La preocupación ecológica parece ser un
signo de nuestro tiempo. El ser humano parece haberse dado cuenta de que su
abuso de la naturaleza no sólo termina por dañar su propia calidad de vida sino
que pone en peligro la misma supervivencia de toda vida en el planeta.
Creyentes y no creyentes parecen estar de acuerdo en la necesidad de proteger
el medio ambiente.
Introducción
Los autores
coinciden en atribuir la introducción de la voz Ecología (Oekologie) al
biólogo alemán Ernst Haeckel (1834-1919), el año 1869, quien la entiende como
el estudio de las relaciones de un organismo con su ambiente inorgánico y
orgánico, en particular el estudio de las relaciones de tipo positivo o
“amistoso” y de tipo negativo (enemigos) con las plantas y animales con los que
convive.
Esta preocupación no es privativa de los
científicos, ha alcanzado todos los estratos de la población, para terminar
convirtiéndose en bandera de múltiples reivindicaciones sociales. También se ha
convertido en el objeto de una especializada reflexión ética.
a)
Paradigmas de la ecología
La ética ecológica
se ha entendido en modos diversos. Cabe destacar dos, el “extensivo” y el
“fundacional”.
El primero sigue el
modelo de los diversos movimientos de liberación para ampliar la comprensión de
lo liberable del ser humano, a los seres sintientes, a los vivientes, y aun a
todo el hábitat natural, al que se llega a reconocer un cierto rango moral y un
derecho a la integridad.
El segundo entiende
que el único sujeto, u objeto, con rango moral indiscutible sería la biosfera o
la “comunidad biótica”.
Hay quien considera
que ninguno de los dos paradigmas es adoptable sin más correctivos. Ni el medio
ambiente puede justificar su propio valor moral, ni se puede afirmar sin más un
antropocentrismo que negase la validez misma del ambiente, como si “la
naturaleza” se hubiese desarrollado sólo para servir de escenario y vivienda al
ser humano.
b)
Ecología y teología
La teología ha
llegado un poco tarde a esa animada discusión sobre el respeto al medio
ambiente y ha tenido que llegar con un cierto talante apologético. La
concepción lineal del tiempo, frente a la visión cíclica de la naturaleza
habría imbuido a la fe judeocristiana de una confianza desmedida en el
progreso. La valoración del hombre como imagen de Dios lo habría convertido en
un dueño despótico del medio. Tal arrogancia humana, generada por el
cristianismo, sería la madre de la ciencia moderna, pero sobre todo, de su afán
de dominio desmedido sobre la naturaleza.
Corresponde a la
antropología teológica mostrar el aprecio que el mundo, en cuanto creación de
Dios, merece para los creyentes en el Dios Creador. Corresponde a la teología
moral subrayar la responsabilidad que al ser humano le compete frente al mundo
que es su casa. Nuestra reciente depredación de la naturaleza se relaciona
íntimamente con nuestra incapacidad de imaginar el futuro desde la fe y el amor
responsable.
El mensaje de Juan
Pablo II con motivo de la
Jornada de la paz de 1990, subrayaba que la paz social, fruto
de la paz con el Creador, exige una especie de gran pacto de paz con toda la
creación.
Perspectivas de la doctrina de la Iglesia
a)
Pablo VI
Insiste en afirmar
que el mandato bíblico “Creced y multiplicaos, llenad la tierra y enseñoreaos
de ella” (Gen 1, 28), no implica una autorización divina para una explotación
inmoderada de la tierra y sus recursos naturales.
En el discurso
dirigido a la XII
Conferencia de la
FAO , en 1963, subraya que “para solucionar el grave problema
de la vida de la humanidad el camino correcto es aumentar las reservas de pan y
de alimento, sin aniquilar ni destruir la fecundidad de la vida”. Asimismo
manifiesta su esperanza de que la intervención de la FAO , más allá de su finalidad
directa, alcance objetivos de orden humano y moral, que interesarían al
progreso no sólo material, sino espiritual del género humano.
Años más tarde se
refiere a la utilización racional de los inmensos recursos que el Creador ha
puesto a disposición del género humano, y no deja de llamar la atención sobre
los riesgos de un progreso salvaje.
“La puesta en obra de estas posibilidades técnicas a un ritmo
acelerado no se actúa sin repercutir peligrosamente sobre el equilibrio de
nuestro medio natural y el deterioro del medio ambiente...Ya estamos viendo
viciarse el aire que respiramos, degradarse el agua que bebemos, contaminarse
los ríos, lagos y océanos... Debéis estar atentos a las consecuencias a gran
escala que implica toda intervención del hombre en el equilibrio de la
naturaleza, puesta en su riqueza armoniosa a disposición del hombre, según el
diseño de amor del Creador”.
Los progresos
técnicos pueden volverse contra el hombre si no son acompañados de un auténtico
progreso social.
En la carta
apostólica Octogésima adveniens (1971), publicada con ocasión del
80º aniversario de la encíclica Rerum novarum, reconoce que el
ser humano ha adquirido bruscamente la conciencia de que “una explotación
inconsiderada de la naturaleza, corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez
víctima de esta degradación”.
El texto de la
carta vincula el problema de la contaminación y de los desechos con otras
formas de destrucción de la sociedad y de la vida, para acercarse así al
horizonte de una ecología social y para terminar invitando a los cristianos a
hacerse responsables, en unión con los demás hombres, del destino común de la
humanidad.
Ya a finales del
pontificado de Pablo VI, el magisterio de la Iglesia católica había incluido plenamente la
preocupación ecológica en el ámbito de su doctrina social, colaborando incluso
a su articulación epistemológica en el marco de la teología moral a la luz y
sobre el principio de la virtud de la caridad, que el concilio Vaticano II
había recomendado como fundamento y norma principal de la moralidad cristiana
(OT 16).
b)
Juan Pablo II
Durante el
pontificado de Juan Pablo II es cuando la preocupación ecológica ha sido
abordada más explícitamente por el magisterio de la Iglesia e incluida
formalmente en su doctrina social.
1.
En el primer año de su pontificado
orientó la catequesis de sus audiencias semanales sobre el libro del Génesis,
insistiendo en la dignidad y belleza de la creación. Al año siguiente nombraría
a san Francisco de Asís como patrono celestial de los ecologistas.
2.
En su primera encíclica Redemptor
hominis (1979), alude al miedo que el hombre contemporáneo experimenta ante
las obras de sus propias manos. El hombre imagen de Dios, lo es por estar
llamado a ejercer una vigilancia responsable sobre el mundo creado:
“Parece que somos cada vez más
conscientes del hecho de que la explotación de la tierra, del planeta sobre el
cual vivimos, exige una planificación racional y honesta...El hombre parece a
veces, no percibir otros significados de su ambiente natural, sino solamente
aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y de consumo. En cambio,
era voluntad del Creador que el hombre se pusiera en contacto con la naturaleza
como dueño y custodio inteligente y noble y no como explotador y destructor sin
ningún reparo” (RH 15)
Es sobre todo en su encíclica Sollicitudo
rei socialis (1987) donde articula un largo y elaborado discurso sobre el
auténtico desarrollo humano, sus posibilidades y sus riesgos.
Tras
referirse al sentido humano del desarrollo autentico, recuerda que un
desarrollo meramente económico ni siquiera puede calificarse como desarrollo y
concluye apelando a la solidaridad entre los hombres y los pueblos para
promover un progreso que incluya el respeto al cosmos. Habría que prestar
atención a algunas consideraciones fundamentales:
a)
Tomar conciencia de que no se
pueden utilizar impunemente las diversas categorías de seres, vivos o
inanimados según las propias e inmediatas exigencias económicas.
b)
Convicción de la limitación de los
recursos naturales, algunos de los cuales no son renovables.
c)
Consecuencias de un cierto tipo de
desarrollo sobre la calidad de la vida en las zonas más industrializadas:
contaminación del ambiente con graves consecuencias para la salud de la
población.
Una
sociedad marcada por el consumo y la competitividad más agresiva no es
compatible con una ecología de rostro humano.
3.
Mensaje para la celebración de la Jornada mundial por la paz
(1990)
Recuerda
la vinculación entre la promoción de la paz mundial y el respeto debido a la
naturaleza. Considera la crisis ecológica como un problema moral, por la falta
de responsabilidad en la aplicación indiscriminada de los adelantos científicos
y tecnológicos y por la falta de respeto a la vida que implican muchas
actuaciones sobre el medio: incalculables posibilidades de investigación
biológica, indiscriminada manipulación genética, desarrollo irreflexivo de
nuevas especies de plantas y formas de vida animal y aun las intervenciones
sobre los orígenes mismos de la vida humana.
Hace
una reflexión sobre la necesidad de un cambio de actitudes en el comportamiento
humano:
“La sociedad
actual no hallará una solución al problema ecológico si no revisa seriamente su
estilo de vida. En muchas partes del mundo esta misma sociedad se inclina al
hedonismo y al consumismo, pero permanece indiferente a los daños que éstos causan.
La gravedad de la situación ecológica demuestra cuan profunda es la crisis
moral del hombre.... Hay una urgente necesidad de educar en la responsabilidad
ecológica: responsabilidad con nosotros mismos y con los demás, responsabilidad
con el ambiente”.
4.
Encíclica Centesimus annus
El
señorío del hombre no sólo no debe ser arbitrariamente ejercido, sino que sólo
puede ser rectamente ejercido cuando el ser humano se apresta a leer en la
dignidad de lo creado y su propia teleología las pautas de su diálogo con el
mundo.
La
explotación inmoderada de la creación revela un grave error deontológico. Al
destruir la naturaleza, el hombre manifiesta desconocer su propia y profunda
verdad. La de su ontológica relación con lo otro, con los otros y con el
absolutamente Otro. La naturaleza no es gobernada sino tiranizada por la
avaricia del hombre y por su descabellado afán de consumo.
La
encíclica aboga por una ecología plenamente “humana”. La tierra es un don de
Dios al ser humano; también el hombre es para sí mismo un don de Dios, en
consecuencia, ha de respetar la estructura natural y moral de la que ha sido
dotado (CA 38).
5.
Catecismo de la Iglesia católica
Incluye
la preocupación ecológica tanto en su afirmación de la dignidad de lo creado
como en las líneas catequéticas sobre la moral cristiana.
El
séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación. Los
animales, plantas y seres inanimados están naturalmente destinados al bien
común de la humanidad, pasada, presente y futura. El uso de los recursos del
universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales. El dominio
concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos
no es absoluto; exige un respeto religioso de la integridad de la creación.
La
consideración del orden creado remite a un compromiso moral inevitable: “El
hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso
desordenado de las cosas, que desprecie al Creador y acarree consecuencias
nefastas para los hombres y para su ambiente”.
El
catecismo subraya la interdependencia y la solidaridad entre todas las
criaturas. “La belleza de la creación refleja la infinita belleza del Creador.
Debe inspirar el respeto y la sumisión de la inteligencia del hombre y de su
voluntad”.
6.
Encíclica Evangelium vitae
Denuncia
la siembra de muertes que se realiza con el temerario desajuste de los
equilibrios ecológicos (EV 10).
La encíclica vincula la ecología con
la bioética:
“Se debe considerar positivamente una mayor atención a la calidad de
vida y a la ecología, que se registra sobre todo en las sociedades mas
desarrolladas, en las que las expectativas de las personas se centran en la
búsqueda de una mejora global de las condiciones de vida. Particularmente
significativo es el despertar de una reflexión ética sobre la vida. Con el
nacimiento y desarrollo de la bioética se favorece la reflexión y el dialogo
sobre problemas éticos, que afectan a la vida del hombre”. (EV 27)
Hay
en la encíclica una referencia muy rica a la postura de los creyentes en ese
proceso universal de concienciación sobre la dignidad del medio y la
responsabilidad ética ante él:
“El hombre, llamado a cultivar y custodiar el jardín del mundo tiene
una responsabilidad especifica sobre el ambiente de vida, o sea, sobre la
creación que Dios puso al servicio de su dignidad personal, de su vida: respeto
no solo al presente, sino a las generaciones futuras. El dominio confiado al
hombre por el Creador no es un poder absoluto, ni se puede hablar de usar y
abusar, o de disponer de las cosas como mejor parezca”.
Reflexión cristiana sobre la ecología
a)
Sobre los fundamentos
1.
Apelación a la Sagrada Escritura
En el Antiguo Testamento se constata
la persistencia de la referencia a la creación del ser humano como imagen de
Dios (Gén 1, 28). Su iconalidad es considerada en términos de responsabilidad y
de colaboración con Dios en la con-creación y gobierno del mundo creado. Una
colaboración que excluye la tentación del dominio absoluto y del expolio de la
naturaleza creada.
En
el Nuevo Testamento resultan estimables las leves referencias que hace la
doctrina social de la Iglesia
a la centralidad crística del universo (Col 1, 20; Ef 1, 9-10).
Los
textos paulinos vinculan con el hombre a la creación esclavizada en la ardiente
espera de la libertad gloriosa de los hijos de Dios, que también sobre ella
habrá de rebosar (Rom 8, 20-21).
2.
La otra fundamentación la
encuentra la doctrina social de la
Iglesia en la observación de la realidad social, a través de
la cual profesa escuchar la voz de Dios, como en las mismas mediaciones
racionales.
De
una reflexión puramente admirativa de la naturaleza se ha pasado a una
reflexión “conservacionista” y en cierto modo antropocéntrica sobre la
naturaleza contaminada por las obras del hombre y por el progreso tecnológico.
En los últimos documentos se percibe el eco de las modernas reflexiones
sociológicas y filosóficas que insisten en una ecología social y propugnan un
reconocimiento jurídico y practico de los derechos de los animales, vegetales y
hasta de los elementos inanimados. Los documentos recientes de la doctrina
social de la Iglesia
insisten en la solidaridad del ser humano con los demás habitantes no humanos
del planeta.
b)
Consecuencias éticas
El respeto hacia el
mundo creado puede y debe convertirse en objeto explicito de la reflexión
moral. Se trata de que el amor a la vida, la reflexión sobre los vivientes, el
cuidado por la vida y su hogar impregnen toda la reflexión ética.
1.
Ecología y virtudes morales
La
prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, son los goznes de una
nueva y necesaria relación con los demás y con lo demás: con un objeto.
Las
cuatro virtudes cardinales delinean una silueta moral para el hombre, su auto
comprensión y la cultura por la que desearía sentirse arropado.
La
apelación a la prudencia en el uso de los recursos del planeta; la apelación
ala justicia remite a la dialéctica entre los derechos del hombre y los de las
otras criaturas; la fortaleza es entendida como esfuerzo para dominar
racionalmente la sed del dominio sobre la naturaleza; la templanza destinada a
moderar el uso inmoderado de recursos.
2.
Teología y virtudes teologales
a)
Con la Fe
Creer
en un Dios Creador significa proclamar la bondad del Creador y la grandeza de
su criatura, y aceptar el honor y el deber de la colaboración en la tarea de
una creación continuada.
b)
Con la esperanza
La
vivencia y la teología de la esperanza, al anticipar el futuro del hombre y el
futuro de la creación, se revelan como promotoras de la acción y el compromiso
moral.
c)
Con el amor
El
amor pasa en primer lugar por el reparto equitativo de los bienes de la tierra,
por el uso respetuoso y justo de sus recursos y por la igualdad a la hora de
disponer de los residuos molestos y tóxicos generados por el mismo progreso
técnico. La crisis ecológica pone en evidencia la urgente necesidad moral de
una nueva solidaridad en las relaciones entre los países en vías de desarrollo
y los altamente industrializados.
La
caridad promueve la justicia entre los pueblos que hoy viven en la tierra. Pero
también ha de imaginar y preparar la casa que han de encontrarse y disfrutar
las futuras generaciones. Toda intervención en un área del ecosistema debe
considerar sus consecuencias en otras áreas y en le bienestar de las
generaciones futuras.
En la teología cristiana
las virtudes morales y teologales se unen así en la promoción de una nueva
cultura de paz con la creación, en la tarea moral de una responsabilidad
individual, comunitaria y estructural ante el medio ambiente.
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