En el ambiente filosófico, históricamente se han
dado tres soluciones al problema: la emanación panteísta, la generación y la
creación por parte de Dios. Solo la última es posible con la naturaleza misma
del espíritu humano.
Para la emanación panteísta, el espíritu humano
seria como una emanación de la divinidad, un fragmento separado de ella, o bien,
una manifestación o actividad de la divinidad misma. Esta explicación es
absurda porque Dios es simple, inmutable e infinito y dejaría de serlo su
tuviese partes y estas pudieran separarse y convertirse en espíritu humano. Por
otro lado, si el espíritu humano fuese una actividad de la divinidad misma, se
identificaría con Dios, y dado que los hombres son mutables y finitos, Dios
seria también finito.
La segunda posibilidad se refiere a la generación
del espíritu humano. La generación del espíritu se puede concebir de dos formas
distintas. Una consiste en afirmar que el espíritu es generado junto con el
cuerpo (traducianismo corpóreo), y la otra, que es generado a partir del
espíritu de los padres (traducianismo espiritual). El traducianismo corpóreo
sostiene que el espíritu humano surge por generación, como es el caso del alma
de los animales. Pero esta equiparación no se puede hacer porque el alma de los
animales es intrínsecamente dependiente de la materia, mientras que el espíritu
humano está abierto al absoluto y, por tanto, es intrínsecamente independiente
de la materia, de tal modo que no se puede transmitir a través del cuerpo. El
espíritu humano no puede ser generado tampoco por el espíritu de los padres.
Según este tipo de generación, el espíritu de los padres comunica una parte de
si mismo, lo que es absurdo pues el espíritu es indivisible.
Queda solo la creación del espíritu por Dios. La
creación inmediata por parte de Dios no es más que un corolario de cuanto se ha
dicho de la espiritualidad y de la trascendencia. Se llama generación a aquello
que se produce a partir de un sujeto previo. Se llama creación aquello que se
produce de la nada, es decir, enteramente y sin dependencia de un sujeto
previo; producción total y no simple transformación. El espíritu humano no es
producido por generación del organismo que informa, sino que es creado
directamente por Dios, porque es intrínsecamente independiente de la materia. Ya
que el espíritu es intrínsecamente de la materia, solo puede ser producido por
creación de la nada y esto es obra exclusiva de Dios. No obstante, “la
generación del hombre es natural, aunque el alma no sea producida partiendo de
la potencialidad de la materia” (Santo Tomas de Aquino). Se podría objetar que
la creación del alma de cada individuo humano directamente por Dios seria una
acción especial, de tipo milagroso y rompería el orden natural constituido. A
esta dificultad se puede responder de dos maneras. En primer lugar no es una
acción especial porque el nacimiento
de un nuevo hombre, con todo lo que implica, no es un efecto especial en cuanto
que forma parte del orden y plan natural del universo creado. El orden natural
del universo implica que en cada nuevo individuo humano se da la creación
inmediata del espíritu por parte de Dios. En segundo lugar, podemos admitir que
es una acción especial, una intervención sobrenatural; precisamente por esto
cada hombre es un ser particularísimo, irrepetible, sujeto de derechos y
deberes con una dignidad inviolable. La razón última del valor y dignidad del
hombre se encuentra, precisamente, en ser espíritu,
creado directamente por Dios.
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