lunes, 28 de julio de 2014

BIOLOGÍA Y MORAL

El reciente desarrollo de las ciencias de la vida ha creado situaciones inusitadas en las cuales personas ubicadas en una inmensa variedad de ocupaciones deben tomar decisiones que tienen que ver con la moralidad de diferentes posibilidades de acción. Es necesario tener primero una comprensión clara de lo que es moralidad y del significado del bien y del mal morales. Sea que las decisiones morales se tomen en circunstancias normales, sea extraordinarias, tenemos que guiarnos por principios éticos válidos. De lo contrario nuestro discernimiento moral carecerá por completo de una sólida base y las opiniones contrarias no podrán motivar un asentimiento lógico.

El bien

                 
¿Qué queremos dar a entender cuando decimos que algo es moralmente bueno o malo? Usamos las palabras para significar la realidad. Las diversas lenguas están de acuerdo en usar diferentes palabras para representar una realidad específica y así podemos comunicarnos unos con otros. Las palabras son símbolos que sustituyen a la realidad, por ejemplo, caballo, árbol, etc. el término bien así mismo, representa una realidad. Con todo, esta no se percibe con tanta facilidad como un árbol o un caballo. Verdad, justicia, belleza, bondad, son términos que expresan realidades que, sin duda alguna, significan algo para nosotros. Podemos tener firmes convicciones acerca de estas realidades y, sin embargo, vernos en dificultades para describirlas con claridad. Los filósofos tratan de determinar claramente la realidad que se esconde detrás de estas palabras. A través de la historia ellos nos han dado algunas definiciones de estos términos. Algunos de ellos se oponen entre sí, pero en el caso de la bondad moral, muchos están de acuerdo acerca de algunos elementos comunes que se nos presentan como esenciales.

El bien natural


¿Cuál es la realidad connotada por el término bien moral? Antes de dar respuesta a esta pregunta, nos será útil examinar el sentido más general del término bueno. Cuando el agricultor afirma que la lluvia es buena, se está refiriendo a la bondad de la lluvia para el crecimiento de su cosecha. Demasiada lluvia sería mala porque haría que las plantas se pudriesen. El esquiador tiene por buena la abundante nevada porque le facilita su deporte. En cambio el conductor la tendrá por mala porque le dificulta el cumplimiento de su trabajo. Un moderado ejercicio se tiene por bueno porque ayuda a la salud. Ya demasiado, por otro lado, puede ser malo porque llega a debilitarla. Podemos concluir, que en estos casos, bueno significa cualquier acción o cualquier objeto que contribuye a la obtención de un fin deseable, el cual puede elegirse personalmente, como en el caso del esquiador, o dado por la naturaleza, como la salud o el crecimiento de las plantas. Esta consideración nos indica que la bondad se basa sobre una relación especial y que está constituida por ella.
Se puede explorar, sin embargo, un poco más a fondo el sentido del término bueno. El agricultor puede llamar buena su cosecha, y esto sin referencia a sus ganancias o a un posible premio. Su cosecha es buena cuando alcanza la plenitud de su capacidad, cuando “llega a la plena realización” de su naturaleza. Un automóvil se tiene por bueno cuando todas sus partes se encuentran en orden y funcionan con propiedad, según fueron planeadas. La cosecha y el vehículo se consideran ahora en sí mismos, atendiendo a su propia naturaleza o diseño para ver si lo tienen o alcanzaron su plenitud. Podría decirse que su realidad actual es comparada con su naturaleza ideal y juzgada de acuerdo con el grado en que se acerca a ella, o si la ha alcanzado ya. Esta clase de bien se llama bien natural.



El bien moral


En ética nos ocupamos de la bondad del hombre, y no de la bondad de las plantas o de las máquinas. El término bien moral se reserva para designar en especial el bien humano. Un hombre bueno es una persona que es buena en su humanidad y no propiamente en alguna habilidad, por ejemplo, en el deporte o la cirugía. Un gran deportista no necesariamente es una buena persona. Existe, así mismo, consenso general en afirmar que no nacemos buenos ni malos, sino que, nos hacemos personas buenas o malas por nuestros actos buenos o malos. Un acto específicamente humano difiere de las acciones de los animales por el hecho de que el acto humano es hecho previa deliberación, vale decir, con libertad de elección y con el conocimiento del objeto del acto. El resultado de un acto libre y consciente es la responsabilidad; el acto es imputado al libre agente. El juez absuelve a una persona acusada si se prueba que no obró a ciencia y conciencia en lo referente a la violación de la ley.
Queda por hacer una pregunta: si nos hacemos personas buenas porque hacemos actos buenos, ¿cuál es la cualidad particular del acto humano que lo hace bueno o malo? Vimos antes que los objetos o las acciones se consideran buenos, en general, si contribuyen al crecimiento del ser, ayudándole a alcanzar la plenitud de su ser. No nacimos completos sino incompletos con un buen número de potencialidades características. Podemos, entonces, tratar de alcanzar la perfección ideal humana a medida que crecemos. Se sabe que algunas acciones aumentan nuestro carácter humano. Hay otras, al contrario que, se sabe, nos impiden llegar a ser bien equilibrados, personas perfectas. La cortesía y la veracidad, por ejemplo, nos ayudan a convivir con los demás en la clase de cooperación social que es necesaria para nuestro crecimiento como seres humanos. Por otra parte, falta de autocontrol, conducta antisocial, mentir, vivir del robo, nos degradan en cuanto hombres.
El punto clave para dar con el juicio moral es encontrar el criterio con el cual podamos determinar qué acciones contribuyen a la obtención de la plenitud de nuestro ser humano, qué acciones nos hacen más humanos o, en otras palabras, qué clase de acciones son moralmente buenas.
Las teorías éticas desarrolladas a través de los siglos, se distinguen unas de otras por el criterio de moralidad que profesan explícita o implícitamente. A su vez estos criterios, en cierto modo, se refieren siempre a una teoría sobre la naturaleza del hombre.

Moralidad y emociones


Muchos juzgan la bondad o malicia de sus acciones por sus gustos o disgustos. Sus emociones y sentimientos determinan lo que tienen por bueno o malo. Este enfoque, adornado con sofismas filosóficos, fue propuesto por Alfred Jules Ayer (nacido en 1910) en su obra Emotive theory. La moralidad, de acuerdo con esta teoría, sería subjetiva, ya que dependería de los variados sentimientos y emociones de la persona que obra. Una afirmación moral no tiene base racional porque es tan sólo una expresión de una reacción emocional. Charles L. Stevenson nacido en 1908, sostiene, sin embargo, que el contenido emocional de los juicios morales no es del todo irracional. Podemos encontrar ciertas razones para nuestros gustos y disgustos y así nuestros juicios morales tendrían un fundamento objetivo.
Me parece que una reacción sólo emocional, como base para hacer los juicios morales, no puede ser un criterio satisfactorio de moralidad. Las actitudes emocionales no hacen bueno o malo un acto. Sí esto fuera verdad, el bandido, el violador y el ladrón podrían argüir que están haciendo actos buenos. Si se sostiene, tal como lo hace Stevenson, que nuestras reacciones morales, nuestros gustos y disgustos, tiene una base racional, todavía tendría que probarse esta fundamentación racional para llegar a obtener un criterio válido de moralidad. Parece que tal búsqueda nos llevaría a las necesidades y deseos objetivos de la naturaleza humana. Como resultado, debe descartarse la opinión según la cual las reacciones emocionales son la base de los juicios morales.

Intuicionismo


La teoría ética intuicionista sostiene que el acto bueno o malo según la moral puede ser reconocido por cualquier persona normalmente desarrollada.
Se afirma que todos tenemos una intuición intelectual de la bondad o malicia de nuestros actos pero que no podemos dar razones que la expliquen. Bien es un concepto simple que no puede ser descompuesto en partes. Los sistemas éticos que definen el bien en términos de algo diferente, cometen la “falacia naturalista”, cono lo anota George Edward Moore (1873-1958). Según él, estos sistemas confunden los hechos morales con los hechos naturales, ya que ellos identifican el bien con el placer o con lo útil o con la auto-realización. Sin embargo, ellos no explican qué hace bueno el placer o la auto-realización. Se limitan a definir los objetos buenos. No explican el predicado mismo bueno. Los intuicionistas sostienen que el bien no puede ser definido, pero, con todo, que puede ser conocido, lo mismo que no podemos definir el color amarillo y sabemos lo que es.
La teoría intuicionista puede ser atractiva por su carácter directo y sencillo, pero deja muchos problemas sin resolver. ¿Cuál es la intuición correcta y la que debe seguirse cuando se dan opiniones encontradas? ¿Nos podemos ejercitar en excluir el influjo del amor propio, la opinión pública, y otros factores extraños, cuando se trata de tener una intuición genuina del bien, sin ninguna distorsión? El presupuesto fundamental del intuicionismo es que las cosas sólo pueden ser definidas mediante el análisis de sus componentes. Sin embargo, muchas realidades son el resultado de relaciones y sólo pueden definirse y conocerse por sus relaciones con las otras. La justicia, la fidelidad y la bondad son determinadas por relaciones y son el resultado de ciertas relaciones. La bondad del acto humano, también, puede determinarse por su relación dinámica al crecimiento del ser humano en cuanto tal. Tal relación es una realidad peculiar y puede muy bien dar explicación de la bondad del acto.

Positivismo moral


El positivismo moral es una teoría ampliamente defendida que sostiene que la moralidad no está determinada por la naturaleza del acto sino por factores extrínsecos a él. La moralidad se hace, no se descubre. Esta doctrina cuenta con una larga historia. Una de sus formulaciones es la teoría del contrato-social. Con el fin de vivir en paz y tranquilidad, los individuos dejan a la autoridad pública determinar qué acciones debieran imponerse y cuáles prohibirse. Los individuos hacen un contrato, por decirlo así, con el gobierno para obedecer sus órdenes a cambio de paz, orden y seguridad. El origen del bien y del mal puede encontrarse en cierto modo en un contrato social de esta especie. La moralidad se constituye por este factor positivo que es extrínseco a la naturaleza del acto. El hecho de que algo sea mandado o prohibido lo hace bueno o malo. En el campo religioso, esta teoría positivista sostiene que ciertas acciones son buenas porque Dios las manda y otras son malas porque Dios las prohíbe. Según esta teoría, Dios sería arbitrariamente libre para determinar qué acciones debieran ser buenas y cuáles malas. Mentir sería malo porque Dios lo prohíbe y no porque la naturaleza de la mentira es tal que contradice la tendencia del hombre a la verdad y la necesidad de cooperación social.

 

El poder del Estado


De acuerdo con el positivismo, el poder del Estado para legislar es el fundamento y el
origen de la moralidad. En el campo internacional también podría crear derecho. Cuando esté al alcance de una nación poderosa se convierte en su posesión legal y moral.
Hoy día muchos le dan al positivismo moral una formulación algo diferente, cuando afirman que la moralidad viene determinada por “el estilo de vida” de una determinada sociedad o nación, o por la opinión pública o por el parecer de la mayoría. A medida que cambia el estilo de vida o la opinión pública, cambia la moralidad. Según esta sentencia, las relaciones prematrimoniales, por ejemplo, se tuvieron por malas no hace mucho, pero la “actitud” y el parecer de la mayoría cambió, y entonces las relaciones prematrimoniales se hacen moralmente buenas. En las últimas décadas, las “costumbres” sociales determinan el bien y el mal.

Cuestionamiento al positivismo moral


La doctrina ética del positivismo moral, bajo diferentes nombres se vio ampliamente aceptada por muchos particulares y organismos internacionales hasta que sobrevino la II Guerra Mundial. Los grandes cambios causados por la guerra produjeron una transformación gradual de la opinión referente a los dogmas básicos del positivismo moral. Muchos particulares cuestionaron el derecho de los gobiernos para legislar de una manera arbitraria y rechazaron aun la validez de la mayoría de las decisiones de los parlamentos si estaban en conflicto con los derechos básicos humanos. Afirman que la esclavitud es moralmente mala aunque la mayoría (del Congreso) pueda imponerla; privar a una minoría de sus derechos humanos y civiles fundamentales es malo aunque la mayoría (del Congreso) apoye la discriminación por el poder militar y policial.
Los movimientos reformistas que se extendieron por todo el mundo después de la guerra, enfatizaron que los gobiernos no tenían derecho a aprobar leyes contrarias a una ley fundamental de la humanidad, porque tal ley es más fundamental que los estatutos hechos por el hombre, y sólo ella es la fuerza original determinante del bien y del mal. La moralidad, entonces, se descubre mediante el estudio de las necesidades fundamentales y de los fines existenciales del hombre. En estos aspectos todos somos iguales, y ninguna ley positiva puede contradecir, con validez, nuestros fines naturales ni impedirnos trabajar por la adquisición de nuestros fines existenciales. El objetivo de la legislación consiste en ayudar a implementar esta ley fundamental. Ninguna ley positiva puede ser arbitraria, como ningún parlamento podría aprobar leyes que favorecieran el crimen, la mentira, el robo, sin destruir el fundamento mismo de una nación; en otras palabras, la moralidad es natural más que convencional.
En la posguerra mucha gente, jóvenes y ancianos, se adhirió a movimientos o adoptó actitudes que rechazaban los dogmas del positivismo moral, con un fervor casi revolucionario. Paradójicamente, esas mismas personas a veces se ven arrastradas por la cambiante opinión pública y por sus admiradores, en su propia vida moral. Así, mientras el positivismo moral ha perdido su influencia en muchas áreas de la sociedad humana, prevalece todavía en la vida moral de muchos individuos.

Legislación y positivismo moral


El positivismo moral sostiene que la moralidad está constituida por factores extrínsecos al acto, pero los seguidores de esta teoría se ven forzados a abandonar su tesis central cuando llegan a las aplicaciones. Los legisladores, por ejemplo, tienen que examinar la naturaleza de un acto determinado desde el punto de vista de su capacidad intrínseca para promover el bienestar humano. Se ven forzados a mirar el bien en la naturaleza del acto. Aún la opinión pública está basada sobre una convención correcta o incorrecta de que ciertas acciones y prácticas son malas por su propia naturaleza para promover o impedir el bienestar humano, como quiera que lo conciban.

El hedonismo


Existe un buen número de teorías éticas que explícitamente señalan cierto aspecto intrínseco del acto humano como criterio de su bondad o malicia moral. El hedonismo es una de estas teorías. Como sistema ético se remonta a la antigua Grecia. Aristipo (quien vivó aproximadamente del año 435 al 356 a.C.) y sus seguidores, se cree que sostuvieron que un acto es bueno cuando es capaz de producir la sensación de placer (hedone, en griego) que ellos identifican con felicidad.
De acuerdo con los hedonistas, la felicidad es, sin duda alguna, el fin del hombre, y es lógico defender que la bondad de un acto viene determinada por su propiedad intrínseca, es decir, el placer, que nos acerca al fin del hombre. El bien es un medio para la realización del hombre en la felicidad. Se consideran como moralmente malas las acciones que producen dolor y que perturban nuestra felicidad.
Sin embargo, buscar sin moderación el placer puede causar dolor y aburrimiento. El sabio conoce como ejercer un suficiente autocontrol, de tal modo que no se convierta en un esclavo del placer, lo que sería una experiencia dolorosa.
Epicuro (314-270 a.C.), como Aristipo, identificó el fin del hombre con el placer. Pero puso énfasis en los placeres del espíritu que son más duraderos que los sensibles. El placer racional consiste en la paz de la mente, la amistad y la vida en armonía con los amigos. Los actos que aumentan nuestra tranquilidad de espíritu o placer intelectual son moralmente buenos y debieran buscarse. Los actos que turban la paz de nuestro espíritu son malos y deben evitarse.

El utilitarismo


El moderno utilitarismo es el desarrollo ulterior y el refinamiento de la teoría ética hedonista. Sus más destacados exponentes fueron Jeremías Bentham (1748-1832) y John Stuart Mill (1806-1873). El utilitarismo trabaja con la evidencia de que todos los hombres obran para conseguir el placer o evitar el dolor. El placer viene identificado con la felicidad, y el fin de los actos humanos consiste en alcanzar la mayor felicidad posible. La función de la moral consiste en descubrir qué clase de actos  aumentan nuestra felicidad. Las acciones que acrecientan nuestra felicidad son moralmente buenas y obligatorias en virtud de la naturaleza humana, que busca de todas formas la felicidad. Los actos son tenidos por buenos o malos de acuerdo con su capacidad para producir felicidad o dolor. Bentham llamó utilidad a la capacidad del acto para producir felicidad. Por esto, su teoría toma el nombre de utilitarismo.
Bentham sostuvo que todos los placeres podían ser medidos cuantitativamente. Las diversas clases de placeres pueden ser reducidas a unidades de placer y así se hace posible calcular la cantidad de felicidad. El papel de la ética consiste en ayudarnos a elegir las acciones que producen el mayor placer posible. El hombre es, por naturaleza, egoísta, pero se ve forzado a tener en cuenta también la felicidad de las otras personas porque ellas necesitan la cooperación de los demás seres humanos para su propia felicidad. Así el acto moralmente bueno es aquel que produce la mayor felicidad del mayor número de personas.
John S. Mill aceptó los principios fundamentales del utilitarismo de Bentham, pero rechazó la opinión según la cual todos los placeres podían ser medidos cuantitativamente. Los placeres difieren cualitativamente, y debemos esforzarnos por obtener placeres que estén más de acuerdo con seres racionales que con animales. Mill enfatizó también en el carácter social de la felicidad más que Bentham. El fin de las acciones morales no es precisamente la propia felicidad sino la mayor felicidad de todos los miembros de la sociedad.

Utilitarismo del acto y de la regla


Se trata de un refinamiento ulterior de la teoría utilitarista. El utilitarismo del acto considera la capacidad de los actos individuales por promover la mayor felicidad de los individuos o la mayor felicidad del mayor número de personas. El utilitarismo de la regla, de otra parte, se ocupa de las leyes universales y trata de fijar reglas capaces de promover la mayor felicidad del mayor número de personas. Este utilitarismo insiste en que las leyes son universalmente obligatorias y que no se permiten excepciones porque estas, en último término, alterarían el orden social. Aún la persona que trata de aumentar su propia felicidad, mediante el recurso de la excepción, se vería afectada por el debilitamiento del orden social. El utilitarismo es profesado por muchas personas, sea en su forma sofisticada y filosófica o, con más frecuencia, como una guía practica para tomar decisiones. No deja de ser atractiva la teoría que sostiene que cualquier acción es buena si contribuye a la felicidad o al menos, del mayor número posible de personas. ¿En qué estaría su error?

Evaluación del utilitarismo


Se da un buen número de personas con esta teoría ética. Se podría empezar cuestionando el mismo punto de partida. ¿Es cierto que todas nuestras acciones conscientes y deliberadas buscan placer? ¿El placer y el bien son la misma cosa? Si buscamos necesariamente el placer de alguna manera y este es igualado con el bien, todas nuestras acciones ya serían buenas. Parece, sin embargo, que el placer no puede identificarse, sin más con el bien. Además, la teoría de Bentham según la cual todos los placeres, inclusive los racionales, pueden ser cuantitativamente medidos, ha sido abandonada por los utilitaristas modernos. Con todo, ellos afirman que podemos calcular en alguna forma la medida en que nuestras acciones pueden contribuir a la felicidad de la gente, y estamos obligados a escoger esa forma de acción que produce los mejores resultados. Los utilitaristas de la regla insisten en especial en que es un procedimiento racional el examinar posibles vías de acción y determinar aquellas reglas que promuevan el mayor bienestar y felicidad del mayor número de gente posible.

Justicia y utilitarismo


Las reglas que tienden a producir el mayor bienestar del mayor número de personas pueden descuidar o inclusive violar los intereses y la felicidad de una minoría o aún de una considerable parte de la sociedad. La respuesta de los utilitaristas a esta objeción es que tal regla no sería moral porque violaría la distribución justa y equitativa de bienes. Pero tal respuesta contradice el criterio moral del utilitarismo porque se acogería a un principio más fundamental, a saber, la justicia.

La felicidad y el utilitarismo


Los utilitaristas hacen énfasis en que la gente, en general, puede apreciar qué acciones promueven la felicidad y son, por tanto, moralmente buenas. Se da aquí una serie de suposiciones. Se presupone que todo el mundo sabe lo que es la felicidad o el bienestar del hombre, y que todo el mundo entiende estos conceptos de la misma manera. Si cada individuo pudiera presentar su propia interpretación como un criterio válido de moralidad, terminaríamos en un sistema moral caótico y por completo subjetivo. Los utilitaristas, como es obvio, están en contra de un tal sistema.

El utilitarismo de regla trata precisamente de eliminar esta interpretación subjetiva de la moralidad. Se sigue de este análisis que los utilitaristas tácitamente presuponen que todos los seres humanos llegan a ser felices de la misma manera y que poseen los mismos intereses: en alguna forma todos nosotros sabemos qué es la felicidad y cuales son los mejores intereses de los hombres. Pero parece que los mejores intereses de los hombres no son siempre obtenidos por medio de actos agradables. El mismo Mill admitió que es “mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho”. La suposición tácita de los utilitaristas es que todos tenemos alguna idea del carácter universal de la naturaleza humana y que nosotros sabemos como puede ser realizada esta naturaleza. Siendo esta así, parece que los utilitaristas traspasan su forma implícitamente invocada del placer, o satisfacción, ya que ellos implícitamente recurren a la naturaleza humana como norma de moralidad.



Ética de la ley natural


Muchas teorías éticas se vuelven directamente a la naturaleza humana como criterio de moralidad. El elemento común de estas teorías es la tesis que sostiene que nacimos como seres humanos incompletos pero que tenemos potencialidades específicas que nos capacitan para acercar nuestra naturaleza a su realización y plenitud y así llegar a ser personas buenas. De aquí que estos sistemas sean llamados teorías de la auto-realización. El bien moral para el individuo consiste en acciones que lo acerquen en lo posible al ideal de naturaleza humana. Estamos obligados por nuestra misma naturaleza a desarrollar en nosotros lo genuinamente humano y a evitar acciones “deshumanizantes”. Disponemos de un sinnúmero de potencialidades que son características exclusivas de los seres humanos. La ética tiene la tarea de estudiar y clasificar estas características para determinar que es lo genuinamente humano y, por tanto, moralmente bueno.
Platón (aproximadamente del año 429 al 347 a.C.) asumió que existe un mundo de “formas ideales” que son los arquetipos perfectos de todas las cosas. Todo sobre la tierra participa de las formas ideales por una semejanza más o menos cercana. Existe, así mismo, un arquetipo o forma ideal del hombre. Nuestro entendimiento nos relaciona en alguna manera con esta forma ideal y nos indica como tenemos que acercarnos a esta naturaleza perfecta del hombre. La vida moralmente buena consiste en desarrollar nuestra naturaleza de tal manera que se asemeje en lo posible a esta forma ideal de hombre.
Aristóteles (384-322 a.C.) rechazó la teoría platónica de un mundo real, existente, de formas ideales. Según él, no existen separadamente ideas o esencias universales de las cosas, si no que ellas se realizan en cada ser concreto que existe. La esencia de un ser es un principio real que hace a un ser lo que es. Esta esencia o naturaleza de un ser es la causa y la fuente de sus actividades. Todos los seres pueden ser clasificados de acuerdo con su esencia o naturaleza específica: reconocemos a los seres por su naturaleza propia. No podemos ver o tocar la naturaleza de los seres, pero podemos deducir su existencia de sus actividades. Nosotros recibimos el crecimiento y las actividades específicas de diferentes clases de seres y sabemos que debe existir una energía, una causa que explique tales operaciones. Los efectos tienen que tener una causa. De un roble siempre sale una bellota, y un manzano da manzanas y no cerezas. Aristóteles llamó a la fuente de las actividades específicas de los seres, la forma sustancial.
La ciencia moderna está basada en el supuesto de que la naturaleza dinámica de las cosas explica sus operaciones, acciones y reacciones. La investigación científica trata, a su manera, de penetrar los misterios de la naturaleza de las cosas: ¿qué es lo que hace al oro, oro y al uranio, uranio? ¿podemos cambiar la naturaleza básica de las cosas? ¿podemos producir nuevas clases de seres bajando al interior mismo de ellos y manipulando sus propiedades?
Aristóteles sostuvo que los seres humanos tienen una naturaleza específica como todos los demás seres. La gran diferencia entre nosotros y los demás seres consiste en que nosotros tenemos inteligencia y libertad, mientras que los demás seres son dirigidos por fuerzas ciegas y por instintos. El hombre es libre en muchas de sus actividades y puede obrar con libertad de acuerdo con su naturaleza racional o en contra de ella; puede obrar de una manera humana o inhumana. El acto moralmente bueno es aquel que libremente crea lo propio del hombre en nosotros y nos acerca a nuestra auto-realización. Los actos que están en conformidad con nuestra naturaleza son actos moralmente buenos.
Esta teoría, perfeccionada y desarrollada ulteriormente por otros filósofos, es conocida con el nombre de ética de la ley natural o ética teológica (de la palabra griega telos, que significa fin). Se trata de una ética que aspira a acercar al hombre a su fin o realización.

La naturaleza humana


En la aplicación concreta de esta teoría una gran parte va a depender de nuestra comprensión del hombre. Uno oye con frecuencia la objeción de que la naturaleza humana es tan compleja que resulta difícil conocerla lo suficiente para usarla como guía practica en la determinación de la moralidad de las acciones. Se puede admitir que el hombre es un ser complejo. Si bien podemos afirmar con tranquilidad que conocemos bastante nuestra naturaleza para tomarla como un criterio practico; sus principales impulsos existenciales y sus metas son el objeto de nuestra inmediata experiencia. Nada nos es más cercano que nuestra propia naturaleza.
Sin mucha reflexión filosófica, conocemos nuestras necesidades y las exigencias para vivir con decencia. Experimentamos que nuestras necesidades individuales, tanto materiales como espirituales, son mayores que nuestro poder individual para satisfacerlas. Esta experiencia nos lleva a la aceptación de la necesidad moral de cooperación social, al reconocimiento de la exigencia de la confianza y de la veracidad mutuas, y a la aceptación de la autoridad paterna y legitima civil. Entendemos que tenemos que respetar la vida y la integridad corporal de nuestros semejantes, ser fieles en el matrimonio, guardar las promesas y los acuerdos, respetar la propiedad justa de los otros.
A través de la historia, la raza humana ha demostrado un notable acuerdo acerca de los principios básicos de la moralidad y de las exigencias de la justicia. Parece que los hombres siempre han tenido una intuición natural de las principales características de la  naturaleza humana y de lo que significa de veras ser humano, es decir, obrar en conformidad con nuestra naturaleza y así llevar una vida moralmente buena. Los seres no libres deben obrar de acuerdo con su naturaleza y por tanto el problema de la responsabilidad  y de la moralidad no se les aplica. El hombre, siendo libre, puede obrar en conformidad con su naturaleza o irse contra ella; puede conducirse como un ser social o bien obrar de forma antisocial. Nuestra naturaleza dinámica, esforzándose por alcanzar la plenitud de la vida humana, nos hace entender que debemos obrar de una manera humana. En otras palabras, captamos el imperativo moral que nos manda hacer el bien y evitar el mal.

La naturaleza humana y las ciencias biológicas


Algunos críticos podrían anotar que la naturaleza humana puede ser un criterio practico para los asuntos sencillos y obvios de nuestra vida, pero que ella no puede usarse para tomar  las decisiones morales relacionadas con los complicados y recientes avances de la ciencia. Admitimos gustosos que la tarea no es nada fácil. La perfecta claridad no se obtiene siempre con facilidad y sólo puede conquistarse después de largo estudio e investigación. Este hecho explica las respuestas tentativas y a veces contradictorias aun de moralistas expertos. Con todo, la naturaleza puede ser nuestro principio directivo en estos casos, también, si tratamos de encontrar la forma de obrar verdaderamente humana y las exigencias de humanismo en estas instancias particulares.
Todas las ramas de las ciencias humanas pueden ayudarnos en nuestro esfuerzo por descubrir la verdadera conducta humana.
Los términos “humanizar” y “deshumanizar” se usan con frecuencia en la literatura reciente en este sentido. Discernir lo que humaniza de lo que deshumaniza no será siempre tarea fácil ni sencilla, ya que la naturaleza humana no puede ser medida físicamente ni puesta bajo microscopio. A pesar de la laboriosidad de la tarea, parece que ésta sea la mejor manera de clarificar los problemas morales y de llegar a un juicio de lo que es conforme con nuestra naturaleza, de lo que conviene a los seres humanos y, por tanto, es la forma correcta de obrar.
A través de este trabajo la naturaleza humana servirá de criterio cuando deba determinarse la moralidad de ciertas acciones y practicas. Habrá que emprender un análisis crítico de los varios aspectos de nuestro carácter, mostrando especial interés por los factores más oscuros de nuestra naturaleza para ver que forma de obrar contribuye a la conformación de lo genuinamente humano en nosotros. Debe considerarse la totalidad de nuestra naturaleza, porque el hombre es más que sólo sus funciones biológicas o corporales. A este respecto todas las diversas ciencias humanas contribuyen a nuestra comprensión de lo que es el hombre. Con el progreso de tales ciencias nuestro conocimiento de la naturaleza humana se aumenta y por lo mismo también mejorará nuestro juicio moral.

Norma de oro de la naturaleza humana


La norma de oro: “Trata a los demás como quisieras que ellos te trataran a ti”, es con frecuencia recomendada como el mejor y el más práctico criterio de moralidad. La mayoría de las religiones incorporan este precepto entre sus principios morales. La regla de oro es ciertamente una guía práctica y útil para nuestras diarias decisiones morales. Sin embargo, presupone que todos tenemos la misma naturaleza, las mismas necesidades y deseos. De lo contrario, el principio podría no ser aplicado y podría ofender a aquellos cuyos gustos y deseos podrían diferir de los nuestros. Así, la norma dorada básicamente apela  a la naturaleza común como a la norma objetiva de moralidad. También indica la creencia de que nosotros podemos con facilidad reconocer los elementos constitutivos principales de nuestra naturaleza, ya que tenemos una experiencia directa de nuestros impulsos y metas existenciales.

Ética de situación


Esta teoría se puso de moda desde la Segunda Guerra Mundial. Su más clara y explícita forma se basa en la filosofía existencialista de Jean-Paul Sartre. El tomo posición contra la filosofía esencialista y sostuvo que nuestra naturaleza no nos fue dada por un gran diseñador, Dios, porque no existe. No existe una naturaleza humana determinada que nos obligue a una forma segura de obrar. Lo que el hombre haga de sí mismo depende por completo de su libre acción. El hombre crea libremente los valores de acuerdo con sus variadas circunstancias y situaciones. La moralidad, entonces, es subjetiva y mudable. El acto moralmente bueno es aquel que se hace en libertad y tiene en consideración la situación actual.
Si tal teoría fuera aceptada sin ninguna restricción, es obvio que no podría mantenerse el orden en la sociedad y que ningún Estado organizado podría funcionar. Esta objeción forzó a Sartre a admitir que una “situación universal del hombre” debe tenerse en cuenta antes de cualquier otra cosa y que ésta debe ser la base de otras decisiones. La situación universal del hombre es que él debe trabajar para vivir; que vive por necesidad en medio de otros seres humanos; que se encuentra de forma inevitable en este mundo; y que es mortal. Con estas restricciones, Sartre, de hecho, volvió a la naturaleza humana como base de la moral objetiva e implícitamente admitió lo que explícitamente había negado.

El papel de la conciencia

Hay que mencionar el papel de la conciencia en la formación del juicio moral. Muchas personas simplemente afirman que ellas siguen su conciencia cuando se enfrentan con una decisión moral y que no acuden a ninguno de los criterios elaborados que hemos mencionado. Es un principio por lo general aceptado que una persona buena vive siempre de acuerdo con su conciencia. La principal ley de la moral nos obliga a escuchar “la voz de la conciencia” y a vivir de acuerdo con nuestra sincera convicción.

¿Qué es la conciencia?

Pocos moralistas la ponen en discusión. La cosa cambia y se pone complicada cuando nos preguntamos por su significado y el de “la voz de la conciencia”. La conciencia no es ningún ente misterioso dentro de nosotros. Es sencillamente nuestro mismo entendimiento en cuanto se ocupa  de juzgar la rectitud o malicia de una acción. “Mi conciencia me dice” significa que yo juzgo que esta o aquella acción es buena o mala. La formulación de un juicio de conciencia, presupone siempre algunos criterios de acuerdo con los cuales llegamos a nuestras conclusiones. Como la mayoría de la gente recibe educación desde la niñez, de parte de sus padres, del sistema escolar, de la Iglesia y de la opinión pública, sobre qué acciones son buenas o malas, la “voz de la conciencia”, es decir, la formación de un juicio moral, se presenta rápida y fácilmente en los casos normales de la vida diaria. Un buen número de principios morales acude pronto a nuestra memoria y con rapidez los aplicamos a los casos particulares y concretos, casi sin pensar. Cuando se nos presenta la posibilidad de sustraer una toalla del cuarto del hotel, por ejemplo, nuestra “conciencia nos dice” que robar está mal y que esta acción sería un robo y, por lo mismo, que obraríamos mal si nos lleváramos la toalla.

La conciencia y la norma moral


Parece que ese breve análisis de la conciencia nos lleva nuevamente al problema del criterio de moralidad. ¿Por qué juzgamos ciertas acciones buenas o malas? ¿Fuimos educados correctamente en nuestra infancia en cuanto a la moralidad de ciertas acciones?

Madurez moral significa que nosotros examinamos los principios éticos que recibimos en nuestra infancia, preguntándonos si son correctos o no. Si los encontramos justos, los seguimos en el futuro sobre la base de nuestra convicción intelectual y no a causa de la fuerza de autoridad externa.

El proceso de examinar nuestros principios morales aprendidos anteriormente no es otra cosa que la aplicación de nuestro criterio de moralidad a los diferentes problemas de la vida humana.

Las normas de la conciencia


Se sigue de la naturaleza de la conciencia que la ley principal de la vida moral nos obliga a vivir de acuerdo con nuestra sincera convicción, o en otras palabras, a seguir nuestra conciencia cierta. La certeza de conciencia significa que no tenemos fundamento serio para temer que nuestro juicio moral, referente a la moralidad de un acto, sea incorrecto. Tal certeza no excluye posibles errores, pero es la única forma humana de prepararnos para obrar. Estamos obligados a buscar la verdad con honestidad y buena voluntad. Todo error que pueda entonces ocurrir se debería a nuestra falible y limitada capacidad de pensar. El error no sería deliberado ni libremente buscado y así lo que sería un mal objetivo no caería bajo nuestra responsabilidad.

Los moralistas llaman a la conciencia la norma subjetiva de moralidad, en oposición a otros criterios, que son llamados normas objetivas. Parece obvio que la tendencia irresistible de nuestro entendimiento para descubrir la verdad nos obligue a poner nuestra conciencia en conformidad con la verdad objetiva, en cuanto es humanamente posible. Pero, en ultima instancia, es siempre el mismo ser humano que va a obrar, quien conoce si va a obrar de buena fe y siguiendo su sincera convicción o está simplemente aduciendo falsas razones para apoyar su conducta. Somos juzgados por nuestra misma conciencia.

Los medios y los fines


¿Cómo podemos cumplir con la tarea de comparar los actos que vamos a realizar con el criterio de moralidad, a fin de llegar a formar un juicio moral?

Un acto humano es una entidad compleja. Se suelen distinguir en él: el objeto, el motivo, las circunstancias y las consecuencias previstas o imprevistas. Las obras que tratan de los principios fundamentales de la ética exponen la forma de comparar estos elementos del acto con la norma de moralidad. “El fin no justifica los medios” es un principio que se cita con frecuencia en relación con este procedimiento. Significa que un buen motivo no cambia la malicia fundamental de un acto. No se nos permite matar al inocente ni secuestrar un avión para llamar la atención mundial sobre la violación de los derechos humanos en nuestro propio país. Una buena intención no justifica la realización de un acto que por su propio objeto es inhumano, o sea, moralmente malo.

El principio del doble efecto
           
Para juzgar la moralidad de un acto que presenta malas consecuencias previstas, el principio del doble efecto puede ser útil en algunos casos. Las reglas para la aplicación correcta de este principio han sido desarrolladas por los moralistas que generalmente seguían la tradición de la ley natural. La expresión “doble efecto” significa que el acto en cuestión tiene dos efectos previstos, uno bueno y otro malo. De acuerdo con las reglas de este principio, un acto que tiene buenas y malas consecuencias previstas puede realizarse bajo las siguientes condiciones:

  1. Que el acto que va a realizarse sea bueno o al menos indiferente por su objeto.
  2. Que los efectos buenos y malos se sigan inmediatamente del acto, es decir, que el efecto bueno no se obtenga por medio del malo.
  3. Que se busque sólo el buen efecto y se limite a tolerar el malo
  4. Que haya cierta proporción entre el efecto bueno y malo, es decir, que el buen efecto supere al malo, o al menos, lo iguale.

El siguiente diagrama ayuda a analizar los casos



                                                           buen efecto
Correcto:         ACTO    
                                                           mal efecto                   proporción



            Incorrecto:      ACTO            mal efecto                              buen efecto



Un ejemplo muy citado es la cirugía del útero canceroso de una mujer embarazada. La operación tiene dos efectos: la salvación de la vida de la madre y la muerte del feto. Ambos son causados inmediatamente por la cirugía, ya que la muerte del feto no es el medio para salvar la vida de la madre; ellas se salva por la cirugía. Sólo se busca el buen efecto, la muerte del feto nos es el propósito de la operación. Existe proporción entre los efectos, ya que la vida es aquí comparada con la vida.

Sin embargo, hay que ser muy cuidadoso en el uso del principio del doble efecto, ya que no puede aplicarse, sin más, a todo dilema moral. La aplicación del criterio de moralidad a los casos concretos requiere un delicado análisis y a veces se impone un  prolongado estudio de las consecuencias de un acto.

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