RAICES O FUENTES DE LA MORALIDAD DE LAS
ACCIONES
Es frecuente que una acción
humana posea a la vez aspectos buenos y aspectos malos, y por eso puede
provocar cierta perplejidad de juicio.
La voluntad y el acto voluntario
son intencionales, esto es, implican una relación a un objeto amado, odiado,
realizado,
rechazado, etc. Esa relación de intencionalidad es guiada y ordenada
por la razón que si es recta es la regla de moralidad. El valor moral de los
actos humanos depende de la conformidad del objeto o del acto querido con el
bien de la persona según el juicio de la recta razón. Esto significa que cualquier
acto voluntario se especifica por su objeto intencional. El valor moral
de una intención depende de su objeto; el valor moral de una elección también
depende de su objeto. El objeto de un acto voluntario nos dice lo que es ese
acto, y la consideracion del objeto en su relación con las virtudes y las
normas nos dice lo que es moralmente el acto en cuestión.
Hay dificultades cuando teniendo
que juzgar una conducta compleja nos encontramos con que sus componentes tienen
un significado moral opuesto. Para resolver estos problemas se habla
tradicionalmente de objeto, fin y circunstancias. Refiriéndose a actos voluntarios,
distinguir entre fin y objeto origina confusiones. Lo que se debe distinguir es
el objeto del acto de intención y el objeto del acto de elección. El primero será
muchas veces un fin, algo querido en si y por si, pero no siempre, porque en
una conducta compleja, que se realiza en varias fases, una acción finalizada
puede ser el término de la intención que gobierna una fase intermedia. El
objeto de la elección es siempre una acción finalizada o un bien finalizado.
¿Que sucede cuando la intención y
la elección tienen un significado moral opuesto, es decir, cuando una de las
dos es buena y la otra es mala?
Se puede atender a la génesis de
la acción o a la acción concluida. Desde el primer punto de vista la intención
es lo primero que se considera; desde el segundo, es lo ultimo (se ve y se
juzga la acción realizada aquí y ahora, y desde ella se remonta a la intención).
El resultado final es el mismo: para que una actuación compleja sea buena,
han de ser buenos todos sus componentes. Si alguno de los componentes (intención
o elección) es incompatible con una virtud o una norma ética, la actuación en
su conjunto es moralmente mala y no puede ser querida sin que la voluntad
incurra en culpa moral. Ni una buena intención justifica una acción finalizada
incompatible con la virtud, ni una acción finalizada buena convierte en buena la
intención mala ni el conjunto de la actuación compleja.
La intención manifiesta mas
directamente la categoría moral de la persona agente, por referirse a los propósitos
profundos que inspiran toda conducta, mientras que la elección queda mas
inmediatamente tenida por el valor de la acción realizada aquí y ahora, ya que
la acción realizada es precisamente el objeto del acto electivo.
En la practica, salvo casos de
error invencible, las personas moralmente bien formadas concluyen con una buena
elección lo que comenzó con una buena intención. Cuando ello no sucede es
porque la formación moral es incompleta o esta descompensada, de forma que
existe una adecuada o incluso vivísima sensibilidad hacia unas virtudes y
ninguna hacia otras; se piensa que la realización de un determinado valor
compensa o justifica moralmente la lesión de otros. En casos extremos se llega
a pensar que las virtudes pueden ser objeto de cálculo y compensación. Las
acciones que lesionan esencialmente una virtud son incompatibles y destructivas
del bien de la persona y de la vida feliz, y muchas veces de la vida social,
aunque fuesen precedidas o seguidas de otras acciones buenas; son acciones
intrínsecamente malas.
A través de sus intenciones, la
persona pone en relación diversas acciones finalizadas con diversos fines y
motivos, pero de ello no se sigue que el significado moral de las acciones
finalizadas pueda siempre reducirse al que la persona les quiere dar al
ordenarlas a un fin. Las acciones que en si mismas, independiente de cualquier
finalizacion personal, tiene ya un significado moral negativo, porque en si
mismas lesionan esencialmente una virtud, tiene una negatividad moral intrínseca
que ningún proyecto subjetivo puede hacer desaparecer: son acciones intrínsecamente
malas.
A la hora del juicio moral
concreto, el objeto de un acto voluntario, sea de la intención del fin o de la elección
de una acción finalizada, se considera rodeado de todas sus circunstancias. Las
principales circunstancias moralmente significativas son:
1)
Características o cualidades de la persona que obra
2)
Cualidad y cantidad del objeto sobre el que versa la acción
3)
Lugar en que se realiza la acción
4)
Medios empleados
5)
Modo oral en que se realiza la acción (con deliberación
plena o en un momento de fuerte pasión)
6)
Cantidad y cualidad del tiempo
7)
Motivo por el que se realiza un acto (no el fin
principal del agente, sino motivos secundarios o añadidos)
A veces no es fácil distinguir
si, desde el punto de vista moral, algo es una circunstancia de la acción o es
lo que determina el significado esencial del acto. Como criterio distintivo se
puede formular el siguiente: es circunstancia aquella característica que no tendría
ninguna relación con el orden moral si no acompáñese a algo que por si mismo ya
posee una relación de conformidad u oposición con las virtudes. Por el
contrario si una determinada cualidad es aquello por lo que primeramente una acción
se opone al orden moral, esa cualidad pertenece a la esencia misma del objeto
moral.
Las circunstancias pueden
aumentar o disminuir la bondad o malicia de un acto, pueden hacer malo un acto
que sin esa circunstancia no lo seria, pero nunca pueden hacer bueno una acción
intrínsecamente opuesta a las virtudes.
También forman parte de lo
intentado o de lo elegido (del objeto) las consecuencias del obrar que han sido
previstas y queridas, que por ello caen bajo la responsabilidad moral del
agente. Si se trata de consecuencias previstas pero no queridas ni aprobadas,
sino simplemente toleradas o sufridas en cuanto inevitables, estamos ante
objetos indirectos de la voluntad. Si se trata de consecuencias negativas no
previstas, pero que debieron y pudieron ser previstas (son ignoradas venciblemente),
no suprime la responsabilidad aunque en algunos casos puede atenuarla. Si las
consecuencias no podían en absoluto ser previstas, o no en aquel momento
(ignorancia invencible), desde el punto de vista moral son involuntarias y el
sujeto no es responsable de ellas. Desde el punto de vista jurídico-penal,
muchas veces se hace al sujeto responsable de ellas (culpa jurídica), sobre
todo si hay daños económicos o personales que resarcir.
MORALIDAD DE LAS PASIONES
Entre los filósofos se ha
discutido si las personas virtuosas pueden tener o no pasiones. Los estoicos y
Kant pensaban que las pasiones son incompatibles con la debida pureza moral.
Aristóteles y Santo Tomas de Aquino pensaban que las pasiones moderadas por la razón
son propias del acto virtuoso. El acto electivo de las virtudes propias de los
apetitos sensibles (fortaleza y templanza) requiere la elicitacion de una pasión
consecuente con la razón, conforme en cuanto a intensidad, dirección y modo a
lo que la prudencia señala.
Experimentar pasiones no es en si
mismo malo. Las pasiones responden a la tendencia de la naturaleza sensible
hacia los bienes que le son propios. El placer y el dolor, que van unidos
respectivamente a la consecución y privación del bien sensible, son un
aliciente para mantener la actividad de la naturaleza hacia sus fines: el
placer unido a la comida o la bebida es una ayuda para cumplir esas necesarias
funciones naturales.
Las pasiones humanas son buenas o
malas según que su objeto y el modo de actuarse sea conforme o no a la recta razón.
La naturaleza sensible del hombre forma parte de un ser racional y por eso debe
estar al servicio del bien integral de la persona, que es de índole
fundamentalmente espiritual. Esta integración de lo sensible en lo racional
impone un orden y una medida a la consecución de los bienes sensibles que es señalado
por la recta razón (en su máxima concreción por la prudencia).
El problema moral se origina
porque la naturaleza sensible tiende a sus bienes de modo absoluto. Cuando el
bien moral exige limitar la tendencia a lo placentero y aceptar algo doloroso,
el hombre se encuentra con la resistencia de sus pasiones. Aparecen como
fuerzas que le impulsan a huir del bien, por el esfuerzo que comporta, o a
realizar algunas acciones contrarias a las virtudes, por el placer que traen
consigo. Otras veces la sensibilidad no se opone a lo que la recta razón señala
como bueno y el hombre podrá servirse de las pasiones para hacer el bien con mayor eficacia. Se esta ante un problema
de integración ligado al autodominio que es propio de la persona. El hombre que
no es capaz de dominar sus pasiones tiene algo de si mismo que escapa a su
dominio y a su libre decisión, no se posee plenamente y tampoco puede decidir
libremente sobre si ni darse a los demás por el amor.
La moralidad de las pasiones
depende de la moralidad de su objeto. El placer y el dolor no son en si mismos
moralmente buenos ni malos. También se puede juzgar la moralidad de las
pasiones atendiendo a la moralidad del acto a que impulsan y al modo en que
impulsan.
La tarea de la educación moral no
es extinguir las pasiones, sino moderarlas, dirigiéndolas hacia el bien y
haciendo que se actúen en la forma debida. El conflicto entre bien moral y bien
sensible se hace cada vez mayor con el repetirse de acciones contrarias a las
virtudes, mientras que se atenúa en la medida en que se obra bien. Con la
repetición de actos contrarios a la virtud, la sensibilidad se habitúa a
apetecer desordenadamente los bienes sensibles con lo que las pasiones surgen más
veces y con más fuerza contra el bien de la razón. La virtud por el contrario
es una cualidad estable que pone en las tendencias sensibles la medida y la
dirección del orden moral, haciéndolas dóciles a las exigencias del verdadero
amor y extinguiendo casi por completo los ímpetus contrarios al bien moral. La
pasión del hombre virtuoso tiende a ser consecuente con la deliberación e
imperio de la prudencia, de manera que no sea una fuerza que sorprende y
obnubile la razón sino una potencia sensible que el hombre utiliza para obrar
lo que con la razón ha considerado como bueno. El virtuoso no actúa por pasión
pero si hace el bien con la pasión que el caso requiere, comportándose así del
modo que es propio de un ser compuesto de razón y sensibilidad.
Con relación al acto moralmente
malo se emplean dos conceptos: el de culpa y el de pecado. El de culpa pone de
manifiesto de modo directo la oposición de una acción libre a la regla moral,
es decir, a la recta razón y a las virtudes. El concepto de pecado añade al de
culpa la relación negativa que el hombre establece con Dios al cometer la
culpa: el pecado es ofensa a Dios, apartamiento de Dios.
La persona humana al obrar
libremente, se pone en una determinada relación con Dios; en relación positiva
cuando obra moralmente bien y relación negativa de apartamiento cuando obra
moralmente mal.
En el acto moralmente malo hay
dos elementos necesarios: uno es la acción humana libre, sin la cual no puede
haber pecado; el segundo es la exigencia moral a la que el acto malo se opone.
Esta exigencia se puede llamar, según el nivel de profundidad con que se la
considere, norma ética, recta razón, virtudes, bien de la persona o vida feliz.
Se ha discutido si la malicia moral (la oposición a la virtud y el apartamiento
de Dios), no el acto físico que sustenta el desorden, es algo positivo o es una
privación. Desde el punto de vista metafísico el mal es considerado siempre
como una privación y por eso se dice que no tiene una causa per se, sino que es
un efecto accidental, inintencionado. En un sentido parece que el mal moral no
es simple carencia del bien, como el vicio no es simple carencia de virtud,
sino que implica algo positivo que se opone a la regla moral. Pero ese elemento positivo parece suponer una
privación. El pecado puede ser considerado, en efecto, como un efecto per
accidens y defectuosos de una causa defectible, que es la libertad humana. Es
efecto per accidens, porque la persona no busca el mal en cuanto mal, sino que
se adhiere al aspecto bueno que todo objeto o acción tiene. Es efecto
deficiente, porque la libertad yerra al obrar, ya que entiende como bien lo que
en realidad no es más que un bien aparente. En cierto sentido todo pecador es
ignorante. Advierte Aristóteles: “la ignorancia que preside la elección no es
causa de que su acto sea involuntario; es causa únicamente de su perversidad”,
pues la ignorancia existente en el pecado es libre: libremente se considera un
aspecto y se omite la consideración eficaz de la oposición de ese acto a la
virtud.
No quiere decir que la persona no
se de cuenta de que obra mal. Cuando Aristóteles habla de la ignorancia que
preside la elección, no se refiere al juicio de conciencia sino al juicio de elección.
La diferencia entre el pecado y
el mal físico (una enfermedad por ejemplo) estriba en que el desorden de la
acción culpable es libremente querido y causado, y este hecho no tiene otra
causa que el “no” de la voluntad: es imposible remontarse a una causa ulterior
a esa negativa. Existen factores internos y externos que pueden inducir al mal
(tentaciones), pero no son nunca la causa suficiente del pecado.
Todo pecado se opone al menos a
una de las virtudes, y las virtudes se constituyen y distinguen teniendo como
punto de referencia el crecimiento de la parte superior del alma en la dirección
de su propio bien. Dos son las principales raíces del pecado: el consentimiento
a un desorden de la naturaleza sensible (pasiones, concupiscencia), que
subordina lo superior a lo inferior, y la cerrazón de la parte superior del
alma en si misma (egoísmo, soberbia), por la que la persona se encierra en si
misma, olvidando voluntariamente que su bien esta en la donación a los demás y
a Dios en que consiste el recto amor o caridad. Todo pecado es un amor perverso
opuesto a la caridad: el pecado que esta en la línea del egoísmo se opone a la
caridad directamente; el pecado carnal se opone a la caridad en cuanto al tomar
la decisión pecaminosa se esta proyectando el propio bien ultimo exclusivamente
como placer sensible.
No todas las acciones culpables
tienen la misma importancia. La Ética distingue entre culpas graves y culpas
leves. La culpa grave supone que las
exigencias esenciales de una virtud importante son completamente lesionadas. La
culpa leve no llega a invertir el orden en que consiste una virtud, pero supone
un cierto apartamiento o descuido de sus exigencias.
Al poner todas las energías del
amor al servicio del placer sensible el hombre falta a la caridad consigo mismo
y con Dios, por hacer de si mismo y de su personalidad moral un instrumento
para la obtención de placer. La persona propia no es afirmada por lo que ella
es y por lo que es su bien, sino por el placer que su tratamiento instrumental
procura.
El proporcionalismo se ha
presentado en ocasiones como una evolución revisada de los criterios
tradicionales sobre la moralidad de los efectos indirectos o acciones con doble
efecto. Según Knauer, “un efecto malo será indirecto o directo según la
presencia o ausencia de razón proporcionada. Habrá razón proporcionada si se
aspira verdaderamente a la máxima realización posible del valor en el contexto
de su realidad total.
Cuando existe una razón
proporcionada, el bien mayor que se persigue es lo que realmente se quiere, y
el mal se tolera porque es inevitable y en ese sentido es efecto indirecto. Sin
embargo esta tesis es inaceptable a nivel de la teoria de la acción, ya que
existe una diferencia objetiva y apreciable entre el efecto indirecto y lo que
es querido directamente como medio.
Tanto el sistema de la razón
proporcionada como el consecuencialismo no son, en realidad teorías del juicio
moral o de la fundamentacion de las normas, sino concepciones globales de la
vida moral y como tales han de ser consideradas. Ninguno de los dos sistemas
nos dice cual es la vida buena del hombre ni de que modo se relacionan con ella
los criterios parea el juicio moral. La preocupación esta centrada en el método
para determinar la acción lícita o ilícita, que seria compatible en principio
con diversas concepciones de la vida buena. La virtud cuando aparece, es una
simple disposición o decisión fundamental de acatar el deber o la norma
teleologicamente fundamentada. La virtud esta en función de la norma y no al revés.
El debate sobre el
consecuencialismo es una versión moderna de la contraposición característica de
la tradición etico filosófica anglosajona entre el intuicionismo y el
utilitarismo. Por intuicionismo se entiende la teoria ética para la que la
persona puede conocer directamente lo que debe hacer: para conocer la rectitud
de las acciones basta mirar a las acciones mismas, sin la necesidad de prever y
valorar sus posibles consecuencias. El utilitarismo en cambio, considera que el
comportamiento del hombre debe ser valorado siempre por sus consecuencias: la
rectitud de una acción depende de su aptitud para producir felicidad, de la que
nunca se dice en que consiste.
El consecuencialismo quiere
evitar lo problemas relativos a la fundamentacion del deber y no quiere
incurrir en una disolución del valor ético en el valor de naturaleza
extraetica. Conservando la fundamentacion utilitarista de los contenidos
concretos de los justo, introducen un elemento formal de matriz kantiana. El
resultado es la distinción entre lo moralmente bueno y lo moralmente justo. El bien
y el mal dependen del principio por el que se obra: obrar bien es obrar por un
buen principio. El mal principio es el egoísmo o particularismo. El buen
principio es la caridad, la regla de oro, que consiste en asumir como principio o motivo de acción
el principio utilitarista: “la voluntad moral del hombre se actúa en la
voluntad de realizar la mayor cantidad posible de bien no-moral, y no en la
realización efectiva de esta voluntad”. Lo moralmente bueno y lo moralmente
errado son perfectamente compatibles.
Lo moralmente bueno/malo depende
exclusivamente de la intención, de la cualidad ética del principio por el que
se obra: en este ámbito se dice que la caridad, entendida como imparcialidad,
es el deber absoluto. El juicio sobre lo moralmente justo/errado es en cambio
de carácter técnico. Es decir, saber si el aborto, el adulterio, la
distribución de drogas son comportamientos moralmente justos o errados sería el
resultado de una ponderación de bienes que nada dice sobre la personalidad
moral del sujeto agente.
El método seguido por el
consecuencialismo consiste en una división de la acción moral entre forma y
materia. La forma se juzga según los principios de la filosofía trascendental (intención),
la materia según los principios del utilitarismo.
No existe para el
consecuencialismo una categoría metafísica de bien que sea aplicable al bien ético
y al bien de naturaleza extraetica, y se hace imposible la comprensión unitaria
de los dos componentes del obrar (la referencia a la persona agente y la referencia
la configuración del mundo = lo moralmente bueno/malo y lo moralmente
justo/errado), porque cada uno de ellos es tratado con conceptos pertenecientes
a sistemas diversos (kantismo y utilitarismo). La unidad entre el hombre
interior (en el que pone el acento Kant) y el hombre exterior (objeto de la
atención del utilitarismo) se rompe, y se hace imposible la elaboración de una
antropología unitaria, así como tampoco es posible una teoria unitaria del
bien. Los consecuencialistas a través de una hábil síntesis de filosofía
trascendental y de utilitarismo, tratan de reparar las rupturas sin alcanzar la
unidad originaria.
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