INTRODUCCION
Ética social y sociedad
La ética social
puede desempeñar diversas funciones en las distintas épocas y sistemas
sociales. Puede expresar la conciencia que la sociedad tiene de los cánones éticos
reconocidos por ella. También puede expresar su cohesión espiritual, la acción
de las fuerzas “integradoras” que poseen el poder dentro de la sociedad dada. En
la sociedad medieval, antes de las grandes crisis de renovación (Reforma,
Renacimiento, Ilustración) los órdenes sagrados fundamentaban y aseguraban el
rango que el individuo y los estamentos habían de ocupar.
De manera distinta
ocurre dentro de la dinámica sociedad moderna, que pasa de una revolución técnica
y social a otra y en la que ya no existen “estamentos” firmemente asentados y
delimitados. Esto modifica el rango individual y la conciencia del individuo. Los
miembros de la sociedad tienen gran movilidad hasta el punto de carecer de
rango fijo.
En una sociedad de
este tipo la ética social expresa las crisis sociales o los fenómenos de desintegración
e intenta llevar a cabo una toma de conciencia espiritual y superar la crisis.
Intenta poner de nuevo los fundamentos con los cuales la vida en común es imposible.
La ética social se convierte en crítica de la sociedad. Pero no ha de quedarse en
el solo diagnóstico sino que ha de ofrecer indicaciones morales asentadas en el
reconocimiento de los vínculos y criterios que son necesarios para mantener y
ordenar la sociedad humana y que en medio de las crisis que padece y frente a
ellas deben ser perfilados y sometidos a prueba.
La ética social en
una sociedad dinámica como la moderna, tiene como presupuesto la conciencia de
la crisis y el análisis critico de las relaciones sociales establecidas. La
ética social no debe quedarse en los principios o normas generales de lo bueno
y de lo justo, pues tiene por objeto las necesidades sociales concretas y las
tareas de esta sociedad en este nuestro tiempo.
Si hay ética social deberá ser una ética
concreta dentro y para esta sociedad moderna, técnica, emancipada.
Porque ética “social”
A menudo se emplea
el concepto ética social en contraposición al de ética individual, la cual trataría
de la conducta moral del individuo y de las normas que regulan su vida. Sin
embargo toda ética es en último término y de modo exclusivo ética social.
No es posible
separar de la llamada ética individual, la doctrina del comportamiento del
individuo (no vive como individuo aislado sino como miembro de la sociedad), ni es posible dejar de hablar
dentro de la ética social del individuo. Esta debe hablar de sus acciones o de
la responsabilidad que tiene ante las instituciones de la sociedad, ya que
todas representan diferentes modos de unión entre los hombres que insertan en
ellas su ser personal.
La ética individual
desaparece pues el individuo es una existencia social y política y no puede ser
comprendido al margen de esta. Sin embargo, la ética social aun cuando conciba
al hombre como existencia social-institucional, ha de tomar en cuenta el
carácter personal de la existencia humana.
Los conceptos ética
social y ética individual definen diferentes aspectos pero no diferentes partes
de la ética. En lo referente al uso de la palabra “social” se debe tener en
cuenta que tiene un sentido general y otro especial. En el sentido general designa
cualquier modo de inserción del hombre en una asociación o bien la “naturaleza
social” como raíz de este hecho: como sociabilidad del hombre que vive siempre
junto con sus semejantes. A partir de la transformación social del siglo XIX y del
nacimiento del “problema social” esta palabra adquiere un sentido especial, ético-histórico:
expresa la conciencia de la crisis social y de la apelación moral a seguir un
comportamiento “social” y a crear determinadas instituciones sociales, adoptar
medidas legislativas y dar vida a movimientos reformadores que lo
resuelvan. Cuando en nuestra sociedad se
habla de ética social se interpretara en este doble sentido.
Por esto se debe
acentuar la importancia que la ética social debe tener en las circunstancias
por las que atraviesa la sociedad moderna. Una sociedad que sufre
transformaciones criticas necesita considerar, a diferencia de una que se haya
mantenido y asegurado al modo tradicional, los compromisos ético sociales que
le son necesarios y necesita también investigar las relaciones entre hombre e
institución, así como considerar el poder que las instituciones tienen para influir
sobre el individuo.
Se entiende por
“institución” todo orden y estructura social que con poder propio y fuerza para
condicionar al individuo, lo abarcan en su seno. Persona e institución son
inseparables. El hombre se convierte en persona formada e históricamente
actuante cuando acepta y vivifica las instituciones. Esta no es solo forma fija
y predeterminada, sino acontecimiento y proceso.
Ética social cristiana y sociedad moderna
La transformación
que la sociedad ha sufrido, ha desencadenado un importante proceso de
transformación en la ética social y en la doctrina social cristianas. Los
viejos órdenes, santificados por la tradición y por la interpretación y
legitimación cristianas, pertenecientes
a una sociedad pre-técnica, preindustrial y estructurada con arreglo a la jerarquía
estamental, decayeron. Se consumó la emancipación y la liberación del
individuo; nuevas formas económicas y productivas aparecieron; las revoluciones
políticas condujeron al triunfo de la democracia; el proletariado industrial se
instruyo y exigió un nuevo orden social. Este proceso planteo a la ética social
cristiana problemas y tareas nuevos. Se encontró frente a un hombre cambiado y
frente a nuevas estructuras sociales. Toda la cristiandad se vio envuelta en
una confrontación de dimensiones mundiales con el comunismo.
La ética cristiana
en general y la social en particular tuvieron que adoptar una forma nueva en
esta sociedad que se transformaba. La ética social cristiana tuvo que enfrentarse
con un mundo de instituciones sociales y de tendencias que no habían existido a
todo lo largo de los 1800 anos de historia de la Iglesia , periodo en el que
se habían formado la ética cristiana y la ética social y en el seno de las
instituciones de la época se había creado una rica tradición que se extendía a
la esfera del pensamiento, a la de las realizaciones ético practicas (ethos) y al de las indicaciones para
la vida. Dio lugar a lamentaciones por la pérdida de las viejas formas de vida
e instituciones honorables y valiosas (familia patriarcal, vecindad, monarquía,
orden estamental), himnos encendidos a la libertad y la igualdad, al
incalculable progreso de las técnicas y las ciencias; por una parte el
conservadurismo pesimista que solo ve destrucción y disolución y por otra la adecuación
optimista a las nuevas formas y fuerza sociales. Estas contradicciones ilustran
las dificultades de la ética social cristiana en el seno de la nueva sociedad
técnico-industrial. Esta ética no puede aislarse, retirándose mas allá de la
sociedad; existe en relación con las realidades históricas de la sociedad; esta
destinada a servir a la comunidad cristiana actual como a ayudar a todos los
hombres que viven y obran en la sociedad de nuestros días. Cabe preguntar si la
ética social cristiana tiene un destino y una tarea tanto cristianas como
universales y humanas.
Tarea y límites de una introducción
Una introducción no
puede ofrecer una exposición de conjunto de la ética cristiana ni de la ética
social, sino solo una selección de problemas tanto desde el punto de vista de
su significación fundamental, como desde el de la actualidad que tienen en la
sociedad contemporánea. Un sistema intemporal de verdades ético-sociales no es
posible ni deseable. El Evangelio es revelado en tiempo y a hombres existentes
en un momento dado. La eternidad del Evangelio divino y de sus mandamientos es
temporal e histórica. Pero estos principios solo pueden tener validez a condición
de que la ética social sea entendida y fundamentada desde un punto de vista
cristiano. La vida y las formas sociales son históricas, y la historia es
abierta e inabarcable. No puede darse una ética social que convenga a todos los
órdenes sociales históricamente realizados o posibles en el futuro. Se trata de
la ética social conveniente a esta sociedad concreta. No se puede convertir la ética
social en una ética de la situación, mas aun porque esta ultima esta limitada
por la tendencia a dirigir unilateralmente la mirada al individuo y nada dice
acerca de la existencia institucional en la sociedad.
La tarea de la ética
social consiste en hablar de las exigencias a que están sometidos el hombre en
cuanto ser social y las estructuras sociales. No se trata de imponer a la
sociedad moderna el sistema de un orden social cristiano. No existe un orden
sino exigencias cristianas básicas, que deben ser mantenidas en cualquier
sociedad donde se difunda el mensaje cristiano. Esas exigencias deben ser
referidas a las realidades de la sociedad existente. Esto no implica la
aceptación y aprobación conformista de los órdenes y relaciones sociales establecidos.
Estos no deben ser convertidos indebidamente en normas ético-sociales o en modelos
ideales.
Es preciso señalar
dos tareas de la ética social que son diferentes pero que van unidas: la ética señala
las exigencias a que debe ajustarse el obrar humano y da indicaciones para la
conducta del hombre en la sociedad. Esta tarea de formular criterios ético-sociales
exige la comprensión critica de la realidad social y responde a la pregunta si
existen instituciones tan necesarias y exigidas para considerar humana a la
sociedad, que allí donde falten estas instituciones fundamentales, la sociedad perdería
su carácter humano y la vida en común de los hombres, su conveniencia se haría
imposible. Hablar de ética social significa también conocer y reconocer esa
fuerza vinculante. La ética social ha de quedar al margen de todo relativismo,
de carácter histórico o sociológico. Va más allá de la sola descripción de las
convenciones éticas vigentes en esta o en aquella sociedad pasada o presente y
se pregunta por criterios y arquetipos, por la libertad o la justicia o la
convivencia humana. El derecho y los límites de las convenciones éticas
vigentes y de las pautas de comportamiento establecidas en una sociedad, solo
pueden establecerse sobre la base de aquellas preguntas críticas. Hay que
distinguir esta visión de las cosas del radicalismo moral y de la exaltación,
según los cuales el ethos social
establecido, las convenciones aplicadas en la vida en común deben ser
despreciadas de antemano como un legalismo inframoral, lo que tiene como
consecuencia la imposibilidad de captar la significación y efectividad ética
que la moral y el derecho tienen.
La sociedad moderna
ha desarrollado una serie de exigencias de crítica social y de arquetipos, de
carácter conservador, reformista y revolucionario. La ética social cristiana
debe aclarar y delimitar sus posiciones en dialogo con la autocrítica que la
sociedad moderna se hace a si misma. Para entablar este dialogo es necesario
traspasar los limites de la mera “ética”.
PRESUPUESTOS Y
PROBLEMAS FUNDAMENTALES
EL humanismo
cristiano como idea directriz de la ética
social
Toda
consideración eticosocial descansa sobre ciertas decisiones previas. Si
elevamos el concepto de humanismo cristiano a la altura de idea directriz de la
ética social y de principio orientador de la “actuación social” en la praxis de la vida social, llevamos a
cabo una decisión previa de gran importancia. Sentar este principio significa
rechazar toda separación entre Iglesia y sociedad, entre fe (en el sentido de
la profesión de fe cristiana) y realidad social, y, por tanto rechazar también
la concepción de que la fe es una esfera aparte, situada al margen de la
sociedad, la cultura y la vida política. El humanismo cristiano parte del presupuesto
de la unidad, de la existencia humana
en todos sus “dominios” o dimensiones: considera que esa unidad proviene de
Dios, que ha creado al hombre a su imagen (origen) y, a la vez, le ha fijado su
último destino: ser participe en su “Reino”, lo que supone que el hombre
alcanzara su liberación definitiva y su plenitud y será redimido de toda
deformación y alienación respecto de Dios y de sus semejantes (porvenir). El
humanismo cristiano esta basado en la unidad de los tres artículos de la fe
cristiana. El calificativo “cristiano” no es un mero adjetivo que ponga de
manifiesto el trasfondo religioso del que ha partido el humanismo religioso y
del que luego se ha liberado, sino que constituye una determinación esencial. Lo
“cristiano” proviene de Cristo sino esta vacío. Humanismo cristiano es fe,
esperanza y caridad para el hombre, al servicio del hombre. No se trata por
tanto de una fácil formula de compromiso que se quiera ofrecer a quienes encuentran
respetable la ética “cristiana”, siempre y cuando no se la grave con el peso de
la fe cristiana. Una “moralización” de este tipo privaría al humanismo cristiano
tanto de su verdad como de su fuerza. La ética cristiana testimonia en sus
afirmaciones la fe cristiana.
Por otra parte, el
humanismo cristiano habla de aquel hombre real que todos conocemos, cristianos
y no cristianos, no de una imagen ideal enormemente alejada de nosotros. El
humanismo cristiano es “realista”: el hombre corporal, perecedero, histórico en
todas sus relaciones y encasillamientos, esto es, en cuanto ser social, ese es
el hombre para el que aquel humanismo piensa y obra y cuyas dimensiones y
limites precisa de tal forma que siempre lo ve y lo comprende desde la
perspectiva del origen (ser creado) y del provenir (determinación escatológica).
De este modo el humanismo cristiano empuja al hombre hasta el centro de la ética
social. El humanismo cristiano es, en segundo lugar, crítico, y esto en un sentido peculiar que va más allá del sentido científico
de esta palabra. Crítico designa la
confrontación del hombre con Dios, con su prójimo y con su último destino: la
plena libertad. No se trata de un
alejamiento entre ideal y realidad, ser y debe ser, de que se ocupa la ética
idealista, distanciamiento que pudiera reducirse por aproximación progresiva al
ideal. Se trata de la escisión originaria del hombre, esencial y determinante
del destino de su existencia real e histórica, que él es y en la que él vive,
de su miseria, de su prisión, que es incapaz de superar ni siquiera poniendo en
juego sus más altas fuerzas, esfuerzos idealistas y transformaciones sociales
revolucionarias. Estas actividades pueden alcanzar una dimensión y efectividad históricas
enormes y determinar el curso de siglos enteros, pero no acaban con la
existencia histórica del hombre en su alineación de Dios.
Humanismo burgués y
humanismo marxista
En esto radica la
contraposición fundamental entre el humanismo cristiano y otros humanismos como
el humanismo burgués, dentro del cual hay que distinguir tres tipos: el
revolucionario-racional, el idealista-clásico y el romántico, todos los cuales
siguen teniendo influencia en nuestro siglo. Del humanismo burgués hay que
distinguir, sobre todo, el marxista, en cuanto concibe al hombre como ser
corporal, dotado de actividad sensible, e histórico, que, con su trabajo, se
crea a sí mismo y al mundo (sociedad), pero, al mismo tiempo, está sometido al
destino de la alineación respecto de su trabajo, de sus prójimos y de sí mismo.
En la nueva sociedad sin clases, la actividad humana (bajo la misión y la
figura histórica del proletariado) superará todas las relaciones alienadas;
entonces el hombre se desarrollará hasta lograr su florecimiento, su riqueza.
Presupuesto de todas estas formas del humanismo (cada
una de las cuales está históricamente unida, de modo especial, al humanismo
cristiano) es la autonomía del hombre en su actividad creadora, aun cuando el
humanismo romántico reacciona críticamente frente a la autonomía e intenta
inútilmente integrar al hombre en un orden sacro, bajo el conjuro de su origen,
y llenar su razón de un contenido religioso. El idealismo concibe al hombre a
partir de su unidad con el espíritu divino o absoluto y fundamenta
positivamente su libertad y autonomía a partir de esta unidad. El humanismo
absoluto termina por venerar al hombre de manera radical, como creador y
realizador de sí mismo y de la sociedad y por concebir a Dios como un
expoliador del hombre., que le priva de su libertad y de su dignidad (Marx).
Entre el humanismo
absoluto y el cristiano es preciso realizar una opción fundamental a la que la
ética social no puede sustraerse. Es posible una ética social basada en el
idealismo humanista (Kantiano o Hegeliano). El humanismo social de nuestro
tiempo pretende volver a los valores eternos, a las bases metafísicamente
fundadas de la ordenación social, a la verdadera esencia del hombre, a su
misión al servicio de la humanidad. El conservadurismo vive hoy aún (dentro y
fuera de la iglesia) del humanismo romántico y de su orientación
fundamentalmente contra revolucionaria. Estas formas del humanismo no nos
sirven para fundamentar la ética social en el seno de la sociedad actual. El
humanismo romántico conduce a una utopía retrospectiva. La libertad, la
emancipación del individuo y la laicidad de nuestra sociedad no tienen cabida
en un orden sacro. El idealismo burgués no puede concebir la alienación del
hombre, de modo realista, ni como alienación originaria ni como amenaza social.
Con su fe en el progreso y con su idealización del hombre pasa por alto la
alienación. La fe milagrosa que el marxismo tiene en la llegada del reino de la
libertad y del hombre total constituye también una utopía idealista: la idea de
que el hombre puede restaurar por sí mismo su humanidad perdida. No obstante
debemos de admitir el humanismo real de Marx en cuanto se pregunta por la
alienación humana en cada sociedad concreta
descubre los fenómenos sociales de la alienación, en vez de ocultarlos.
La ética social no
puede ser unilateralmente “personalista” ni tampoco unilateralmente
“socialista”. Esta ética descansa sobre la dialéctica entre personas y
sociedad. Algunos sustentan la tesis de que esta dialéctica solo puede ser
rectamente basada en el humanismo cristiano que nos conduce más allá de la
disputa entre el humanismo burgués y el marxista. Que los hombres busquen la
libertad o la igualdad no es algo que la ética cristiana deba condenar. Tampoco
es condenable el que en torno a estos criterios se forme un ethos social fáctico, ni el que esos
criterios encuentren un reconocimiento público, aunque muchos individuos y
grupos sociales no los pongan en práctica. Los cristianos deben reconocer y
practicar lo “justo y equitativo”, lo virtuoso, lo que el ethos social designa como decoroso y bueno. Esto es aplicable a los
cristianos, a los paganos y a los poscristianos, seculares de nuestros días, a
todos y en todos los lugares, si bien modificado por las condiciones sociales
de las diversas sociedades concretas, por las diversas y contradictorias
interpretaciones y por las tradiciones éticas. Aquí entra en juego la
solidaridad cristiana con el hombre y con su ethos, que hacen de los cristianos camaradas de cada hombre. Se
trata de la camaradería el amor que está en la persona de Cristo hombre, que
presta a aquella solidaridad cristiano su contenido de aquel amor que
constituye la plenitud de sentido y la realización de todos los mandamientos y
de todas las exigencias de la ética socialmente establecida que habla de
caridad y de justicia. El amor impide que estas normas pierdan contenido, que
se conviertan en reglas de juego al servicio del poder de este o de aquel
grupo.
Utopía humanista y
esperanza cristiana
El humanismo
burgués y el marxista, culminan en utopías, bien en la de la sociedad
completamente igualitaria, de la sociedad sin poder, bien en la del reino de la
humanidad y libertad plenas. En la “nueva” sociedad toda desunión está superada.
No hay que
interpretar la crítica cristiana de las utopías humanistas en el sentido de que
el humanismo cristiano no tuviera ninguna esperanza de futuro y solo conociera
un subir y bajar de la marea histórica carente de sentido. El humanismo cristiano
permanece en la esperanza del “Reino de Dios”. Este será el verdadero reino del
mundo solo en el reino de Dios se cumplen las esperanzas de la humanidad y se
alcanza el destino del hombre, lo que no es posible en las condiciones de la
existencia alienada. Esta apertura al futuro dirige al humanismo cristiano. Sin
la esperanza, el humanismo cristiano en una doctrina cristina del origen, que
sólo trataría del ser originario o del ser creado del hombre y solo explicaría
su ser histórico a partir de ese dato. Si no tuviera una orientación
escatológica, si no esperara ni deseara nada, el humanismo cristiano perdería
la batalla ante las otras formas del humanismo. Durante mucho tiempo el punto
débil de la ética cristiana radicó en que, frente al marxismo, no estuvo en
situación de sacar de la esperanza escatológica consecuencias para juzgar
críticamente y ordenar la sociedad. El Dios del origen es el Dios del porvenir.
El humanismo cristiano supera lo devenido, la historia, va más adelante. La
crítica cristiana de la utopía está fundada en la creencia de que todas las utopías
habrán de cumplirse en el reino de Dios. El humanismo cristiano es activo esto
es, esperanza puesta al servicio del hombre, en el reino de Dios como
liberación definitiva del hombre. Por esta razón hay que distinguirlo de toda
ética ontológica, o fundada en los llamados valores. Pero está universalmente
abierto al hombre y a todas las exigencias éticas que se dirigen al hombre. La
renovación del hombre en Cristo es su punto de partida. En ello alcanza el
hombre su derecho y su verdad. A la ética cristiana le importa el hombre, la
libertad, justicia, la caridad, la dignidad humana y la paz, le importan todos
los hombres. Arranca de la renovación del hombre en Cristo, del acontecimiento
histórico que ha superado la prisión en que el hombre estaba encerrada y la
alienación que padecía. El humanismo cristiano no considera que carezca de
sentido, de efectividad actual en la sociedad ni criticar las condiciones
sociales existentes. Recoge todas las verdades de la crítica social de carácter
humanista.
El amor realiza
obras buenas, lo humanamente bueno, aquello que todos, paganos o no cristianos
seculares consideran justo, razonable, bueno y caritativo; el amor de Cristo no
tiene por qué avergonzarse de esta coincidencia y solidaridad. A menudo es él
quien indica a los prójimos lo que deben hacer; descubriendo necesidades
desconocidas, el amor cristiano fue precursor en la lucha en pro de la
humanidad. Es este mismo amor el crítico más agudo de los cristianos y de las
iglesias establecidas, que se habían avergonzado al ver el comportamiento
humanitario de muchos idealistas, entusiastas o no cristianos.
Su círculo de
acción es el mundo, no una iglesia ni las iglesias; y si estás se entiende
rectamente a sí mismas su humanismo cristiano debe resplandecer en sus buenas
obras ante todos los hombre (Mat. 5,16; Ef. 2,10).
Relación entre el
humanitarismo cristiano y las instituciones
Los criterios de
crítica social empleados por la ética social, van dirigidos a los hombres en su
existencia social en la convivencia y
esta siempre es algo institucionalmente ordenado; el hombre forma parte de
múltiples instituciones que ordenan la cooperación en el trabajo o la relación
entre los sexos o establecen un poder político sobre las estructuras sociales
con objeto de proteger el orden jurídico, mantener la paz y guardar la libertad
del individuo. Las llamadas instituciones no están fuera de los criterios
éticos sociales como poderes dotados de un derecho propio y de una soberanía
absoluta. El estado está ordenado a Dios. No es un poder absoluto. Dios ha
creado al hombre y a la mujer; el matrimonio los constituye en unidad. El ser
del matrimonio es un deber ser dirigido a ordenar la unión entre personas.
Estas instituciones constituyen por sí mismas, una obligatoriedad ética, que
exige aceptación y realización. No es posible separar la persona de la
institución ni las instituciones de las exigencias éticas. Esto mismo es
aplicable a la institución de la familia que se apoya en el matrimonio. La
tradición ético social de la iglesias ha destacado el valor de estas
instituciones, entendiéndolas como ordenación de Dios. Por esto han sido
veneradas por la ética social cristiana a lo largo de dos mil años como la
piedra angular de la sociedad humana. Sin embargo existen instituciones
sociales que no podemos considerar como creadas por Dios u ordenadas por él; la
esclavitud no es una institución sagrada o querida por Dios, como han
pretendido teólogos para desgracia de la iglesia. La esclavitud no puede servir
como fundamento para toda sociedad humana. Tampoco le corresponde una obligatoriedad
ética por sí misma.
No cabe hablar de
una legalidad autónoma, ni en lo que se refiera a las personas ni a las
instituciones. La secularizad de las personas y de las instituciones en el
ámbito total de la sociedad no significa legalidad autónoma e inmanente, ni
mundo si Dios, ni poder sin limitaciones, ni creación del hombre absoluto. Esa
secularizad excluye también, la consagración pagana de las instituciones y el
intento de volver a los órdenes sagrados de la Edad Media. La ética social he de permanecer en el camino
abierto por los testimonios del Nuevo Testamento: la concepción secularizada de
a sociedad.
Siempre es preciso
cuidar del orden, la paz y el derecho; el poder que puede mantener y proteger
esas cosas es, para todos lo hombres y grupos que participen en él, la
comunidad política. El rechazar una metafísica glorificadora del Estado no debe
conducir a privar de contenido ni a rebajar el orden político, el cual mantiene
la libertad del individuo en la comunidad jurídica de todos.
El humanismo
cristiano recoge críticamente el ethos
social, a lo que hay que añadir que deja a un lado las ideologías que van
unidas a él y que en segundo lugar acepta y reconoce la instituciones de la
familia y de la comunidad política que constituyen el fundamento y la
protección de toda la vida en común, considerándolas dentro de los límites de
la existencia histórica del hombre y sin vincularse a ninguna estructura social
determinada.
El humanismo
cristiano está orientado a las praxis; no constituye una teoría metafísica o
racional de carácter total sobre la sociedad. Le importa la relación entre el
amor activo, el amor al prójimo y al hermano y las instituciones.
Para la acción
cristiana tiene importancia decisiva el percibir la apertura histórica y la pluralidad
de las formas sociales; es imposible desconocer la posibilidad de formaciones
futuras. Si la ética social toma conciencia de esta apertura de la historia al
porvenir, no se plantea el problema de atenerse a un oren social determinado.
Esto no supone
renunciar a la acción ni a la ordenación cristiana, puesto que el reino de
Cristo está en el mundo. La caridad persigue realizar la humanidad y la
justicia en todas las instituciones. Puede y debe cambiar las instituciones,
humanizarlas, en una lucha contra la objetivación y la cosificación del hombre,
contra la perversión demoníaca de ciertas instituciones, contra la
ideologización del ethos social
operada por ciertas cosmovisiones y por la fe en ciertos sistemas (idealismo,
materialismo, comunismo). La caridad mantiene el carácter secular de las
instituciones. No crea una sociedad cristiana pero conserva su humanidad.
Dentro de las
instituciones, pero también en sus confines se producen las buenas obras del
amor que se pone al servicio del hombre, el cual es dueño y señor de todos los
preceptos y leyes sociales. Estas buenas obras, humanas, son lo medios a través
de los cuales se declara el dominio de Cristo; a través de ellos Cristo lucha y
vence, libera a la sociedad humana del vacío ideológico y de la corrupción
demoníaca de las instituciones.
Los poderes de la
perversión
Los conceptos de
perversión o demonización se refieren a estructuras y fuerzas corrompidas o
deterioradas que existen en la sociedad. La ética social debe hablar de los
demonios destructores que revisten la forma de ideologías o poderes
destructores del Derecho o de relaciones de dominación corrompidas, esto es,
debe hablar de demonios sociales o de estructuras de destrucción, como formas
objetivadas de la injusticia o de un poder ordenador de carácter inhumano de la
existencia de ciertos órdenes sociales pervertidos y desnaturalizados. La
destrucción de los antiguos vínculos eticosociales, la fe en la capacidad de
hacer cualquier y la libertad total, producen un vació y una falta de base por
los cuales se introducen estos poderes.
Hablar de los
poderes de la perversión es realista. Es una visión necesaria de la crítica social
cristiano-profética. No declara al individuo libre de culpa y de
responsabilidad, pero dice que la llamada buena voluntad y la conciencia
individual aislada no bastan para contrarrestar la amenaza que pesa sobre la
existencia social y para servir a la justicia y la caridad. Sólo es posible
descubrir la responsabilidad ética en su dimensión social si se reconoce la
demonizacion de las fuerzas sociales.
Sociedad y
comunidad bajo el dominio de Cristo
De la presencia
oculta pero eficaz de Cristo en el mundo brota el anuncio y la obra de caridad
de la comunidad cristiana. Presencia en el mundo significa que Cristo no esta
encerrado en la Iglesia. Al
reunirlos en comunidad, ha llamado a los hombres para que lo siguieran y los a
puestos a su servicio. Pero sale al
encuentro de la comunidad a partir del mundo, oculto actualmente en la sociedad
bajo la figura de todos los miserables y de los sojuzgados y desesperados que
gritan pidiendo ayuda. Unirse a esta su comunidad por medio del amor,
reconciliar a los hombres con los hombres, pacificar, dar de comer a los
hambrientos, es su profesión y su labor, y también cuidar y servir a la
comunidad de Cristo que se le aparece por todas partes, entre los hombres, bajo
la figura de los mas insignificantes y pobres del mundo. El dominio de Cristo
toma la forma del amor caritativo y no la del ejercicio del poder secular.
El ser de los
cristianos bajo el dominio de Cristo, la obediencia de la fe y del ir en pos de
Cristo tiene una figura diaconica. Antes de que acontezca cualquier servicio o acción
de la comunidad cristiana, Cristo y el hombre se encuentran en una profunda
comunidad y coordinación recíprocas. El humanismo cristiano manifiesta esta unión,
saca las consecuencias derivadas del obrar sobre la base de la unión entre
Cristo y el hombre. Este humanismo esta fundado en la humanidad de Cristo que
es algo totalmente distinto de una propiedad moral, algo así como el amor al
hombre. De este ser-hombre de Cristo parte todo humanismo cristiano.
Esta humanidad y
humanitarismo de Jesucristo es el fundamento y el presupuesto de la lucha ética
contra toda deshumanización del hombre. La responsabilidad ética de los
cristianos individuales no es aislable porque esta fundada en el reino de
Cristo; está ordenada dentro de la responsabilidad de la comunidad.
Ver la sociedad
bajo el dominio de Cristo no significa pretender cambiar su secularidad en una
teocracia ni tampoco incapacitar a la razón. La doctrina social cristiana esta
vinculada a la razón económica y política, y no atenta contra el mandato que la
razón tiene para ordenar y configurar el Estado, la economía y la sociedad en
su conjunto. La ética social cristiana sabe de la existencia de ideologías
terroristas que suprimen la fuerza que la razón posee para ejercer la critica
social o la entorpecen, sabe que estas ideologías pueden actuar profundamente
sobre las ciencias. La tarea de la ética social cristiana no es descalificar
heteronomamente la razón ni sustituir las instituciones políticas y sociales
por otras de carácter cristiano, sino servir al orden humano de la sociedad
humana con aquella critica social que la razón misma desarrolla a partir de la
intuición de las contradicciones internas que se producen en la sociedad, tal
como esta es dada, históricamente, en cada caso.
El humanismo
cristiano no ve a la sociedad moderna unilateralmente, bajo el signo de la
decadencia, de la destrucción de la comunidad, de la desespiritualizacion, del
desorden, etc. Ve la lucha que mantienen las fuerzas de la perversión con las de
la humanidad, de la paz y de la libertad. El humanismo cristiano interviene en
este conflicto interno. Si el mensaje en el mundo sólo se propusiera
desvincular de este mundo el alma individual, no existiría ningún humanismo. El
reino de Cristo es de este mundo, del hombre que se encuentra en él. De esto se
deriva el compromiso del cristiano en la sociedad y en el Estado, aun cuando su
existencia como cristiano nunca puede agotarse ni disolverse en este
compromiso.
La distancia del
mundo o la libertad frente al mundo con todos sus bienes y poderes, ha sido y
sigue siendo el presupuesto del humanismo cristiano. Toda la crítica cristiana
del hombre y de la sociedad ha nacido de esta libertad. Esta libertad es amor,
no es separación del hombre, sino dedicación al hombre, al ser que ha sido
creado y amado por Dios. La libertad cristiana no es libertad para el mal ni
para perjudicar ni oprimir al prójimo.
El dominio de Dios exige
y fundamenta la libertad del hombre. Este dominio no es coacción sino
llamamiento a la obediencia libre de la que nacen el amor a Dios y al prójimo.
El servidor de Dios participa en los derechos de sus hijos libres.
¿Derecho natural
cristiano?
El derecho natural
habla de la esencia (naturaleza) del hombre y percibe la contraposición entre
la ley natural y la existencia alienada del hombre, se interroga, entendido en
su profundidad, por la supresión de esta alineación de Dios y del prójimo; en
esto consiste su relativa verdad: que a través
de Cristo y del amor se cumple la ley fundamental del reino de Dios; pero en
esa verdad, Dios se muestra también como aquel que quiere ordenar y conservar
la sociedad humana por medio del ethos
y del Derecho.
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