La virtud no es una
simple actitud que nos refiere a un determinado campo de los valores, sino una
connaturalizad con la verdad y con el bien, conseguida no solo por la repetición
de actos, sino por la influencia de la gracia y la reflexión humana. La virtud
tiene un papel primordial en la vida cristiana.
En la persona
humana se dan una serie de inclinaciones y posibilidades que la virtud ha de
armonizar. La virtud mira a la construcción y a la armonía del hombre y le
permite conquistar el dominio de si mismo frente a la esclavitud del pecado, el
puro legalismo y los determinismos e influjos externos.
La virtud da una
connaturalizad con la verdad y con el bien, por lo que supone un equilibrio
interior en el que radica la madurez humana.
La virtud es un
justo medio entre dos extremos; indica siempre perfección. La virtud no
consiste en anular pasiones, lo que hace la virtud es dirigir la sensibilidad
mediante la razón, encauzándola.
Se requiere al
mismo tiempo un cultivo de todas las virtudes, pues si se desequilibra uno en
alguna de ellas, esto afecta al conjunto de la persona. Deben crecer
armoniosamente.
Aunque el
cristianismo admite la existencia de virtudes entre los paganos, en cuanto son
disposiciones naturales para el bien, en el cristianismo las virtudes humanas
adquieren una nueva dimensión por la vida sobrenatural de fe, esperanza y
caridad, de tal modo que la caridad viene a ser dentro de nuestra vida moral
como el alma de todas las virtudes.
La vida cristiana
tiene que mirar a la perfección, a la virtud, a la connaturalizad con el bien,
a la autentica libertad. Se es mas libre cuanto mas lejos se ve de cometer el
pecado, cuanto mas atraído se siente para el bien.
Sin eliminar la
necesidad de una moral que tenga en cuenta los mandamientos, haya que proponer
en la moral la vida de la virtud (como la ha dicho el catecismo) y, en la moral
cristiana, el seguimiento de Cristo y la vida de caridad. Hay un principio
fundamental en la doctrina de la gracia que debiera orientar toda la moral; es
el principio de que tanto uno se libera del pecado (dimensión sanante de la
gracia) cuanto mas se acerca a Dios (dimensión elevante). Cuando uno queda
anclado en Dios por la gracia, por la vida de fe, esperanza y caridad, adquiere
una armonía interior que le aleja del pecado.
Es mirando lo
positivo como uno crece en la vida moral y espiritual. Los mandamientos son el mínimo
de nuestro amor a Dios y al prójimo, las condiciones necesarias para que
nuestro amor no sea una mentira y una hipocresía, pero la moral no se puede
quedar en una moral de mínimos sino de máximos, en una tendencia continua hacia
la perfección.
LAS PASIONES
La virtud debe
armonizar las pasiones sin eliminarlas pues el hombre perdería su sensibilidad
y quedaría deshumanizado. En la vida moral no solo actúan el entendimiento y la
voluntad, sino también las facultades propias de la vida sensitiva, loas
emociones, sentimientos, afectos, los impulsos de la sensibilidad.
Las pasiones son
componentes naturales del psiquismo humano, constituyen el lugar de paso y
aseguran el vínculo entre la vida sensitiva y la vida del espíritu (CEC 1764).
No constituyen por tanto algo negativo, sino que constituyen una de las motivaciones
mas frecuentes de las acciones voluntarias: amor, deseo, odio, gozo, tristeza,
esperanza, audacia, ira, temor, etc.
En santo Tomas tuvo
un sentido especial el tema de las pasiones. Hace ver como los sentimientos y
las pasiones pueden contribuir positivamente al acto moral bajo la dirección de
la virtud.
Dice el Catecismo refiriéndose
a santo Tomas que, en si mismas, las pasiones no son ni buenas ni malas. Solo
reciben calificación moral, en la medida en que dependen de la razón y de la
voluntad. Las pasiones se llaman voluntarias “o porque están ordenadas a la
voluntad, o porque la voluntad no se opone a ellas”. Pertenece a la perfección
del bien moral o humano el que las pasiones estén reguladas por la razón.
Las pasiones no
deben considerarse como algo negativo que hay que eliminar, sino como una parte
del propio ser, que debe integrarse y regularse según las exigencias del bien
moral.
Bien encauzadas las
pasiones y los sentimientos perfeccionan al ser humano, fortalecen su voluntad
y agudizan el entendimiento. La afectividad es parte de la vida humana, y la
gracia no elimina ni sacrifica nada de lo natural, solo lo encauza y lo transforma.
La gracia no se impone a base de anular los sentimientos. Dice el Catecismo:
“Los sentimientos
mas profundos no deciden ni la moralidad, ni la santidad de las personas; son
el deposito inagotable de las imágenes y de las afecciones en que se expresa la
vida moral. Las pasiones son moralmente buenas cuando contribuyen a una acción
buena, y malas en el caso contrario. La voluntad recta ordena al bien y a la bienaventuranza
los movimientos sensibles que asume; la voluntad mala sucumbe a las pasiones
desordenadas y las exacerba. Las emociones y los sentimientos pueden ser asumidos
en las virtudes, o pervertidos en los vicios” (CEC 1768).
“Cuando se vive en
Cristo, los sentimientos humanos pueden alcanzar su consumación en la caridad y
la bienaventuranza divina” (CEC 1769).
LAS VIRTUDES NATURALES
La prudencia
“La prudencia es la
virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro
verdadero bien, y a elegir los medios rectos para realizarlo”. “El hombre cauto
medita sus pasos” (Pr 14, 15)
Es llamada “auriga
virtutum”: conduce las otras virtudes indicándoles regla y medida. Es la
prudencia quien guía directamente el juicio de la conciencia. El hombre
prudente decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud
aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos
las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar (CEC
1806).
Según algunos
autores, la prudencia se definiría como la aptitud del hombre para encontrar lo
moralmente recto en la situación concreta. Es dice santo Tomas la “regla recta
de la acción”.
Se puede calificar
como una virtud moral en cuanto que trata de buscar un juicio recto y
ejecutarlo en una situación concreta, buscando los medios adecuados. La
prudencia ayuda al recto conocimiento de la situación y a la recta
determinación de la conciencia. Le permite reflexionar como puede realizar de
la mejor manera el bien en las circunstancias dadas y le hace poner manos a la
obra ordenando circunspecta y santamente.
La virtud de la
prudencia presupone el juicio de la conciencia que aplica un principio general
a una situación particular. Ante la existencia de lo intrínsecamente malo, la prudencia
es la primera que obedece a lo que no es sino el bien de la persona. Al sentir
de la carne (Rm 8, 6) y a la sabiduría del mundo (1 Co 1, 2) se opone la
prudencia cristiana como sentir del Espíritu Santo (Rm 8,6) que tiene en cuenta
la ley de Dios.
La prudencia conduce
a las otras virtudes indicándoles regla y medida; al mismo tiempo la prudencia
presupone la existencia de las virtudes morales y los principios morales que la
recta razón alcanza por raciocinio. Dice santo Tomas:
“La razón de ello
es porque la prudencia es la recta razón de lo factible; no solo en general
sino en los casos particulares. La recta razón pre-exige unos principios de los
que procede en su raciocinio. Es necesario que la razón sobre los casos particulares
proceda no solo de los principios universales, sino también de los principios
particulares”.
La justicia
La justicia es la
virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo
lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada “la virtud de la
religión”. La justicia para los hombres dispone a respetar los derechos de cada
uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad
respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado en las
Sagrada Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y
de su conducta con el prójimo.
La justicia social
recuerda el Catecismo solo se puede conseguir sobre la base de la dignidad
trascendente de la persona humana. Toda virtud debe realizarse de acuerdo al
principio básico de la dignidad de la persona humana tutelada por los
mandamientos. No hay virtud que no se sustente sobre ese principio básico del
que mana la ley natural. Todos los hombres somos iguales, en cuanto que creados
a imagen y semejanza de Dios; todos poseen una misma naturaleza y un mismo
origen; todos gozan por tanto de una misma dignidad.
De ahí surge la
igualdad esencial entre todos los hombres que proscribe todo tipo de
discriminación. De esa divinidad humana brotan una serie de derechos humanos
naturales que deben ser tutelados por la sociedad.
Dice el Vaticano
II: “La igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación de
vida mas humana y mas justa.” (GS 29)
La autoridad civil
tiene la obligación de favorecer un orden social más justo en el que la
distribución de la riqueza y de los bienes sociales sea una realidad.
La fortaleza
Es la virtud moral
que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del
bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos
en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor,
incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones.
Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por
defender una causa justa.
Es una virtud
cardinal, pues toda virtud necesita para su realización de una fuerte resolución
ante las dificultades de la vida.
Implica siempre el
conocimiento de los valores morales y de la verdad moral, de manera que no
puede ceder nunca ante el miedo.
El hombre no puede
doblegarse ante los obstáculos que se le imponen para la realización del bien
moral, sino que debe superarlos adecuadamente. La resistencia ante el peligro
es la más importante contribución de la fortaleza.
San Pablo
recomienda: “Sed constantes en la tribulación” (Rm 12,12). Es en el sufrimiento
paciente donde se ejercita la virtud de la fortaleza. Requiere perseverancia y
paciencia y deberá llegar si el caso lo pide, al martirio, donde la fortaleza
alcanza su cumbre.
Es en el martirio
donde la fuerza humana queda transformada por la fe. “Todo lo puedo en aquel
que me conforta” (Flp 4, 13). La fortaleza cristiana ha sacado su fuerza de la
fe. Es la fe que vence al mundo (1Jn 5, 4ss).
Cristo pide a los
suyos darlo todo por la confesión de su nombre: “el que me confiese a mi
delante de los hombres yo le confesare delante de mi Padre” (Mt 10, 32-33).
La cobardía se ha
extendido en el mundo y en la
Iglesia de modo que siguiendo lo políticamente correcto, se
puede medrar. El silencio y el miedo a confesar la verdad van contra la virtud
de la fortaleza. La ambición que busca ante todo el propio bien y la vanagloria
que solo busca su propia honra o prestigio van también en contra de la
fortaleza.
La fortaleza
cristiana encuentra su fuerza en el Dios vivo para aquel que hace de Dios
su refugio (Sal 91,9). De quien confía
en el dice el Señor: “Yo le librare, le
exaltare, pues conoce mi nombre. Le llamare y le responderé; estaré a su lado
en la desgracia, le librare y le glorificare” (Sal 91, 14-15).
La templanza
Es la virtud moral
que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de
los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene
los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia
el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja
arrastrar para seguir la pasión de su corazón.
La virtud de la
templanza tiene como objeto todos aquellos apetitos que tiene por fin la
conservación del individuo y del género humano como son el deseo de comida y
bebida, el instinto sexual, etc. Todos estos apetitos son positivos y buenos,
pero tienen el peligro de obnubilar la razón. La templanza bajo la dirección de
la prudencia, trata de regular dichos apetitos para que el hombre no idolatrice
los bienes de este mundo y no pierda su libertad ante ellos. Se corre el riesgo
de que el placer obnubile la razón y la desvíe de su recto obrar. El placer
sexual esta regulado por la razón ya que ha de ejercerse en las condiciones que
Dios le ha impuesto en la vida matrimonial. Toda virtud debe contar con los
preceptos de la razón humana, pero cuando existe la virtud de la templanza, uno
sigue por connaturalizad las exigencias de la razón.
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