La dignidad y el valor de la persona están ligados a
su interioridad de sujeto en oposición a la exterioridad de los objetos. La
estructura misma del hombre como ser espiritual, dotado de inteligencia y de
voluntad, manifiesta la esencia de esta interioridad abierta. La característica
esencial de la persona ser espiritual, en contraposición a la materia, es el
espíritu que en cuanto abierto al infinito, tiende a superar todo limite, a ir
siempre más allá de lo que ya ha conquistado
o alcanzado. La estructura misma
del hombre, inteligente y libre, nos ofrece la oportunidad de afirmar el
carácter absoluto de la persona, porque la misma inteligencia y voluntad están
en sí mismas abiertas al Absoluto, el cual con su trascendencia es, sin
embargo, lo más inmanente a mí mismo. Esta interioridad no se puede realizar
sino mediante la apertura y el encuentro con la otra Interioridad ilimitada,
trascendente, que es al mismo tiempo más intima al hombre que el hombre mismo
(San Agustín, Confesiones).
La inteligencia está abierta al Absoluto porque
capta el ser en cuanto ser; capta lo finito en el horizonte de lo infinito y
tiene un deseo infinito de conocer. La inteligencia humana no sacia su sed de
conocer e indagar, sino que quiere conocer siempre cosas nuevas y escudriñar
campos inexplorados. Tiene una potencia cognoscitiva ilimitada, sea cualitativa
o cuantitativamente, pues no solo tiende a conocer cosas nuevas, sino que esta
inclinada también a conocer mejor y más profundamente cuanto ya conoce de modo
que solo encontraría su satisfacción si pudiera conocer la verdad absoluta e
infinita. Lo mismo debe decirse de la voluntad humana. Tiene una apertura
infinita, no en el sentido de que pueda abarcar el bien infinito, sino en
cuanto que no se contenta nunca con el bien alcanzado, sino que tiende a un
bien nuevo y mayor. Así como la inteligencia es una potencia ilimitada de la
verdad, la voluntad lo es del bien, de modo que podría satisfacerle solo el
gozo del bien ilimitado y absoluto.
La voluntad está abierta al Absoluto porque el
objeto de la voluntad es lo que le presenta la inteligencia; ésta está abierta
al Absoluto y su objeto es el ser. También el ser es el objeto de la voluntad y
sobre todo el Ser que realiza la plenitud del ser. Pero solo Dios es verdad
infinita y absoluta y bien ilimitado y absoluto. Luego, solo Dios puede saciar
la sed infinita de verdad y bien que es propia del ser espiritual: la persona
(San Agustín).
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