Introducción
Según E.
Durkheim: “se define como suicidio toda muerte que resulte directa o
indirectamente de un gesto positivo o negativo, realizado por la víctima misma
y con conciencia de llegar a tal resultado”.
El suicidio se
presenta como un caso típico de conflicto de valores: en concreto, un conflicto
entre el valor de la vida y el valor de la libertad. Con frecuencia entran en
choque también otros valores, importantes en una situación concreta, como
pueden ser el valor de la fe o de la integridad corporal, el valor del honor o
la defensa de la patria.
En este mundo tecnificado parece que
aumenta considerablemente el número de suicidios. Las explicaciones van desde
la carencia de valores e ideales en la vida de la persona, hasta la presión
insoportable del ambiente y la sociedad.
Durkheim distinguía tres tipos de
suicidio desde el punto de vista sociológico:
-
el egoísta: en este caso una
individualización excesiva, en medio de una sociedad que ha perdido su cohesión
seria la causa fundamental; el individuo se arroga el derecho de quitarse la
vida.
-
el altruista: nos remite a
sociedades primitivas fuertemente integradas, en las que la individualización
resulta insuficiente y es el mismo grupo social el que parece imponer (o al
menos favorecer) la muerte a la persona
-
el anómico: tiene lugar con motivo
de las crisis sociales y económicas que producen en el individuo un
desequilibrio entre sus aspiraciones y sus logros, al no saber ya a que puede
aspirar y en que limites ha de mantenerse.
Los
planteamientos psicológicos, psicoanalíticos y psiquiátricos consideran al
suicidio bien como un síntoma de una enfermedad mental, bien como el resultado
de una situación conflictiva o de emergencia, bien como una manifestación de la
tendencia a la autodestrucción.
En
la sociedad contemporánea se observa cada vez mas el síntoma de la “algo fobia”
o miedo al dolor. El progreso logrado en poseer una comodidad humana ha hecho
que el dolor y el sufrimiento sean menos tolerables y que la muerte aparezca
como más aceptable.
Otro
factor determinante puede ser el énfasis actual sobre los derechos humanos, que
haría ver el suicidio como una reivindicación de la libertad personal.
Un problema antiguo
En otras culturas el suicidio parece
haber suscitado una cierta simpatía, como en el Japón feudal, donde podía
constituir un acto de reivindicación del honor, de redención de la misma
persona o de vínculo de unión con la propia sociedad.
El
mundo clásico contaba algunos casos célebres de suicidios, como el de Codrus,
último rey de Atenas, que se entrego a la muerte para asegurar la victoria de
su pueblo. Se recordaba también a Cleomenes de Esparta y a Isócrates, que
practico la huelga de hambre en Atenas.
Por
su parte Platón y los pitagóricos condenan reiteradamente el suicidio. También
lo condena Aristóteles:
“Suicidarse por evitar la pobreza o los tormentos del amor, o cualquier
otro suceso doloroso, no es propio de un hombre valiente, y sí mas bien de un
cobarde. Huir del dolor y de las pruebas de esta vida es una debilidad”.
En Roma, Cicerón hace suyos los
típicos motivos sociales y religiosos a la hora de condenar el suicidio. El
neoplatonismo añade la mención del deber del individuo de realizar en la vida
todo el progreso posible del que depende la vida futura, mientras que el
suicidio impide la plena liberación del alma de la esclavitud de las pasiones
corporales.
También
hubo en la antigüedad algunas aprobaciones morales. Los estoicos consideran el
suicidio como un acto de fuerza y aún de virtud, en cuanto supone un derecho a
la autodeterminación inherente a la libertad humana. Séneca consideraba que una
muerte libremente decidida había de preferirse a una muerte natural y
degradante.
Los epicúreos piensan que por medio
del suicidio puede el ser humano liberarse de los males y dificultades que lo
aquejan durante la vida. Recuérdese a Hegesías o al mismo poeta Lucrecio.
Voltaire
afirmaba: “no debemos temer que la locura de matarse llegue a ser una
enfermedad epidémica, porque contraría los deseos de la naturaleza, y porque la
esperanza y el temor son dos agentes poderosos que utiliza aquélla para detener
la mano del desgraciado que trata de privarse de la vida”. Para otros representantes de la Ilustración , el
suicidio se debe aun fracaso personal, a una enfermedad o a una debilidad. Esta
postura determinó tanto la teoría psicológica, según la cual el suicidio es
signo de un desequilibrio, un efecto de la locura o de una debilidad de
carácter, como la teoría sociológica, para la cual el suicidio es motivado por
un fallo en los controles normativos de la sociedad sobre los individuos.
D.
Hume ha hecho la más ardiente defensa del suicidio como un derecho de
autodeterminación que seria ajeno a la dignidad y libertad del ser humano,
mientras que I. Kant, lo rechaza mediante la explicación de que “cancelar al
sujeto de la moralidad significa tanto como borrar la moralidad en su
existencia”.
Así
pues, el suicidio directo habría sido a veces permitido y alabado, o bien como
un acto de fuerza o bien como un mal menor. Pero también habría sido
considerado como un acto ordenado por la moral social (condenación a muerte a
un malhechor al que se obliga a darse muerte por su mano o aceptación de la
muerte por presión de la mayoría ciudadana) o incluso como un caso de
liberación religiosa, como ocurrió con los Albigenses en el siglo XII.
En
estos últimos tiempos se encuentran una serie de autores que defienden el
derecho personal al suicidio, y en consecuencia su licitud en las situaciones
en las que el ser humano se encuentra en un estado desesperado. En la raíz de
la moderna aceptación del suicidio se encuentra la filosofía de Hegel, que ha
sido definida como una “filosofía de la muerte”. El hombre es consciente de
estar destinado a la muerte; frente a ese “fin” inevitable, el hombre busca en
el don de la muerte libremente buscada la afirmación suprema de su libertad
soberana.
A
este razonamiento se le ha contestado que, si el hombre es señor de su propia
vida y de su propia muerte, no se ve por que no pueda pretender también ser
señor de la vida y de la muerte de los demás, como ya se sugiere en la
dialéctica del señor y el esclavo.
En la
Sagrada Escritura
a) Antiguo
Testamento
Para la sagrada Escritura el suicidio
es considerado como pecado, y en consecuencia como una falta moral y una
vergüenza social. En los textos bíblicos subyace la conciencia de que en el
suicidio puede esconderse un sentimiento de soberbia contra el Señor de la
vida. “Sólo Dios tiene en su mano el alma de todo viviente” (Job 12,10) y sólo
Él “da la muerte y la vida” (1 Sam 2,6;
Dt 32,39). En el Nuevo Testamento el suicidio de Judas es entrevisto como un
gesto ambiguo, que parece situarse entre el arrepentimiento y el desafío (Mt
27,5)
Pero
el suicidio es también una tentación que se cierne sobre el justo. Así grita
Jeremías: “¡Maldito el día en que nací!... ¿por qué Dios no me hizo morir en el
vientre materno?” (Jer 20, 14.17). Un sentimiento que invade a Sara, la
protagonista femenina del Libro de Tobías, quien “con el alma llena de
tristeza... subió al aposento de su padre con intención de ahorcarse” (3,10).
Los autores
bíblicos son conscientes de que el suicidio implica diversos aspectos:
-
Sansón muere en un acto que,
parece signo de una fe reencontrada y de una generosidad que resulta salvadora
para su pueblo (Jue 16, 28-31)
-
Saúl pone fin a su vida
arrojándose sobre su propia espada (1 Sam 31,4-5)
-
Eleazar Avarán se desliza bajo el
elefante real y muere aplastado por su peso en un anhelo de liberación nacional
(cf. 1 Mac 6, 43-47).
-
Razías se suicida frente a las
tropas enemigas con una plegaria al Dueño de la vida (cf. 2 Mac 14, 37-46)
-
Otros suicidios mencionados por la Escritura son el del rey
Abimelek (Jue 9, 52-54), el de Ajitófel, el consejero de David y Salomón que no
soporta haber caído en desgracia ante su rey (2 Sam 17,23)
-
La tradición judía extrabíblica,
ha considerado como un acto de heroísmo el trágico suicidio colectivo de los
defensores de la fortaleza de Masada, asediada por tropas romanas (a. 74 d. C.)
b) Nuevo
Testamento
No parece conforme con el espíritu de
Jesús y con la nueva vida de los cristianos la decisión de terminar directa y
voluntariamente la carrera de la vida temporal. La fe cristiana confiesa que el
dueño de la vida humana es siempre su Creador, que es también su término y su
destino final. El signo de la vida humana no puede estar marcado por el egoísmo
sino por el amor y la disponibilidad a los hermanos.
En la historia de la Iglesia
a)
En la Iglesia antigua
- San Justino, en sus Apologías, parece verse
obligado a defender a los cristianos, acusados de cometer asesinatos y otras
inmoralidades, alegando que nunca se matan a sí mimos.
Algunos
Padres, como Eusebio, san Juan Crisóstomo y san Ambrosio proclaman
bienaventuradas a las mujeres cristianas que, durante la persecución, habian
puesto en peligro su propia vida, mientras que san Agustín reprueba tal
comportamiento. San Agustín advertía que el precepto bíblico “No matarás” no
añade “a tu prójimo”; por tanto los libros santos no ofrecen un solo pasaje en
que se mande o permita darse muerte a sí mismo.
-
El sínodo de Arlés (a. 452)
condena el suicidio como un crimen, mientras que el
Concilio II de
Orleáns (a. 533) prohíbe recibir las ofrendas que los fieles presentan a la Iglesia por los que se han
suicidado (c. 15).
-
El Concilio Bracarense II (a.
563), situándose en la línea de los anteriores, compara el suicidio al robo y
al “furor diabólico”, y prohíbe dar sepultura eclesiástica a los suicidas (c.
16).
-
El papa Nicolás I (866), conocido
por su condena a la tortura, prohíbe incluso ofrecer por los suicidas la
eucaristía.
-
El Catecismo romano observa que a
nadie le está permitido quitarse la propia vida, puesto que nadie tiene sobre
ella tal poseer que le sea lícito infligirse la muerte por propia decisión. La
ley dice: “No matarás”.
b)
En la historia de la
teología
Santo
Tomás trata la cuestión del suicidio en el ámbito de la virtud de la justicia.
Las “dificultades” que aduce como razones para legitimar el suicidio nos
resultan tan actuales; propuestas a favor del principio de autonomía, de
justicia o de totalidad. Algunos no pueden considerarlo pecado puesto que no
implica una injusticia contra otra persona. Otros aducen que lo mismo que es
lícito dar la muerte a un malhechor, éste podría dársela a sí mismo. Otros
opinan que dándose muerte, una persona puede evitar un mal mayor, como seria
una vida miserable o la torpeza de algún pecado. Recuerdan los casos de Sansón
y de Razías, alabados por la misma Escritura.
En
contra cita las palabras de san Agustín. Al desarrollar su propia
argumentación, expone que el suicidio es ilícito: primero por ser contrario a
la inclinación natural cuanto al amor que cada uno se debe a sí mismo; segundo
porque el suicida comete una injuria a la sociedad a la que se debe como parte
de un todo; y, en tercer lugar porque destruye el don de la vida que sólo está
sujeto a la potestad de Dios.
En
respuesta a las objeciones previas, recuerda que el suicidio no va solamente
contra la justicia, sino también contra la caridad; observa que nadie es buen
juez en causa propia; y finalmente, suicidarse por evitar otras miserias de
esta vida es preferir una mal mayor por evitar uno menor.
c) En la Iglesia contemporánea
-
En el código de derecho
canónico de 1917, el canon 985, 5 decretaba la pena de irregularidad para
los que hubieran intentado el suicidio; el canon 1240, 1.3 privaba a los
suicidas de sepultura eclesiástica y el canon 2350 decretaba la suspensión a
los clérigos que lo intentaban.
-
El papa Pío XII considera
el suicidio como “un contrasigno de la ausencia de la fe o de la esperanza
cristiana”.
-
El Concilio Vaticano II lo
incluye en una larga lista de atentados contra la vida y dignidad del ser
humano, totalmente contrarios al honor debido al Creador.
-
En el nuevo Código de derecho
canónico (1983) y de acuerdo con el canon 1184, la sepultura religiosa
queda prohibida solamente cuando está claro que el gesto del suicidio
constituye un escándalo público irreparable.
-
Nuevo Catecismo de la Iglesia católica:
·
Un primer número subraya de forma
positiva la responsabilidad personal ante Dios por el don de la vida, de la que
el ser humano es administrador y no propietario (n. 2280). El numero siguiente
explica las razones que determinan la valoración moral negativa del suicidio:
El suicidio contradice la inclinación
natural del ser humano a conservar y perpetuar la vida. Es gravemente contrario
al justo amor de sí mismo. Ofende al amor del prójimo porque rompe injustamente
los lazos de solidaridad con las sociedades familiar, nacional y humana con las
cuales estamos obligados. Es contrario al amor del Dios vivo (n. 2281)
·
Se considera la responsabilidad
personal que puede estar notable o totalmente disminuida: “trastornos psíquicos
graves, la angustia, o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o de la
tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida” (n. 2282). El mismo
numero había añadido unas precisiones sobre el escándalo originado por el
suicidio y la responsabilidad en cooperar a su realización: “si se comete con
intención de servir de ejemplo especialmente a los jóvenes, el suicidio
adquiere además la gravedad del escándalo. La cooperación voluntaria al
suicidio es contraria a la ley moral”.
·
Ofrece una constatación
teológico-pastoral, en la que se encuentra una sugerencia que remite la
peripecia y el éxito de toda vida humana a la sabiduría y la misericordia de
Dios: “no se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se
han dado muerte. Dios puede haberles facilitado por caminos que Él solo conoce
la ocasión de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las
personas que han atentado contra su vida” (n. 2283).
En la Encíclica Evangelium
vitae, Juan Pablo II sitúa el suicidio en el contexto de la eutanasia.
De acuerdo con la tradición de la
Iglesia lo califica como moralmente inaceptable.
Aunque determinados
condicionamientos psicológicos, culturales y sociales puedan llevar a realizar
un gesto que contradice tan radicalmente la inclinación innata de cada uno a la
vida, atenuando o anulando la responsabilidad subjetiva, el suicidio, bajo el
punto de vista objetivo, es un acto gravemente inmoral, porque comporta el
rechazo del amor a sí mismo y la renuncia a los deberes de justicia y de
caridad para con el prójimo, para con las distintas
comunidades de las que se forma parte y para la sociedad en general. En su
realidad más profunda, constituye un rechazo de la soberanía absoluta de Dios
sobre la vida y sobre la muerte, proclamada así en la oración del antiguo sabio
de Israel: “Tu tienes el poder sobre la vida y sobre la muerte, haces bajar a
las puertas del Hades y de allí subir” (Sab 16, 13; cf. Tob 13, 2).
Para una valoración ética
a)
Moralidad objetiva
La tradición cristiana afirma la
ilicitud moral del suicidio, apoyándose en diversos motivos que se remontan a
la filosofía griega y que establecen una distinción entre el suicidio directo y
el indirecto.
·
El suicidio directo es
generalmente condenado por oponerse a diversos valores y deberes morales:
-
Está en contradicción con el recto
amor que la persona se debe a sí misma. Es un desprecio de la vocación y una
trasgresión del deber que atañe al ser humano de perfeccionar la imagen de Dios
en sí mismo.
-
Aniquilar la propia vida
contradice el derecho de Dios sobre la vida del ser humano que Él ha creado y
ha querido (Dt 32, 39; Sap 16, 13; Rom 14, 7s).
-
Con su muerte el suicida sustrae a
la comunidad, a la que pertenece y a la que se debe, un servicio que podría y
debería prestarle.
·
El suicidio indirecto ha sido
considerado y juzgado de acuerdo con el principio del “doble efecto”. Sería
lícito en casos límite en los que los bienes previsibles justifican la realización
de una acción u omisión que pretende un fin bueno y que ocasiona también el fin
de la muerte, sin que exista entre ambos un nexo de causalidad.
Especial
atención merecieron siempre a los teólogos los pretendidos “suicidios” de los
santos, como el de la mártir santa Apolonia. El razonamiento ético tradicional
solía justificarlos generalmente, mediante un planteamiento excesivamente
nominalista, en cuanto que habrían sido queridos y “ordenados” directamente por
Dios. La teología moral actual preferiría considerarlos en el marco de un
conflicto de valores. Aun aceptada la primacía del valor de la vida, en algunas
ocasiones, ese orden podría estar más o menos oscurecido por el ambiente
socio-religioso, las circunstancias o la apreciación personal. El juicio ético
actual preferiría considerar el significado que cada uno de tales actos
implica.
Es
interesante ver la distinción, que a propósito de la virtud de la caridad,
establece santo Tomás. Según él, “a todo hombre incumbe el cuidado del propio
cuerpo, pero no a todos el cuidado de la salvación del prójimo, si no es en
caso de grave necesidad. Por eso no es exigencia necesaria de la caridad que el
hombre exponga su cuerpo por salvar al prójimo, a no ser en el caso que tenga
la obligación de mirar por su salvación. Que, con todo, uno se ofrezca a ello
espontáneamente, es de perfección de la caridad”.
b)
Responsabilidad y culpabilidad
Ya el planteamiento tradicional
estaba dispuesto a admitir que “la contradicción objetivamente grave con el
orden moral que entraña el suicidio puede en caso particular, por falta de
imputabilidad, no ser enteramente o no ser en absoluto culpa en el suicida”.
La mayor profundidad de los estudios
psicológicos sobre el comportamiento y la polivalente motivación del suicida no
hacen sino fortalecer aquella opinión. En muchos casos el suicida es la última
pieza de una complicada maquinaria. Habría que considerar en muchos casos no
sólo la libertad interior del suicida, que con frecuencia está disminuida y aún
anulada, sino también las eventuales presiones exteriores que se ejercen sobre
él.
Como
advertencia pastoral, será oportuna recordar con el Catecismo de la Iglesia católica que la
comunidad puede y debe ofrecer oraciones por las personas que han tomado la
decisión de ir voluntariamente a la muerte.
Algunas preguntas actuales
a)
Fundamentación de la
argumentación
Tradicionalmente se venía
fundamentando el juicio sobre el suicidio en la afirmación del derecho de Dios
sobre la vida del hombre. Dios es el dueño de la vida, mientras que el ser
humano es solamente un administrador, que la ha recibido como don gratuito y
como responsabilidad ética.
El
problema se plantea hoy con una agudeza especial en el caso de las personas que
viven una vida con un nivel ínfimo de calidad y que consideran adecuado poner
término a su dependencia y sufrimientos o pedir a otros que les ayuden a llevar
a cabo tal propósito. En una cultura secular, en la que la muerte ha pasado a
ser considerada a la luz del principio de la autonomía personal, parece difícil
negarles ese “derecho”.
Para
muchas religiones el suicidio es inaceptable, puesto que la vida es un don de
Dios, del que los hombres no pueden disponer. “El problema del suicidio y la
eutanasia no se plantea en esos casos, sino en el de aquellas personas que, o
bien carecen de esas creencias religiosas, o bien las tiene, pero consideran
que en el hombre, de hecho, el don divino no es nunca sólo la vida, sino la
vida humana o racional, motivo por el que no atenta contra Dios quien dispone
racionalmente de ella. En ambos casos parece difícil negar a las personas el
derecho a disponer de su vida, y aun a pedir a los demás que les ayuden a tal
efecto”.
b)
El suicidio y su sentido
El
suicidio es un acto humano complejo y polivalente. Su calificación moral
objetiva habrá de depender de su significado concreto en la vida de la persona
y en su propia cosmovisión.
Se ha intentado la
clasificación del suicidio en cuatro categorías se significado:
-
suicidios escapistas, como se
encuentran en la huida, el duelo o las diversas formas de castigo;
-
suicidios agresivos, realizados
con diversas connotaciones que nos remiten al crimen, a la venganza o al
chantaje;
-
suicidios oblativos, que se
manifiestan en el sacrificio de la persona por su pueblo, o en la huelga de
hambre para reivindicar alguna causa justa;
-
suicidios lúdicos, como las
antiguas ordalías, el juego y muchas formas de competición “deportiva”.
La
teología moral no deja de preguntarse si en este campo, el juicio ético no
habrá de tener en cuenta no sólo la acción misma sino también su significado,
el aspecto material y el aspecto formal que dirían los autores clásicos, o si
se prefiere, los valores implicados en la acción o en la omisión, como se diría
modernamente.
A
la luz de las ciencias humanas, pero también ante la consideración de los
valores implicados, muchos se preguntan si algunos suicidios no podrían
significar una decisión responsable y radical, que no entrañaría un desprecio
por la vida, sino una defensa de la misma vida como valor fundamental.
c)
Suicido y eutanasia
El
tema del suicidio suscita hoy una serie de preguntas cuando se trata de
considerar la decisión libre y responsable de un enfermo de reducir la
“cantidad de vida” para conservar la “calidad de vida”.
Para
algunos la negación de la licitud del suicidio asistido no haría otra cosa que
minar el principio bioético de la autonomía. Sin embargo, el concepto de
autonomía no puede servir de elemento de discernimiento entre las acciones que
se deberían permitir y las que habría que prohibir.
El
juicio sobre la decisión de poner fin a la propia vida, sin ayuda o con la
ayuda del personal sanitario, debería incluir una reflexión sobre los medios
proporcionados y desproporcionados que se han de usar o se pueden omitir en el
tratamiento del paciente para no violentar su dignidad personal.
La
cuestión es más profunda cuando se afronta la pregunta sobre la muerte digna.
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