lunes, 28 de julio de 2014

CONSIDERACIONES MORALES DE LOS TRASPLANTES

I.         Trasplantes dentro del mismo organismo

Los trasplantes realizados dentro del mismo organismo no ofrecen problema moral alguno, siempre que exista una finalidad razonable y una compensación entre riesgos y ventajas. La subordinación de la parte para el bien del todo es legítima cuando responde a una propuesta con sentido, no arbitraria. Para intervenciones de este tipo, siempre teniendo presentes los posibles riesgos, no se necesitan normalmente razones muy graves. Razones de índole estética pueden ser suficientes.

II.                Trasplantes de animal a ser humano


Los trasplantes a favor de seres humanos a partir de un animal, para la mayor parte de las personas, no representan un obstáculo insalvable si nos fijamos únicamente en la procedencia del órgano, sin atender a otros aspectos. Sin embargo, algunas opiniones extremas, de la corriente que insiste en los derechos de los animales, los cuestionan.

La aceptabilidad básica de este tipo de trasplantes no impide los debates o rechazos respecto a órganos particulares. En 1956 el Papa Pío XII mostró repulsa a una práctica seguramente hipotética: el trasplante de glándulas sexuales de animal a hombre.

En 1964 el doctor Hardy realizó un trasplante de chimpancé a ser humano; el paciente sobrevivió sólo dos horas. En 1984 fue operada una niña en USA con u  defecto congénito de corazón, colocándole un corazón de mandril; la niña falleció a los 15 días por efectos del rechazo.

Dejando de lado las circunstancias particulares de cada caso, interesa la hipótesis general: trasplante de animal a ser humano. Se debería atender a criterios morales comunes con otras muchas intervenciones médicas: consentimiento libre e informado de los padres, competencia de los profesionales que realizan la intervención, no existencia de otra alternativa mejor, teniendo en cuenta la situación del paciente y sopesando ventajas y riesgos y tomando como dirección básica el bien del enfermo, entendido como supervivencia y condiciones de la misma.
Si la intervención no supone ningún beneficio previsible para el receptor del trasplante, sino que solamente tiene sentido por su contribución al avance de la ciencia, algunos la descartan totalmente en el caso de los niños, mientras otros la admiten siempre que no añada peligros nuevos a los ya existentes y como un ejercicio responsable de solidaridad. Este tipo de experimentación no terapéutica es considerado admisible o rechazable, sobre todo atendiendo a si se acepta como válido o no el consentimiento informado de los padres.

III.      Trasplante de cadáver humano


El trasplante de órganos a partir de un cadáver humano supone como presupuesto básico la muerte de la persona. Cumplida esta condición, no existen obstáculos morales mayores a la utilización de los órganos de una persona muerta para trasplantes y para la investigación. Las resistencias más fuertes han podido venir desde el campo religioso o desde concepciones particulares en algunas culturas. En ambientes cristianos, todavía hoy se dan frecuentes reservas a lo que consideran una mutilación del cadáver, apelando a la fe en la resurrección. La teología revela la falta de consistencia de ideas y temores opuestos a los trasplantes desde pretendidos presupuestos cristianos. Antes, por el contrario, las exigencias de la caridad y el sentido de solidaridad quedan mucho mejor expresados con la disponibilidad de los órganos de los difuntos para servicio de los vivos.

Otra cosa distinta es la consideración debida al cadáver humano, que no puede equiparase al del animal, de acuerdo con la sensibilidad compartida por tantas culturas.

Desde un punto de vista moral, no se exige en absoluto el consentimiento del interesado o de la familia para proceder a la utilización de los órganos para un trasplante, aun cuando lo normal y sensato es contar con los más directamente afectados. Por eso las leyes que autorizan los trasplantes, cuando no existe una oposición expresa del donante que ha muerto, no vulneran ninguna exigencia moral y son expresión de una solidaridad bien entendida. A la hora de juzgar la conveniencia moral de un trasplante a partir de un cadáver, el aspecto fundamental a considerar es su incidencia sobre el bien del enfermo, comparando la situación actual y las previsiones de futuro en las diversas alternativas.

IV.                           Trasplante entre seres humanos vivos


Si en los trasplantes de órganos de difuntos a personas vivas no se dan reparos morales significativos, no ha sucedido ni sucede lo mismo cuando en la intervención los donantes son seres vivos. En este punto hemos asistido a una evolución desde posturas muy restrictivas a otras más abiertas.

En un primer momento de la era de los trasplantes hubo quienes cerraron totalmente la puerta cuando los implicados eran dos personas vivas. La razón principal para condenar este tipo de intervenciones era la malicia intrínseca de la mutilación directa. Quitar un órgano enfermo para la salud del propio organismo era aceptado como lícito en virtud de la subordinación de la parte al todo. Sin embargo, la extirpación de un órgano sano para el bien de un organismo ajeno era rechazada por tratarse de una mutilación directa. En apoyo de esta postura se utilizó un texto de Pío XI, extendido indebidamente a esta cuestión. “La doctrina cristiana establece y la luz de la razón humana deja en claro que individuos particulares no tienen otro poder sobre los miembros de su cuerpo que el que corresponde a su finalidad natural; y no son libres para destruir o mutilar sus miembros o de cualquier otra manera hacerlos inservibles para sus funciones naturales excepto cuando no se puede de otro modo mirar por el bien de todo el cuerpo”.

Este principio formulado por el Papa para excluir la esterilización eugenésica, fue extendido con rigor excesivo al rechazo de este tipo de trasplantes incluso por autores eminentes en teología moral. Afirmaciones hechas con seriedad y honestidad en otros tiempos, hoy causan extrañeza: “No puede pensarse en serio que cuenta entre los fines naturales de los ojos de Pedro el servir eventualmente para ser injertados en las cuencas vacías de Andrés. La naturaleza orden a los ojos de Pedro al ejercicio de su función en el cuerpo de Pedro. El arte médica los, podrá ordenar al servicio de Juan violentando primero el destino natural que tenían. Además, tal mutilación, que por añadidura inutiliza para ver al menos parcialmente, no es evidentemente para el bien de todo el cuerpo, como le exige el Papa”. Tal modo de hablar, respetable y comprensible en su contexto histórico, no parece compatible con una visión correcta de la moral cristiana. Un concepto estrecho de naturaleza y de respeto a la naturaleza ha servido para cerrar la puerta de un personalismo solidario del mejor cuño cristiano.

Ya desde el principio, diversos moralistas expresaron pronto su oposición a una moral tan “egoísta”, o mejor, de respeto sacral a la naturaleza, aunque algunas de sus fundamentaciones no constituyan tampoco un ejemplo de lucidez cristiana. Se apeló a que la donación de un órgano, además del beneficio para el receptor, constituía también un beneficio para el donante, pues su acto de solidaridad era fuente de méritos y de gracia para él mismo. Se recurrió igualmente a la idea de la humanidad como unidad o cuerpo jurídico, moral o místico, a las implicaciones de la caridad, etc.

Hoy en día el hecho de extirpar un órgano sano de una persona viva para trasplantarlo a otra no constituye un problema moral si miramos a esta sola circunstancia. La licitud de  los trasplantes dependerá fundamentalmente de: carácter vital o no vital del órgano que se cede, consentimiento informado y libre, eventuales perjuicios derivados de la extirpación; en relación con el receptor se exige su consentimiento y mirar por su bien.

Por parte de los donantes, un problema delicado es el de los menores y su capacidad para donar órganos. Unos rechazan la legitimidad precisamente por las dificultades para que su consentimiento sea suficientemente libre y lúcido, mientras que otros no excluyen totalmente su licitud.

V.                El corazón artificial


Un viejo sueño de la humanidad ha sido el poder sustituir con órganos nuevos los ya gastados. Cuando las tropas francesas del General De Bourmont desembarcaron en Argelia, fueron víctimas del paludismo. En un informe redactado en 1831 el general decía: “Llegará un día en que los hombres podrán vivir y revivir gracias a la ciencia, estoy convencido de ello, un corazón de acero latirá en su pecho, un hígado de cobre y de granito será injertado en su vientre; serán resistentes e invencibles”.

Desde hace tiempo se conocen las prótesis; n cambio los primeros intentos de sustitución total de un órgano natural por otro artificial son más recientes. La primera implantación de un corazón artificial tuvo lugar en USA en 1969 por el Dr. Cooley, con una supervivencia del paciente de sesenta y cuatro horas y con severas sanciones para su autor por el carácter no legal de la intervención. El primer intento legal de implante fe un corazón artificial se realizó en 1982 en USA, por el equipo quirúrgico de De Vries y de R. Jarvik.


En general, se ha pensado en el corazón artificial más bien como una medida temporal, en casos apurados a falta de un corazón humano y a la espera de poder contar con él; con todo, se han diseñado proyectos para un corazón artificial permanente. Sin embargo, en el momento actual, después de una fase primera de entusiasmo, esta iniciativa ha perdido fervor popular, científico y entre los autores de las políticas sanitarias. Y no porque existan reservas morales de fondo a estos proyectos, sino, sobre todo, porque no se ven compatibles con un justo destino de los recursos disponibles a la luz de las necesidades existentes.

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