lunes, 28 de julio de 2014

EL DINAMISMO DE LAS VIRTUDES

La virtud no es una simple actitud que nos refiere a un determinado campo de los valores, sino una connaturalizad con la verdad y con el bien, conseguida no solo por la repetición de actos, sino por la influencia de la gracia y la reflexión humana. La virtud tiene un papel primordial en la vida cristiana.

En la persona humana se dan una serie de inclinaciones y posibilidades que la virtud ha de armonizar. La virtud mira a la construcción y a la armonía del hombre y le permite conquistar el dominio de si mismo frente a la esclavitud del pecado, el puro legalismo y los determinismos e influjos externos.

La virtud da una connaturalizad con la verdad y con el bien, por lo que supone un equilibrio interior en el que radica la madurez humana.

La virtud es un justo medio entre dos extremos; indica siempre perfección. La virtud no consiste en anular pasiones, lo que hace la virtud es dirigir la sensibilidad mediante la razón, encauzándola.

Se requiere al mismo tiempo un cultivo de todas las virtudes, pues si se desequilibra uno en alguna de ellas, esto afecta al conjunto de la persona. Deben crecer armoniosamente.

Aunque el cristianismo admite la existencia de virtudes entre los paganos, en cuanto son disposiciones naturales para el bien, en el cristianismo las virtudes humanas adquieren una nueva dimensión por la vida sobrenatural de fe, esperanza y caridad, de tal modo que la caridad viene a ser dentro de nuestra vida moral como el alma de todas las virtudes.

La vida cristiana tiene que mirar a la perfección, a la virtud, a la connaturalizad con el bien, a la autentica libertad. Se es mas libre cuanto mas lejos se ve de cometer el pecado, cuanto mas atraído se siente para el bien.

Sin eliminar la necesidad de una moral que tenga en cuenta los mandamientos, haya que proponer en la moral la vida de la virtud (como la ha dicho el catecismo) y, en la moral cristiana, el seguimiento de Cristo y la vida de caridad. Hay un principio fundamental en la doctrina de la gracia que debiera orientar toda la moral; es el principio de que tanto uno se libera del pecado (dimensión sanante de la gracia) cuanto mas se acerca a Dios (dimensión elevante). Cuando uno queda anclado en Dios por la gracia, por la vida de fe, esperanza y caridad, adquiere una armonía interior que le aleja del pecado.

Es mirando lo positivo como uno crece en la vida moral y espiritual. Los mandamientos son el mínimo de nuestro amor a Dios y al prójimo, las condiciones necesarias para que nuestro amor no sea una mentira y una hipocresía, pero la moral no se puede quedar en una moral de mínimos sino de máximos, en una tendencia continua hacia la perfección.

LAS PASIONES

La virtud debe armonizar las pasiones sin eliminarlas pues el hombre perdería su sensibilidad y quedaría deshumanizado. En la vida moral no solo actúan el entendimiento y la voluntad, sino también las facultades propias de la vida sensitiva, loas emociones, sentimientos, afectos, los impulsos de la sensibilidad.
Las pasiones son componentes naturales del psiquismo humano, constituyen el lugar de paso y aseguran el vínculo entre la vida sensitiva y la vida del espíritu (CEC 1764). No constituyen por tanto algo negativo, sino que constituyen una de las motivaciones mas frecuentes de las acciones voluntarias: amor, deseo, odio, gozo, tristeza, esperanza, audacia, ira, temor, etc.

En santo Tomas tuvo un sentido especial el tema de las pasiones. Hace ver como los sentimientos y las pasiones pueden contribuir positivamente al acto moral bajo la dirección de la virtud.

Dice el Catecismo refiriéndose a santo Tomas que, en si mismas, las pasiones no son ni buenas ni malas. Solo reciben calificación moral, en la medida en que dependen de la razón y de la voluntad. Las pasiones se llaman voluntarias “o porque están ordenadas a la voluntad, o porque la voluntad no se opone a ellas”. Pertenece a la perfección del bien moral o humano el que las pasiones estén reguladas por la razón.

Las pasiones no deben considerarse como algo negativo que hay que eliminar, sino como una parte del propio ser, que debe integrarse y regularse según las exigencias del bien moral.

Bien encauzadas las pasiones y los sentimientos perfeccionan al ser humano, fortalecen su voluntad y agudizan el entendimiento. La afectividad es parte de la vida humana, y la gracia no elimina ni sacrifica nada de lo natural, solo lo encauza y lo transforma. La gracia no se impone a base de anular los sentimientos. Dice el Catecismo:

“Los sentimientos mas profundos no deciden ni la moralidad, ni la santidad de las personas; son el deposito inagotable de las imágenes y de las afecciones en que se expresa la vida moral. Las pasiones son moralmente buenas cuando contribuyen a una acción buena, y malas en el caso contrario. La voluntad recta ordena al bien y a la bienaventuranza los movimientos sensibles que asume; la voluntad mala sucumbe a las pasiones desordenadas y las exacerba. Las emociones y los sentimientos pueden ser asumidos en las virtudes, o pervertidos en los vicios” (CEC 1768).

“Cuando se vive en Cristo, los sentimientos humanos pueden alcanzar su consumación en la caridad y la bienaventuranza divina” (CEC 1769).

LAS VIRTUDES NATURALES

La prudencia

“La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien, y a elegir los medios rectos para realizarlo”. “El hombre cauto medita sus pasos” (Pr 14, 15)

Es llamada “auriga virtutum”: conduce las otras virtudes indicándoles regla y medida. Es la prudencia quien guía directamente el juicio de la conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar (CEC 1806).

Según algunos autores, la prudencia se definiría como la aptitud del hombre para encontrar lo moralmente recto en la situación concreta. Es dice santo Tomas la “regla recta de la acción”.

Se puede calificar como una virtud moral en cuanto que trata de buscar un juicio recto y ejecutarlo en una situación concreta, buscando los medios adecuados. La prudencia ayuda al recto conocimiento de la situación y a la recta determinación de la conciencia. Le permite reflexionar como puede realizar de la mejor manera el bien en las circunstancias dadas y le hace poner manos a la obra ordenando circunspecta y santamente.

La virtud de la prudencia presupone el juicio de la conciencia que aplica un principio general a una situación particular. Ante la existencia de lo intrínsecamente malo, la prudencia es la primera que obedece a lo que no es sino el bien de la persona. Al sentir de la carne (Rm 8, 6) y a la sabiduría del mundo (1 Co 1, 2) se opone la prudencia cristiana como sentir del Espíritu Santo (Rm 8,6) que tiene en cuenta la ley de Dios.

La prudencia conduce a las otras virtudes indicándoles regla y medida; al mismo tiempo la prudencia presupone la existencia de las virtudes morales y los principios morales que la recta razón alcanza por raciocinio. Dice santo Tomas:

“La razón de ello es porque la prudencia es la recta razón de lo factible; no solo en general sino en los casos particulares. La recta razón pre-exige unos principios de los que procede en su raciocinio. Es necesario que la razón sobre los casos particulares proceda no solo de los principios universales, sino también de los principios particulares”.

La justicia

La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada “la virtud de la religión”. La justicia para los hombres dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado en las Sagrada Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo.

La justicia social recuerda el Catecismo solo se puede conseguir sobre la base de la dignidad trascendente de la persona humana. Toda virtud debe realizarse de acuerdo al principio básico de la dignidad de la persona humana tutelada por los mandamientos. No hay virtud que no se sustente sobre ese principio básico del que mana la ley natural. Todos los hombres somos iguales, en cuanto que creados a imagen y semejanza de Dios; todos poseen una misma naturaleza y un mismo origen; todos gozan por tanto de una misma dignidad.

De ahí surge la igualdad esencial entre todos los hombres que proscribe todo tipo de discriminación. De esa divinidad humana brotan una serie de derechos humanos naturales que deben ser tutelados por la sociedad.
Dice el Vaticano II: “La igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación de vida mas humana y mas justa.” (GS 29)

La autoridad civil tiene la obligación de favorecer un orden social más justo en el que la distribución de la riqueza y de los bienes sociales sea una realidad.

La fortaleza

Es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa.

Es una virtud cardinal, pues toda virtud necesita para su realización de una fuerte resolución ante las dificultades de la vida.

Implica siempre el conocimiento de los valores morales y de la verdad moral, de manera que no puede ceder nunca ante el miedo.

El hombre no puede doblegarse ante los obstáculos que se le imponen para la realización del bien moral, sino que debe superarlos adecuadamente. La resistencia ante el peligro es la más importante contribución de la fortaleza.

San Pablo recomienda: “Sed constantes en la tribulación” (Rm 12,12). Es en el sufrimiento paciente donde se ejercita la virtud de la fortaleza. Requiere perseverancia y paciencia y deberá llegar si el caso lo pide, al martirio, donde la fortaleza alcanza su cumbre.

Es en el martirio donde la fuerza humana queda transformada por la fe. “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4, 13). La fortaleza cristiana ha sacado su fuerza de la fe. Es la fe que vence al mundo (1Jn 5, 4ss).

Cristo pide a los suyos darlo todo por la confesión de su nombre: “el que me confiese a mi delante de los hombres yo le confesare delante de mi Padre” (Mt 10, 32-33).

La cobardía se ha extendido en el mundo y en la Iglesia de modo que siguiendo lo políticamente correcto, se puede medrar. El silencio y el miedo a confesar la verdad van contra la virtud de la fortaleza. La ambición que busca ante todo el propio bien y la vanagloria que solo busca su propia honra o prestigio van también en contra de la fortaleza.

La fortaleza cristiana encuentra su fuerza en el Dios vivo para aquel que hace de Dios su  refugio (Sal 91,9). De quien confía en el dice el  Señor: “Yo le librare, le exaltare, pues conoce mi nombre. Le llamare y le responderé; estaré a su lado en la desgracia, le librare y le glorificare” (Sal 91, 14-15).

La templanza

Es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar para seguir la pasión de su corazón.
La virtud de la templanza tiene como objeto todos aquellos apetitos que tiene por fin la conservación del individuo y del género humano como son el deseo de comida y bebida, el instinto sexual, etc. Todos estos apetitos son positivos y buenos, pero tienen el peligro de obnubilar la razón. La templanza bajo la dirección de la prudencia, trata de regular dichos apetitos para que el hombre no idolatrice los bienes de este mundo y no pierda su libertad ante ellos. Se corre el riesgo de que el placer obnubile la razón y la desvíe de su recto obrar. El placer sexual esta regulado por la razón ya que ha de ejercerse en las condiciones que Dios le ha impuesto en la vida matrimonial. Toda virtud debe contar con los preceptos de la razón humana, pero cuando existe la virtud de la templanza, uno sigue por connaturalizad las exigencias de la razón.

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