La sexualidad es un
aspecto muy importante en la existencia humana. A lo largo de la historia, se
han valorado las connotaciones éticas que entraña la sexualidad humana.
La razón se
encuentra en la naturaleza misma de la sexualidad. El “sexo” es algo mas que
una configuracion somática. Ser “hombre” o “mujer” va mas allá de las
diferencias orgánicas entre varón y mujer, ya que afecta a lo más intimo de la
persona.
La masculinidad y
la femineidad están grabados en cada uno de los miembros del cuerpo humano,
pero no se agotan en la diferenciación somática, sino que se adentran en lo más
profundo del individuo. Se es “hombre” o se es “mujer”, a partir de características
muy diferenciadas que afectan por igual al cuerpo y al espíritu, a la persona
en su totalidad.
El sexo es una de
las fuentes principales de intercomunicación entre las personas. Las relaciones
hombre-mujer configuran la vida social, en ellas se ponen en juego los
sentimientos mas nobles y las pasiones mas bajas, influyen en las costumbres y
marcan los diversos comportamientos éticos.
Todas estas
consideraciones no agotan la importancia de la vida sexual del hombre, dado que
la sexualidad es aun más rica: es la fuente de la vida y en ella confluye el
amor, que es el valor humano más alto de la persona.
La sexualidad punto de partida de la Ética
La conducta sexual
es una buena prueba para medir la altura ética de un individuo, de un sistema
moral o de una época concreta.
Cunado lo sexual se
limita a la pulsión genital, tropezamos con uno de los “instintos” más fuertes
del hombre. En el se inician las tendencias primarias, que son las que están mas cercanas a la vida y al instinto
animal. Por el contrario la sexualidad humana, rectamente interpretada, se abre
a los horizontes de la intercomunicación de la persona y en ella se asienta el
amor, que es el valor humano mas elevado.
Esta alternativa de
elevación de la persona o de rebajarla al nivel de los instintos, se presenta
en primer lugar, en el plano de las conductas individuales: o se vive rectamente,
y se engrandece, o se es esclavo de ella y degrada.
Esta disyuntiva se
cumple también en cada época histórica y aun en cada área cultural; existen
momentos históricos y circunstancias culturales que maduran y se enriquecen con
el cultivo de una sana vida sexual, o por el contrario, son testigos de una
autentica degradación de las costumbres.
Cuando las culturas
y las instituciones sociales se sitúan en la vertiente sexual y la consideran
casi exclusivamente como origen de las satisfacciones del instinto, entonces se
valora y se defiende bajo la perspectiva de lo atractivo, de lo picaresco, de
lo único apetecible a cualquier precio. Cuando se afirma y defiende lo sexual
en relación a la persona y no se lo absolutiza, entonces se la libera de ese
poder esclavizador al que es tan proclive.
Significado histórico de la sexualidad
En todas las viejas
culturas la sexualidad adquiere significaciones muy variadas. Existen los
dioses “machos” y las diosas “hembras”, el “dios padre” y la “diosa madre”.
Asimismo, la sexualidad entra en los ritos sacros que tratan de reproducir los
viejos mitos de la historia de los dioses.
La “fecundidad”
juega un papel muy importante en la historia de la cultura: desde la veneración
a la diosa de la fecundidad hasta la deshonra de la mujer por ser estéril. En
algunas culturas se prohibía toda relación sexual en la época de gestación de
la mujer e incluso en el tiempo de sementera en el campo, o en la época de caza
y mientras duraba la fundición de los metales. La fecundidad tanto de la mujer
como del campo o de los animales, en algunos pueblos estaba muy unida al tema
de la divinidad.
Lo mismo ocurre con
lis ritos de iniciación en la vida sexual. Las diversas culturas manifiestan
tendencias contrarias; en muchos pueblos se cuidan extremadamente las
relaciones entre los jóvenes, se castiga con rigor las violaciones y se destaca
el sentido de la virginidad, mientras que en otros se fomenta la iniciación de
las relaciones sexuales entre la juventud, como paso a la edad adulta y como
signo valorativo de la fecundidad.
Cabe mencionar lo
relacionado a los castigos que se inflingen a quienes conculcan las leyes y las
costumbres de la vida sexual. En ocasiones lo sexual esta sacralizado y se
castigan los desórdenes con penas duras y extremas. Todavía al comienzo de
nuestra Era, entre los judíos se castigaba el adulterio de la mujer con la
muerte, lapidando a la culpable.
Algunos autores
como Richard Mohr, en su libro “Ética a
la luz de la Etnología ”,
consideran que la pluralidad de comportamiento ante la vida sexual en los
diversos pueblos primitivos cabe reducirla a dos actitudes fundamentales: la
sexualidad como “mito” y la consideración del seco como algo “tabú”.
El “mito del sexo”
se desarrolla principalmente en aquellas culturas más primitivas y que profesan
religiones intramundanas, que no prestan atención a un dios superior y
trascendente. En este ámbito cultural, lo sexual se vive frenéticamente con
aparente independencia de toda ética.
Para esas culturas
primitivas lo sexual lo invade todo, es un “circulo mágico” en el que se
encuentran en estado natural las relaciones hombre-mujer. En tales culturas no
existe una preparación especial al matrimonio. Entre estos pueblos es frecuente
el desvío sexual, hasta profesar y practicar la homosexualidad. Entre los
pueblos de carácter fuertemente mágico, no se hace caso o muy poco de la
diferencia de sexos.
Estos pueblos de
cultura mágica se desarrollan principalmente entre las tribus más primitivas del
África negra.
Otros pueblos y
culturas consideran el sexo como “tabú”, es decir, como algo que debe ser
tratado con grandes preocupaciones y reservas. En tales culturas perduran
severas prohibiciones y castigos a los trasgresores de las relaciones sexuales,
incluso en el matrimonio. La concepción “tabú” suele infravalorar la sexualidad
humana y la sitúa en la zona mas baja de las experiencias entre los hombres.
Mohr escribe como
resumen de sus investigaciones: “Del estudio de los “tabúes” sexuales podemos
concluir que hay un grupo de pueblos que relacionan con lo sexual la idead de
una falta, de un pecado en el sentido propio y estricto de la palabra.
Relacionan esta idea de falta como un comercio carnal que no es el que se da
normalmente en el matrimonio. Este comercio carnal, relacionado con la idea de
falta, es la violación de un tabú. Pero existe una segunda idea, que entre lo sexual
y Dios hay cierta disonancia, quizás en el sentido de que aun los sexual normal
ya no corresponde enteramente a la voluntad de Dios. Aparece como una
exageración de esta idea el hecho de que se considera a toda relación sexual como
algo de suyo y directamente mancha”.
No es difícil
constatar que la interpretación “mágica” y “tabú” coexisten en la actualidad,
tanto a nivel de interpretación cultural como de vivencia individual de las
personas.
La interpretación
“mágica” se da hoy en cuantos se dejan fascinar por el sexo. Por el contrario,
la consideración “tabú” es propia de quienes parecen asustarse de todo lo
relacionado con el sexo y manifiestan una tal actitud de reserva que parece
conducir al desprecio.
A estos dos
comportamientos corresponden dos actitudes éticas frente a la sexualidad: el laxismo moral, o sea, todo esta
permitido; o el rigorismo, que juzga
que el sexo roza siempre la zona del pecado.
Ambas actitudes son
falsas, dado que no alcanzan a integrar la realidad sexual en el campo que le
es propio: la totalidad de la persona. La primera destaca el valor del cuerpo y
exalta la sensación de placer. Tal suele ser una moral permisiva que incita y
fomenta el placer como ideal de la vida. Las consecuencias son el erotismo, la
pornografía y el vicio. La segunda acentúa excesivamente la dimensión
espiritual del hombre siendo por ello una ética rigorista, que resalta
desmesuradamente los peligros del sexo y desvaloriza los goces legítimos que
ocasiona la actividad sexual. En semejante ética, las relaciones hombre-mujer
se sitúan fácilmente bajo la sombra del “pecado”.
Presupuestos de una
síntesis integradora de la vida sexual
Si la sexualidad
humana abarca el cuerpo y el espíritu del hombre, es lógico que una
valoración ética debe hacerse desde
estas dos vertientes.
El primer dato debe
partir del valor específico del cuerpo y de todas sus funciones. Todas las
tendencias más o menos “tabúes” desprecian el valor de la materia y por eso
profesan la maldad del cuerpo.
Dado que el cuerpo
es bueno, entre sus funciones se ha de destacar por su importancia la facultad
generadora. El poder de engendrar nuevas vidas ha sido precisamente el valor
positivo de la doctrina ética más realista sobre el sexo.
Sin embargo el
hombre no es solo cuerpo ni sus operaciones concluyen en la función generadora.
El hombre se caracteriza por esa dimensión espiritual que le constituye en
persona humana. Cuerpo y alma no son dos realidades irreconciliables sino que
marcan la diferenciación de planos. Constituyen una dualidad que coexiste en la
unidad radical del ser único de la persona. El hombre no “tiene” un cuerpo sino
que “es” cuerpo. Lo mismo cabe afirmar del alma: no “tenemos un alma” sino que
“somos espirituales”. Los valores fundamentales afectan por igual al cuerpo y
al espíritu; a la realidad somático-psíquica, propia y exclusiva de este ser
excepcional que es el hombre.
Es preciso destacar
como la sexualidad humana se diferencia del acoplamiento instintivo de los
animales. El instinto animal se queda en la pura biología, mientras que en la
sexualidad humana confluye el instinto pero junto con la inteligencia, la
voluntad y la rica gama de los sentimientos. Las relaciones sexuales entre
hombre y mujer suponen el encuentro mas intimo interpersonal. El amor es el
gran motor que pone en ejercicio la actividad sexual mas específicamente
humana.
Cabe señalar
diversas capas que marcan los distintos tipos de expresión de la vida sexual en
el hombre. En una escala graduada:
§ Sexualidad genital: propia del niño que fija su atención en las diferencias morfológicas
del cuerpo. Cuando en la edad adulta perdura esta tendencia se trata de un
defecto de desarrollo, que no ha sabido integrar la sexualidad en la unidad de
la persona. es el caso de quienes mantienen un complejo continuo de
“curiosidad”.
§ Sexualidad del placer: es la que se deja guiar casi exclusivamente por el instinto. La
finalidad principal es el gozo y disfrute placentero, propio de las ideologías
hedonistas. Tal concepción banaliza el valor de la sexualidad, pues se
empobrece al relacionarla exclusivamente c0on el cuerpo y su ingrediente
inevitable, el placer.
§ Sexualidad afectiva amorosa: es la que descubre el valor humano de la sexualidad. Se caracteriza
por el sentido de encuentro con otra persona de distinto sexo que motiva y
alimenta la vida sentimental. Es la conducta recta de la heterosexualidad, que
coincide con la época de la juventud.
§ Sexualidad madura y adulta: la de quienes saben valorar la fuerza creadora de la sexualidad,
alcanzan a integrarla en su vida y descubren en ella el medio mas apto de
comunicación interpersonal. Se puede vivir por igual en el matrimonio, en la
viudez y en la soltería. En esta etapa no tiene que identificarse relación de
sexos con relación genital. Cuando no es posible (porque no sea moralmente lícito)
el ejercicio de la vida sexual entonces la lucha por la pureza fortalece al
hombre, pues mediante ese esfuerzo de vida moral, se ilumina la inteligencia,
se enrecia la voluntad y se ennoblecen los sentimientos. La abstención sexual
por motivos éticos acrecienta los valores del espíritu.
Solo
esta ultima cumple en si lo que debe ser la autentica sexualidad humana. Pero
no es menos cierto que su logro requiere por parte del hombre un equilibrio
psíquico y moral.
Valoración positiva de la sexualidad
La primera
valoración ética de la sexualidad es destacar su sentido positivo, dado que la
fuente de la sexualidad se enraíza en lo más profundo del cuerpo y del
espíritu: el hombre es por naturaleza un ser sexuado.
La actividad sexual
va unida a uno de los placeres más gozosos del cuerpo humano. Cabe decir más,
uno de los concomitantes del ejercicio sexual es el placer.
Las teorías en
torno al placer a lo largo de la historia del pensamiento se han movido desde
el desprecio, “porque el placer es malo”, hasta la absolutizacion del goce
voluptuoso de los hedonistas. La verdadera ética del placer esta lejos de esos
dos extremos.
El hombre
naturalmente busca el placer, porque satisface sus apetencias y deseos de
bienestar. Cuando la actividad humana alcanza el placer, el hombre se tonifica
y descansa; es como el premio a esa actividad propia del ser sensitivo, inteligente
y libre.
La capacidad de
gozo es muy limitada en el hombre, porque la finalidad del hombre no es el
placer sino la felicidad. El equivoco esta en quedarse en el estadio intermedio
del gozo y del placer sin orientar su actividad mas allá, hacia aquello que
constituye el reino de los auténticos valores y que es el campo donde puede el
hombre encontrar cierta felicidad.
Cuando el placer se
absolutiza en si mismo, por ser pasajero, no puede menos que engendrar un
cierto desencanto de infelicidad.
Afirmado el valor
positivo del placer que comparte la actividad sexual, si se desea que no acabe
en desencanto, tiene que estar unido a otras dimensiones que constituyen la
actividad sexual específicamente humana: el encuentro interpersonal, el amor y
la procreación. Convertir el ejercicio de la sexualidad en mero instrumento de
placer es casi siempre la ocasión para degradar la vida sexual.
La dimensión
unitiva de la sexualidad humana tiene otra finalidad. Va orientada expresamente
a la intercomunicación entre dos personas que se complementan mutuamente, tanto
en el cuerpo como en el espíritu.
El carácter sexuado
de la persona redimensiona al hombre como varón y la mujer como hembra. La entrega absoluta de
uno al otro provoca un sentimiento de encuentro, en el que el hombre se realiza
como persona. La comunicación sexual funde dos cuerpos y dos espíritus, hasta
“ser dos en uno”. Así la actividad sexual supera la dimension puramente
biológica y adquiere dimensiones totalmente nuevas que sobrepasan el pacer
corporal pasajero para elevarlo a la zona mas intima del amor. Es así como las
relaciones sexuales entre un hombre y una mujer nacen del amor, fomentan el
amor y maduran en el amor.
En la misma entraña
del amor unitivo se descubre la finalidad de la procreación. La sexualidad es
fecunda porque fecundo es el amor que la genera. De aquí que no sea éticamente
correcto separar el fin procreador de la unión sexual. Es precisamente la razón
humana la que debe medir las responsabilidades que encierra la unión sexual de
la pareja de modo que se aúnen esas tres dimensiones: la satisfacción gozosa
del instinto, el encuentro íntimo e interpersonal y la finalidad procreadora
del acto sexual.
La armonía de estos
tres fines es lo que conduce a una sexualidad reconfortante y plena, que sea a
la vez humana y madura. Por el contrario, la exclusión de alguno de ellos
impide el ejercicio espontáneo de la vida sexual y en tales situaciones la
sexualidad es la razón de las distintas perturbaciones psíquicas que provoca la
vida sexual.
El desarrollo y
madurez sexual normal del ser humano tiende a una creciente integración de la
sexualidad en el entramado total de la persona. A la inversa, todo aislamiento
de la sexualidad se opone a tosas las tendencias de integración y por ende,
fomenta las tendencias neurotizantes.
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