La fidelidad conyugal
Sólo la muerte
puede desatar el vínculo que los une. Los esposos prometen solemnemente ante
Dios, su cónyuge y la sociedad, que se amarán uno a otro hasta que la muerte
los separe, con una donación total y sin reservas de sí mismos. “En Cristo,
Dios asume esta exigencia humana, la confirma, la purifica y la eleva
conduciéndola a la perfección con el sacramento del matrimonio” (FC 19).
Esta fidelidad conyugal es la primera forma
de la castidad conyugal. La fidelidad conyugal refleja la fidelidad de Cristo a
la Iglesia. Todo atentado a esta fidelidad es percibido desde la fe como una
falta contra este misterio de alianza. La dimensión sacramental del matrimonio,
el compromiso de Dios, es lo que funda la indisolubilidad del matrimonio.
La fidelidad está
henchida de generosidad porque requiere que los dos limiten las exigencias del
deseo, superen los malos entendidos y conflictos y se pongan al servicio de la
vida, espiritualizando lo carnal y encarnando lo espiritual, así como siendo
modelo para sus hijos. La fidelidad esta inscrita en el amor. La fidelidad
matrimonial es una participación en la fidelidad de Dios, y esta fidelidad se
manifiesta en el sacramento del matrimonio por la indisolubilidad.
La castidad conyugal
La virtud cristiana de la castidad conyugal
regula la actuación de la sexualidad humana dentro del matrimonio según la
recta razón iluminada por la fe. Tratara de unir las inclinaciones de la carne
con las del espíritu a fin de integrarlas y ponerlas al servicio del amor. Todo
empleo no amoroso de la dimensión sexual humana supone una degradación de lo
que debe ser expresión personal de amor.
El placer
sexual
La virtud de la
castidad deberá servirse del dinamismo de nuestras tendencias carnales,
evitando una represión que lleva al no cumplimiento de los deberes
matrimoniales y exigiendo por otro lado una justa moderación en las
relaciones conyugales. De este modo los actos con los que los esposos se unen
entre sí intima y castamente, son honestos y dignos, y, ejecutados de un modo
verdaderamente humano, significan y fomentan la entrega mutua por la cual con
ánimo alegre y satisfecho mutuamente se complementan. Junto a la intención
procreadora, existe también la experiencia gratificante del placer sexual y la
intención de la intima comunión de dos personas, superando una concepción
meramente biológica de la sexualidad y colocando la sexualidad humana al nivel
de la persona, de la totalidad del ser.
Dimensión
unitiva y procreadora
Toda relación sexual
debe tener a la vista la paternidad. El hijo es el fruto en que una pareja se
une en una común tarea creadora y educativa. El hijo como fruto del amor mutuo
constituye la realización y plenitud del amor compartido de los cónyuges.
El dominio de la sexualidad
Los matrimonios
deben capacitarse en el dominio de la sexualidad desde el inicio de la vida
conyugal. El intento único de la satisfacción personal para los dos, en que
cada uno se convierte en objeto de placer del otro, evitando además el riesgo
de procreación, envilece el amor. La castidad conyugal liga entre sí con lazo
indisoluble, las legítimas expresiones del amor conyugal con el servicio a Dios
en la misión de trasmitir la vida que proviene de él. No es la abstención de
toda ternura matrimonial y de la entrega total, sino la mutua entrega completa
y rebosante de cariño, lo que constituye el verdadero núcleo y eje de la pureza
matrimonial. La relación conyugal es expresión de amor en el respeto al otro; y
esta relación no es acto de amor si no esta abierta a la fecundidad, la misma
que no se reduce solo a la procreación sino se amplia a todos los frutos de la
vida moral, espiritual y sobrenatural.
El acto
sexual, expresión de amor y de servicio a la vida
El acto sexual debe
considerarse como auténtica expresión de amor (sentido unitivo), y se puede
afirmar que todo acto conyugal correctamente realizado supone una renovación de
la alianza matrimonial. La castidad conyugal exige también que la intimidad
sexual sirva a la vida, es decir que este al servicio de la procreación.
El servicio de esta
doble función unitiva y procreadora del acto conyugal puede exigir en ocasiones
una sexualidad contenida o no actuada, por ejemplo en caso de gestación
avanzada, puerperio, enfermedad, separación física. Esta sexualidad contenida
gracias a la virtud de la castidad, debe expresar y promover el amor conyugal,
amor que sabe de sacrificio, de dominio, de respeto, de delicadeza, de espera,
de fidelidad. La castidad regula también la sexualidad actuada, promoviéndola
en su significado más profundo. La castidad conyugal bien entendida ayuda a
superar un cierto puritanismo por lo que al ejercicio de la sexualidad en la
intimidad conyugal se refiere.
Espiritualidad matrimonial
La familia es la
más íntima y profunda sociedad natural fundada sobre el amor. El recto amor
entre los esposos y entre padres e hijos es la mas perfecta imagen del amor
trinitario. El amor conyugal tiende a la
donación total, exclusiva y perenne de si mismo al otro cónyuge, y se traduce
en el consentimiento personal irrevocable con el que se establece la intima
comunidad de vida y amor propia del matrimonio. Cada día ha de renovarse la
libre y responsable entrega amorosa. La gran fuerza moral del amor reside en el
deseo de felicidad y de verdadero bien para la otra persona. La familia es
una comunidad de relaciones
interpersonales intensas, entre esposos, padres e hijos, entre generaciones.
En la familia el
hombre se hace verdaderamente a si mismo a imagen y semejanza de Cristo cuando
comprende que su dignidad está en entregarse con amor a su esposa. La esposa y
madre se hace una persona cristiana perfecta en el don confiado de si misma al
esposo y en su entrega a los hijos.
Cuanto más se amen entre si los miembros de una familia, tanto mas
encontrarán su verdadero yo, una fuerza y capacidad semejante a la de Dios de
dar el amor y sentirlo con alegría. Una familia cristiana no es una familia
libre de conflictos sino una familia que tiene capacidad de resolverlos.
La familia, Iglesia doméstica
Los esposos tienen
entre si un deber mutuo de santificación y de reciproca asistencia espiritual.
Cada uno debe procurar la santificación y salvación del otro y de los
hijos. La profesión de fe ha de ser
continuada en la vida de los esposos y de la familia. La vida familiar debe
suponer la oración en común. La familia cristiana es el primer ámbito para la
educación en la oración. Fundada en el sacramento del matrimonio, es la Iglesia
doméstica donde los hijos de Dios aprenden a orar en Iglesia y perseverar en la
oración.
El influjo
educacional de la familia es decisivo. Los esposos deben amar juntos a Cristo,
porque así se amarán cada vez más. La obra procreadora y educadora de los
padres cristianos asume una aspecto decididamente eclesial: se pone al servicio
del crecimiento cuantitativo y cualitativo, del pueblo de Dios, siendo su tarea
educativa un auténtico y verdadero ministerio.
La familia debe ser
una Iglesia doméstica en la que se vive conjuntamente la fe y se forma
una comunidad evangelizadora. Es la comunidad de fe, esperanza y caridad y
posee en la Iglesia una importancia singular. Nuestras familias y todos nosotros, en colaboración
con toda la humanidad, estamos llamados a construir un mundo más humano según
los planes de Dios.
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