martes, 29 de julio de 2014

HOMOSEXUALIDAD

Hemos de reconocer este es un fenómeno ante el que resulta difícil una postura objetiva y neutral. Parece que no cabe otra alternativa posible que la de su aceptación o rechazo. Cualquiera sea la actitud que se tome, tiene el peligro de una interpretación exagerada desde el ángulo opuesto.

1.Razones psicológicas para este rechazo

Los psicólogos sostienen que uno de los temores  inconscientes más profundos es el miedo a la impotencia y a la homosexualidad,
por lo cual construimos una serie de barreras para defendernos de cualquier amenaza o peligro de contagio. La misma psicología enseña que incluso en la persona heterosexual existe una dimensión homófila en diferentes proporciones aunque no se convierta en el componente más pronunciado. De la misma manera que en el homosexual se da también una fuerza heterófila que no es la dominante.
Si tenemos en cuenta ambos factores (miedo inconsciente y dosis de homosexualidad) resulta explicable que uno de los mecanismos inconscientes de defensa sea la agresividad, el desprecio y el rechazo de los homosexuales. Al proyectar sobre ellos nuestra indignación, puede producirse un sentimiento positivo, pero engañoso, de que semejante realidad no tiene que ver con la propia. Cuanto más manifiesto sea el fanatismo y la repugnancia, probablemente será porque existe una necesidad mayor de ocultar su existencia o una absoluta negativa a reconciliarse con la propia verdad.

2. Naturaleza de la inclinación homosexual

Lo que caracteriza al homófilo no es tanto el ejercicio como la tendencia hacia las personas del propio sexo. Hay que diferenciar con exactitud la condición homosexual, que radica en la orientación psicológica, del comportamiento que se manifiesta en los actos homosexuales. Como la libido posee entre sus componentes, el sexo (lo genital), el eros y el amor, también aquí podría darse un encuentro en el que predominara alguna de estas dimensiones. Por lo tanto, aunque en la práctica se utilizan como sinónimos, debería distinguirse entre la homosexualidad en su sentido estricto, el homoerotismo y la homofilia. Es una atracción psico-erótico-sexual en la que puede primar alguno de estos elementos sobre los demás. Además de la inclinación hacia el propio sexo, suele darse una repugnancia a mantener relaciones genitales con el otro sexo según el grado de bisexualidad de cada individuo.

3. La valoración objetiva

Conviene dejar en claro que el simple hecho de tener tendencias homosexuales, de sentir atracción hacia el propio sexo, no entra en el campo de la moralidad. Nadie es malo ni bueno por tener una orientación o sentimientos que no puede alejar de sí y que incluso experimenta como un destino impuesto al margen de su voluntad. Desde el momento en que la homofilia no se basa en una opción elegida, no hay lugar para la culpa en la existencia de esa orientación. La Iglesia ha distinguido siempre entre condición y comportamiento.  El pecado no radica en la existencia pura y simple de un fenómeno psicológico, sino que supone la aceptación libre y voluntaria de las prácticas homosexuales.
En al Biblia existen abundantes testimonios que las consideran como pecado, como conducta contraria a los designios de Dios (Gen 19, 1-29; Jc 19, 22-30). Otros textos se refieren a la prostitución sagrada (Dt 23, 18-19), como se daban en las costumbres cananeas, para que no se contaminara el culto al Señor, o se prohibían tales actos hasta con la pena de muerte (Lv 18, 22 y 20, 13) por el miedo de Israel a que se introdujeran esas prácticas entre sus miembros. Si esas leyes existían es porque se trataba de un peligro real y se valoraba como negativo.
Se insiste en la necesidad de una hermenéutica que supere los límites históricos y culturales de esas enseñanzas. La consecuencia de tal exégesis implica para algunos que no existe fundamento bíblico para su valoración negativa en el Nuevo Testamento. Las condenas que ahí aparecen se refieren a casos de pederastia y a los proxenetas que reducen a niños a la esclavitud; reprueban comportamientos que nacen en un ambiente de orgía, desenfreno y perversidad o como consecuencia y castigo por haber rechazado el conocimiento de Dios; y se rechazan finalmente porque son actos realizados por heterosexuales que actúan contra su propia inclinación. Todo esto impide la utilización de estos textos en los planteamientos actuales.
Si hay motivos para creer que interpretaciones erróneas han exagerado el carácter nefasto de los actos homosexuales, tampoco están libres de error los que niegan por completo el valor de tales enseñanzas. Ni las interpretaciones han sido tan incorrectas, ni las posibles deficiencias tampoco tendrían que suponer un cambio en la valoración. El mensaje revelado viene a confirmar lo que la reflexión humana mantiene todavía como una meta: la orientación heterosexual de la persona aparece objetivamente como el destino mejor. Afirmar que este objetivo es consecuencia de los prejuicios contra la homosexualidad de los autores sagrados es una solución simple y poco fundamentada.

4. La posibilidad de una superación

Si consideramos razonable la opinión generalizada de que la apertura al otro sexo es la mejor orientación del impulso, hacia ella debiera dirigirse la educación como profilaxis, y la misma readaptación posterior en lo posible. Las condiciones psicológicas y culturales deberían favorecer este destino en la configuración de la sexualidad. La ayuda prestada puede ser provechosa sobre todo si se trata de una tendencia más superficial, y posibilita una integración reconciliada con algo que no fue elegido.
La licitud de una conducta no se justifica por lo que se es, sino por lo que se debe ser. Si los homosexuales tienen derecho a vivir como son, este principio habría que aplicarlo con la misma lógica a cualquier otro comportamiento.
Si la mera instintividad fuese criterio suficiente para justificar una conducta concreta, la moral quedaría reducida a simple biologismo. Sentir una necesidad sería signo de una exigencia ética y cada cual tendría derecho a pedir las normas adecuadas a su propia psicología. La ética, como ciencia de valores que ilumina la conducta, debería sufrir un cambio constante, en función de las situaciones personales. El déficit y la limitación, patrimonio universal en todos los campos, no justifican abandonarse a la propia realidad, pues por encima de ella se encuentra la meta hacia la que debemos dirigir nuestra conducta.

5. Orientaciones pastorales

Hay un primer punto fundamental, mientras no seamos capaces de aceptar al homosexual como una persona merecedora, como cualquier otra, de nuestra estima y respeto, todo intento de ofrecer ayuda resulta falso. Se requiere eliminar previamente prejuicios conscientes e inconscientes que dificultan esta relación. El que exista individuos que han hecho de su tendencia una forma de perversión, no es motivo para considerar a todos los demás con el mismo criterio.
Que una persona nos descubra su situación interior, a pesar de la vergüenza y el rechazo, es suficiente para adoptar una actitud de agradecimiento y de plena aceptación. Esta acogida sincera es indispensable y benéfica para todo el diálogo posterior. Existe la posibilidad de compartir con otros y de manifestar hacia fuera lo que se mantenía como una tragedia íntima y personal.
Se ha insistido también en la conveniencia de una ayuda sobre todo en los casos benignos. No sería adecuado cerrar las puertas a una sensible mejoría, cuya posibilidad muchos defienden en contra de otras opiniones. Aunque no se consiga cambiar la estructura que parece definitiva, sí se logra una reconciliación positiva consigo mismo. La experiencia médica confirma el mayor equilibrio que se deriva de este intento, hasta conseguir una integración suficiente para una vida normal, sin graves complicaciones.
La búsqueda de una verdadera y auténtica sublimación no hay que identificarla con una fuerza represora. Lo que se busca es dar salida a la libido dentro de una orientación global, que abarque la vida entera y que satisfaga por otros medios las exigencias del sexo.
La fe auténtica puede constituir una ayuda profunda. Un sentimiento neurótico de culpabilidad no es dable en quien haya conocido más de cerca el rostro verdadero de Dios. La salvación es una gracia sobre todo para los que se sienten más débiles e impotentes. Lo que obstaculiza este don es la autosuficiencia y el creerse justificado por una vida perfecta (Lc 18, 11). El sendero para acercarse con mayor fidelidad a Dios es sentir el peso de la propia incapacidad cuando a pesar de los esfuerzos no se consigue la meta fijada. Los esquemas que Dios utiliza para juzgar tiene poco que ver con los nuestros. En la experiencia del propio fracaso puede estar presente un deseo sincero de buscarlo y quererlo por encima de todo.

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