CONDUCTA
MORAL Y SANTIDAD CRISTIANA
La vida moral cristiana significa la activa
búsqueda de la santidad, sostenida por la gracia del Espíritu Santo.
Toda la existencia moral puede ser entendida
como la respuesta del hombre al don divino que lo ha elevado
a la dignidad de
hijo de Dios en Cristo por medio del Espíritu Santo.
Al cristiano no se le ahorra el
esfuerzo activo y creativo de individuar el modo de conseguir la unión con
Cristo a través de la propia vida y de las propias actividades.
La tarea de la teología moral es
ayudar al cristiano a desarrollar este esfuerzo activo y creativo.
Toda iniciativa de Dios en relación al hombre
exige la repuesta libre de este, porque Dios lo creo a su imagen concediéndole
con la libertad, el poder de conocerle y amarle.
La vida cristiana ha de ser fielmente mantenida
y renovada cada día: ni siquiera la santidad inicial puede ser considerada una
realidad indefectible.
Del hombre depende la continua correspondencia
al don divino, manifestada en la decisión de vivir como santo en Cristo Jesús,
alejando cuanto nos aleja de El y practicando cuanto nos acerca a El.
EL ASPECTO NEGATIVO DE LA CONDUCTA MORAL : DEPONER
EL HOMBRE VIEJO
La lucha contra el pecado
El pecado se opone a la vida en Cristo, supone
un “no” a la llamada divina a la santidad.
La lucha contra el pecado constituye la
primera, radical e inmediata exigencia de la llamada divina a la santidad.
La vocación
cristiana ha de superar la tibieza o acidia. El tibio olvida el gran amor que
Dios le ha demostrado, no hace fructificar el dinamismo de crecimiento
intrínseco de la caridad y se siente satisfecho con lo que es y hace.
La tibieza es la
respuesta frustrada a la vocación a la santidad y representa un fracaso humano
y cristiano. El tibio quiere ser bueno pero descuida su relación filial con el
Señor, se mueve en horizontes exclusivamente terrenos.
Remedios para la tibieza:
- convertirse con todo el corazón a Dios
- hacer fructificar
sus dones
- tomar con
generosidad la cruz del Señor y aceptar las mortificaciones pasivas
- renovar el
esfuerzo por la santidad
- escuchar, con intención de cumplir los requerimientos
divinos (mejorar la vida de oración, confesión frecuente y guía espiritual)
La lucha contra
la concupiscencia
La libertad del
hombre es la libertad de un ser compuesto de espíritu y carne.
La natural
ordenación a Dios es contrastada por el desorden causado por el pecado original
y los pecados actuales. Este principio de desorden en la vida moral, llamado
concupiscencia se atribuye a la carne.
Este desorden moral
se manifiesta en el inmoderado amor de si mismo, en el deseo de autoafirmación
y en cerrarse al querer de Dios.
Lo
peor de la concupiscencia se encuentra en el amor propio, que toma cuerpo en
los apetitos humanos e impulsa al pecado. “Si vivís según el Espíritu, no
daréis satisfacción a las apetencias de la carne” (Ga 5,16)
No
resulta posible mantener la dirección hacia la santidad sin una lucha por
vencer los movimientos desordenados. En el Antiguo Testamento se habla de la
vida sobre la tierra como de una lucha entre la estirpe de la mujer y la
estirpe de la serpiente.
El
Vaticano II recuerda: “A través de la historia del hombre se extiende una
batalla contra los poderes de las tinieblas. Inserto en esta lucha el hombre
debe combatir continuamente por adherirse al bien y con la ayuda de la gracia
de Dios, es capaz de lograr la unidad en si mismo” (Gaudium et spes).
La
lucha del cristiano es esfuerzo de identificación con Cristo. “No te dejes
vencer por el mal, antes bien, vence el mal con el bien” (Rm 12,21).
EL ASPECTO POSITIVO DE LA CONDUCTA MORAL : LA RENOVACIÓN EN EL
ESPÍRITU Y LOS MEDIOS DE SANTIFICACIÓN
La
vida moral es ante todo progreso espiritual que tiende a una unión mas intima
con Cristo.
Esta
unión se llama mística porque participa del misterio de Cristo mediante los
sacramentos, y en El, del misterio de la Santísima Trinidad.
Medios para alcanzar la unión con Cristo:
-
Escuchar la palabra de Dios y cumplir su voluntad con ayuda de la gracia
-
Participar frecuentemente en los sacramentos
-
Oración constante
-
Renuncia de si mismo
-
Servir a los hermanos
-
Practicar las virtudes
El crecimiento en la santidad
La
vida moral cristiana es un proceso de progresiva santificación. Esto se expresa
en el Nuevo Testamento como crecimiento en la unión con Cristo, como una mayor
identificación con la voluntad de Dios Padre, como desarrollo de la caridad que
es la virtud más unitiva.
Para
San pablo, la caridad es el motor inspirador del conocimiento y del
discernimiento moral cristianos, que ordena toda su conducta a la glorificación
de Dios por medio de Jesucristo.
Las
“bienaventuranzas”, junto con el “mandamiento del amor” y la confirmación del
“decálogo”, se pueden considerar como el resumen del obrar moral cristiano.
La
vida en Cristo es el criterio último con el que han de ser congruentes las
acciones, las relaciones humanas y sociales, el modo de buscar y usar las cosas
y los bienes. No es posible dividir la vida del cristiano en dos sectores
dominados por la obediencia y por la libertad.
Quien
ha sido tocado por la gracia de Dios concibe toda su existencia y sus
actividades como medio de unión con Dios a través de Cristo: “Ya comáis, ya
bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1Co
10,31)
La
vida moral cristiana se desarrolla a través de un conjunto de comportamientos
en relación con Dios: adoración, oración, aceptación de la Cruz de Cristo, acción de
gracias, petición, docilidad; abandono a la divina providencia, humildad,
penitencia por los pecados.
De
esos comportamientos procede el impulso para buscar a Cristo en el cumplimiento
de las propias obligaciones familiares, sociales, cívicas y profesionales. Trabajar
sin pensar solo en la propia ganancia o en la gloria terrena.
La
vida cristiana incluye también la dimensión social y política de la vida
humana. La atención hacia la persona humana y hacia su bien implica la sensibilidad
de saber juzgar en relación al bien de la persona y de las personas, el valor
de la organización social y política en la cual vivimos.
Los sacramentos
La
tarea de conformar todas las dimensiones de la vida humana con las virtudes
teologales y morales, convirtiéndolas en medio de unión con Cristo, no nace del
hombre ni puede ser sostenida con las solas fuerzas humanas.
La
penitencia y la Eucaristía ,
por sus efectos y por la frecuencia con que se pueden recibir, son por
excelencia medios de santificación a los que conviene acercarse asiduamente.
Cristo
instituyo el sacramento de la penitencia a favor de todos los miembros
pecadores de su Iglesia. Ofrece una posibilidad de convertirse y recuperar la
gracia.
En
los que lo reciben sin haber cometido pecado mortal, este sacramento acrecienta
la gracia, aumenta las fuerzas espirituales para el combate cristiano, sana la
concupiscencia y las heridas causadas por pecados previos, contribuye a la
formación de la conciencia y es ocasión de eficaz dirección espiritual.
La
penitencia es un remedio contra las culpas graves y un importante medio de
santificación y de unión con Cristo.
La
vida cristiana esta estrechamente conectada con la Eucaristía , en ella
esta encerrada todo el bien espiritual de la Iglesia y se configura como el centro y la raíz
de la evangelización y de toda la vida cristiana.
Jesús
se encuentra verdadera, real y sustancialmente presente en las especies
eucarísticas. Por esto la
Iglesia ha multiplicado los actos de culto eucarístico:
visitas al Santísimo Sacramento, procesiones, congresos, etc.
La oración
“No
solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”
(Mt 4,4). La vida cristiana requiere una atenta y dócil escucha de la palabra
de Dios. “Velad y orad para que no caigas en tentación” (Mc 14,38)
La
llamada universal a la santidad se puede concretar en la llamada universal a la
oración, a la familiaridad amorosa con el Señor que invita incesantemente a
cada hombre a un misterioso pero real encuentro en la oración.
La
plegaria de los cristianos implica la plena adhesión de la voluntad humana a la
amorosa voluntad del Padre; requiere conversión y pureza de corazón, confianza
y audacia filial, humildad, paciencia y perseverancia.
La verdadera vida cristiana ha de
aspirar a una continua conversación con el Señor, real, profunda y generosa. Para
mantener esta continua intimidad con Dios, es conveniente dedicar ratos
concretos a la meditación y a la plegaria. “Es preciso orar siempre sin
desfallecer” (Lc 18,1)
“Si alguno quiere venir en pos de
mi, niéguese a si mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc 9,23).
Todos los discípulos del Señor deben
llevar la cruz cada día. La cruz es lo que distingue a los que son cristianos
auténticos de los que no lo son. El camino de la perfección pasa por la cruz.
No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual.
La función de Maria en la vida de la Iglesia y de cada uno de
los cristianos deriva de su singular unión con Cristo y en último termino de su
maternidad divina.
Por su total adhesión a la voluntad
del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen Maria es para la Iglesia el modelo de fe y
caridad. Maria colaboro de manera singular a la obra del Salvador por su fe,
esperanza y ardiente amor. Es nuestra madre en el orden de la gracia (Lumen gentium)
Maria es Madre espiritual de los
cristianos y, en relación con nosotros ejercita una constante y eficaz
mediación materna. Lo que la
Iglesia entiende por mediación de Maria es que, según el
designio de Dios, el inmenso tesoro de la gracia de Cristo siempre se nos
comunica a través de Maria.
Así como nadie puede ir al Padre
Supremo si no es por medio del Hijo, así nadie puede ir a Cristo si no es por
medio de su Madre (Octobri mense,
León XIII). El abandono en Maria constituye el camino más fácil, más rápido y más
seguro para alcanzar la meta deseada.
El Concilio Vaticano II subraya que
Maria es el modelo que la
Iglesia y los cristianos deben imitar. Resplandece ante toda
la comunidad de los elegidos como modelo de todas las virtudes.
La respuesta del cristiano a la
llamada a la santidad comprende también la activa participación en la misión de
Cristo y de la Iglesia.
“La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al
apostolado”.
El fin de la Iglesia es hacer
participes a todos los hombres de la redención salvadora, y por medio de estos
hombres, ordenar todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad de la Iglesia ordenada a este
fin se llama apostolado
La llamada radical al apostolado
deriva no de un ministerio o de particulares circunstancias, sino de la unión
con Cristo Cabeza. En el apostolado cristiano deben participar todos los
fieles, aunque con modalidades diversas según su situación y circunstancias.
El apostolado cristiano es siempre
evangelización y santificación, esta encaminado a manifestar al mundo el
mensaje de Cristo mediante palabras y obras y a comunicar su gracia.
EL FIN ÚLTIMO Y EL OBRAR HUMANO
El fin ultimo
(sentido autentico y definitivo de la vida humana) tiende y esta llamado a
determinar los ideales del hombre y orientar toda su conducta. El hombre puede
resistirse a reconocer que Dios es su fin y entonces tiende inevitablemente a
deformar la entera perspectiva de la vida.
Dice Santo Tomas,
la intención es lo que mueve todo el querer y el principio de toda intención es
el fin último, sea el verdadero o aquello que el hombre substituye en su
lugar. El fin último, verdadero o falso,
influye siempre en el obrar. Lo que cada uno presupone como fin supremo de la
vida configura su personalidad, su pensamiento y su actuación moral.
Este papel rector
del fin último, se penetra mejor en su radicalidad, cuando se considera que en
el hombre caído la apertura al fin ultimo verdadera, al amor de Dios y del
prójimo, es un don del amor divino redentor. Por si solo el hombre histórico
esta sometido al pecado y no logra salir del circulo del amor egoísta. En el
amor redentor de Cristo, encontramos la restauración de nuestra capacidad de
responder al amor de Dios y un nuevo modo de amar al prójimo.
Influjo del fin ultimo en todo acto humano
El hombre obra
siempre en busca de la felicidad o del bien absoluto.
La libertad
comporta el poder de dirigirse por si misma al fin ultimo. Todos los actos
libres están relacionados explicita o implícitamente con el fin ultimo. El
hombre se mueve ordinariamente por el deseo de un bien determinado y finito. Sin
embargo cualquiera de sus deseos concretos depende de su anhelo primordial de
felicidad o del bien absoluto, de su tendencia al fin último y a su propia
perfección.
Aquella meta en que
se pone el fin último determina toda nuestra escala de valores. Aunque todos
los hombres obran siempre y necesariamente por el deseo de la felicidad, no
todos sitúan el bien absoluto donde verdaderamente esta, en Dios. Algunos
convierten el fin ultimo los bienes creados, absolutizandolos. El bien limitado
e inmediato, tomado como absoluto, influye en las sucesivas elecciones. El fin
ultimo interviene en la elección de los medios y fines parciales que conducen a
el.
Los dos fines últimos posibles para el hombre
1.
El amor de Dios y el amor
desordenado de la propia excelencia
En la práctica el
hombre solo puede proponerse como fin último o a Dios o a la propia excelencia.
Todos sus demás fines se reducen a estos. Solo hay dos bienes que pueden
presentarse al hombre como absolutos, y por tanto, constituirse en fin ultimo:
Dios y el propio yo.
La alternativa
entre el amor de Dios y del prójimo o el amor egoísta de si, se presenta
existencialmente, no como una decisión lucida y puntual, sino a modo de una
continua batalla o lucha entre dos tendencias de la libertad.
La recta elección
del fin último es siempre fruto y don de la iniciativa divina: la íntima verdad
del ser humano, es una verdad cuyo conocimiento eficaz y plena actuación tienen
lugar solo por obra del Espíritu Santo.
Hay que subrayar
algunos puntos:
a)
el hombre caído tiende
inevitablemente al egoísmo y solo aprende a amar con amor de amistad por el
amor que gratuitamente recibe de otros y, de Dios
b)
se hace patente la intima relación
que guardan la noción bíblica de la gloria de Dios como finalidad ultima de la
existencia y la noción de conversión por la que el hombre deja de ponerse a si
mismo como fin y empieza a moverse por clamor de Dios
c)
la recta orientación de la
voluntad al fin ultimo se mantiene a través de una lucha constante por hacer el
bien, por regirse por la ley del amor de Dios y del prójimo y no por la ley del
propio gusto (suprema razón de las varias éticas emotivistas)
d)
el rechazo del amor de dios y del
prójimo, y la elección del amor egoísta de si, no suele tener lugar, o al menos
no se inicia como una opcion lucida entre ambos. Mas bien el hombre por la
debilidad de su naturaleza caída, cede a las tentaciones del egoísmo y
sucesivamente tiende a olvidarse de Dios.
La alternativa
entre el amor de Dios y el egoísmo esta presente (con matices y grados diversos)
en cada acto humano, y configura progresivamente las elecciones que conducen al
hombre a su destino eterno. Cada elección va dejando una huella en la voluntad
del hombre, un modo de ver y de querer las cosas en función del bien deseado
como absoluto: can cada obra el hombre tiende a ratificar su elección del fin
ultimo.
Que el hombre tenga
la voluntad habitualmente ordenada a Dios o a si mismo, no significa que ese
fin habitual determine todos sus actos. El justo puede caer en pecados
veniales, en los que se desordena respecto de Dios sin abandonarle como fin
ultimo; y el pecador puede realizar actos buenos, en los que observa el orden
divino, sin que por eso se haya convertido a Dios.
El hombre in vía
puede cambiar su fin último habitual: el pecador, con la ayuda de la gracia,
puede convertirse; y el justo puede pecar mortalmente, por un acto en que ama
desordenadamente un bien creado que le aparta de su ordenación al fin último
verdadero.
2.
La estructura temporal del amor
ordenado
Nuestra condición
corpóreo-espiritual, de la que depende nuestro modo de estar en el tiempo,
comporta que la elección sobre el fin ultimo (la adhesión a Dios, único fin
ultimo real, o su rechazo egoísta) se desarrolle de ordinario en la elección de
bienes particulares, porque es a través de las cosas que ama como se decide el
orden de la voluntad al fin ultimo. La estructura del orden o desorden en el
amor, no 4es la de un alternarse de opciones fundamentales, sino la siguiente:
en el desarrollo del recto amor hay un doble tipo de exigencias, negativas y
positivas. De una parte, y como condición primaria, no hacer nada contra el
amor de Dios, no querer nada que no sea ordenable a el, porque eso es dejarse
arrastrar por un amor egoísta; es en esta primera condición donde se radican
las prohibiciones morales, los preceptos negativos y los absolutos morales.
Por su condición
histórico-temporal, el hombre decide siempre en razón de lo que ya es, por su
propia historia precedente y simultáneamente, de lo que quiere ser en general y
con ese acto concreto. De aquí que exista siempre una tensión entre las
disposiciones habituales (virtudes y vicios, temperamento, carácter, proyectos
y deseos) y lo que hace y quiere en cada acto; entre su disposición habitual y
cada elección concreta. La rectitud de la voluntad depende simultáneamente de
las disposiciones habituales y del querer actual. En este sentido ninguna
opción precedente vale por si misma y toda opción fundamental es cambiable por
un acto. En cada una de sus acciones el hombre puede ceder a la tentación del
egoísmo en sus múltiples formas; pero al mismo tiempo, las disposiciones
habituales rectas facilitan el recto obrar concreto, o el inmediato
arrepentimiento si en un acto se hubiera vacilado. Si al pecado no sigue el
arrepentimiento, es signo de que su malicia fue tal que ha destruido la
rectitud habitual.
Fin último y rectitud de intención
El deber de
procurar la gloria de Dios se traduce en la practica en lo que se llama obrar
con rectitud de intención, que consiste en amar las cosas de tal modo que todas
nos conduzcan de algún modo a Dios y ninguna nos aparte de El.
Es la disposición
firme última de la persona que, siguiendo la luz de la inteligencia y de la fe,
busca siempre los planes de Dios, amando rectamente todas las cosas y ordenando
todas sus potencias al bien, hasta inducir rectitud en cada uno de sus actos.
Cuando el amor al fin ultimo verdadero impregna a la persona, la rectitud en lo
concreto es una redundancia de esa disposición radical. El esfuerzo por amar a
las cosas rectamente, refuerza y acrecienta la adhesión del hombre al Bien
verdadero.
La rectitud de
intención (la decisión fundamental y sostenida de vivir según el precepto o
mandato del amor de Dios y del prójimo) no implica en el hombre caído el haber superado
de hecho todo egoísmo; sino el serio empeño en luchar constantemente por amar a
Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos por amor de
Dios, y por tanto de evitar todo pecado no solo con falta grave, sino leve,
empeño que se manifiesta por la contrición inmediata ante cualquier culpa
propia.
En la voluntad que
busca a Dios se contiene el más alto amor al prójimo y al mundo. El que tiene
la intención puesta en dios, ama rectamente todas las cosas, porque en dios se
encuentran comprendidos y exigidos todos los amores nobles y los busca con la
peculiar fuerza de la grandeza del amor divino. El hombre no solo ha de buscar
a Dios con todas sus fuerzas, sino también en todo momento, en cada una de sus
acciones, hasta las que parezcan más nimias.
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