Matrimonio y
familia están unidas íntimamente entre si, pero no son totalmente coincidentes.
El matrimonio es la
unión permanente de un hombre y de una mujer que se han elegido el uno al otro.
De por si no es una familia, sino un estado, una institución o una vinculación
jurídica, asumida por dos personas de distinto sexo.
Cuando este
matrimonio alcanza a engendrar hijos, entonces se origina la familia. También
el “matrimonio sin hijos” alcanza la dimensión de familia.
El matrimonio tiene
una estructura determinada y se rige por unas leyes. De igual modo, la familia
tiene su propia naturaleza y se conduce por unas determinadas normas de
conducta.
El
ideal es que ambas realidades tengan el mismo origen y que se impliquen
mutuamente. Pueden darse matrimonios que excluyan una familia y familias que no
tomen origen en un matrimonio. El resultado puede ser una diversidad de
situaciones y “cruces” entre esposos e hijos donde puede no existir ni siquiera
una vinculación de sangre. Por ejemplo en el caso de matrimonios casados y
divorciados sucesivamente, con hijos en todas las direcciones, sin vinculo
común y a veces habitando bajo el mismo techo.
Tal
inversión de valores llevara consigo nuevas connotaciones éticas, por lo que es
importante descubrir las normas morales que guíen tanto la familia como el
matrimonio.
El valor del amor humano y
del matrimonio
Entre
las grandes realidades humanas sobresale la experiencia del amor. Nada como el
amor expresa la riqueza insondable del ser personal.
En
el amor confluye el conocimiento; en el adquiere su cuota mas alta la voluntad,
y toda la rica gama de sentimientos humanos consigue en el amor entre un hombre
y una mujer la pureza y equilibrio que caracterizan a los que están o viven en
el amor (“enamorados”).
Ese
amor de donación y de entrega se despierta en la juventud. El amor joven entre
un hombre y una mujer facilita el primer encuentro que se caracteriza por una
donación mutua. A la vez, el amor facilita el compromiso futuro de una entrega
que permanecerá toda la vida.
El
amor que acabara en el matrimonio abre en el corazón joven una senda a un mundo
nuevo y crea en su espíritu un clima donde se pueden cultivar las actitudes más
ricas de la existencia humana: elección, convivencia, ternura, donación,
fidelidad, etc. Como consecuencia de ellas, la fecundidad: los hijos son el
fruto del amor mutuo entre un hombre y una mujer, que es por naturaleza creador
y fecundo.
La
realidad de la familia no siempre responde
a la maravilla del matrimonio como fruto del amor. Por esto la Ética
tiene que iluminar esas situaciones conflictivas para prevenirlas y juzgarlas
cuando tengan lugar.
Naturaleza del matrimonio
La
primera afirmación es que el matrimonio debe ser entre dos personas de distinto sexo. Otra consideración choca
frontalmente contra la propia estructura del cuerpo humano.
Este
primer principio moral descalifica cualquier intento de justificar la unión
estable de homosexuales o las operaciones quirúrgicas de cambio de sexo, cuando
este esta claramente determinado por la naturaleza. La unión “homosexual” no
cumple ninguna de las condiciones del matrimonio como integración de dos seres
naturalmente complementarios.
La
segunda consideración es que el vínculo debe ser de “uno con una”. La unidad como cualidad esencial e
inherente al matrimonio, niega tanto la poligamia como la poliginia.
El
fundamento esta grabado en la propia naturaleza humana. La diferencia sexual,
la atracción mutua y el complemento psicológico reciproco, tan intimo, que
tiene lugar entre un hombre y una mujer parecen excluir que pueda ser
simultáneamente compartido por varios.
La
entrega mutua, la complementariedad somático-psicológica y la fusión de dos
vidas (“dos en uno”), demandan la unidad en el matrimonio. El amor pide exclusividad
y la donación del cuerpo y del alma no puede ser traspasada. Pero esa
exclusividad no encierra a la pareja en si misma. Cuando el amor es maduro, se
proyecta sobre el entorno y se da también a los demás en gestos de donación y
servicio.
La
tercera característica es la estabilidad.
La fuerza de la propia donación, la entrega de los más intimo del cuerpo y del
espíritu, el valor de aquello a lo que se compromete, exigen una estabilidad.
Siempre que dos personas se quieren se juran eternidad; el amor demanda
eternidad.
Finalmente
el matrimonio, por su propia naturaleza, esta orientado a la procreación. La procreación no solo es
consecuencia de la naturaleza de los sexos, sino exigencia del amor que es
creador por esencia. El “hijo” es la consecuencia de la naturaleza sexualmente
diferenciada de los padres y a la vez, fruto del amor que los une.
Unidad,
estabilidad y procreación se presentan como exigencias nacidas de la misma
estructura del matrimonio; brotan de su misma esencia pues tienen su raices en
lo más hondo de la naturaleza del hombre y de la mujer.
Matrimonio y divorcio
A
la estabilidad del matrimonio se opone el divorcio. Hoy es una posibilidad
jurídica en casi todas las naciones. Pero, eticidad no es lo mismo que
legalidad, no todo lo permitido legalmente es éticamente lícito. Hay que tener
en cuenta algunos puntos.
1.
El matrimonio tiene un fin individual que afecta a lo más íntimo de la persona.
El hombre siente la vocación de realizarse de un modo humanamente pleno en la
entrega amorosa del matrimonio. Esa entrega postula unidad y estabilidad. La
“provisionalidad” no responde a los valores que entran en juego en el si de aceptación de una vida en común
entre dos personas.
2.
El matrimonio contiene un fin social. La entrega repercute en la vida social:
se es “casado” ante los demás. Pero
sobre todo el fin social lo constituyen los hijos, que hace que el matrimonio
no sea asunto exclusivo de dos, sino que supera las propias voluntades, las
cuales asumen compromisos que no caen solo bajo la libre voluntad de los
esposos. La familia es la unidad básica de la sociedad, de aquí que los Estados
se vean obligados a legislar en materia de matrimonio, de modo que se respeten
los mutuos derechos y deberes que se siguen a la unión libremente aceptada de
un hombre y una mujer.
3.
El origen del matrimonio es el amor, pero un amor sexuado; amor y sexo se unen.
En el matrimonio se entrecruzan cuerpo y espíritu, hasta hacerse “dos en uno”.
El amor humano verdadero es algo totalizador y definitivo. Pero el amor es
frágil. Garantizar que el amor que dio origen al matrimonio no sufra quiebras,
es ir mas allá de las seguridades exclusivamente humanas.
4.
La esencia del matrimonio no es el amor sino el consentimiento. El amor es el
motor que mueve a aceptarse como Mario y mujer; pero una vez hecho el
“contrato”, afirmada la entrega y aceptados los propios compromisos, el
matrimonio no esta a expensas del amor sino en la voluntad responsable del
compromiso libremente adquirido.
5.
El amor que nace es preciso avivarlo día a día. El matrimonio sigue asentado en
el amor. Dada su fragilidad caben varias alternativas:
a)
protegerlo y no exponerlo frívolamente a pruebas de peligro
b)
cuando parece roto, tratar de recuperarlo
c)
aceptar la imposibilidad de recobrarlo en aquellas situaciones verdaderamente
límite en las que se dan factores que ya no es posible superar.
6.
En este caso se pueden tomar dos actitudes. Aceptar la ruptura pero asumir con
responsabilidad esa situación en orden a salvar otros valores que están por
encima del amor mutuo de los esposos. El cuidado y porvenir de los hijos, los
deberes de piedad o de justicia con la otra parte o, simplemente, los males que
se siguen para la vida social.
7.
Otra opción es prescindir de todos estos valores reales y tomar el camino fácil
de “reconstruir” su vida con una nueva vida amorosa. El bien personal se pone
por encima de múltiples bienes particulares y sociales.
8.
El tema esta en si efectivamente, esta en la libertad de los esposos el romper
el vínculo que los une en matrimonio valora la libertad humana en lo que tiene
de más grandioso: la capacidad de asumir compromisos irrevocables. Cuando se
dice que el hombre no es capaz de comprometerse para toda la vida, se disminuye
el valor de la libertad.
9.
La indisolubilidad del matrimonio se funda en su misma naturaleza y el divorcio
va directamente contra la institución del matrimonio y es en si mismo un mal.
El matrimonio se fundamenta en la diferencia sexuada del hombre, en el amor
oblativo de dos personas, en los hijos, en el carácter social de la unión
matrimonial: todo esto es la naturaleza del hombre.
10.
Es preciso aceptar que conviven hoy dos opciones diametralmente opuestas. La
una demanda la indisolubilidad del matrimonio a partir de considerarlo como una
institución natural; la otra apunta a una simple convivencia humana que puede
acabar por la libre decisión de uno o de los dos cónyuges. La primera opción se
alimenta de los valores humanistas nacidos de la cultura de Occidente, la cual,
a su vez, contiene una substrato religioso cristiano, mientras que la otra toma
origen de una interpretación laica y profana de la existencia.
Algunas dificultades en torno
al divorcio
El
difícil que alguien pretenda afirmar que el divorcio es mejor que la estabilidad
del matrimonio. Lo mas grave de la posibilidad del divorcio es que quita toda
seguridad y garantía a la estabilidad del amor humano y horada el cimiento
mismo del matrimonio. La posibilidad de que el vínculo matrimonial se pueda
romper remueve los cimientos de la estabilidad. El “para siempre” esta
amenazado por la sombra de lo “provisional”. Las estadísticas muestran contra
todo pronostico que la realidad social del divorcio ha hecho aumentar
considerablemente todos los desordenes sexuales. La posibilidad de cambiar de
marido o de mujer no solo no ha frenado, sino que ha aumentado las “uniones
ocasionales”, los adulterios, los hijos ilegítimos, las anormalidades sexuales.
El
divorcio ha abierto un boquete de proporciones insospechadas en la institución
matrimonial y en las relaciones entre el hombre y la mujer. Una legislación
divorcista deteriora toda la vida social. Los sabios y los hombres religiosos
advierten del grave peligro en que se embarca nuestra civilización cuando
adopta medidas que deterioran la vida moral del matrimonio. Los males que
siguen al divorcio son mayores que los bienes.
Valoración moral de las
legislaciones divorcistas
Los
poderes públicos no tienen siempre la obligación de imperar lo mejor, sino que
deben legislar en orden al bien común. La naturaleza del divorcio y sus
consecuencias plantea serios problemas a toda legislación divorcista.
Si
como parece, la indisolubilidad del matrimonio tiene fuerte fundamento en la
misma naturaleza del hombre, la doctrina coherente cuestiona con razón si los
gobernantes pueden legislar en contra del derecho natural. En tal caso se trataría
de una ley injusta.
En
el caso del matrimonio en lugar de defenderlo con leyes que lo protejan, se
legisla su deterioro. El matrimonio es una institución que responde a un
derecho fundamental de la persona, pero es algo más que la unión de un hombre y
una mujer. Junto a los esposos están los hijos, los otros matrimonios y la vida
social. El presunto bien de una pareja puede conllevar males incalculables para
la colectividad. Parece que solo en el matrimonio, el bien de uno prevalece
sobre el bien de la mayoría.
Se
ha dicho con rigor que, dado que la legislación divorcista daña la misma
institución matrimonial, a pesar de la frase “a nadie se le obliga a
divorciarse”, de hecho, es lo contrario, al posibilitar el divorcio; es como si
“el Estado obligase a no contraer matrimonio perpetuo”.
El
novelista francés Bourget escribe: “Todo lazo de amor queda deshecho en el
instante mismo en que uno de los dos amantes ha creído que era posible la
ruptura”. Quien se propone un ideal pequeño de matrimonio, posiblemente, ni ese
bajo nivel llegue a alcanzar.
Muchas gracias padre.
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