martes, 29 de julio de 2014

LA CONDUCTA MORAL COMO RESPUESTA DEL HOMBRE A LA LLAMADA DIVINA

CONDUCTA MORAL Y SANTIDAD CRISTIANA

La vida moral cristiana significa la activa búsqueda de la santidad, sostenida por la gracia del Espíritu Santo.

Toda la existencia moral puede ser entendida como la respuesta del hombre al don divino que lo ha elevado
a la dignidad de hijo de Dios en Cristo por medio del Espíritu Santo.

Al cristiano no se le ahorra el esfuerzo activo y creativo de individuar el modo de conseguir la unión con Cristo a través de la propia vida y de las propias actividades.

La tarea de la teología moral es ayudar al cristiano a desarrollar este esfuerzo activo y creativo.

LA COOPERACIÓN MORAL DEL HOMBRE AL DON DE DIOS

Toda iniciativa de Dios en relación al hombre exige la repuesta libre de este, porque Dios lo creo a su imagen concediéndole con la libertad, el poder de conocerle y amarle.

La vida cristiana ha de ser fielmente mantenida y renovada cada día: ni siquiera la santidad inicial puede ser considerada una realidad indefectible.

Del hombre depende la continua correspondencia al don divino, manifestada en la decisión de vivir como santo en Cristo Jesús, alejando cuanto nos aleja de El y practicando cuanto nos acerca a El.

EL ASPECTO NEGATIVO DE LA CONDUCTA MORAL: DEPONER EL HOMBRE VIEJO

La lucha contra el pecado

El pecado se opone a la vida en Cristo, supone un “no” a la llamada divina a la santidad.

La lucha contra el pecado constituye la primera, radical e inmediata exigencia de la llamada divina a la santidad.

La Tibieza

La vocación cristiana ha de superar la tibieza o acidia. El tibio olvida el gran amor que Dios le ha demostrado, no hace fructificar el dinamismo de crecimiento intrínseco de la caridad y se siente satisfecho con lo que es y hace.

La tibieza es la respuesta frustrada a la vocación a la santidad y representa un fracaso humano y cristiano. El tibio quiere ser bueno pero descuida su relación filial con el Señor, se mueve en horizontes exclusivamente terrenos.

Remedios para la tibieza:

- convertirse con todo el corazón a Dios
- hacer fructificar sus dones
- tomar con generosidad la cruz del Señor y aceptar las mortificaciones pasivas
- renovar el esfuerzo por la santidad
- escuchar, con intención de cumplir los requerimientos divinos (mejorar la vida de oración, confesión frecuente y guía espiritual)

La lucha contra la concupiscencia

La libertad del hombre es la libertad de un ser compuesto de espíritu y carne.

La natural ordenación a Dios es contrastada por el desorden causado por el pecado original y los pecados actuales. Este principio de desorden en la vida moral, llamado concupiscencia se atribuye a la carne.

Este desorden moral se manifiesta en el inmoderado amor de si mismo, en el deseo de autoafirmación y en cerrarse al querer de Dios.

Lo peor de la concupiscencia se encuentra en el amor propio, que toma cuerpo en los apetitos humanos e impulsa al pecado. “Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne” (Ga 5,16)

No resulta posible mantener la dirección hacia la santidad sin una lucha por vencer los movimientos desordenados. En el Antiguo Testamento se habla de la vida sobre la tierra como de una lucha entre la estirpe de la mujer y la estirpe de la serpiente.

El Vaticano II recuerda: “A través de la historia del hombre se extiende una batalla contra los poderes de las tinieblas. Inserto en esta lucha el hombre debe combatir continuamente por adherirse al bien y con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en si mismo” (Gaudium et spes).

La lucha del cristiano es esfuerzo de identificación con Cristo. “No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence el mal con el bien” (Rm 12,21).

EL ASPECTO POSITIVO DE LA CONDUCTA MORAL: LA RENOVACIÓN EN EL ESPÍRITU Y LOS MEDIOS DE SANTIFICACIÓN

La vida moral es ante todo progreso espiritual que tiende a una unión mas intima con Cristo.

Esta unión se llama mística porque participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos, y en El, del misterio de la Santísima Trinidad.

Medios para alcanzar la unión con Cristo:

- Escuchar la palabra de Dios y cumplir su voluntad con ayuda de la gracia
- Participar frecuentemente en los sacramentos
- Oración constante
- Renuncia de si mismo
- Servir a los hermanos
- Practicar las virtudes

El crecimiento en la santidad

La vida moral cristiana es un proceso de progresiva santificación. Esto se expresa en el Nuevo Testamento como crecimiento en la unión con Cristo, como una mayor identificación con la voluntad de Dios Padre, como desarrollo de la caridad que es la virtud más unitiva.

Para San pablo, la caridad es el motor inspirador del conocimiento y del discernimiento moral cristianos, que ordena toda su conducta a la glorificación de Dios por medio de Jesucristo.

Las “bienaventuranzas”, junto con el “mandamiento del amor” y la confirmación del “decálogo”, se pueden considerar como el resumen del obrar moral cristiano.

La vida en Cristo es el criterio último con el que han de ser congruentes las acciones, las relaciones humanas y sociales, el modo de buscar y usar las cosas y los bienes. No es posible dividir la vida del cristiano en dos sectores dominados por la obediencia y por la libertad.

Quien ha sido tocado por la gracia de Dios concibe toda su existencia y sus actividades como medio de unión con Dios a través de Cristo: “Ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1Co 10,31)

La vida moral cristiana se desarrolla a través de un conjunto de comportamientos en relación con Dios: adoración, oración, aceptación de la Cruz de Cristo, acción de gracias, petición, docilidad; abandono a la divina providencia, humildad, penitencia por los pecados.

De esos comportamientos procede el impulso para buscar a Cristo en el cumplimiento de las propias obligaciones familiares, sociales, cívicas y profesionales. Trabajar sin pensar solo en la propia ganancia o en la gloria terrena.

La vida cristiana incluye también la dimensión social y política de la vida humana. La atención hacia la persona humana y hacia su bien implica la sensibilidad de saber juzgar en relación al bien de la persona y de las personas, el valor de la organización social y política en la cual vivimos.

Los sacramentos

La tarea de conformar todas las dimensiones de la vida humana con las virtudes teologales y morales, convirtiéndolas en medio de unión con Cristo, no nace del hombre ni puede ser sostenida con las solas fuerzas humanas.

La penitencia y la Eucaristía, por sus efectos y por la frecuencia con que se pueden recibir, son por excelencia medios de santificación a los que conviene acercarse asiduamente.
Cristo instituyo el sacramento de la penitencia a favor de todos los miembros pecadores de su Iglesia. Ofrece una posibilidad de convertirse y recuperar la gracia.

En los que lo reciben sin haber cometido pecado mortal, este sacramento acrecienta la gracia, aumenta las fuerzas espirituales para el combate cristiano, sana la concupiscencia y las heridas causadas por pecados previos, contribuye a la formación de la conciencia y es ocasión de eficaz dirección espiritual.

La penitencia es un remedio contra las culpas graves y un importante medio de santificación y de unión con Cristo.

La vida cristiana esta estrechamente conectada con la Eucaristía, en ella esta encerrada todo el bien espiritual de la Iglesia y se configura como el centro y la raíz de la evangelización y de toda la vida cristiana.

La Eucaristía es centro y cima de la vida cristiana, es su raíz y su fuente en cuanto contiene al mismo Autor de la gracia. La vida de santidad ha de ser una vida eminentemente eucarística.

La Misa, en su conexión con el sacrificio redentor, es el acto culminante de la historia de la salvación y para cada persona es el acto culminante de la propia salvación y santidad. Por la Comunión el cristiano se une íntimamente a Cristo y se identifica con El. La santidad cristiana no puede prescindir de la Comunión asidua.

Jesús se encuentra verdadera, real y sustancialmente presente en las especies eucarísticas. Por esto la Iglesia ha multiplicado los actos de culto eucarístico: visitas al Santísimo Sacramento, procesiones, congresos, etc.

La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor.  No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe. No cese nunca nuestra adoración.

La oración

“No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). La vida cristiana requiere una atenta y dócil escucha de la palabra de Dios. “Velad y orad para que no caigas en tentación” (Mc 14,38)

La llamada universal a la santidad se puede concretar en la llamada universal a la oración, a la familiaridad amorosa con el Señor que invita incesantemente a cada hombre a un misterioso pero real encuentro en la oración.

La plegaria de los cristianos implica la plena adhesión de la voluntad humana a la amorosa voluntad del Padre; requiere conversión y pureza de corazón, confianza y audacia filial, humildad, paciencia y perseverancia.

La verdadera vida cristiana ha de aspirar a una continua conversación con el Señor, real, profunda y generosa. Para mantener esta continua intimidad con Dios, es conveniente dedicar ratos concretos a la meditación y a la plegaria. “Es preciso orar siempre sin desfallecer” (Lc 18,1)
La Cruz

“Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a si mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc 9,23).

Todos los discípulos del Señor deben llevar la cruz cada día. La cruz es lo que distingue a los que son cristianos auténticos de los que no lo son. El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual.

LA VIRGEN MARIA EN LA SANTIFICACIÓN DEL CRISTIANO

La función de Maria en la vida de la Iglesia y de cada uno de los cristianos deriva de su singular unión con Cristo y en último termino de su maternidad divina.

Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen Maria es para la Iglesia el modelo de fe y caridad. Maria colaboro de manera singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor. Es nuestra madre en el orden de la gracia (Lumen gentium)

Maria es Madre espiritual de los cristianos y, en relación con nosotros ejercita una constante y eficaz mediación materna. Lo que la Iglesia entiende por mediación de Maria es que, según el designio de Dios, el inmenso tesoro de la gracia de Cristo siempre se nos comunica a través de Maria.

Así como nadie puede ir al Padre Supremo si no es por medio del Hijo, así nadie puede ir a Cristo si no es por medio de su Madre (Octobri mense, León XIII). El abandono en Maria constituye el camino más fácil, más rápido y más seguro para alcanzar la meta deseada.

El Concilio Vaticano II subraya que Maria es el modelo que la Iglesia y los cristianos deben imitar. Resplandece ante toda la comunidad de los elegidos como modelo de todas las virtudes.

LA DIMENSIÓN APOSTÓLICA DE LA VOCACIÓN CRISTIANA

La respuesta del cristiano a la llamada a la santidad comprende también la activa participación en la misión de Cristo y de la Iglesia. “La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado”.

El fin de la Iglesia es hacer participes a todos los hombres de la redención salvadora, y por medio de estos hombres, ordenar todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad de la Iglesia ordenada a este fin se llama apostolado

La llamada radical al apostolado deriva no de un ministerio o de particulares circunstancias, sino de la unión con Cristo Cabeza. En el apostolado cristiano deben participar todos los fieles, aunque con modalidades diversas según su situación y circunstancias.
El apostolado cristiano es siempre evangelización y santificación, esta encaminado a manifestar al mundo el mensaje de Cristo mediante palabras y obras y a comunicar su gracia.


EL FIN ÚLTIMO Y EL OBRAR HUMANO

El fin ultimo (sentido autentico y definitivo de la vida humana) tiende y esta llamado a determinar los ideales del hombre y orientar toda su conducta. El hombre puede resistirse a reconocer que Dios es su fin y entonces tiende inevitablemente a deformar la entera perspectiva de la vida.

Dice Santo Tomas, la intención es lo que mueve todo el querer y el principio de toda intención es el fin último, sea el verdadero o aquello que el hombre substituye en su lugar.  El fin último, verdadero o falso, influye siempre en el obrar. Lo que cada uno presupone como fin supremo de la vida configura su personalidad, su pensamiento y su actuación moral.

Este papel rector del fin último, se penetra mejor en su radicalidad, cuando se considera que en el hombre caído la apertura al fin ultimo verdadera, al amor de Dios y del prójimo, es un don del amor divino redentor. Por si solo el hombre histórico esta sometido al pecado y no logra salir del circulo del amor egoísta. En el amor redentor de Cristo, encontramos la restauración de nuestra capacidad de responder al amor de Dios y un nuevo modo de amar al prójimo.

Influjo del fin ultimo en todo acto humano

El hombre obra siempre en busca de la felicidad o del bien absoluto.

La libertad comporta el poder de dirigirse por si misma al fin ultimo. Todos los actos libres están relacionados explicita o implícitamente con el fin ultimo. El hombre se mueve ordinariamente por el deseo de un bien determinado y finito. Sin embargo cualquiera de sus deseos concretos depende de su anhelo primordial de felicidad o del bien absoluto, de su tendencia al fin último y a su propia perfección.

Aquella meta en que se pone el fin último determina toda nuestra escala de valores. Aunque todos los hombres obran siempre y necesariamente por el deseo de la felicidad, no todos sitúan el bien absoluto donde verdaderamente esta, en Dios. Algunos convierten el fin ultimo los bienes creados, absolutizandolos. El bien limitado e inmediato, tomado como absoluto, influye en las sucesivas elecciones. El fin ultimo interviene en la elección de los medios y fines parciales que conducen a el.

Los dos fines últimos posibles para el hombre

1.            El amor de Dios y el amor desordenado de la propia excelencia

En la práctica el hombre solo puede proponerse como fin último o a Dios o a la propia excelencia. Todos sus demás fines se reducen a estos. Solo hay dos bienes que pueden presentarse al hombre como absolutos, y por tanto, constituirse en fin ultimo: Dios y el propio yo.

La alternativa entre el amor de Dios y del prójimo o el amor egoísta de si, se presenta existencialmente, no como una decisión lucida y puntual, sino a modo de una continua batalla o lucha entre dos tendencias de la libertad.

La recta elección del fin último es siempre fruto y don de la iniciativa divina: la íntima verdad del ser humano, es una verdad cuyo conocimiento eficaz y plena actuación tienen lugar solo por obra del Espíritu Santo.

Hay que subrayar algunos puntos:

a)      el hombre caído tiende inevitablemente al egoísmo y solo aprende a amar con amor de amistad por el amor que gratuitamente recibe de otros y, de Dios
b)      se hace patente la intima relación que guardan la noción bíblica de la gloria de Dios como finalidad ultima de la existencia y la noción de conversión por la que el hombre deja de ponerse a si mismo como fin y empieza a moverse por clamor de Dios
c)      la recta orientación de la voluntad al fin ultimo se mantiene a través de una lucha constante por hacer el bien, por regirse por la ley del amor de Dios y del prójimo y no por la ley del propio gusto (suprema razón de las varias éticas emotivistas)
d)     el rechazo del amor de dios y del prójimo, y la elección del amor egoísta de si, no suele tener lugar, o al menos no se inicia como una opcion lucida entre ambos. Mas bien el hombre por la debilidad de su naturaleza caída, cede a las tentaciones del egoísmo y sucesivamente tiende a olvidarse de Dios.

La alternativa entre el amor de Dios y el egoísmo esta presente (con matices y grados diversos) en cada acto humano, y configura progresivamente las elecciones que conducen al hombre a su destino eterno. Cada elección va dejando una huella en la voluntad del hombre, un modo de ver y de querer las cosas en función del bien deseado como absoluto: can cada obra el hombre tiende a ratificar su elección del fin ultimo.

Que el hombre tenga la voluntad habitualmente ordenada a Dios o a si mismo, no significa que ese fin habitual determine todos sus actos. El justo puede caer en pecados veniales, en los que se desordena respecto de Dios sin abandonarle como fin ultimo; y el pecador puede realizar actos buenos, en los que observa el orden divino, sin que por eso se haya convertido a Dios.

El hombre in vía puede cambiar su fin último habitual: el pecador, con la ayuda de la gracia, puede convertirse; y el justo puede pecar mortalmente, por un acto en que ama desordenadamente un bien creado que le aparta de su ordenación al fin último verdadero.

2.            La estructura temporal del amor ordenado

Nuestra condición corpóreo-espiritual, de la que depende nuestro modo de estar en el tiempo, comporta que la elección sobre el fin ultimo (la adhesión a Dios, único fin ultimo real, o su rechazo egoísta) se desarrolle de ordinario en la elección de bienes particulares, porque es a través de las cosas que ama como se decide el orden de la voluntad al fin ultimo. La estructura del orden o desorden en el amor, no 4es la de un alternarse de opciones fundamentales, sino la siguiente: en el desarrollo del recto amor hay un doble tipo de exigencias, negativas y positivas. De una parte, y como condición primaria, no hacer nada contra el amor de Dios, no querer nada que no sea ordenable a el, porque eso es dejarse arrastrar por un amor egoísta; es en esta primera condición donde se radican las prohibiciones morales, los preceptos negativos y los absolutos morales.
Por su condición histórico-temporal, el hombre decide siempre en razón de lo que ya es, por su propia historia precedente y simultáneamente, de lo que quiere ser en general y con ese acto concreto. De aquí que exista siempre una tensión entre las disposiciones habituales (virtudes y vicios, temperamento, carácter, proyectos y deseos) y lo que hace y quiere en cada acto; entre su disposición habitual y cada elección concreta. La rectitud de la voluntad depende simultáneamente de las disposiciones habituales y del querer actual. En este sentido ninguna opción precedente vale por si misma y toda opción fundamental es cambiable por un acto. En cada una de sus acciones el hombre puede ceder a la tentación del egoísmo en sus múltiples formas; pero al mismo tiempo, las disposiciones habituales rectas facilitan el recto obrar concreto, o el inmediato arrepentimiento si en un acto se hubiera vacilado. Si al pecado no sigue el arrepentimiento, es signo de que su malicia fue tal que ha destruido la rectitud habitual.

Fin último y rectitud de intención

El deber de procurar la gloria de Dios se traduce en la practica en lo que se llama obrar con rectitud de intención, que consiste en amar las cosas de tal modo que todas nos conduzcan de algún modo a Dios y ninguna nos aparte de El.

Es la disposición firme última de la persona que, siguiendo la luz de la inteligencia y de la fe, busca siempre los planes de Dios, amando rectamente todas las cosas y ordenando todas sus potencias al bien, hasta inducir rectitud en cada uno de sus actos. Cuando el amor al fin ultimo verdadero impregna a la persona, la rectitud en lo concreto es una redundancia de esa disposición radical. El esfuerzo por amar a las cosas rectamente, refuerza y acrecienta la adhesión del hombre al Bien verdadero.

La rectitud de intención (la decisión fundamental y sostenida de vivir según el precepto o mandato del amor de Dios y del prójimo) no implica en el hombre caído el haber superado de hecho todo egoísmo; sino el serio empeño en luchar constantemente por amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios, y por tanto de evitar todo pecado no solo con falta grave, sino leve, empeño que se manifiesta por la contrición inmediata ante cualquier culpa propia.

En la voluntad que busca a Dios se contiene el más alto amor al prójimo y al mundo. El que tiene la intención puesta en dios, ama rectamente todas las cosas, porque en dios se encuentran comprendidos y exigidos todos los amores nobles y los busca con la peculiar fuerza de la grandeza del amor divino. El hombre no solo ha de buscar a Dios con todas sus fuerzas, sino también en todo momento, en cada una de sus acciones, hasta las que parezcan más nimias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario