El fin ultimo
(sentido autentico y definitivo de la vida humana) tiende y esta llamado a
determinar los ideales del hombre y orientar toda su conducta. El hombre puede
resistirse a reconocer que Dios es su fin y entonces tiende inevitablemente a
deformar la entera perspectiva de la vida.
Dice Santo Tomas,
la intención es lo que mueve todo el querer y el principio de toda intención es
el fin último, sea el verdadero o aquello que el hombre substituye en su
lugar. El fin último, verdadero o falso,
influye siempre en el obrar. Lo que cada uno presupone como fin supremo de la
vida configura su personalidad, su pensamiento y su actuación moral.
Este papel rector
del fin último, se penetra mejor en su radicalidad, cuando se considera que en
el hombre caído la apertura al fin ultimo verdadera, al amor de Dios y del
prójimo, es un don del amor divino redentor. Por si solo el hombre histórico
esta sometido al pecado y no logra salir del circulo del amor egoísta. En el
amor redentor de Cristo, encontramos la restauración de nuestra capacidad de
responder al amor de Dios y un nuevo modo de amar al prójimo.
Influjo del fin ultimo en todo acto humano
El hombre obra
siempre en busca de la felicidad o del bien absoluto.
La libertad comporta
el poder de dirigirse por si misma al fin ultimo. Todos los actos libres están
relacionados explicita o implícitamente con el fin ultimo. El hombre se mueve ordinariamente
por el deseo de un bien determinado y finito. Sin embargo cualquiera de sus deseos
concretos depende de su anhelo primordial de felicidad o del bien absoluto, de
su tendencia al fin último y a su propia perfección.
Aquella meta en que
se pone el fin último determina toda nuestra escala de valores. Aunque todos
los hombres obran siempre y necesariamente por el deseo de la felicidad, no
todos sitúan el bien absoluto donde verdaderamente esta, en Dios. Algunos
convierten el fin ultimo los bienes creados, absolutizandolos. El bien limitado
e inmediato, tomado como absoluto, influye en las sucesivas elecciones. El fin
ultimo interviene en la elección de los medios y fines parciales que conducen a
el.
Los dos fines últimos posibles para el hombre
1.
El amor de Dios y el amor
desordenado de la propia excelencia
En la práctica el
hombre solo puede proponerse como fin último o a Dios o a la propia excelencia.
Todos sus demás fines se reducen a estos. Solo hay dos bienes que pueden
presentarse al hombre como absolutos, y por tanto, constituirse en fin ultimo:
Dios y el propio yo.
La alternativa
entre el amor de Dios y del prójimo o el amor egoísta de si, se presenta
existencialmente, no como una decisión lucida y puntual, sino a modo de una
continua batalla o lucha entre dos tendencias de la libertad.
La recta elección
del fin último es siempre fruto y don de la iniciativa divina: la íntima verdad
del ser humano, es una verdad cuyo conocimiento eficaz y plena actuación tienen
lugar solo por obra del Espíritu Santo.
Hay que subrayar algunos
puntos:
a)
el hombre caído tiende
inevitablemente al egoísmo y solo aprende a amar con amor de amistad por el
amor que gratuitamente recibe de otros y, de Dios
b)
se hace patente la intima relación
que guardan la noción bíblica de la gloria de Dios como finalidad ultima de la
existencia y la noción de conversión por la que el hombre deja de ponerse a si
mismo como fin y empieza a moverse por clamor de Dios
c)
la recta orientación de la
voluntad al fin ultimo se mantiene a través de una lucha constante por hacer el
bien, por regirse por la ley del amor de Dios y del prójimo y no por la ley del
propio gusto (suprema razón de las varias éticas emotivistas)
d)
el rechazo del amor de dios y del prójimo,
y la elección del amor egoísta de si, no suele tener lugar, o al menos no se
inicia como una opcion lucida entre ambos. Mas bien el hombre por la debilidad
de su naturaleza caída, cede a las tentaciones del egoísmo y sucesivamente
tiende a olvidarse de Dios.
La alternativa
entre el amor de Dios y el egoísmo esta presente (con matices y grados
diversos) en cada acto humano, y configura progresivamente las elecciones que
conducen al hombre a su destino eterno. Cada elección va dejando una huella en
la voluntad del hombre, un modo de ver y de querer las cosas en función del
bien deseado como absoluto: can cada obra el hombre tiende a ratificar su elección
del fin ultimo.
Que el hombre tenga
la voluntad habitualmente ordenada a Dios o a si mismo, no significa que ese
fin habitual determine todos sus actos. El justo puede caer en pecados
veniales, en los que se desordena respecto de Dios sin abandonarle como fin
ultimo; y el pecador puede realizar actos buenos, en los que observa el orden
divino, sin que por eso se haya convertido a Dios.
El hombre in vía
puede cambiar su fin último habitual: el pecador, con la ayuda de la gracia, puede
convertirse; y el justo puede pecar mortalmente, por un acto en que ama
desordenadamente un bien creado que le aparta de su ordenación al fin último
verdadero.
2.
La estructura temporal del amor
ordenado
Nuestra condición
corpóreo-espiritual, de la que depende nuestro modo de estar en el tiempo,
comporta que la elección sobre el fin ultimo (la adhesión a Dios, único fin
ultimo real, o su rechazo egoísta) se desarrolle de ordinario en la elección de
bienes particulares, porque es a través de las cosas que ama como se decide el
orden de la voluntad al fin ultimo. La estructura del orden o desorden en el
amor, no 4es la de un alternarse de opciones fundamentales, sino la siguiente:
en el desarrollo del recto amor hay un doble tipo de exigencias, negativas y
positivas. De una parte, y como condición primaria, no hacer nada contra el
amor de Dios, no querer nada que no sea ordenable a el, porque eso es dejarse
arrastrar por un amor egoísta; es en esta primera condición donde se radican
las prohibiciones morales, los preceptos negativos y los absolutos morales.
Por su condición histórico-temporal,
el hombre decide siempre en razón de lo que ya es, por su propia historia
precedente y simultáneamente, de lo que quiere ser en general y con ese acto
concreto. De aquí que exista siempre una tensión entre las disposiciones
habituales (virtudes y vicios, temperamento, carácter, proyectos y deseos) y lo
que hace y quiere en cada acto; entre su disposición habitual y cada elección
concreta. La rectitud de la voluntad depende simultáneamente de las
disposiciones habituales y del querer actual. En este sentido ninguna opcion
precedente vale por si misma y toda opcion fundamental es cambiable por un
acto. En cada una de sus acciones el hombre puede ceder a la tentación del egoísmo
en sus múltiples formas; pero al mismo tiempo, las disposiciones habituales
rectas facilitan el recto obrar concreto, o el inmediato arrepentimiento si en
un acto se hubiera vacilado. Si al pecado no sigue el arrepentimiento, es signo
de que su malicia fue tal que ha destruido la rectitud habitual.
Fin último y rectitud de intención
El deber de
procurar la gloria de Dios se traduce en la practica en lo que se llama obrar
con rectitud de intención, que consiste en amar las cosas de tal modo que todas
nos conduzcan de algún modo a Dios y ninguna nos aparte de El.
Es la disposición
firme última de la persona que, siguiendo la luz de la inteligencia y de la fe,
busca siempre los planes de Dios, amando rectamente todas las cosas y ordenando
todas sus potencias al bien, hasta inducir rectitud en cada uno de sus actos.
Cuando el amor al fin ultimo verdadero impregna a la persona, la rectitud en lo
concreto es una redundancia de esa disposición radical. El esfuerzo por amar a
las cosas rectamente, refuerza y acrecienta la adhesión del hombre al Bien
verdadero.
La rectitud de intención
(la decisión fundamental y sostenida de vivir según el precepto o mandato del
amor de Dios y del prójimo) no implica en el hombre caído el haber superado de
hecho todo egoísmo; sino el serio empeño en luchar constantemente por amar a
Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos por amor de
Dios, y por tanto de evitar todo pecado no solo con falta grave, sino leve, empeño
que se manifiesta por la contrición inmediata ante cualquier culpa propia.
En la voluntad que
busca a Dios se contiene el más alto amor al prójimo y al mundo. El que tiene
la intención puesta en dios, ama rectamente todas las cosas, porque en dios se
encuentran comprendidos y exigidos todos los amores nobles y los busca con la
peculiar fuerza de la grandeza del amor divino. El hombre no solo ha de buscar
a Dios con todas sus fuerzas, sino también en todo momento, en cada una de sus
acciones, hasta las que parezcan más nimias.
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