El SIDA se ha convertido en la
más peligrosa de las amenazas actuales contra la vida y la salud. El primer caso fue descrito en Nueva York en 1979,
pero el origen viral de la enfermedad no se estableció hasta 1983-1984 por Luc
Montagnier en el Instituto Pasteur de París.
Informe HIV/SIDA 2004, ONU
Total de infectados:
38.000.000
Contagios
por año: 5.000.000
Muertes por año: 3.000.000
Tendencia: crece la epidemia
El sur
de África sigue siendo la región más afectada, mientras que en Asia se registró
un crecimiento muy importante de la tasa de infección. Los niveles de
infecciones más altos los tiene India, con 5 millones de casos, y África del
Sur con 5.3 millones. Pero cuando uno mira las tasas de crecimiento en los
últimos años, nota que se da en los países asiáticos, como China, Vietnam e
Indonesia.
En
América Latina se estima que hay 1.6 - 2 millones de infectados. El año pasado,
unas 200 mil personas contrajeron el virus y otras 84 mil murieron. En Europa, España es el país con mayor incidencia de la
enfermedad, y ocupa el segundo lugar (después de EEUU) en número de casos en el
mundo occidental.
El SIDA
(síndrome de inmunodeficiencia adquirida) es el estado final de la infección
crónica producida por el retrovirus VIH (virus de la inmunodeficiencia
humana). Es una enfermedad que anula la capacidad del sistema inmunológico para
defender al organismo de múltiples microorganismos, produciéndose graves
infecciones oportunistas y neoplasias de curso agresivo.
Se
transmite por la sangre, por contacto homo o heterosexual, a través de la
placenta desde la madre infectada al feto y posiblemente a través de la leche
de la madre infectada. Las transfusiones sanguíneas fueron una vía de
transmisión importante antes de que se desarrollara una prueba fiable para la
detección del virus en sangre. Uno de los mecanismos principales de transmisión
y difusión de la enfermedad es el uso por drogadictos, de agujas contaminadas
con sangre infectada.
La
simple convivencia (sin relaciones sexuales y sin compartir objetos personales
como máquinas de afeitar o cepillos de dientes) y la donación de sangre, no son
factores de riesgo. El virus VIH permanece silente durante un tiempo variable
en el interior de las células T infectadas, y puede tardar hasta diez años en
iniciarse la enfermedad.
Esta es
la definición técnica, pero se puede decir que el SIDA no es sólo una
enfermedad, sino que va asumiendo las proporciones de un hecho social de
primera importancia. En consecuencia constituye para la ética una provocación
formidable, sobre todo porque sus raíces epidemiológicas se hunden en un
terreno en el cual tiene gran importancia el comportamiento de las personas.
En
realidad, más que una enfermedad, constituye una encrucijada de tres
“epidemias” separadas aunque interdependientes: la de la infección del virus
(VIH); la de la enfermedad (SIDA) propiamente; y la de las múltiples reacciones
– social, cultural, económica y política – ante la presencia de las dos
epidemias anteriores. La enfermedad adquiere otras connotaciones que la agravan
todavía más.
El SIDA
ha planteado muchos dilemas legales y éticos: se puede
mencionar el análisis de anticuerpos en todos los ciudadanos o en poblaciones
particulares (por ejemplo, en los suscriptores de seguros de vida), la
discriminación en la vivienda, el trabajo o los tratamientos médicos, y la
confidencialidad en el manejo de datos clínicos, o la notificación a las
parejas sexuales.
El SIDA es todo un complejo
de enfermedades que desafían nuestra responsabilidad tanto en el momento de
articular los medios adecuados de prevención, como a la hora de aplicar los
métodos correctos de análisis y control y, más aún, en el cuidado de los
pacientes afectados.
DOCTRINA DE LA IGLESIA
La
aparición del SIDA ha atraído la atención de los episcopados de muchos países
del mundo.
El Papa
Juan Pablo II ha tenido ocasión de hablar repetidas veces sobre este tema,
dirigiéndose a los investigadores, al personal médico-sanitario y especialmente
a los mismos enfermos afectados.
El
documento más interesante es el discurso pronunciado en el marco de la Conferencia Internacional
sobre el SIDA, promovida por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los agentes
sanitarios.
En
primer lugar subraya la ilicitud de algunos medios propuestos para combatir
la enfermedad:
“La Iglesia , segura intérprete
de la ley de Dios, y experta en humanidad, se preocupa no sólo de pronunciar
una serie de ‘nos’ ante determinados comportamientos, sino sobre todo de proponer
un estilo de vida plenamente significativo para la persona. Indica con vigor y
gozo un ideal positivo, en la perspectiva de la cual deben comprenderse y
aplicarse las normas morales de conducta.
A la
luz de tal idea parece profundamente lesivo a la dignidad de la persona y, por
tanto, moralmente ilícito, propugnar una prevención de la enfermedad basada en
el recurso a medios y soluciones que violan el sentido auténticamente humano de
la sexualidad y son un paliativo para ese hondo malestar, donde se reclama la
responsabilidad de los individuos y de la sociedad: y la recta razón no puede
admitir que la fragilidad de la condición humana, en vez de motivo de mayor
dedicación, se traduzca en pretexto de una claudicación que abra el camino de
la degradación moral.”
El Papa se dirige también a los enfermos
afectados:
“Hermanos
en Cristo, que conocéis toda la aspereza del camino de la cruz, no os sintáis
solos. Con vosotros está la
Iglesia , sacramento de salvación, para sosteneros en vuestro
sendero difícil. Esta recibe mucho de vuestro sufrimiento afrontado con la fe;
está cerca de vosotros con el consuelo de la solidaridad activa de sus miembros
para que no perdáis jamás la esperanza. No olvidéis la invitación de Jesús:
Venid a mí todos, todos los que estáis fatigados y
sobrecargados, y yo os daré descanso (Mt 11, 28)”.
El Papa se ha referido también al
significado antropológico que tal enfermedad encierra y a las preocupaciones
que, en consecuencia, comporta. Al mismo tiempo recuerda las responsabilidades
morales de los cristianos con relación a los pacientes y propugna un
renacimiento de la responsabilidad moral:
“El
drama del SIDA amenaza no sólo naciones o sociedades, sino también a toda la
humanidad. No conoce fronteras de geografías, raza, edad o condición social.
Esta epidemia, a diferencia de las otras, va acompañada de una inquietud
cultural única, que deriva del impacto del simbolismo que sugiere: las
funciones generadoras de la sexualidad humana y la sangre, que representa la
salud y la vida misma, se convierten en vehículos de muerte...
Los
miembros de la Iglesia
seguirán desempeñando su papel en el cuidado de los que sufren, como Jesús
pidió a sus seguidores que hicieran (cf. Mt 25,36), y promoviendo una
prevención que respete la dignidad de la persona humana y su destino
trascendente. La Iglesia
esta convencida de que, sin un renacimiento de la responsabilidad moral y una
reafirmación de los valores morales fundamentales, todo programa de prevención
basado sólo en la información será ineficaz e incluso contraproducente. Aún más
perjudiciales – por su falta de contenido moral y la falsa seguridad que
ofrecen – son las campañas que implícitamente promueven unos modelos de
comportamiento que han contribuido en gran medida a la expansión de esta
enfermedad”.
En todos los documentos que a este
problema han dedicado numerosas conferencias episcopales, se observa una gran
preocupación por los aspectos humanos de la enfermedad, una verdadera solicitud
por los enfermos y un común acento en la exhortación a los cristianos para que,
muestren hacia ellos una dedicación generosa y eficaz.
ESTRATEGIAS DE PREVENCIÓN
Por el
momento es una enfermedad incurable, que no hace discriminación de razas,
edades o clases sociales. Tampoco se encuentra con exclusividad en los “culpables”
de un comportamiento inadecuado, como subrayan obispos norteamericanos.
A pesar
de las grandes inversiones en el campo de las investigaciones, todavía es
utópico el hallazgo de una cura adecuada contra el virus, por lo tanto si la
infección ya presente, va a persistir durante toda la vida de los enfermos, se
hace obligatorio, desde el punto de vista ético, extremar las estrategias de
prevención.
Entre
los medios de prevención se menciona habitualmente la introducción de una
extensiva modificación conductual, especialmente en el comportamiento sexual,
así como la utilización cuidadosa y extensiva de análisis y el aislamiento de
las personas ya afectadas. Cada uno de ellos suscita numerosos conflictos
éticos que en modo alguno son fáciles de resolver.
Modificación de conductas
La
modificación del comportamiento sexual exigirá siempre una referencia más
amplia a una educación moral general que tenga en cuenta el sentido de la vida
y sus valores.
La
cuestión del uso de preservativos ha sido abordada generalmente con un excesivo
simplismo. El documento de los obispos norteamericanos se ha pronunciado con un
inestimable realismo:
Viviendo
en una sociedad plural, se sabe que no todos comparten nuestra concepción de la
sexualidad humana. Admitimos que los programas educativos públicos, dirigidos a
una amplia audiencia, tengan en cuenta el hecho de que la conducta de muchos no
corresponderá a lo que podrían y deberían hacer; y de que sus conductas
sexuales o en materia de droga, muchos seguirán comportamientos susceptibles de
trasmitir el SIDA. En semejante situación, los esfuerzos educativos basados en
los planteamientos morales antes indicados podrían incluir una información
exacta sobre los medios profilácticos u otras prácticas propuestas por
especialistas médicos, como medios potenciales para prevenir el SIDA. Al
pronunciarnos en este sentido no estimulamos el uso de preservativos, solamente
damos una información que forma parte de un cuadro global en realidad.
Aún
aceptando la sabiduría de este realismo, todavía sería preciso hacer algunas
distinciones. En el caso de las relaciones sexuales matrimoniales en una pareja
en la que uno de los cónyuges está infectado, se replantean las cuestiones
relativas al conflicto de valores y deberes. Consideramos que el uso del
preservativo sería lícito en virtud del principio del doble efecto, aunque
conocemos la opinión de los que niegan tal aplicabilidad al referirse a la
malicia intrínseca y objetiva de la anticoncepción.
En otro
tipo de relaciones sexuales, el consejo de utilizar profilácticos parece
favorecer un cierto reduccionismo antropológico y desviar el centro de la
preocupación ética. Conviene recordar la resolución del Consejo ejecutivo de la OMS de 1992, en la que afirma:
“La OMS quiere
que se sepa que sólo la abstinencia sexual o la absoluta fidelidad eliminan el
riesgo de infección”. En otro documento del mismo año, se proclama que “sólo la
abstinencia sexual o una mutua fidelidad de por vida entre parejas no
infectadas eliminan totalmente el riesgo de enfermedades sexualmente
trasmisibles”.
Por
otro lado, la eventual propuesta sanitaria del aborto, indicado para las madres
que se descubran como seropositivas, no vendría sino a promover o sancionar
otro tipo de problema ético, tan grave como el que se intenta solucionar.
Así
pues, tanto el consejo de una abstinencia sexual completa a la pareja, en la
que uno de los cónyuges resulta seropositivo, cuanto la proposición del aborto
en los casos en los que la mujer gestante es portadora de la la infección
vírica, pasando por la oferta indiscriminada de profilácticos, todos los medios
de prevención social y sanitaria relativos al ámbito de la relación sexual
constituyen otras tantas encrucijadas de difícil resolución.
Medidas de prevención
Los
medios de prevención relativos a otras
actividades de riesgo, como las vinculadas con la donación de sangre o
productos de la sangre, plantean problemas éticos teóricamente más sencillos y
que habitualmente se resolverían con una mayor responsabilidad tanto por parte
del donante como por parte de la institución sanitaria, que está llamada a
extremar las medidas preventivas.
Prevención y drogodependencia
Especiales
dificultades suscitan las medidas preventivas referidas a la modificación de
conducta en las actividades de las personas fármaco dependientes.
Los
programas encaminados a prevenir la trasmisión del VIH por medio de un cambio
de conducta requerirían el esfuerzo de una amplia información dirigida al público
en general, a los grupos de riesgo, a los individuos particulares y a los
diversos trabajadores sociales. Sería necesario además, esforzarse por crear un
ambiente social de apoyo, más que de marginación, hacia los afectados, y
articular unos adecuados servicios sociales y de salud.
METODOS DE ANÁLISIS Y CONTROL
En este
contexto se sitúa el más complejo de los problemas ético-sanitarios, es decir,
el del conflicto de la sanidad pública versus la libertad individual.
Voluntariedad-obligatoriedad
Parecería
que el control de los eventuales infectados por el virus debería ser
absolutamente voluntario y confidencial con el fin de no ir contra el derecho
de la persona a u propia dignidad y privacidad; sin embargo, del otro lado está
el derecho de los demás ciudadanos y de la sociedad entera a disfrutar de un
nivel adecuado de salud.
En
estos conflictos de valores y deberes, suele acudirse a algunas soluciones
moderadas. A veces se recurre a campañas educativo-preventivas en gran escala
que tratan de convencer a los ciudadanos sobre la oportunidad de someterse
voluntariamente a un determinado tipo de control, con el fin de adelantar
medidas terapéuticas, de ser posible preventivas. Así se trata de compaginar el
derecho del individuo con el derecho de la comunidad. Es evidente que en caso
de enfermedades como el SIDA, estigmatizadas por la sociedad, tal presentación
voluntaria a centros de control ha de ser “socialmente” reconocida, motivada y
hasta premiada.
En
otras ocasiones, las autoridades pueden imponer el control de forma
condicionada, como un requisito previo para el acceso a determinados puestos de
responsabilidad en la sociedad.
Realización del control
La
realización misma del control plantea una serie de interrogantes, por ejemplo
lo que respecta a la invasión de la privacidad y la libertad de las personas.
La mayor parte de las declaraciones de derechos del enfermo, reconocen a éste
el derecho a que sea mantenida en secreto su eventual permanencia en algunas
instituciones hospitalarias. De igual forma, el individuo puede sentir
disminuidas sus capacidades sociales, de relación o de trabajo, por el mero
hecho de haberse sometido a un control de detección del SIDA.
Surgen
otros problemas como los relacionados a los costos económicos y su eventual
subvención por organizaciones públicas o privadas de asistencia médica. En algunos
países estos análisis resultan prohibitivos para las personas de escasos
recursos.
Otros
problemas se relacionan con las preguntas sobre la misma fiabilidad de los
análisis, teniendo en cuenta las inquietudes que podrían desencadenar; sobre el
temor a la intromisión de extraños y la consiguiente perdida de
confidencialidad; y sobre todo, con el temor a la discriminación social.
Los destinatarios del control
No es
fácil determinar quiénes son las personas que deberían ser sometidas a
análisis.
Parece
que el screening debería ser obligatorio para los “grupos de alto riesgo”; pero
no es fácil, argumentar a favor de la obligatoriedad de los controles
sanitarios.
Se dice
a veces que en el área del mundo occidental el control debería llevarse a cabo
sobre grupos especialmente expuestos, como los presos, las prostitutas, los
drogadictos, los inmigrantes, los pacientes admitidos a los hospitales, las
gestantes, los individuos a los que se han confiado secretos de Estado y todos
los que soliciten licencia matrimonial. Esta lista de personas, plantea una
serie de interrogantes sobre la situación de marginalidad previa o de
discriminación en que son mantenidos algunos de estos grupos.
En
cuanto a los pacientes que ingresan a los hospitales, el problema surge especialmente
cuando no son capaces de firmar el consentimiento informado requerido para la
prueba y se necesita el de sus familiares o personas responsables. En estos
casos la misma confidencialidad del análisis y su resultado parece entrar en
conflicto con la necesidad de recabar el consentimiento de los representantes
legales del paciente.
Ante
una operación quirúrgica hay quien se pregunta si no habría que someter a
control al personal medico-sanitario que ha de tomar parte en la misma. En el
caso de que se negaran, ¿habría que prohibirle tomar parte en la intervención?
El derecho a la confidencialidad, que también asiste al personal
medico-sanitario, puede entrar en conflicto con el derecho del paciente a su
seguridad.
En
cuanto a la pregunta por el derecho al matrimonio y la posibilidad de su
prohibición a las personas afectadas por el VIH, el tema ha entrado en alguno
de los recientes estudios de ética médica.
Algunos autores como Orville Griese,
opinan:
“Sería
moralmente equivocado para un individuo que está proyectando casarse y que
sospecha es portador /ra del VIH, dejar deliberadamente de someterse a un
proceso de análisis del SIDA o retener en secreto su condición de infectado/a o
enfermo/a ante el compañero, después de haber obtenido un diagnostico de SIDA”.
Hay
que recordar que en las personas que recibieron hemotransfusiones antes de que
se hiciera rutinario el screening puede existir en latencia un depósito de
infección. También aquí habría que preguntarse si no hubiese que someter a
examen a estas personas que, aun sin saberlo, pueden encontrarse en el grupo de
riesgo. El problema se complica si hubiera que extender el examen a las
personas con las que han mantenido relaciones mas intimas.
Utilización de datos
1.
Comunicación de los datos
En
todos los estudios de deontología médica se trata la cuestión de la oportunidad
de informar al paciente sobre su verdadero estado. Siempre es necesario un
balance que valore los riesgos y las ventajas de la revelación al paciente de
su verdadera situación, más aun cuando esta es fatalmente irreversible. En los
casos de un resultado positivo para VIH parece que habría que informar tanto a
los pacientes como a sus familiares y compañeros sexuales o solicitar la
colaboración del paciente en relación a esa información.
La
misma estructura psicológica del paciente con SIDA requiere un ejercicio de
extremada prudencia, sobre todo en los casos en que es previsible un grado de
desesperación que podría desembocar en el suicidio.
Hay ocasiones en
que el deseo de saber no equivale al derecho a saber toda la verdad. Es preciso
comunicar la parte de la verdad que el paciente esta preparado para tolerar.
2.
Ocultamiento de los datos
Si
se archivan los datos sobre los pacientes que han sido detectados como
seropositivos, será difícil proteger a su familia o a su compañero/a sexual,
prevenir infecciones perinatales, evitar la transmisión del virus por medio de
hemo-exposiciones.
Cuando
el equipo medico-sanitario se encuentra con un paciente seropositivo surge un
conflicto entre la confidencialidad que le es debida y la necesaria protección
de todos sus contactos y de toda la sociedad.
De
ahí que, a propósito del SIDA, se plantee la posibilidad de una excepción
respecto a la obligatoriedad del secreto profesional.
El
problema es mas claro en los casos en que un equipo médico, o las autoridades
hospitalarias, pretendieran ocultar los datos obtenidos por el análisis clínico
y no hicieran constar la presencia del VIH o del SIDA, como causa de un deceso,
con el fin de proteger el prestigio del establecimiento o bien la privacidad y
los sentimientos de la familia del paciente. Aquí el derecho de la sociedad a
unos ciertos niveles de seguridad sanitaria habría de prevalecer sobre el
derecho individual.
3.
Recalcitrantes e
irresponsables
Las
reacciones de los pacientes, una vez informados, pueden ser muy diversas.
Algunos por debilidad o por otras causas, prefieren continuar con el estilo de
vida que los ha colocado en el “grupo de alto riesgo” y los ha llevado a la
enfermedad. Otros pretenden ignorarla, aun con grave riesgo para las personas
que comparten algunos espacios o actividades de su vida. Otros parece que en su
desesperación, han decidido contagiar a otras personas y aun utilizar el miedo
al contagio como instrumento de chantaje.
En el documento de
los obispos norteamericanos se menciona:
“Toda persona considerada como sujeta
al riesgo de haber sido expuesta al virus del SIDA tiene por tanto la grave
responsabilidad moral de velar para no exponer a una tercera persona a una
eventual contaminación. Eso significa que cuando tal persona proyecta un
matrimonio, se compromete en una relación sexual, proyecta donar su sangre o
hacer donación de un órgano, tiene la responsabilidad moral de someterse a una
prueba de detección de SIDA y debería obrar de forma que no cause daño a otro”.
Puede
suceder que el afectado esté decidido a prestar atención solamente a un cierto
cálculo de costos y utilidades. El paciente ha visto que otros han sido
marginados, en consecuencia evitara manifestar su situación durante el mayor
tiempo posible, con el fin de que la manifestación de su enfermedad no
disminuya sus posibilidades de relación.
Tanto
el personal medico-sanitario, como los trabajadores sociales y la sociedad
entera, habrían de intentar crear un clima tal que no haga pensar al enfermo
que la manifestación de su estado de salud va a suponer una mayor marginación.
CUIDADO DE LOS PACIENTES
a)
Tratamiento de enfermedades
incurables
Nunca ha sido
fácil el tratamiento de las enfermedades de pronóstico “infausto”. La
dificultad surge a veces por parte de
los mismos profesionales que, ante
estas enfermedades, podrían rehusar el
tratamiento. Las motivaciones son diversas: los costos económicos y
humanos son inútiles en la practica o poco rentables; urgencia de atender a
otros pacientes que ofrezcan la esperanza de resultados más alentadores; se
magnifica la posibilidad de contagio.
En otras
ocasiones las dificultades provienen de los mismos pacientes. Su situación de
depresión frecuente o perdida de la memoria hace problemático el intento de
obtener el consentimiento, tanto para un tratamiento ordinario cuanto para una
terapia experimental. Igualmente será difícil obtener un consentimiento
informado para proceder a la utilización de medios extraordinarios de mantenimiento
o reanimación, o por el contrario para el retiro de tales medios en el caso de
que sean considerados desproporcionados.
Estas
circunstancias colocan el tratamiento de los enfermos de SIDA ante dos
problemas éticos, el de las eventuales decisiones distanásicas o adistanásicas
y el del paternalismo profesional.
Respecto a este
tema se han manifestado los obispos norteamericanos exhortando a ofrecer a los
enfermos terminales del SIDA un acompañamiento efectivo, extremadamente
importante en estos casos.
b)
Experimentación con los
enfermos
Igualmente
problemática resulta desde un punto de vista ético, la determinación de la
terapia aplicable a los enfermos afectados por el SIDA, ya que toda terapia es
tentativa y de alguna manera experimental.
A favor de la
licitud de la terapia experimental se puede invocar la necesidad apremiante de
poner en uso y rápidamente todos los medios terapéuticos disponibles, por
escasas que sean las esperanzas. En contra de tal determinación estarían los
peligros que encierran los ensayos terapéuticos, sobre todo si se prolongan
demasiado.
c)
Inhibición de sanitarios
Un
problema especialmente dramático es el que se origina cuando algunos médicos y
sanitarios se rehúsan a atender a estos pacientes por prevenir un posible contagio.
Se ha escrito en defensa de esta decisión.
Varias asociaciones médicas han calificado como “deber” para los médicos la
prestación de cuidados a estos pacientes, aunque no pretenden imponer el
cumplimiento de tal “deber”, al tiempo que sugieren a los médicos que no puedan
o no estén capacitados para esta atención que deriven los pacientes a médicos o
instituciones que les puedan ofrecer estos servicios.
Ante este problema los obispos norteamericanos se han pronunciado:
“Estamos muy preocupados por la
actitud de ciertos profesionales de la sanidad o de instituciones que trabajan
en este campo, que rehúsan aportar los cuidados médicos o dentales a personas
expuestas al virus del SIDA o que se presumen ser sujetos de riesgo. Pedimos
que no olviden su obligación moral general, aun observando las reglas y
procedimientos médicos habituales, de aportar sus cuidados a todas las
personas, incluidas las que están expuestas al SIDA”.
Algunos
médicos aducen como razón para tal rechazo el propio “derecho” a seleccionar
sus propios pacientes, o bien afirman que el SIDA no existía cuando ellos
cursaban sus estudios, de forma que mal pudieron comprometerse, en su
contrario, con la sociedad, a prestar sus servicios y asistencia a unos
enfermos que todavía no existían como tales y cuya enfermedad era aún
desconocida.
Por
una elemental razón de humanidad, el paciente, cualquiera que sea su
enfermedad, ha de ser tratado con los medios disponibles en cada momento
histórico y en cada lugar concreto. Tal tratamiento incluye la adopción de las
precauciones necesarias por parte de los que están llamados a prestarle su
asistencia.
Habría
que recordar que los códigos de ética médica impiden a los profesionales de la
salud rechazar a un paciente determinado, discriminándolo por razones sociales,
raciales o ideológicas.
Habría
que tener presente que el miedo exagerado al contagio (evitable con una
adecuada profilaxis) no viene sino a delatar un cierto miedo tabuístico que en
algún modo se reduce a las culturas denominadas primitivas, así como a un
juicio moral sobre el paciente que artificialmente trata de establecer
distancias y levantar barreras.
CONCLUSIÓN
La
“plaga” del SIDA constituye un problema que implica numerosas responsabilidades
morales tanto a los individuos particulares como a los gobiernos y a todas las
instituciones sociales. Los diversos aspectos éticos que se descubren en una
consideración elemental sobre el SIDA pueden articularse alrededor de dos
criterios fundamentales: el de la “responsabilización” y el de la
“no-discriminación”.
Cada
persona tiene la responsabilidad ética de abstenerse de actividades de riesgo,
de modificar su conducta, de someterse oportunamente a un proceso de
diagnóstico, y en la medida de lo posible, aceptar una terapia, al tiempo que
ha de extremar sus precauciones para no
contagiar a otras personas.
Los científicos y los responsables
políticos han de procurar multiplicar sus esfuerzos y dedicar la mayor cantidad
de medios para poner fin a este flagelo de la humanidad.
Los
medios de comunicación social deberían informar a la población con seriedad
aunque sin alarmismos. Deberían de ser capaces de superar el mito de presentar
el uso de la droga o la sexualidad indiscriminada como un signo válido de
autoafirmación o de progresismo.
Los
cristianos y especialmente los agentes de pastoral, han de procurar ofrecer a
los hermanos y hermanas afectados por el SIDA todo alivio moral y espiritual de
que sean capaces. Es preciso recordar la gran responsabilidad humana y moral
con la que se enfrentan las personas dedicadas a la enfermería que cuidan
pacientes con SIDA. Junto a la obligación de extremar las medidas
profilácticas, es preciso insistir en la necesidad de poner en práctica otras
medidas humanas. La capacidad de acogida y de atención, la capacidad de escucha
y de “com-pasión”, la cercanía y el apoyo incondicional, todas estas son
señales de excelente profesionalidad, y son, en su caso, los signos
testimoniales del amor cristiano.
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