Tanto
Maquiavelo en El Príncipe, como Aristóteles en la Ética Nicomaquea indagan
sobre la forma en que los hombres deben organizarse para vivir en sociedad;
tratan de definir las normas mínimas de conducta que los actores políticos
deben de obedecer para vivir en armonía y puedan establecer un orden social, un
orden antepuesto a la anarquía y la barbarie.
Cada
autor interpreta a su modo este orden social, este estado de armonía entre los
hombres que conviven al interior de la sociedad humana.
Cada una de estas
interpretaciones provoca en consecuencia que se considere factores distintos,
definidos como esenciales, para la construcción del orden social. Esto es, un
autor difiere del otro al determinar las bases sobre las cuales se establecerá
la armonía entre los hombres.
Aunque
reconocen la natural inestabilidad al interior de las sociedades humanas, su
tendencia permanente hacia el conflicto entre sus miembros, cada uno diseña y
establece sus propias soluciones a este problema. Mantiene la expectativa de no
disolver la asociación humana.
Ambos
autores coinciden en el planteamiento inicial del problema, planteamiento que
parte de la concepción del individuo como actor social primordial y productor
de la realidad social. Tanto Aristóteles como Maquiavelo reconocen que el
origen de los fenómenos sociales, en este caso la conflictividad de las
colectividades humanas, se encuentra en la acción y voluntad individual de los
hombres y no tanto en una entidad supraterrenal de orden divino. Para ambos es
el hombre quien a través de su acción pone en marcha los complejos procesos
sociales.
En
consecuencia es en el hombre, el individuo, en el que se encuentra la respuesta
de esta tendencia hacia el conflicto y la disolución de los vínculos sociales y
por lo tanto también su solución, el camino hacia el orden social.
Maquiavelo
y Aristóteles reconocen en los hombres la independencia en sus actos con la que
actúan al interrelacionarse con sus semejantes. El individuo tiene la libertad
para actuar de acuerdo con sus propios intereses a menos que se impongan
(Maquiavelo) o establezcan de forma consensual (Aristóteles) una serie de
normas y valores que moldearán y guiarán la conducta de los individuos. Los
hombres de esta manera en su interacción con sus semejantes deberán hacerlo
conforme a estas reglas establecidas y reconocidas como válidas por la
colectividad; reglas que le indican al hombre que hacer y como hacerlo.
Estas
reglas tendrían como objetivo primordial garantizar la convivencia armónica
entre los hombres, diluyendo o al menos reduciendo el conflicto al interior de
la colectividad. Es decir, estas reglas serían el fundamento del orden social.
La
definición del orden social no es universal, no podría serlo. Responde a las
características particulares de la colectividad humana así como a las
condiciones espacio-temporales únicas en las que se desenvuelve esta
colectividad. Las necesidades de la colectividad determinarán las normas que
rijan las conductas de sus miembros.
De
esto se explica las diferencias entre Maquiavelo y Aristóteles a la hora de
establecer las reglas, los fundamentos, para la creación del orden social. Las
distintas situaciones espacio-temporales en las que cada uno se desenvuelve
implica necesariamente que lleguen a conclusiones distintas. Sin embargo en
ambos permanece presente la necesidad de crear estas reglas de conducta que
regulen la acción humana. El debate ha sido, y es hasta nuestros días, el
encontrar la mejor manera de organizar la vida al interior de las
colectividades humanas garantizando la preservación de los valores que cada
sociedad reconoce como primordiales (libertad, igualdad, orden, progreso,
equidad, etc.).
Las
ideas de Aristóteles se desarrollan en el seno de la democracia griega mientras
que Maquiavelo construye su pensamiento durante la etapa en que el Absolutismo
comienza a ganar fuerzas y adeptos a lo largo de Europa. Esto deriva en que
tanto las reglas que guían a la conducta humana como la forma en que estas
reglas sean adoptadas por la colectividad difieran entre uno y otro autor.
Aristóteles
al establecer los fundamentos para el orden social en su Etica Nicomaquea,
tiene como referencia las características propias de la forma en que los
hombres se organizaban para vivir en sociedad durante el siglo IV a. de C. en
Grecia.
La
colectividad humana para la que escribe Aristóteles, y que es la referencia
para su estudio, no es otra que la polis griega, esta asociación humana
característica de la
Grecia Clásica. En las polis los ciudadanos, la gente
originaria de la región con derechos de propiedad sobre la tierra, eran quienes
llevaban el control de los asuntos públicos que atañían a la colectividad, a la
polis. Los ciudadanos de las polis griegas eran quienes decidían en las
asambleas el curso de las acciones a tomar en aras del bien de la colectividad.
No
había un tirano, al menos en el esquema ideal trazado por Aristóteles, que
impusiera su voluntad e instaurara mediante la represión y la violencia el
orden. Por el contrario el orden debería ser producto del consenso de los
ciudadanos miembros de la polis. El mutuo acuerdo era el requisito para
establecer normas de conducta que guiarán a la acción individual. Para
Aristóteles el orden social surgiría a partir de la convivencia entre iguales;
para él. El orden sería la convivencia armónica entre iguales que repercutiera
en la grandeza y progreso de la polis, de la colectividad.
Ante
concepción Aristóteles plantea la necesidad de formar ciudadanos modelo,
individuos con determinadas características de tal manera que guiaran sus
acciones en beneficio de la colectividad y no de intereses egoístas
individuales, tratando de establecer que el bienestar común es parte del
bienestar individual.
La
definición de este ciudadano modelo es el tema principal de la Ética
Nicomaquea; a lo largo del texto Aristóteles precisa los rasgos que debe de
tener este ciudadano. Para la construcción del ciudadano modelo parte de la
noción de virtud (areté) definida como "no sólo una perfección moral
propiamente dicha, sino toda excelencia o perfección en general, que de algún
modo es valiosa, y contribuye por ende a plasmar un tipo mejor de
humanidad".
El
ciudadano ejemplar, o mejor dicho virtuoso, es la pieza esencial para la
creación del orden social en una colectividad humana con las características de
la polis griega. Los actos y la conducta virtuosa de los ciudadanos son los
garantes y el punto de partida para el orden al interior de la colectividad,
son los fundamentos del orden social.
Para
Aristóteles los actos son virtuosos en cuanto son benéficos para la asociación
humana. Las conductas que favorecen y preservan la convivencia armónica entre
los ciudadanos son las que deben considerarse como virtuosas. No hay virtud en
aquellas acciones egoístas que velen solamente por el bienestar del individuo.
Aristóteles
reconoce la complejidad de la vida en sociedad y no limita su exposición de
conductas virtuosas a un decálogo de reglas sino que redacta un manual, pleno
en ejemplos, de actos y actitudes virtuosas necesarias para la formación de ese
ciudadano modelo.
En
este sentido señala una serie de virtudes dignas de alabanza que todo ciudadano
debe de sembrar en aras de este orden. Así la liberalidad, la magnificencia, la
mansedumbre, lo justo, la justicia, la equidad, la prudencia, la sabiduría,
etc. Son los elementos necesarios para crear a este ciudadano modelo a partir
del cual se pueda configurar ese orden social que tiene en mente.
Aunque
Aristóteles reconoce que los vicios y las pasiones asolan a los ciudadanos y
ponen en peligro su conducta virtuosa y por ende al orden social que se
pretende establecer. Se da cuenta de la imperfección del hombre (aunque no
asume una actitud pesimista por lo que reconoce su perfectibilidad) que se
refleja en su tendencia hacia comportamientos que responden a sus vicios y
bajas pasiones más que a la virtud.
La
solución que propone es el establecimiento de leyes que obliguen a los
ciudadanos a tener un comportamiento virtuoso, so pena de duros castigos, y a
la promoción de la formación de ciudadanos por medio de una educación en la que
se inculque el amor a la virtud y la justicia.
Maquiavelo
es una historia aparte. Al igual que Aristóteles su propuesta de las bases para
establecer el orden social es consecuencia directa del entorno en el cual
vivió. Maquiavelo reflexiona en una situación histórica totalmente distinta a
la de Aristóteles: su libro fue escrito en 1513 y retrata el ascenso de la Monarquía Absoluta
en Europa.
Refleja
un período en el cual las decisiones son tomadas por un solo hombre sin
necesidad de auscultar a los miembros de la colectividad. El Príncipe de
Maquiavelo no está escrito ya para los ciudadanos participantes de una Asamblea
o encomendados a un cargo público en beneficio de la colectividad, sino para el
Soberano Todopoderoso que conduce a su antojo y capricho los destinos de la
asociación humana a la que gobierna.
La
colectividad integrada por los ciudadanos en la Grecia clásica, con todos
sus derechos y prerrogativas que gozaba, da paso a la aparición de una sociedad
altamente jerarquizada en donde la obediencia (Iglesia Católica de por medio)
en lugar de la libertad es la característica primordial. Más aún la totalidad
de la población queda excluida de la discusión sobre los asuntos concernientes
a la organización de la colectividad, asuntos que quedan en manos de una sola
persona, el monarca, que se convierte en el principal actor de la vida
política.
Es
a este último personaje a quien Maquiavelo de consejos para el establecimiento
del orden social, que no es entendido por él como la convivencia pacífica entre
iguales sino como la omnipotencia del príncipe, en el poderío incuestionable
del Monarca que garantice la paz al interior de la colectividad mediante la
coerción o la obediencia.
La
ausencia del conflicto para Maquiavelo no es consecuencia, como en el caso de
la polis griega, de la formación de ciudadanos modelo que se conducen de
acuerdo a la virtud sino a la hegemonía, al poderío, de un príncipe sobre sus
súbditos y sus rivales. El orden no es producto del consenso, sino de la
imposición y el sometimiento.
Ante
este origen del orden social Maquiavelo no propone la creación de ciudadanos
modelo sino de Príncipes poderosos lo suficientemente capaces y con los
recursos necesarios para preservar el dominio sobre sus súbditos y adquirir el
respeto de los demás príncipes. El orden para Maquiavelo es la ausencia de
revueltas internas por parte del populacho y la desaparición de la belicosidad
y la agresividad de los reinos vecinos en contra del propio, fenómenos que
atentan en contra del dominio del príncipe.
Al
igual que Aristóteles, Maquiavelo proporciona una serie de consejos al príncipe
en los que se refleja su definición del orden y sus fundamentos. Aunque aquí no
se trata de formar individuos virtuosos o moralmente correctos sino de
individuos efectivos en función de la preservación del dominio sobre su
principado.
A
partir de esta concepción el orden social ya no se define con relación a los
intereses de la colectividad sino a partir de los del príncipe, quien asume
autoritariamente que sus intereses son los intereses de la colectividad, en el
mejor de los casos (en el peor: la búsqueda de gloria y riqueza personales
sustituye a cualquier sentimiento para con el pueblo como objetivo de la acción
del príncipe). Supone ya el reconocimiento de valores universales, definidos
por el príncipe, bajo los cuales los hombres deben conducirse en su vida en
sociedad; el resto de los hombres no los definen y discuten simplemente los
obedecen.
Consejos
acerca del reclutamiento de milicianos, el fomento a la inestabilidad al
interior de principados rivales. La manera en que el príncipe debe comportarse
ante sus súbditos, las alianzas, los consejeros, etc. puede ser leídos a lo
largo de El Príncipe. Su fin último es el de crear el orden social desde el
punto de vista de Maquiavelo, en el cual un príncipe poderoso es la pieza
esencial.
En
los dos textos revisados brevemente en las páginas precedentes, se refleja el
interés siempre presente de crear una sociedad mejor organizada, en donde la
amenaza de la disolución o la autodestrucción queden conjuradas.
El
dilema de los erizos permanece: los hombres se necesitan unos a otros para
sobrevivir pero en su interrelación se generan conflictos nuevos y distintos a
los que propiciaron su asociación. La solución, o al menos la búsqueda de
paliativos, ha venido siendo el tema central de la discusión política a lo
largo de la historia humana. Las posibles respuestas recurren a elementos que
van desde el fetiche (estructura, sistema) hasta la acción supraterrenal (los
dioses).
La
pregunta sobre como vivir en comunión con los demás y exorcizar los conflictos
sociales se mantiene aún en espera de una respuesta definitiva. En esta
búsqueda las elucubraciones previas nos sirven de guía como referentes de los
éxitos y los fracasos para constituir un orden social perdurable. Es en la
experiencia y la innovación en donde están las claves para encontrar bases para
el orden social acorde a los tiempos en que vivimos.
BIBLIOGRAFIA
Aristóteles, Etica
Nicomaquea, trad. Antonio Gómez Robledo, México, Porrúa, 1985.
Berger Peter y Thomas
Luckmann, La construcción social de la realidad, Argentina, Amorrortu, 1983
Castoriadis, Los dominios
del hombre: la encrucijada del laberinto, España, Gedisa, 1998.
Fustel de Coulagnes, La
ciudad Antigua, México, Atenea, 1944.
Maquiavelo, El príncipe,
trad. Antonio Gómez Robledo, México, Porrúa, 1976.
Touchard Jean, Historia de
las ideas políticas, México, REI, 1994.
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