Hemos de reconocer este es un
fenómeno ante el que resulta difícil una postura objetiva y neutral. Parece que
no cabe otra alternativa posible que la de su aceptación o rechazo. Cualquiera
sea la actitud que se tome, tiene el peligro de una interpretación exagerada
desde el ángulo opuesto.
1.Razones psicológicas para
este rechazo
Los psicólogos sostienen que uno
de los temores inconscientes más
profundos es el miedo a la impotencia y a la homosexualidad,
por lo cual
construimos una serie de barreras para defendernos de cualquier amenaza o
peligro de contagio. La misma psicología enseña que incluso en la persona
heterosexual existe una dimensión homófila en diferentes proporciones aunque no
se convierta en el componente más pronunciado. De la misma manera que en el
homosexual se da también una fuerza heterófila que no es la dominante.
Si tenemos en
cuenta ambos factores (miedo inconsciente y dosis de homosexualidad) resulta
explicable que uno de los mecanismos inconscientes de defensa sea la
agresividad, el desprecio y el rechazo de los homosexuales. Al proyectar sobre
ellos nuestra indignación, puede producirse un sentimiento positivo, pero
engañoso, de que semejante realidad no tiene que ver con la propia. Cuanto más
manifiesto sea el fanatismo y la repugnancia, probablemente será porque existe
una necesidad mayor de ocultar su existencia o una absoluta negativa a
reconciliarse con la propia verdad.
2. Naturaleza de la
inclinación homosexual
Lo que caracteriza al homófilo no
es tanto el ejercicio como la tendencia hacia las personas del propio sexo. Hay
que diferenciar con exactitud la condición homosexual, que radica
en la orientación psicológica, del comportamiento que se
manifiesta en los actos homosexuales. Como la libido posee entre sus
componentes, el sexo (lo genital), el eros y el amor, también aquí podría darse
un encuentro en el que predominara alguna de estas dimensiones. Por lo tanto,
aunque en la práctica se utilizan como sinónimos, debería distinguirse entre la
homosexualidad en su sentido estricto, el homoerotismo y la homofilia. Es una
atracción psico-erótico-sexual en la que puede primar alguno de estos elementos
sobre los demás. Además de la inclinación hacia el propio sexo, suele darse una
repugnancia a mantener relaciones genitales con el otro sexo según el grado de
bisexualidad de cada individuo.
3. La valoración objetiva
Conviene dejar en claro que el
simple hecho de tener tendencias homosexuales, de sentir atracción hacia el
propio sexo, no entra en el campo de la moralidad. Nadie es malo ni bueno por
tener una orientación o sentimientos que no puede alejar de sí y que incluso
experimenta como un destino impuesto al margen de su voluntad. Desde el momento
en que la homofilia no se basa en una opción elegida, no hay lugar para la
culpa en la existencia de esa orientación. La Iglesia ha distinguido siempre
entre condición y comportamiento.
El pecado no radica en la existencia pura y simple de un fenómeno
psicológico, sino que supone la aceptación libre y voluntaria de las prácticas
homosexuales.
En al Biblia
existen abundantes testimonios que las consideran como pecado, como conducta
contraria a los designios de Dios (Gen 19, 1-29; Jc 19, 22-30). Otros textos se
refieren a la prostitución sagrada (Dt 23, 18-19), como se daban en las
costumbres cananeas, para que no se contaminara el culto al Señor, o se
prohibían tales actos hasta con la pena de muerte (Lv 18, 22 y 20, 13) por el
miedo de Israel a que se introdujeran esas prácticas entre sus miembros. Si
esas leyes existían es porque se trataba de un peligro real y se valoraba como
negativo.
Se insiste en
la necesidad de una hermenéutica que supere los límites históricos y culturales
de esas enseñanzas. La consecuencia de tal exégesis implica para algunos que no
existe fundamento bíblico para su valoración negativa en el Nuevo Testamento.
Las condenas que ahí aparecen se refieren a casos de pederastia y a los
proxenetas que reducen a niños a la esclavitud; reprueban comportamientos que
nacen en un ambiente de orgía, desenfreno y perversidad o como consecuencia y
castigo por haber rechazado el conocimiento de Dios; y se rechazan finalmente
porque son actos realizados por heterosexuales que actúan contra su propia
inclinación. Todo esto impide la utilización de estos textos en los
planteamientos actuales.
Si hay motivos
para creer que interpretaciones erróneas han exagerado el carácter nefasto de
los actos homosexuales, tampoco están libres de error los que niegan por
completo el valor de tales enseñanzas. Ni las interpretaciones han sido tan
incorrectas, ni las posibles deficiencias tampoco tendrían que suponer un
cambio en la valoración. El mensaje revelado viene a confirmar lo que la
reflexión humana mantiene todavía como una meta: la orientación heterosexual de
la persona aparece objetivamente como el destino mejor. Afirmar que este
objetivo es consecuencia de los prejuicios contra la homosexualidad de los
autores sagrados es una solución simple y poco fundamentada.
4. La posibilidad de una
superación
Si consideramos razonable la
opinión generalizada de que la apertura al otro sexo es la mejor orientación
del impulso, hacia ella debiera dirigirse la educación como profilaxis, y la
misma readaptación posterior en lo posible. Las condiciones psicológicas y
culturales deberían favorecer este destino en la configuración de la
sexualidad. La ayuda prestada puede ser provechosa sobre todo si se trata de
una tendencia más superficial, y posibilita una integración reconciliada con
algo que no fue elegido.
La licitud de
una conducta no se justifica por lo que se es, sino por lo que se debe ser. Si
los homosexuales tienen derecho a vivir como son, este principio habría que
aplicarlo con la misma lógica a cualquier otro comportamiento.
Si la mera
instintividad fuese criterio suficiente para justificar una conducta concreta,
la moral quedaría reducida a simple biologismo. Sentir una necesidad sería
signo de una exigencia ética y cada cual tendría derecho a pedir las normas
adecuadas a su propia psicología. La ética, como ciencia de valores que ilumina
la conducta, debería sufrir un cambio constante, en función de las situaciones
personales. El déficit y la limitación, patrimonio universal en todos los
campos, no justifican abandonarse a la propia realidad, pues por encima de ella
se encuentra la meta hacia la que debemos dirigir nuestra conducta.
5. Orientaciones pastorales
Hay un primer punto fundamental,
mientras no seamos capaces de aceptar al homosexual como una persona
merecedora, como cualquier otra, de nuestra estima y respeto, todo intento de
ofrecer ayuda resulta falso. Se requiere eliminar previamente prejuicios
conscientes e inconscientes que dificultan esta relación. El que exista
individuos que han hecho de su tendencia una forma de perversión, no es motivo
para considerar a todos los demás con el mismo criterio.
Que una
persona nos descubra su situación interior, a pesar de la vergüenza y el
rechazo, es suficiente para adoptar una actitud de agradecimiento y de plena
aceptación. Esta acogida sincera es indispensable y benéfica para todo el
diálogo posterior. Existe la posibilidad de compartir con otros y de manifestar
hacia fuera lo que se mantenía como una tragedia íntima y personal.
Se ha
insistido también en la conveniencia de una ayuda sobre todo en los casos
benignos. No sería adecuado cerrar las puertas a una sensible mejoría, cuya
posibilidad muchos defienden en contra de otras opiniones. Aunque no se consiga
cambiar la estructura que parece definitiva, sí se logra una reconciliación
positiva consigo mismo. La experiencia médica confirma el mayor equilibrio que
se deriva de este intento, hasta conseguir una integración suficiente para una
vida normal, sin graves complicaciones.
La búsqueda de
una verdadera y auténtica sublimación no hay que identificarla con una fuerza
represora. Lo que se busca es dar salida a la libido dentro de una orientación
global, que abarque la vida entera y que satisfaga por otros medios las
exigencias del sexo.
La fe
auténtica puede constituir una ayuda profunda. Un sentimiento neurótico de
culpabilidad no es dable en quien haya conocido más de cerca el rostro
verdadero de Dios. La salvación es una gracia sobre todo para los que se
sienten más débiles e impotentes. Lo que obstaculiza este don es la
autosuficiencia y el creerse justificado por una vida perfecta (Lc 18, 11). El
sendero para acercarse con mayor fidelidad a Dios es sentir el peso de la
propia incapacidad cuando a pesar de los esfuerzos no se consigue la meta
fijada. Los esquemas que Dios utiliza para juzgar tiene poco que ver con los
nuestros. En la experiencia del propio fracaso puede estar presente un deseo
sincero de buscarlo y quererlo por encima de todo.
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