I. Trasplantes
dentro del mismo organismo
Los
trasplantes realizados dentro del mismo organismo no ofrecen problema moral
alguno, siempre que exista una finalidad razonable y una compensación entre
riesgos y ventajas. La subordinación de la parte para el bien del todo es
legítima cuando responde a una propuesta con sentido, no arbitraria. Para
intervenciones de este tipo, siempre teniendo presentes los posibles riesgos,
no se necesitan normalmente razones muy graves. Razones de índole estética
pueden ser suficientes.
II.
Trasplantes de animal a ser humano
Los
trasplantes a favor de seres humanos a partir de un animal, para la mayor parte
de las personas, no representan un obstáculo insalvable si nos fijamos únicamente
en la procedencia del órgano, sin atender a otros aspectos. Sin embargo,
algunas opiniones extremas, de la corriente que insiste en los derechos de los
animales, los cuestionan.
La
aceptabilidad básica de este tipo de trasplantes no impide los debates o
rechazos respecto a órganos particulares. En 1956 el Papa Pío XII mostró
repulsa a una práctica seguramente hipotética: el trasplante de glándulas
sexuales de animal a hombre.
En
1964 el doctor Hardy realizó un trasplante de chimpancé a ser humano; el paciente
sobrevivió sólo dos horas. En 1984 fue operada una niña en USA con u defecto congénito de corazón, colocándole un
corazón de mandril; la niña falleció a los 15 días por efectos del rechazo.
Dejando
de lado las circunstancias particulares de cada caso, interesa la hipótesis
general: trasplante de animal a ser humano. Se debería atender a criterios
morales comunes con otras muchas intervenciones médicas: consentimiento libre e
informado de los padres, competencia de los profesionales que realizan la
intervención, no existencia de otra alternativa mejor, teniendo en cuenta la
situación del paciente y sopesando ventajas y riesgos y tomando como dirección
básica el bien del enfermo, entendido como supervivencia y condiciones de la
misma.
Si la intervención
no supone ningún beneficio previsible para el receptor del trasplante, sino que
solamente tiene sentido por su contribución al avance de la ciencia, algunos la
descartan totalmente en el caso de los niños, mientras otros la admiten siempre
que no añada peligros nuevos a los ya existentes y como un ejercicio
responsable de solidaridad. Este tipo de experimentación no terapéutica es
considerado admisible o rechazable, sobre todo atendiendo a si se acepta como
válido o no el consentimiento informado de los padres.
III. Trasplante de
cadáver humano
El
trasplante de órganos a partir de un cadáver humano supone como presupuesto
básico la muerte de la persona. Cumplida esta condición, no existen obstáculos
morales mayores a la utilización de los órganos de una persona muerta para
trasplantes y para la investigación. Las resistencias más fuertes han podido
venir desde el campo religioso o desde concepciones particulares en algunas
culturas. En ambientes cristianos, todavía hoy se dan frecuentes reservas a lo
que consideran una mutilación del cadáver, apelando a la fe en la resurrección.
La teología revela la falta de consistencia de ideas y temores opuestos a los
trasplantes desde pretendidos presupuestos cristianos. Antes, por el contrario,
las exigencias de la caridad y el sentido de solidaridad quedan mucho mejor
expresados con la disponibilidad de los órganos de los difuntos para servicio
de los vivos.
Otra
cosa distinta es la consideración debida al cadáver humano, que no puede
equiparase al del animal, de acuerdo con la sensibilidad compartida por tantas
culturas.
Desde
un punto de vista moral, no se exige en absoluto el consentimiento del
interesado o de la familia para proceder a la utilización de los órganos para
un trasplante, aun cuando lo normal y sensato es contar con los más
directamente afectados. Por eso las leyes que autorizan los trasplantes, cuando
no existe una oposición expresa del donante que ha muerto, no vulneran ninguna
exigencia moral y son expresión de una solidaridad bien entendida. A la hora de
juzgar la conveniencia moral de un trasplante a partir de un cadáver, el
aspecto fundamental a considerar es su incidencia sobre el bien del enfermo,
comparando la situación actual y las previsiones de futuro en las diversas
alternativas.
IV.
Trasplante entre seres humanos
vivos
Si
en los trasplantes de órganos de difuntos a personas vivas no se dan reparos
morales significativos, no ha sucedido ni sucede lo mismo cuando en la
intervención los donantes son seres vivos. En este punto hemos asistido a una
evolución desde posturas muy restrictivas a otras más abiertas.
En
un primer momento de la era de los trasplantes hubo quienes cerraron totalmente
la puerta cuando los implicados eran dos personas vivas. La razón principal
para condenar este tipo de intervenciones era la malicia intrínseca de la
mutilación directa. Quitar un órgano enfermo para la salud del propio organismo
era aceptado como lícito en virtud de la subordinación de la parte al todo. Sin
embargo, la extirpación de un órgano sano para el bien de un organismo ajeno
era rechazada por tratarse de una mutilación directa. En apoyo de esta postura
se utilizó un texto de Pío XI, extendido indebidamente a esta cuestión. “La
doctrina cristiana establece y la luz de la razón humana deja en claro que
individuos particulares no tienen otro poder sobre los miembros de su cuerpo
que el que corresponde a su finalidad natural; y no son libres para destruir o
mutilar sus miembros o de cualquier otra manera hacerlos inservibles para sus
funciones naturales excepto cuando no se puede de otro modo mirar por el bien
de todo el cuerpo”.
Este
principio formulado por el Papa para excluir la esterilización eugenésica, fue
extendido con rigor excesivo al rechazo de este tipo de trasplantes incluso por
autores eminentes en teología moral. Afirmaciones hechas con seriedad y
honestidad en otros tiempos, hoy causan extrañeza: “No puede pensarse en serio
que cuenta entre los fines naturales de los ojos de Pedro el servir
eventualmente para ser injertados en las cuencas vacías de Andrés. La
naturaleza orden a los ojos de Pedro al ejercicio de su función en el cuerpo de
Pedro. El arte médica los, podrá ordenar al servicio de Juan violentando
primero el destino natural que tenían. Además, tal mutilación, que por añadidura
inutiliza para ver al menos parcialmente, no es evidentemente para el bien de
todo el cuerpo, como le exige el Papa”. Tal modo de hablar, respetable y
comprensible en su contexto histórico, no parece compatible con una visión
correcta de la moral cristiana. Un concepto estrecho de naturaleza y de respeto
a la naturaleza ha servido para cerrar la puerta de un personalismo solidario
del mejor cuño cristiano.
Ya
desde el principio, diversos moralistas expresaron pronto su oposición a una
moral tan “egoísta”, o mejor, de respeto sacral a la naturaleza, aunque algunas
de sus fundamentaciones no constituyan tampoco un ejemplo de lucidez cristiana.
Se apeló a que la donación de un órgano, además del beneficio para el receptor,
constituía también un beneficio para el donante, pues su acto de solidaridad
era fuente de méritos y de gracia para él mismo. Se recurrió igualmente a la
idea de la humanidad como unidad o cuerpo jurídico, moral o místico, a las
implicaciones de la caridad, etc.
Hoy
en día el hecho de extirpar un órgano sano de una persona viva para
trasplantarlo a otra no constituye un problema moral si miramos a esta sola
circunstancia. La licitud de los
trasplantes dependerá fundamentalmente de: carácter vital o no vital del órgano
que se cede, consentimiento informado y libre, eventuales perjuicios derivados
de la extirpación; en relación con el receptor se exige su consentimiento y
mirar por su bien.
Por parte de los
donantes, un problema delicado es el de los menores y su capacidad para donar
órganos. Unos rechazan la legitimidad precisamente por las dificultades para
que su consentimiento sea suficientemente libre y lúcido, mientras que otros no
excluyen totalmente su licitud.
V.
El corazón artificial
Un
viejo sueño de la humanidad ha sido el poder sustituir con órganos nuevos los
ya gastados. Cuando las tropas francesas del General De Bourmont desembarcaron
en Argelia, fueron víctimas del paludismo. En un informe redactado en 1831 el
general decía: “Llegará un día en que los hombres podrán vivir y revivir
gracias a la ciencia, estoy convencido de ello, un corazón de acero latirá en
su pecho, un hígado de cobre y de granito será injertado en su vientre; serán
resistentes e invencibles”.
Desde
hace tiempo se conocen las prótesis; n cambio los primeros intentos de
sustitución total de un órgano natural por otro artificial son más recientes.
La primera implantación de un corazón artificial tuvo lugar en USA en 1969 por
el Dr. Cooley, con una supervivencia del paciente de sesenta y cuatro horas y
con severas sanciones para su autor por el carácter no legal de la
intervención. El primer intento legal de implante fe un corazón artificial se
realizó en 1982 en USA, por el equipo quirúrgico de De Vries y de R. Jarvik.
En
general, se ha pensado en el corazón artificial más bien como una medida
temporal, en casos apurados a falta de un corazón humano y a la espera de poder
contar con él; con todo, se han diseñado proyectos para un corazón artificial
permanente. Sin embargo, en el momento actual, después de una fase primera de
entusiasmo, esta iniciativa ha perdido fervor popular, científico y entre los
autores de las políticas sanitarias. Y no porque existan reservas morales de
fondo a estos proyectos, sino, sobre todo, porque no se ven compatibles con un
justo destino de los recursos disponibles a la luz de las necesidades
existentes.
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