martes, 29 de julio de 2014

CRITERIOS PARA EL JUICIO MORAL DE LAS ACCIONES HUMANAS

RAICES O FUENTES DE LA MORALIDAD DE LAS ACCIONES

Es frecuente que una acción humana posea a la vez aspectos buenos y aspectos malos, y por eso puede provocar cierta perplejidad de juicio.

La voluntad y el acto voluntario son intencionales, esto es, implican una relación a un objeto amado, odiado, realizado,
rechazado, etc. Esa relación de intencionalidad es guiada y ordenada por la razón que si es recta es la regla de moralidad. El valor moral de los actos humanos depende de la conformidad del objeto o del acto querido con el bien de la persona según el juicio de la recta razón. Esto significa que cualquier acto voluntario se especifica por su objeto intencional. El valor moral de una intención depende de su objeto; el valor moral de una elección también depende de su objeto. El objeto de un acto voluntario nos dice lo que es ese acto, y la consideracion del objeto en su relación con las virtudes y las normas nos dice lo que es moralmente el acto en cuestión.

Hay dificultades cuando teniendo que juzgar una conducta compleja nos encontramos con que sus componentes tienen un significado moral opuesto. Para resolver estos problemas se habla tradicionalmente de objeto, fin y circunstancias. Refiriéndose a actos voluntarios, distinguir entre fin y objeto origina confusiones. Lo que se debe distinguir es el objeto del acto de intención y el objeto del acto de elección. El primero será muchas veces un fin, algo querido en si y por si, pero no siempre, porque en una conducta compleja, que se realiza en varias fases, una acción finalizada puede ser el término de la intención que gobierna una fase intermedia. El objeto de la elección es siempre una acción finalizada o un bien finalizado.

¿Que sucede cuando la intención y la elección tienen un significado moral opuesto, es decir, cuando una de las dos es buena y la otra es mala?

Se puede atender a la génesis de la acción o a la acción concluida. Desde el primer punto de vista la intención es lo primero que se considera; desde el segundo, es lo ultimo (se ve y se juzga la acción realizada aquí y ahora, y desde ella se remonta a la intención). El resultado final es el mismo: para que una actuación compleja sea buena, han de ser buenos todos sus componentes. Si alguno de los componentes (intención o elección) es incompatible con una virtud o una norma ética, la actuación en su conjunto es moralmente mala y no puede ser querida sin que la voluntad incurra en culpa moral. Ni una buena intención justifica una acción finalizada incompatible con la virtud, ni una acción finalizada buena convierte en buena la intención mala ni el conjunto de la actuación compleja.

La intención manifiesta mas directamente la categoría moral de la persona agente, por referirse a los propósitos profundos que inspiran toda conducta, mientras que la elección queda mas inmediatamente tenida por el valor de la acción realizada aquí y ahora, ya que la acción realizada es precisamente el objeto del acto electivo.

En la practica, salvo casos de error invencible, las personas moralmente bien formadas concluyen con una buena elección lo que comenzó con una buena intención. Cuando ello no sucede es porque la formación moral es incompleta o esta descompensada, de forma que existe una adecuada o incluso vivísima sensibilidad hacia unas virtudes y ninguna hacia otras; se piensa que la realización de un determinado valor compensa o justifica moralmente la lesión de otros. En casos extremos se llega a pensar que las virtudes pueden ser objeto de cálculo y compensación. Las acciones que lesionan esencialmente una virtud son incompatibles y destructivas del bien de la persona y de la vida feliz, y muchas veces de la vida social, aunque fuesen precedidas o seguidas de otras acciones buenas; son acciones intrínsecamente malas.

A través de sus intenciones, la persona pone en relación diversas acciones finalizadas con diversos fines y motivos, pero de ello no se sigue que el significado moral de las acciones finalizadas pueda siempre reducirse al que la persona les quiere dar al ordenarlas a un fin. Las acciones que en si mismas, independiente de cualquier finalizacion personal, tiene ya un significado moral negativo, porque en si mismas lesionan esencialmente una virtud, tiene una negatividad moral intrínseca que ningún proyecto subjetivo puede hacer desaparecer: son acciones intrínsecamente malas.

A la hora del juicio moral concreto, el objeto de un acto voluntario, sea de la intención del fin o de la elección de una acción finalizada, se considera rodeado de todas sus circunstancias. Las principales circunstancias moralmente significativas son:

1)      Características o cualidades de la persona que obra
2)      Cualidad y cantidad del objeto sobre el que versa la acción
3)      Lugar en que se realiza la acción
4)      Medios empleados
5)      Modo oral en que se realiza la acción (con deliberación plena o en un momento de fuerte pasión)
6)      Cantidad y cualidad del tiempo
7)      Motivo por el que se realiza un acto (no el fin principal del agente, sino motivos secundarios o añadidos)

A veces no es fácil distinguir si, desde el punto de vista moral, algo es una circunstancia de la acción o es lo que determina el significado esencial del acto. Como criterio distintivo se puede formular el siguiente: es circunstancia aquella característica que no tendría ninguna relación con el orden moral si no acompáñese a algo que por si mismo ya posee una relación de conformidad u oposición con las virtudes. Por el contrario si una determinada cualidad es aquello por lo que primeramente una acción se opone al orden moral, esa cualidad pertenece a la esencia misma del objeto moral.

Las circunstancias pueden aumentar o disminuir la bondad o malicia de un acto, pueden hacer malo un acto que sin esa circunstancia no lo seria, pero nunca pueden hacer bueno una acción intrínsecamente opuesta a las virtudes.

También forman parte de lo intentado o de lo elegido (del objeto) las consecuencias del obrar que han sido previstas y queridas, que por ello caen bajo la responsabilidad moral del agente. Si se trata de consecuencias previstas pero no queridas ni aprobadas, sino simplemente toleradas o sufridas en cuanto inevitables, estamos ante objetos indirectos de la voluntad. Si se trata de consecuencias negativas no previstas, pero que debieron y pudieron ser previstas (son ignoradas venciblemente), no suprime la responsabilidad aunque en algunos casos puede atenuarla. Si las consecuencias no podían en absoluto ser previstas, o no en aquel momento (ignorancia invencible), desde el punto de vista moral son involuntarias y el sujeto no es responsable de ellas. Desde el punto de vista jurídico-penal, muchas veces se hace al sujeto responsable de ellas (culpa jurídica), sobre todo si hay daños económicos o personales que resarcir.

MORALIDAD DE LAS PASIONES

Entre los filósofos se ha discutido si las personas virtuosas pueden tener o no pasiones. Los estoicos y Kant pensaban que las pasiones son incompatibles con la debida pureza moral. Aristóteles y Santo Tomas de Aquino pensaban que las pasiones moderadas por la razón son propias del acto virtuoso. El acto electivo de las virtudes propias de los apetitos sensibles (fortaleza y templanza) requiere la elicitacion de una pasión consecuente con la razón, conforme en cuanto a intensidad, dirección y modo a lo que la prudencia señala.

Experimentar pasiones no es en si mismo malo. Las pasiones responden a la tendencia de la naturaleza sensible hacia los bienes que le son propios. El placer y el dolor, que van unidos respectivamente a la consecución y privación del bien sensible, son un aliciente para mantener la actividad de la naturaleza hacia sus fines: el placer unido a la comida o la bebida es una ayuda para cumplir esas necesarias funciones naturales.

Las pasiones humanas son buenas o malas según que su objeto y el modo de actuarse sea conforme o no a la recta razón. La naturaleza sensible del hombre forma parte de un ser racional y por eso debe estar al servicio del bien integral de la persona, que es de índole fundamentalmente espiritual. Esta integración de lo sensible en lo racional impone un orden y una medida a la consecución de los bienes sensibles que es señalado por la recta razón (en su máxima concreción por la prudencia).

El problema moral se origina porque la naturaleza sensible tiende a sus bienes de modo absoluto. Cuando el bien moral exige limitar la tendencia a lo placentero y aceptar algo doloroso, el hombre se encuentra con la resistencia de sus pasiones. Aparecen como fuerzas que le impulsan a huir del bien, por el esfuerzo que comporta, o a realizar algunas acciones contrarias a las virtudes, por el placer que traen consigo. Otras veces la sensibilidad no se opone a lo que la recta razón señala como bueno y el hombre podrá servirse de las pasiones para hacer el bien  con mayor eficacia. Se esta ante un problema de integración ligado al autodominio que es propio de la persona. El hombre que no es capaz de dominar sus pasiones tiene algo de si mismo que escapa a su dominio y a su libre decisión, no se posee plenamente y tampoco puede decidir libremente sobre si ni darse a los demás por el amor.

La moralidad de las pasiones depende de la moralidad de su objeto. El placer y el dolor no son en si mismos moralmente buenos ni malos. También se puede juzgar la moralidad de las pasiones atendiendo a la moralidad del acto a que impulsan y al modo en que impulsan.

La tarea de la educación moral no es extinguir las pasiones, sino moderarlas, dirigiéndolas hacia el bien y haciendo que se actúen en la forma debida. El conflicto entre bien moral y bien sensible se hace cada vez mayor con el repetirse de acciones contrarias a las virtudes, mientras que se atenúa en la medida en que se obra bien. Con la repetición de actos contrarios a la virtud, la sensibilidad se habitúa a apetecer desordenadamente los bienes sensibles con lo que las pasiones surgen más veces y con más fuerza contra el bien de la razón. La virtud por el contrario es una cualidad estable que pone en las tendencias sensibles la medida y la dirección del orden moral, haciéndolas dóciles a las exigencias del verdadero amor y extinguiendo casi por completo los ímpetus contrarios al bien moral. La pasión del hombre virtuoso tiende a ser consecuente con la deliberación e imperio de la prudencia, de manera que no sea una fuerza que sorprende y obnubile la razón sino una potencia sensible que el hombre utiliza para obrar lo que con la razón ha considerado como bueno. El virtuoso no actúa por pasión pero si hace el bien con la pasión que el caso requiere, comportándose así del modo que es propio de un ser compuesto de razón y sensibilidad.

LA NOCION DE PECADO

Con relación al acto moralmente malo se emplean dos conceptos: el de culpa y el de pecado. El de culpa pone de manifiesto de modo directo la oposición de una acción libre a la regla moral, es decir, a la recta razón y a las virtudes. El concepto de pecado añade al de culpa la relación negativa que el hombre establece con Dios al cometer la culpa: el pecado es ofensa a Dios, apartamiento de Dios.

La persona humana al obrar libremente, se pone en una determinada relación con Dios; en relación positiva cuando obra moralmente bien y relación negativa de apartamiento cuando obra moralmente mal.

En el acto moralmente malo hay dos elementos necesarios: uno es la acción humana libre, sin la cual no puede haber pecado; el segundo es la exigencia moral a la que el acto malo se opone. Esta exigencia se puede llamar, según el nivel de profundidad con que se la considere, norma ética, recta razón, virtudes, bien de la persona o vida feliz. Se ha discutido si la malicia moral (la oposición a la virtud y el apartamiento de Dios), no el acto físico que sustenta el desorden, es algo positivo o es una privación. Desde el punto de vista metafísico el mal es considerado siempre como una privación y por eso se dice que no tiene una causa per se, sino que es un efecto accidental, inintencionado. En un sentido parece que el mal moral no es simple carencia del bien, como el vicio no es simple carencia de virtud, sino que implica algo positivo que se opone a la regla moral.  Pero ese elemento positivo parece suponer una privación. El pecado puede ser considerado, en efecto, como un efecto per accidens y defectuosos de una causa defectible, que es la libertad humana. Es efecto per accidens, porque la persona no busca el mal en cuanto mal, sino que se adhiere al aspecto bueno que todo objeto o acción tiene. Es efecto deficiente, porque la libertad yerra al obrar, ya que entiende como bien lo que en realidad no es más que un bien aparente. En cierto sentido todo pecador es ignorante. Advierte Aristóteles: “la ignorancia que preside la elección no es causa de que su acto sea involuntario; es causa únicamente de su perversidad”, pues la ignorancia existente en el pecado es libre: libremente se considera un aspecto y se omite la consideración eficaz de la oposición de ese acto a la virtud.

No quiere decir que la persona no se de cuenta de que obra mal. Cuando Aristóteles habla de la ignorancia que preside la elección, no se refiere al juicio de conciencia sino al juicio de elección.
La diferencia entre el pecado y el mal físico (una enfermedad por ejemplo) estriba en que el desorden de la acción culpable es libremente querido y causado, y este hecho no tiene otra causa que el “no” de la voluntad: es imposible remontarse a una causa ulterior a esa negativa. Existen factores internos y externos que pueden inducir al mal (tentaciones), pero no son nunca la causa suficiente del pecado.

Todo pecado se opone al menos a una de las virtudes, y las virtudes se constituyen y distinguen teniendo como punto de referencia el crecimiento de la parte superior del alma en la dirección de su propio bien. Dos son las principales raíces del pecado: el consentimiento a un desorden de la naturaleza sensible (pasiones, concupiscencia), que subordina lo superior a lo inferior, y la cerrazón de la parte superior del alma en si misma (egoísmo, soberbia), por la que la persona se encierra en si misma, olvidando voluntariamente que su bien esta en la donación a los demás y a Dios en que consiste el recto amor o caridad. Todo pecado es un amor perverso opuesto a la caridad: el pecado que esta en la línea del egoísmo se opone a la caridad directamente; el pecado carnal se opone a la caridad en cuanto al tomar la decisión pecaminosa se esta proyectando el propio bien ultimo exclusivamente como placer sensible.

No todas las acciones culpables tienen la misma importancia. La Ética distingue entre culpas graves y culpas leves. La culpa grave  supone que las exigencias esenciales de una virtud importante son completamente lesionadas. La culpa leve no llega a invertir el orden en que consiste una virtud, pero supone un cierto apartamiento o descuido de sus exigencias.

Al poner todas las energías del amor al servicio del placer sensible el hombre falta a la caridad consigo mismo y con Dios, por hacer de si mismo y de su personalidad moral un instrumento para la obtención de placer. La persona propia no es afirmada por lo que ella es y por lo que es su bien, sino por el placer que su tratamiento instrumental procura.

LA CONCEPCION PROPORCIONLISTA Y CONSECUENCIALISTA DEL JUICIO MORAL

El proporcionalismo se ha presentado en ocasiones como una evolución revisada de los criterios tradicionales sobre la moralidad de los efectos indirectos o acciones con doble efecto. Según Knauer, “un efecto malo será indirecto o directo según la presencia o ausencia de razón proporcionada. Habrá razón proporcionada si se aspira verdaderamente a la máxima realización posible del valor en el contexto de su realidad total.

Cuando existe una razón proporcionada, el bien mayor que se persigue es lo que realmente se quiere, y el mal se tolera porque es inevitable y en ese sentido es efecto indirecto. Sin embargo esta tesis es inaceptable a nivel de la teoria de la acción, ya que existe una diferencia objetiva y apreciable entre el efecto indirecto y lo que es querido directamente como medio.

Tanto el sistema de la razón proporcionada como el consecuencialismo no son, en realidad teorías del juicio moral o de la fundamentacion de las normas, sino concepciones globales de la vida moral y como tales han de ser consideradas. Ninguno de los dos sistemas nos dice cual es la vida buena del hombre ni de que modo se relacionan con ella los criterios parea el juicio moral. La preocupación esta centrada en el método para determinar la acción lícita o ilícita, que seria compatible en principio con diversas concepciones de la vida buena. La virtud cuando aparece, es una simple disposición o decisión fundamental de acatar el deber o la norma teleologicamente fundamentada. La virtud esta en función de la norma y no al revés.

El debate sobre el consecuencialismo es una versión moderna de la contraposición característica de la tradición etico filosófica anglosajona entre el intuicionismo y el utilitarismo. Por intuicionismo se entiende la teoria ética para la que la persona puede conocer directamente lo que debe hacer: para conocer la rectitud de las acciones basta mirar a las acciones mismas, sin la necesidad de prever y valorar sus posibles consecuencias. El utilitarismo en cambio, considera que el comportamiento del hombre debe ser valorado siempre por sus consecuencias: la rectitud de una acción depende de su aptitud para producir felicidad, de la que nunca se dice en que consiste.

El consecuencialismo quiere evitar lo problemas relativos a la fundamentacion del deber y no quiere incurrir en una disolución del valor ético en el valor de naturaleza extraetica. Conservando la fundamentacion utilitarista de los contenidos concretos de los justo, introducen un elemento formal de matriz kantiana. El resultado es la distinción entre lo moralmente bueno y lo moralmente justo. El bien y el mal dependen del principio por el que se obra: obrar bien es obrar por un buen principio. El mal principio es el egoísmo o particularismo. El buen principio es la caridad, la regla de oro, que consiste  en asumir como principio o motivo de acción el principio utilitarista: “la voluntad moral del hombre se actúa en la voluntad de realizar la mayor cantidad posible de bien no-moral, y no en la realización efectiva de esta voluntad”. Lo moralmente bueno y lo moralmente errado son perfectamente compatibles.

Lo moralmente bueno/malo depende exclusivamente de la intención, de la cualidad ética del principio por el que se obra: en este ámbito se dice que la caridad, entendida como imparcialidad, es el deber absoluto. El juicio sobre lo moralmente justo/errado es en cambio de carácter técnico. Es decir, saber si el aborto, el adulterio, la distribución de drogas son comportamientos moralmente justos o errados sería el resultado de una ponderación de bienes que nada dice sobre la personalidad moral del sujeto agente.


El método seguido por el consecuencialismo consiste en una división de la acción moral entre forma y materia. La forma se juzga según los principios de la filosofía trascendental (intención), la materia según los principios del utilitarismo.


No existe para el consecuencialismo una categoría metafísica de bien que sea aplicable al bien ético y al bien de naturaleza extraetica, y se hace imposible la comprensión unitaria de los dos componentes del obrar (la referencia a la persona agente y la referencia la configuración del mundo = lo moralmente bueno/malo y lo moralmente justo/errado), porque cada uno de ellos es tratado con conceptos pertenecientes a sistemas diversos (kantismo y utilitarismo). La unidad entre el hombre interior (en el que pone el acento Kant) y el hombre exterior (objeto de la atención del utilitarismo) se rompe, y se hace imposible la elaboración de una antropología unitaria, así como tampoco es posible una teoria unitaria del bien. Los consecuencialistas a través de una hábil síntesis de filosofía trascendental y de utilitarismo, tratan de reparar las rupturas sin alcanzar la unidad originaria. 

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