lunes, 28 de julio de 2014

EL ATEÍSMO

PROCLAMACIÓN DE LA MUERTE DE DIOS, SECULARIZACIÓN


Ateísmo

El ateísmo no es un hecho homogéneo, con ese término se indican además varias corrientes que pueden ser más desiguales que similares. Con el término ateísmo vienen designados fenómenos muy más diversos entre ellos (GS 19). Así, como la negación de Dios aparece en formas y grados muy diversos, la descripción del ateísmo presenta notables dificultades. Existe por ejemplo, el ateo que niega de una manera expresa y consciente a Dios, pero es posible, que no obstante continúe a suponer la existencia de Dios, aún si niega efectivamente sólo una falsa imagen. Puede también suceder que el hombre entienda solamente suspender su búsqueda de Dios, declarándose por la indiferencia o el agnosticismo, estos comportamientos todavía conducen al ateísmo verdadero y propio, si todavía no están contenidos.

En cada caso resulta claro que no es posible hablar de ateísmo simplemente, sino de sus varias formas., sin olvidar además que los confines que lo separan son fluidos. Una forma, es decir, puede elaborar claramente un determinado significado que en otras expresiones está presente sólo vagamente o que se asemeja muy débilmente. Aquí no es necesario exponer la historia del ateísmo, nos limitaremos a tomar en consideración sus formas modernas, aún si el Concilio Vaticano II que seguiremos en la exposición, se ha ocupado precisamente de esto.

Ateísmo explícito, radical y dogmático


El Concilio comienza a recordar el ateísmo radical y decidido, “algunos niegan explícitamente a Dios” (GS 19). Existe un ateísmo, y existen ateos que rechazan en manera consciente, absoluta y decidida a Dios, en cada forma de religión, aún si no lo combaten con violencia. Pero, estos ateísmos pueden presentarse en expresiones diversas, por ejemplo, existen nihilismo, que niegan calquier absoluto, se trate de Dios o de valores morales obligantes en manera absoluta, pero que cae en contradicción cuando busca de absolutizar su concepción nihilista o su conducta moral arbitraria; es sin embargo diverso el ateo radical o militante, que sí niega explícitamente a Dios, pero que todavía está ligado a algunas exigencias morales absolutas, por ejemplo, formas de ideales humanistas, aquí junto a esta negación explícita de Dios puede subsistir la fe implícita. El ateísmo radical, puede presentarse en formas individuales o colectivas. Hoy se ha vuelto una corriente esta última forma, en efecto, en nuestro tiempo no sólo se conoce el ateo que piensa debe negar a Dios, en fuerza de sus propias convicciones personales, sino que también conoce el ateísmo de masa, como una especie de un moderno ateísmo de estado, que difunde la irreligiosidad con todos los medios de expresiones que están a disposición del poder político (GS 20).

Ateísmo agnóstico


Otros consideran que el hombre no puede decir nada de Dios (GS 19). Estas palabras indican el agnosticismo radical, según el cual el hombre no puede andar más allá del conocimiento de los sentidos y de la experiencia para llegar a realidades sensibles y mundanas, aún si estas se diesen. Según esta concepción, el hombre es un presuntuoso cuando afirma de reconocer un Dios pero que no existe ninguna prueba de Dios; en cuestión del conocimiento de Dios la mente humana puede hacer un reporte negativo. A diferencia del agnosticismo radical, el agnosticismo moderado, considera imposible sólo el conocimiento racional de Dios, mientras no excluya una intuición irracional, la cual degrada a Dios y a la religión sólo en término de sentimiento.

Ateísmo logístico o positivista


El hecho de que Dios no se encuentra en primer plano en el campo visual de muchos hombres modernos, no se necesita concluir precipitadamente a su no-existencia, pero sobre todo necesitamos reflexionar sobre las premisas y características de la mentalidad moderna. Parece, que el hombre de hoy, se concentra en manera tan intensa en su mundo fenomenológico de dejar entristecer el órgano capaz de coger las profundidades últimas e invisibles de la realidad. Esta es una de las fuentes principales del comportamiento de rechazo frente al mundo de lo no sensible y todavía más frente a lo sobrenatural. Podría, por lo tanto, darse el caso que el ojo espiritual capaz de coger la realidad de Dios sea convertido ciego, porque el hombre se ha constituido un campo limitado de intereses, vale decir, aquello que es directamente accesible a su experiencia y a su búsqueda científica (GS 57).

Del ateísmo humanístico al ateísmo existencialista


El ateo humanista rechaza a Dios y a la religión porque ellos inducen a despreciar al hombre, al mundo y a la vida humana. El Vaticano II, ha dicho sin embargo, que sólo un cristianismo falso y mal comprendido y una fe degenerada pueden conducir a similares consecuencias. En este contexto, el cristiano no olvida sus compromisos terrenales sino trata de cumplirlos según la vocación de cada uno (GS 43). El cristianismo auténtico es la esperanza del cumplimiento del más allá, no atacan al hombre ni a la vida humana sino que la garantizan y la promueven, es decir, no disminuye la importancia de los compromisos terrenales sino dan nuevos motivos a la actuación de ellos.

VIRTUDES TEOLOGALES


Ahora, debemos ilustrar positivamente las relaciones del hombre y sobre todo del cristiano hacia Dios, ella se resume esencialmente en tres comportamientos fundamentales de la fe, de la esperanza y del amor. Toda la vida religiosa y moral del cristiano y de cada hombre orientado a Dios está basada sobre ellas. Antes de considerar singularmente comenzando por la fe, debemos poner en luz los elementos que tienen en común.

La Sagrada Escritura describe la justa relación hacia Dios como fe, esperanza y amor. Con el progresar de la revelación la fe, la esperanza y el amor en la Sagrada Escritura vienen presentadas claramente como modos decisivos de comportamiento del hombre frente a Dios. El pueblo y el creyente vienen exhortados en el Antiguo Testamento, a creer en dios que se ha revelado a Israel, a mostrarle toda su confianza y a buscar en su ayuda el deseo de amarlo con todo el corazón (Salmo 27, 1. 8; 31, 2-4). En el Nuevo Testamento, Dios se ha revelado en Jesucristo de manera clara y definitiva y por eso la fe, la esperanza y el amor se presentan claramente como las respuestas fundamentales del hombre a Dios que se comunica a sí mismo. Cristo invita a creer en su mensaje de salvación (Mc 1, 15), a confiar en sus promesas (Jn 14, 1-6) y a amar al Padre y a El mismo (Mc 12, 28-34; Mt 10, 37, Jn 21, 15-17). Pablo expresamente ha unido en una única forma la fe, la esperanza y el amor, y las ha presentado como la relación más importante con Dios (Rom 5, 1-5; 1 Cor 13, 13; Gal 5, 5; Col 1, 4; 1 Tes 1, 3).

Fe, esperanza y amor como virtudes divinas


La tradición ha visto en el comportamiento fundamental de la fe, de la esperanza y del amor un elemento esencial del mensaje cristiano y la teología ha puesto en luz su carácter definiéndolas como virtudes divinas. Estas definiciones contienen muchas afirmaciones importantes:

-          A propósito del origen de la fe, de la esperanza y del amor, su denominación de virtudes podría inducir a ver en ellas ante todo una prestación humana, pero tal peligro viene eliminado por esta caracterización de ser virtudes divinas. Estas son divinas no sólo por que Dios se ha revelado como aquel como aquel que se puede responder de manera conveniente sólo con la fe, la esperanza y el amor, sino sobre todo porque es el mismo Dios que le ofrece al hombre estos dones, ellas representan una realización sublime de la comunión con Dios que no pueden derivar del hombre. Es Dios mismo que la suscita en nosotros, Simón Pedro es llamado beato por Cristo, porque no es la carne ni la sangre sino el mismo Padre que le ha donado la verdadera de en el misterio de Cristo (Mt 16, 17). En el Evangelio de San Juan, el Señor extiende esta beatitud, es decir, la promesa de un particular don de gracia por parte de Dios a todos aquellos que creen en su gloria y en su divinidad, sin haberlo visto (Jn 20,29).

-          La fe, la esperanza y el amor, son divinos por su objeto inmediato, es decir, ninguna otra virtud ni ningún otro comportamiento nos pone así directamente en contacto con Dios como las virtudes divinas. También este hecho, viene comprendido de su caracterización de virtudes divinas. En ellas, nos dirigimos directamente a Dios por su amor en la fe que se nos revela en la esperanza a Dios que promete de ser el cumplimiento supremo y por el camino para alcanzarlo en el amor a Dios que nos ha amado primero.

La teología escolástica expresa la directa unión con Dios en la fe, en la esperanza y en el amor, diciendo que ellos constituyen el objeto material de estas virtudes, su realidad divina se manifiesta y al mismo tiempo se encierra misteriosamente como objeto material de la fe, su virtud salvífica y su riqueza beatificante como objeto de la esperanza y su amabilidad y su bondad infinita como objeto del amor. La unión con Dios en las tres virtudes es todavía más intensa no solamente porque ellas derivan de Dios, y no solamente porque Dios es el fin inmediato del conocimiento y de la aspiración en la fe, en la esperanza y el amor, sino porque El es también el objeto formal verdadero y propio y el motivo de esta orientación hacia El. El hombre cree basándose sobre la divina veracidad porque Dios en su automanifestación no lo induce jamás al error sino lo acerca a su misteriosa realidad, el hombre espera la plena comunión con Dios en su voluntad salvífica porque Dios mismo ha decidido admitir a participar de su vida intratrinitaria. Ama a Dios porque El es el amor que urge en el intercambio de nuestra respuesta total. Al contrario de las virtudes humanas que su motivo está en el recto orden de las cosas terrenas y de la realización de los valores morales representan ante todo los bienes humanos.

La forma objetivamente plena de la fe, de la esperanza y del amor


Hablamos ante todo no del diverso grado de la intensidad de la fe, de la esperanza y del amor, sino de sus componentes objetivos como de sus diversas realizaciones. Para su plena realización se requieren las siguientes cosas:

-          El creyente debe comprender y confesar la autocomunicación de Dios, así como la fe se es verificada sobre todo en Cristo. El creyente debe por lo tanto creer en el Dios trino y en el Hijo Encarnado del Padre, en su autoparticipación a los hombres y en la gracia en la comunidad de la verdadera Iglesia y en las promesas del reino de Dios.
-          La plena actuación de la fe, de la esperanza y del amor incluyen el pertenecer en calidad de miembros a la Iglesia visible. En este caso, la Iglesia comunica en manera explícita la fe y la sustenta.
-          La plena actuación de las virtudes divinas requiere también el sacramento. Ellas vienen infundidas en el Bautismo, profundizadas en la Confirmación, nutridas sobre todo a través de la Santa Eucaristía. Es allí donde el creyente actúa, activa y testimonia la fe de esperanza y la caridad participando a la vida sacramental (cf. SC 59).


LA VIRTUD DE LA FE


Según el testimonio de la Sagrada Escritura, la experiencia cristiana y la reflexión teológica, le fe auténtica representa un movimiento del hombre hacia Dios, que no es fácil tenerla en profundidad y en complejidad. En la fe plenamente desarrollada el hombre entero se orienta a Dios, con el núcleo de su persona con todas sus capacidades y con todas sus fuerzas. Lo puede hacer solo porque Dios lo ha conquistado y por El es atraído, sólo porque Dios se dona a él y se comunica en su amor.

El peligro moderno de una intelectualización unilateral de la fe


La fe ha estado considerada y puesta en cuestión en base a puntos de vista continuamente diversos. Recordamos algunos ejemplos de precedentes concepciones de la fe. Pablo y más tarde Lutero (aunque de un modo diverso) han reflexionado sobre la importancia salvífica de la fe y sobre su posición en el proceso de justificación. San Agustín la consideró propiamente todavía bajo este punto de vista, aún si comenzó a poner en luz particulares componentes psicológicos. La época moderna se interroga sobre la relación entre fe y razón. La fe como ascenso a la verdad y realidad que no son evidentes en si mismas sino vienen aceptadas sobre el testimonio de otros, debe justificarse frente a la razón. Esta problemática no es completamente nueva, aparece ya por ejemplo en Santo Tomás de Aquino, hoy quizás acentuada de una manera muy particular. Los motivos de todo se centran en la confianza en sí misma del hombre moderno que es consciente de la fuerza de su inteligencia y que puede mostrar sus maravillosos aportes a la técnica. Además la experiencia y el análisis racional de la misma pertenecen a caminos que hoy son más importantes para llegar al saber. Esto sin embargo no interviene casi en nada en el conocimiento de la fe. Parece que fe y saber, fe y razón se excluyen recíprocamente.

La enseñanza de la Sagrada Escritura sobre la fe


Antiguo Testamento


Tanto en el AT como en el NT, fe no significa ante todo aquellos que viene creído (FIDES quae) casi un sistema de verdades reveladas, sino la respuesta del hombre a la autoparticipación de Dios, de su donación a Dios que se revela (FIDES qua creditur). La fe como respuesta del hombre, presupone que la iniciativa parte de Dios, Dios advierte al hombre con su amor. El hombre responde de manera justa cuando se abre a El mediante la fe. La fe presupone por lo tanto la revelación y no se puede pensar sin ella. Según el AT la fe siempre es una “reactio del hombre al precedente actio de Dios”.

Dios se ha revelado al pueblo elegido como el Dios de la alianza, por parte de Dios la alianza significa elección preferencial y guía amorosa de su pueblo, pero también le pide una conducta de vida. La fe significa aceptación plena de la gratitud de la oferta de la alianza, fidelidad al pacto y puesta en práctica de todas las consecuencias que comportan para la vida moral. El AT pone en primer plano el pueblo elegido en su complejidad mientras deja una sombra para el sujeto (el creyente particular). Es ante todo el pueblo que cree, teme a Dios y confía en El (Ex 4, 31; 14, 31; Sal 106, 12).

En último análisis es un comportamiento personal del creyente pero su riqueza no se despega plenamente de la fe del pueblo, donde sin embargo se ve en la literatura profética (Is 28, 16; 40, 31) o en varios salmos (Sal 46; 91; 116), donde la fe del creyente está en primer lugar. Cuando la fe viene considerada como expresión vital del creyente, más que con un acto ocasional la fe aparece como un comportamiento fundamental, no distinto a otros comportamientos religiosos fundamentales sino al contrario como una síntesis de estos comportamientos, es decir, como la justa relación global del hombre hacia Dios; fe significa simplemente el SI dicho a Dios, también significa decirle amén con todas sus consecuencias. Como vemos encierra todo el hombre en una relación hacia Dios que engloba la persona en la totalidad de su comportamiento exterior y de su vida íntima. En este sentido la fe nace como un compromiso del hombre en su totalidad (Is 43, 10). En el compromiso del hombre, responde a la revelación de la realidad infinitamente rica de Dios.

Resumiendo:
-          La fe es la respuesta a Dios que se revela y se comunica en la alianza.
-          Se comprende mejor cuando se considera no sólo en el pueblo entero sino en el particular creyente en relación con su fe.
-          La fe es el comportamiento comprensivo del hombre frente al dios de la alianza.
-          La fe compromete al hombre con todas sus facultades.
-          El hombre se abre a Dios, a su existencia, a su amor, a sus promesas y a sus exigencias.
-          La fe es la forma de existencia del pueblo de la alianza y del creyente en particular, sólo por este camino llegan a sentirse seguros de Dios.



Nuevo Testamento

En el NT, la fe presupone a la iniciativa divina “ninguno conoce al Padre sino al Hijo, y a quién el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11, 27), por eso Jesús responde a Pedro “No es la carne ni la sangre que te han revelado esto, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16, 17), por lo tanto la fe presupone la palabra de la revelación y la iluminación a la obra de Dios. Mientras en el AT, la fe consistía por una parte en reconocer que Dios había guiado al pueblo en el pasado y por otra parte en la esperanza de la salvación futura, en los sinópticos esta esperanza está referida al presente en la cual se ha cumplido y que el Reino de Dios ha llegado (Mc 1, 15). Jesús testimonia el Reino de Dios con sus palabras y sus milagros, estos por un lado presuponen la fe en la potencia de Dios que se revela en Jesús (Mc 2, 5; 5, 34 y Lc 17, 19) y por otro lado preparan el camino a la fe mesiánica verdadera y propia (Mc 4, 41). Por otra parte la fe no consiste en la práctica religiosa exterior (Mt 17, 17), la fe genuina contiene ciertamente el conocimiento y la comprensión (Mt 11, 25-27). Pero en el lenguaje de las Sagradas Escrituras el conocimiento no indica una actividad intelectual sino mucho más, la fe expresa el comportamiento completo frente al reino de Dios y a Cristo. Este comportamiento presupone la separación radical del pecado y a ser autócratas (Mc 1, 15). Que la fe debe abrazar todo el hombre y toda su vida resulta del hecho que este es original sólo cuando se transforma en el seguimiento de Cristo, sólo cuando el creyente confiesa a Cristo aún en la persecución (Mt 10, 32; Mc 8, 38). Para San Pablo la fe está en el Cristo resucitado y glorificado (Rom 10, 9). No es sólo decisión personal sino constituye la convicción común de la comunidad (Gel 1, 23). San Pablo dirá que no hay salvación sin fe y proviene de la acción del espíritu Santo en la vida del creyente (1 Cor 12, 3).

Resumiendo:
-          La fe es la respuesta del hombre a la autorevelación de Dios que en el AT pone el punto culminante en la palabra y en la obra de Cristo.
-          A fin de que el hombre pueda creer; Dios no sólo le da a conocer su mensaje sino no lo empuja interiormente a la fe de tal modo que no elimina su libre decisión sino que la hace posible.

Deberes morales en relación a la fe


En las páginas anteriores hemos buscado representar la fe contemporáneamente como don de la gracia por parte de Dios y como libre decisión del hombre.

El Concilio Vaticano II ha visto los deberes morales desde el hecho mismo de la revelación divina y de la naturaleza del orden salvífico sobrenatural, es por eso que no se contenta de establecer sobretodo y solamente la medida mínima de los deberes de fe sino que, subraya en primera línea la plenitud de la vida de fe y del crecimiento en la fe. Tomaremos como base la posición del Concilio Vaticano II.

  1. El deber de la fe explícita.- Nos referiremos a que se debe creer expresamente en la revelación de Dios en Jesucristo del cual es mensajero del Evangelio enviado del Padre, este testimonio debe aún hacerse conocer a través de los medios frente a aquellos que no creen en Dios y también donde en ciertos lugares la fe se ha enfriado. Los motivos que obligan a creer con fe explícita se dan a través del auténtico fundamento que consiste en la superioridad y soberanía de Dios sobre el hombre; el hombre depende completamente de Dios, no es autónomo ni autosuficiente. Dios habla al hombre en la relación como el Dios de la salvación, lo ilumina en las situaciones difíciles y lo quiere liberar en esas dificultades dándole un sentido nuevo a su vida, esto es una manifestación inmediata del amor divino de la cual sólo se puede responder en un intercambio de amor. Rechazar tal respuesta significaría despreciar gravemente el amor de Dios.

2.   El deber de la fe implícita.- El problema de la salvación de los hombres   que sin
culpa propia no conocen el Evangelio ha preocupado a los cristianos y en modo
particular a la teología. Sin fe no existe salvación (DS 1532, 3012) ¿Cómo
pueden salvarse aquellos por los cuales la fe parece imposible porque nadie les ha predicado nunca sobre la revelación? La teología moderna reconoce a todos la posibilidad de la fe al menos implícita, y por lo tanto de la salvación, cada hombre lleva, es decir, el deseo incondicional del absoluto, de la verdad incondicionada, de la justicia. Tales aspiraciones se manifiestan sobretodo en la conciencia, aquí en el fondo el hombre quizá puede saberlo de manera reflexiva y objetiva estar frente a Dios que lo llama con su gracia y lo atrae a la comunión sobrenatural con El. El hombre que nunca ha estado llamado a decidirse conscientemente a creer en Dios, a través de la predicación, de la revelación en el conocimiento explícito de Dios, no por esto está libre de toda obligación a creer. El debe decidirse implícitamente por el Dios incondicional y absoluto y reflexionará afirmándolo en su conducta práctica buscando siempre de comprenderlo sin caer en ningún tipo de relativismo.

Pecados contra la fe

-          La no creencia
-          La apostasía
-          La herejía
-          La superstición

La negación más radical, en materia de fe, es el rechazo de vivir en sumisión a la soberanidad y voluntad de Dios. Muchas veces cae sobre la desconfianza, otras veces sobre el orgullo, los dos pecados son habitualmente conectados y van de la mano. Ellos se oponen de abandonarse confiadamente a Dios. Una consecuencia habitual del orgullo es el pecado de incredulidad. El hombre niega la existencia de Dios porque quiere vivir en libertad la vida y su propio gusto.. Otras veces la existencia de Dios, no es tanto negada teóricamente, más que ignorada en la práctica. Para esta forma de incredulidad esta acuñado el término de secularismo. La virtud de la fe puede ser violada aún por la credulidad. La persona credulona acepta y defiende como fe divina las doctrinas que tienen un origen propiamente humano. El hombre orgullosos quiere organizar la vida según su propio plan y no según el plan hecho por otro. Quiere ser autónomo y autosuficiente. Pero desde el momento que el hombre, por su naturaleza es una criatura, depende de la voluntad de Dios. La persona que niega la soberanidad de Dios, puede negar también su propia existencia. Entre todas las manifestaciones de incredulidad, las más importantes son ciertamente el ateísmo y el secularismo.



LA ESPERANZA

La esperanza es un comportamiento fundamental no solo del cristianismo sino también del hombre en general, está en el centro del pensamiento y de la sensibilidad contemporánea. Los descubrimientos científicos y técnicos han logrado grandes cambios y grandes progresos en la humanidad. Bajo este aspecto la esperanza mira hacia futuros todavía mucho más profundos para el bien de los hombres. La confianza en el futuro no está basada solamente sobre los resultados científicos y técnicos sino también a una forma de realización integral del hombre, tratando al mismo tiempo de advertir las amenazas frente a su futuro.

La esperanza según la Sagrada Escritura

En el lenguaje griego el término esperanza (elpis, elpizein) tiene un carácter neutral, puede significar ya sea la expectativa de la felicidad como el temor de la infelicidad. En la Sagrada Escritura tiene un aspecto más positivo. En el Antiguo Testamento la esperanza viene caracterizada, a través de la alianza de Dios con su pueblo, que atiende con confianza que Dios cumpla sus promesas hechas en el momento de la alianza. En la alianza está en primer plano el pueblo en toda su complejidad mientras el particular creyente se constituye dentro de este curso comunitario porque es ante todo esperanza del pueblo y solamente en un segundo momento es esperanza del singular creyente. En un primer momento la esperanza va hacia la tierra prometida (cf Gn 15, 7; 17, 8; Es 3, 8.17; 6, 4; Dt 1, 8). Después de la conquista de la tierra el pueblo espera la protección y la bendición de Dios (Sal 46). La ayuda divina presupone la obediencia del pueblo. La amarga experiencia del ocaso político de los dos Reinos de Judá y de Israel, lleva a los israelitas duramente probados pero convertidos a Dios a profundizar e interiorizar y concebir en manera más religiosa la expectativa de la salvación (Jer 31, 31-33; Ez 16, 59-63; Is 49, 8-26).
El contacto con los pueblos extranjeros en el tiempo del exilio pone a los israelitas el problema de la función de aquellos en el plan de salvación. En un primer momento Dios los utiliza como látigo para castigar a su pueblo pecador, pero después el pueblo convirtiéndose al Señor se convierte en mediador de la salvación y de él vienen a participar de los bienes salvíficos y de la sabiduría (Is 2, 2s; cf. 25, 6-8). Dios también entra en comunión con su pueblo a través de la alianza, es decir, Dios mismo es la esperanza del pueblo (Sal 46). Por último, el particular israelita cae víctima de la maldición cuando confía en otros dioses (Sal 115, 8; Is 44, 9-20; Jer 10, 1-16).

La esperanza en el Nuevo Testamento

La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que tiene su origen y modelo en la esperanza de Abraham, colmada en Isaac de la promesa de Dios y prurificada por la prueba del sacrificio, “Esperando contra toda esperanza creyó y fue padre de muchas naciones” (Rom 4, 18). La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús en la proclamación de las bienaventuranzas, ellas elevan nuestra esperanza hacia el cielo de hacerlo realidad, en la medida en que el creyente se adhiere más a sus preceptos. Jesús se presenta como el Mesías, es la realización de la esperanza de Israel, que ha llegado a su término. Como dice San Pablo: el cristiano está ya justificado pero espera la salvación definitiva en Dios (Rom 5, 17. 19; 8, 30). Esta ya liberado de la esclavitud del pecado de la carne y de la muerte, pero espera que estas potencias se aniquilarán definitivamente para El en la resurrección (Rom 8, 11; 1 Cor 15). El cristiano posee el espíritu, es decir tiene vida, pero espera la eternidad definitiva de esta vida (Gal 6, 8). El cristiano está ya aceptado por Dios como hijo, pero espera la heredad de Dios (Rom 8, 17). En la espereanza del cristiano nom está sólo con su causa y con su futuro, no se puede hacer una reducción individualista de la esperanza para San Pablo, el creyente particular, se coloca dentro de toda la historia de la salvación, es decir, está basada sobre la comunión con la vida y la muerte de Cristo y atiende la plena participación a su gloria. En este sentido, el cristiano debe estar en comunión con otros (Col 3, 4).

Reflexión teológica de la esperanza

Santo Tomás de Aquino y los otros escolásticos cuando hablan de la esperanza se guían  de manera decisiva de la Sagrada Escritura, pero cuando se trata de profundizarla posteriormente se dejan guiar de la “pasión” (passio) de la esperanza como experiencia humana, todo esto es muy significativo e iluminante. Para entender que cosa significa esta comparación entre la virtud teologal de la esperanza y la pasión que lleva el mismo nombre, necesitamos ante todo notar que la “passio” de la esperanza no va unilateralmente restringida a los sentidos del hombre. Es verdad, que según la filosofía aristotélica-escolástica el hombre en la pasión de la esperanza se orienta con su deseo sensible a un bien; aún es el hombre que experimenta y pone en acto este deseo. Por lo tanto, se ha tocado aquí su esfera espiritual y no solamente sus sentidos, es bien decir, que existe además un esperar humano que se desarrolla de preferencia en el campo espiritual, por ejemplo, la aspiración confiada aún si con fatigas a revisar altos valores humanos con la firmeza de carácter, fidelidad, etc. Podemos decir, que es todo el hombre en su integridad que espera.

La esperanza como pasión, puede tener como objeto los más variados bienes reales mientras que la virtud sobrenatural de la esperanza está orientada propiamente a la eterna comunión de gracia con el Dios trino en la visión beatífica y en la plenitud de su amor.

La esperanza es posible por la gracia de Dios, por la cual el hombre espera la plenitud de la salvación y los medios para alcanzarla, confiando en la ayuda omnipotente de Dios. La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel, es el autor de la promesa” (Hb 10, 23). En el Espíritu Santo que El derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo... constituidos herederos, en la esperanza de vida eterna (Tt 3, 6-7). La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de la felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifican para ordenarlas al reino de los cielos; protege del desaliento y desfallecimiento de toda calamidad y desaliento.

La esperanza y el compromiso en la transformación del mundo presente

Sobre todo, el ateísmo juzga a la esperanza cristiana de hacer del hombre un ser indiferente frente al mundo, de privarlo del interés y de la energía necesaria para mejorarlo y colaborar en la eliminación de sus males y de sus imperfecciones, lo hace perder según dice el ateísmo de su espíritu aguerrido por un mundo más bello y una vida terrena más feliz. El Vaticano II, afirma que la esperanza cristiana ha estado entendida de una manera equivocada, que aquellos que la han entendido de esa manera, se han cerrado en una aspiración salvifica individualista y unilateralmente hostil al mundo, y han abandonado sus tareas en el mundo terreno. El Concilio, con palabras severas afirma “se equivocan aquellos que sabiendo que aquí no tenemos una ciudadanía estable pero buscamos una futura, no reflexionan que la fe obliga a cumplir tareas según la vocación de cada uno” (GS 43). El hombre siempre ha entendido que la esperanza se trabaja en la medida en que se espera, que no implica resignación del hombre y un abandonarse a una promesa que puede considerarse utópica o superficial; justamente porque existe confianza el hombre sabe que su esperanza consiste en trabajar logrando los medios para alcanzar esta felicidad a la cual todo cristiano está convocado.

Pecados contra la esperanza

1.      La desesperación.- Aquel que se desespera declara abiertamente a través de su comportamiento que el fin de la salvación es inalcanzable, es por eso que no aspira más allá de él. Aquel que se desespera de manera explícita sabe que Dios ha prometido su gracia y su ayuda, pero que no confía en El. Este origen de la desesperación es por la desilusión del hombre frente al plan establecido por Dios, por lo tanto, la desesperación mata la vida espiritual, cesa la vida propiamente humana y cristiana. La desesperación no solamente se presenta individualmente sino que también puede ser una forma de desesperación colectiva, esta tiene sus raíces sobre todo en condiciones sociales y políticas injustas. Estas se acentúan mucho más que en una desesperación propiamente particular cuando no existen intereses espirituales.
2.      La presunción.-  El presuntuosos es aquel que confía mucho más en él que en Dios, ejemplo de este comportamiento son los sistemas de auto-redención, el moralismo que espera la salvación en primer lugar de las propias obras y no de Dios. La otra forma de presunción consiste del hecho que el hombre confía exclusivamente en la gracia de Dios y no piensa colaborar con ella. Una forma extrema de presunción es la voluntad de pecar confiando en la misericordia de Dios. La presunción se da por el demasiado orgullo que induce al hombre a pensar de no ser completamente dependiente de Dios y de su gracia, o también su flojera espiritual lo inclina a dispensarse de las fatigas que este camino comporta.

Frutos de la esperanza

Perseverancia en el sufrimiento: la esperanza da fuerza para soportar las cosas fuertes y los sufrimientos de su propio destino, sin caer en un melodrama y agonía desesperanzadora. El encuentro con el Señor de la esperanza es un iniciar prolongado, es una apertura al futuro hacia el encuentro de nuevos hombres de buena voluntad. Esto es una invitación a transformar la sociedad y el mundo; el Vaticano II enseña que la esperanza escatológica no disminuye la importancia del compromiso terreno, más al contrario da nuevos motivos para su sostén en actuación a estos (GS 21), los cristianos estamos llamados a cooperar en la obra creadora de Dios (GS 34; 57; 67) (Trento: Ds 1541).



LA CARIDAD


Es el punto culminante y centro de la vida moral cristiana, entramos en la parte más íntima y santa. En el amor el hombre da la respuesta verdadera y propia a la llamada que Dios ha puesto en Cristo. El Concilio Vaticano II, considera el amor hacia Dios y hacia el prójimo como el compendio de la aspiración moral del cristiano. Como dice San Pablo: el amor supera todo conocimiento (Ef 3, 19). El hombre no logrará nunca comprender plenamente como Dios puede acercarse por amor frente a su pecado y como se revela y obra de modo pleno en Cristo.

El amor en el Antiguo Testamento

Una característica del amor de Dios en el AT consiste en la totalidad con que El ama y al mismo tiempo el hombre debe amar a Dios igualmente (Dt 6, 5). El amor a Dios debe ser total, intenso y extensivo, por eso la palabra amor indica el comportamiento completo del pueblo fiel a la alianza y a la observancia de sus mandamientos y prescripciones (Dt 10, 12). Con el progreso de la revelación se hace mucho más evidente que Dios no ama solamente a su pueblo sino también al creyente en particular: “el Señor ama a los justos” (Sal 146, 8). De la misma manera el creyente corresponde singularmente a este amor de Dios: “Te amo, oh mi Señor, con toda mi fuerza” (Sal 18, 1; cf. 63, 2; 73, 25; 116, 1)

El amor en el Nuevo Testamento

Jesús hace de la caridad “un mandamiento nuevo” (Jn 13, 34), amando a los suyos hasta el fin (Jn 13, 1), manifiesta el amor del Padre que ha recibido. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben, también de ellos... Fruto del Espíritu y plenitud de la ley, la caridad guarda los mandamientos de Dios y de Cristo. El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es “vínculo de la perfección” (Col 13, 139), es la forma de las virtudes, las articula y las ordena entre sí. La caridad nos da la capacidad humana de amar y eleva a la perfección sobrenatural del amor divino.

Frutos de la Caridad
La caridad tiene por fruto el gozo, la paz y la misericordia. Existe la práctica del bien y la corrección fraterna.

Amor fraterno y justicia
En forma concisa, el amor fraterno es definido como “el querer el bien de otro”. El bien que se debe querer es aquel bien que otro posee como don natural o como facultad adquirida. El amor fraterno podría ser definido como la estima sincera para los dones naturales y sobrenaturales del prójimo y su protección y promoción de acuerdo a la llamada de Dios. La misión de todos nosotros y de la Iglesia no es sólo llevar el mensaje de Cristo, y de su gracia a los hombres, sino también de perfeccionar el orden de la realidad temporal con el espíritu evangélico.



La caridad a la luz del Catecismo de la Iglesia Católica

La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por El mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por el amor de Dios. Según el catecismo señala que, todas las virtudes se consumen y al mismo tiempo se animan a través de la caridad; como dice San Pablo, es el vínculo de la perfección (Col 3, 14). Es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino (CEC 1827). También hemos de decir, que la práctica de la vida moral está animada por la caridad, esto significa que todos los actos humanos tienden siempre al amor de Dios y al amor al prójimo donde se unifica este mandamiento y no hay una división como muchos han intentado hacer dos órdenes del bien moral, cayendo en un relativismo que trae como consecuencias una moral basada solamente en situaciones del hombre que divide y desvirtúa la integridad de esta virtud (VS 15). “La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino” (CEC 1827).

Pecados contra el amor a Dios

Los principales pecados contra el amor a Dios son tres:

1.      El odio a Dios.- Que es el primero y mayor de cuantos pecados se pueden cometer, siendo probablemente propiamente el pecado de Satanás y de los demonios. Del odio a Dios proceden la blasfemia, las maldiciones, los sacrilegios, las persecuciones la Iglesia, etc.
2.      La acedia o pereza espiritual.- proviene del gusto depravado de los hombres que no encuentran placer en dios y consideran las cosas que a El se refieren como algo triste y tediosos. Se llama también tibieza, frivolidad o estupidez.
3.      El amor desordenado a las criaturas.- Que lleva a anteponerlas al mismo Dios o al cumplimiento de su divina Voluntad. Este desorden late, como ya quedó explicado, en todo pecado mortal, pues en cualquiera de ellos se antepone la criatura al Creador. Por esta razón el primer mandamiento de alguna manera incluye a todos, y todo pecado mortal siempre hace perder la caridad.

El amor al prójimo

El amor al prójimo es una virtud sobrenatural que nos lleva a buscar el bien de nuestros semejantes, por amor a Dios. No es, por tanto, un afecto puramente natural, sino que procede de la gracia sobrenatural. Por ser sobrenatural, el amor al prójimo lleva a darnos cuenta de que todos los hombres somos hijos de Dios: “sois todos hermanos, porque no tenéis más que un solo Padre que está en los cielos” (Mt 23, 8-9); y por tanto, miembros de Cristo: “nosotros, aunque muchos, no somos sino un solo cuerpo con Cristo, y somos miembros unos de otros” (Rom 12, 5).

Nuestro amor a los demás debe reunir cuatro características. Ha de ser:

1.      Sobrenatural.- No amamos a los demás porque sea éste o aquel, sino por amor de Dios, porque todo prójimo es hijo suyo (cf. S Th., II-II, q. 103, a. 3).
2.      Universal.- Debemos amar a todos los hombres sin excepción; es ésta la característica propia y distintiva del discípulo de Cristo (cf. Jn 13, 35).
3.      Ordenado.- Ha de amarse más al que, por diversos motivos, está más cercano a nosotros; por ejemplo, ha de amarse más a la esposa, que a la hermana, más a los hijos que a los amigos, etc.; etc.; o bien al que está en más grave necesidad material o espiritual, por ejemplo, el hijo enfermo necesita más amor que los demás.
4.      Ha de ser no sólo externo sino también interno.- Procurando evitar toda aversión o malquerencia hacia nadie.

Como norma de nuestro amor a los demás, Cristo nos pide que actuemos con los otros como quisiéramos que ellos actuaran con nosotros (cf. Mt 7, 12).

Las obras de misericordia

El amor al prójimo es eficaz cuando lleva a practicar las obras de misericordia: sólo es verdadera la caridad si se traduce en realidades concretas. Aún cuando todo lo que se hace por el prójimo a impulsos de la caridad es una obra de misericordia, se han señalado catorce a vía de ejemplo, sabiendo que son indudablemente muchas más. Se dividen así:

Siete obras de misericordia espirituales:

-          Enseñar al que no sabe
-          Dar buen consejo al que lo necesita
-          Corregir al que yerra
-          Perdonar las injurias
-          Consolar al triste
-          Sufrir con paciencia los defectos del prójimo
-          Rogar a Dios por vivos y difuntos

Siete obras de misericordia corporales:

-          Visitar a los enfermos
-          Dar de comer al hambriento
-          Dar de beber al sediento
-          Vestir al desnudo
-          Dar posada al peregrino
-          Socorrer a los presos
-          Enterrar a los muertos

La corrección fraterna

Es la advertencia hecha a otro, para que se abstenga de algo ilícito o perjudicial. Supone una obligación de caridad, fundamentada: en el derecho natural; en el derecho divino, pues está mandada por Dios: “Si tu hermano peca, ve y corrígele a solas...” (Mt 18, 15). La gravedad de este deber es proporcional a la gravedad de la falta que haya de corregirse, y a la posibilidad de poder apartar al prójimo de su pecado. Hay que procurar salvar la fama del corregido, haciendo en privado la advertencia –cara a cara, con lealtad-, sin caer en indirectas o ironías que son ineficaces. Si se tiene duda de la oportunidad o del modo de hacerla, es conveniente consultar con personas de criterio.

El apostolado

La expresión “apostolado” designa la obligación de todo bautizado de promover la práctica de la vida cristiana. El apostolado no se exige a todos en el mismo grado, sino que ha de ser realizado de acuerdo a los personales dones que cada uno recibe de Dios. Además de ser una exigencia del amor al prójimo, es una exigencia del amor a Dios: es imposible amar a Dios sin querer y procurar que todos lo amen y glorifiquen.

Pecados contrarios al prójimo

Además de los pecados de omisión, se puede quebrantar la caridad hacia los demás con los pecados de odio, maldición, envidia, escándalo y cooperación al mal.

El odio.- que consiste en desear el mal al prójimo o porque es nuestro enemigo o porque nos es antipático.
La maldición.- es toda palabra nacida del odio o de la ira, que expresa el deseo de un mal para nuestro prójimo. Es de suyo pecado grave, aunque excusa de él la imperfección del acto o la parvedad de materia.
La envidia.- “es el disgusto o tristeza ante el bien del prójimo” (S. Th., II-II, q. 36, a. 1), considerando como mal propio, porque piensa que se disminuye la propia excelencia, felicidad, bienestar o prestigio. La caridad, por el contrario, se alegra del bien de los demás y une las almas, mientras que la envidia entristece y con frecuencia corrompe la  amistad.
El escándalo.- es toda acción, palabra u omisión que se convierte para el prójimo en ocasión de pecar, por ejemplo, incitar al robo, mostrar revistas o películas pornográficas, fomentar odios entre dos personas. Siempre hay obligación en conciencia de reparar el escándalo.
La cooperación al mal.- o participación en el acto malo realizado por otra persona, es: formal, cuando se concurre a la mala acción y a la mal intención; es material, cuando sólo se ayuda a la mala acción, sin intención de hacer el mal. Nunca es lícita la cooperación formal, porque es equivalente a la aprobación del mal. La cooperación material es de suyo ilícita, aunque puede haber casos en que sea permitida, si se cumplen las reglas del voluntario indirecto.

Se opone también a la caridad con el prójimo: la contienda, la riña, la guerra injusta y la sedición (bandas de facinerosos, hechos de vandalismos, etc.).

RESUMIENDO

Las virtudes teologales son tres: la fe, la esperanza y la caridad (cf. 1 Co 13, 13). Informan y vivifican todas las virtudes morales. Por la fe creemos en Dios y creemos todo lo que El nos ha revelado y que la Santa Iglesia nos propone como objeto de fe. Por la esperanza deseamos y esperamos de Dios con una firme confianza la vida eterna y las gracias para merecerla. Por la caridad amamos a Dios sobre todas las cosas y a nosotros mismos por amor de Dios. Es el “vínculo de la perfección” (Col 3, 14) y la forma de todas las virtudes. Los siete dones del Espíritu Santo concedidos a los cristianos son: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios (CEC 1841-1845).

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