantes psicólogos de la historia (Freud y Piaget), al percatarse de que en sus investigaciones cuentan solo con varones y no con mujeres.
Gilligan realizó pruebas y llegó a la conclusión de que existen dos lenguajes diferentes para codificar el mundo moral:
·           El lenguaje de la lógica formal de la imparcialidad de la justicia, que consiste en tomar decisiones poniéndose en el lugar de cualquier otro.
·           El lenguaje de la lógica psicológica de las relaciones, que asume la perspectiva concreta de la situación, y trata de preservar las relaciones ya creadas.
Entre ambos lenguajes puede establecerse una comparación que nos permite analizar qué valores aprecia de forma preponderante cada uno de ellos.


Lógica de la justicia
(separación)


Lógica del cuidado
(unión)

Individualización
Autonomía
Ley/Derecho/Justicia
Contrato
Abstracción
Universalidad
Imparcialidad


Trama de relaciones que puede ser dañada
Proteger lo vulnerable (las relaciones, lo débiles)
Responsabilidad/cuidado
Protección/autosacrificio
Narración/contexto
Particularidad
Parcialidad

Desde esta perspectiva, los valores apreciados en el lenguaje masculino serian aquellos que van conformando individuos autónomos, capaces de tomar decisiones acerca de lo justo y lo injusto desde condiciones de imparcialidad. Los valores preferidos por el lenguaje femenino serían aquellos que protegen las relaciones humanas, se hacen cargo de los débiles, se cuidan de las personas concretas en los concretos contextos de acción. ¿Significa esto que los varones han de optar por la autonomía y la justicia, y las mujeres, por cuidado y la compasión?
Tales repartos de papeles y de valores van en detrimento de los dos sexos, porque  la justicia, autonomía, compasión y responsabilidad son indispensables para alanzar la madurez moral. Por tanto, que predomine uno u otro en una persona es una cuestión individual, más que una característica del sexo. Lo que ocurre es que hay al menos dos voces morales, en las que han de expresarse tanto las mujeres como los varones:
·         La voz de la justicia, que consiste en juzgar sobre lo bueno y lo malo situándose en una perspectiva universal, más allá de las convenciones sociales y el gregarismo grupal. Esta perspectiva se denomina imparcialidad.
·         La voz de la compasión por los que precisan de ayuda, que son responsabilidad nuestra, empezando por los más cercanos.
No hay verdadera justicia sin solidaridad con los débiles, ni autentica solidaridad si una base de justicia. La conciencia femenina, en su evolución, recorre también tres niveles, pero sus contenidos resultan ser diferentes de los de la voz masculina:
·         Nivel preconvencional: es el del egoísmo y la supervivencia

·           Nivel convencional: diferente del varón. La mujer quiere ser admitida en su grupo social, pero esto le exige renunciar a sí misma y vivir para otros. Si una mujer  quiere ser socialmente aceptada, debe relegar sus proyectos de autonomía y tratar de cuidar y responsabilizarse de aquellos que socialmente le han sido encomendados: hijos, marido, padres ancianos, parientes con minusvalías.
La protección de los seres vulnerables que están a su cargo es entonces una virtud femenina.
·           Nivel posconvencional: es aquello en que la compasión se modera con la justicia, el cuidado con la autonomía. La mujer toma conciencia de que también ella tiene derechos que han der ser protegidos y amplia la responsabilidad a su propia persona. La fase de madurez incluye a la vez responsabilidad y autonomía, compasión y justicia.
Lo que se sugiere para la evolución de la conciencia moral femenina, debe valer también para la voz masculina: que la madurez en ambos casos significa acceder al nivel de la autonomía y la compasión, de la justicia y la responsabilidad, de la solidaridad universal y del cuidado y la preocupación por el más cercano.
ETICA CRÍTICA -  LA PERSONA COMO INTERLOCUTOR VALIDO
En la década de los 70 dos filósofos alemanes, Karl Otto Apel y Jurgen Habermas, propusieron un nuevo concepto de persona, basado en una transformación dialógica del concepto kantiano de autonomía. La persona se nos presentara como un ser capaz de darse sus propias normas, pero a través de un dialogo con las otras personas afectadas por las normas, igualmente facultadas para autolegislarse.
La persona se nos presentara como un interlocutor válido a la hora de decidir normas que le afectan, de donde se sigue un principio ético, al que debe someterse cualquier norma y que Apel expone del siguiente modo:
“Todos los seres capaces de comunicación lingüística deben ser reconocidos como personas, puesto que en todas sus acciones y expresiones son interlocutores virtuales, y la justificación ilimitada del pensamiento no puede renunciar a ningún interlocutor y a ninguna de sus aportaciones virtuales a la discusión”.
La persona se nos presenta como un interlocutor válido que como tal debe ser reconocido por cuantos pertenecen a la comunidad de hablantes; ningún interlocutor válido puede ser excluido de la argumentación cuando esta versa sobre normas que le afecten.
Para decidir si una norma es o no correcta, es preciso entablar un diálogo entre los afectados por ella, que se atenga a unas normas muy precisas.
1.      Desde el punto de vista lógico, la argumentación ha de cumplir las reglas de una lógica mínima:
-          Ningún hablante puede contradecirse
-          Cualquier hablante que aplique un predicado F a un objeto a, tiene que estar dispuesto a aplicar F a cualquier otro objeto que coincida con a en todos los aspectos relevantes.
-          Distintos hablantes no pueden utilizar la misma expresión con significados distintos.

2.      Han de considerar la argumentación como un procedimiento, que consiste en la búsqueda cooperativa de la corrección, y no como un medio para persuadir a otros de que se tiene razón o para lucirse. Los interlocutores han de atenerse a reglas que tiene ya un contenido ético (no solo lógico), porque les exigen reconocerse recíprocamente como personas. Estas reglas son:
-          Un hablante puede afirmar únicamente lo que cree
-          Quien recurra a un enunciado o a una norma que no es objeto de la discusión debe dar una razón para ello.

3.      Si consideramos el discurso argumentativo como un proceso de comunicación, esto significa que los interlocutores quieren llegar a un acuerdo que no venga motivado por la fuerza o por impulsos más o menos viscerales, sino por el mejor argumento, y para eso han de satisfacer ciertas reglas, ya que en caso contrario se estaría decidiendo arbitrariamente que algunos no son interlocutores validos. Las reglas a cumplir son:

-          Cualquier sujeto capaz de lenguaje y acción puede participar en el discurso
-          Cualquiera puede poner en duda cualquier afirmación
-          Cualquiera puede introducir en el discurso cualquier afirmación
-          Cualquiera puede expresar sus posiciones, deseos y necesidades
-          No puede impedirse a ningún hablante hacer valer sus derechos, establecidos en la reglas anteriores, mediante coacción interna o externa al discurso.
Una vez que el discurso ha finalizado, los interlocutores habrán de atenerse a dos principios para comprobar si la norma es correcta:
1.      El principio de universalización, según el cual:

“Una norma será válida cuando todos los afectados por ella puedan aceptar libremente las consecuencias y efectos secundarios que se seguirían, previsiblemente, de su cumplimiento general para la satisfacción de los intereses de cada uno”.
Este principio nos mostrara que las normas que solo satisfacen intereses individuales o grupales no son morales, y que el equilibrio que puede conseguirse entre ellas tras un dialogo puede ser una buena solución política, pero no una norma moral.
2.      El principio de la ética del discurso que dice así:

“Solo pueden pretender validez las normas que encuentran (o podrían encontrar) aceptación por parte de todos los afectados, como participantes en un discurso practico”.

Para que la norma sea correcta tienen que haber participado en el dialogo todos los afectados por ella; tienen que haberlo hecho según las reglas, en condiciones de simetría; y la norma se tendrá por correcta solo cuando todos los afectados la acepten porque les parece que satisface intereses universalizables. El acuerdo sobre la corrección moral de una norma no puede ser nunca un pacto de intereses individuales o grupales, fruto de una negociación, sino un acuerdo unánime, fruto de un dialogo sincero en el que se busca satisfacer intereses universalizables.
Dado que las personas son interlocutoras validas para determinar la corrección de las normas que les afectan, podemos decir que son dignas de recibir un doble tipo de trato:
1.      En primer lugar sus intereses deben ser tenidos en cuenta al tratar sobre normas que les afectan.
2.      En segundo lugar, el hecho de que sea a través del dialogo como determinamos qué normas van a ser correctas, plantea con respecto a los interlocutores potenciales una serie de exigencias que tiene que ser satisfechas.

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