lunes, 28 de julio de 2014

ECOLOGIA Y ECOÉTICA

La preocupación ecológica parece ser un signo de nuestro tiempo. El ser humano parece haberse dado cuenta de que su abuso de la naturaleza no sólo termina por dañar su propia calidad de vida sino que pone en peligro la misma supervivencia de toda vida en el planeta. Creyentes y no creyentes parecen estar de acuerdo en la necesidad de proteger el medio ambiente.

Introducción


Los autores coinciden en atribuir la introducción de la voz Ecología (Oekologie) al biólogo alemán Ernst Haeckel (1834-1919), el año 1869, quien la entiende como el estudio de las relaciones de un organismo con su ambiente inorgánico y orgánico, en particular el estudio de las relaciones de tipo positivo o “amistoso” y de tipo negativo (enemigos) con las plantas y animales con los que convive.

Esta preocupación no es privativa de los científicos, ha alcanzado todos los estratos de la población, para terminar convirtiéndose en bandera de múltiples reivindicaciones sociales. También se ha convertido en el objeto de una especializada reflexión ética.

a)      Paradigmas de la ecología

La ética ecológica se ha entendido en modos diversos. Cabe destacar dos, el “extensivo” y el “fundacional”.
El primero sigue el modelo de los diversos movimientos de liberación para ampliar la comprensión de lo liberable del ser humano, a los seres sintientes, a los vivientes, y aun a todo el hábitat natural, al que se llega a reconocer un cierto rango moral y un derecho a la integridad.
El segundo entiende que el único sujeto, u objeto, con rango moral indiscutible sería la biosfera o la “comunidad biótica”.
Hay quien considera que ninguno de los dos paradigmas es adoptable sin más correctivos. Ni el medio ambiente puede justificar su propio valor moral, ni se puede afirmar sin más un antropocentrismo que negase la validez misma del ambiente, como si “la naturaleza” se hubiese desarrollado sólo para servir de escenario y vivienda al ser humano.

b)     Ecología y teología

La teología ha llegado un poco tarde a esa animada discusión sobre el respeto al medio ambiente y ha tenido que llegar con un cierto talante apologético. La concepción lineal del tiempo, frente a la visión cíclica de la naturaleza habría imbuido a la fe judeocristiana de una confianza desmedida en el progreso. La valoración del hombre como imagen de Dios lo habría convertido en un dueño despótico del medio. Tal arrogancia humana, generada por el cristianismo, sería la madre de la ciencia moderna, pero sobre todo, de su afán de dominio desmedido sobre la naturaleza.
Corresponde a la antropología teológica mostrar el aprecio que el mundo, en cuanto creación de Dios, merece para los creyentes en el Dios Creador. Corresponde a la teología moral subrayar la responsabilidad que al ser humano le compete frente al mundo que es su casa. Nuestra reciente depredación de la naturaleza se relaciona íntimamente con nuestra incapacidad de imaginar el futuro desde la fe y el amor responsable.
El mensaje de Juan Pablo II con motivo de la Jornada de la paz de 1990, subrayaba que la paz social, fruto de la paz con el Creador, exige una especie de gran pacto de paz con toda la creación.

Perspectivas de la doctrina de la Iglesia


a)      Pablo VI

Insiste en afirmar que el mandato bíblico “Creced y multiplicaos, llenad la tierra y enseñoreaos de ella” (Gen 1, 28), no implica una autorización divina para una explotación inmoderada de la tierra y sus recursos naturales.
En el discurso dirigido a la XII Conferencia de la FAO, en 1963, subraya que “para solucionar el grave problema de la vida de la humanidad el camino correcto es aumentar las reservas de pan y de alimento, sin aniquilar ni destruir la fecundidad de la vida”. Asimismo manifiesta su esperanza de que la intervención de la FAO, más allá de su finalidad directa, alcance objetivos de orden humano y moral, que interesarían al progreso no sólo material, sino espiritual del género humano.
Años más tarde se refiere a la utilización racional de los inmensos recursos que el Creador ha puesto a disposición del género humano, y no deja de llamar la atención sobre los riesgos de un progreso salvaje.

La puesta en obra de estas posibilidades técnicas a un ritmo acelerado no se actúa sin repercutir peligrosamente sobre el equilibrio de nuestro medio natural y el deterioro del medio ambiente...Ya estamos viendo viciarse el aire que respiramos, degradarse el agua que bebemos, contaminarse los ríos, lagos y océanos... Debéis estar atentos a las consecuencias a gran escala que implica toda intervención del hombre en el equilibrio de la naturaleza, puesta en su riqueza armoniosa a disposición del hombre, según el diseño de amor del Creador”.

Los progresos técnicos pueden volverse contra el hombre si no son acompañados de un auténtico progreso social.
En la carta apostólica Octogésima adveniens (1971), publicada con ocasión del 80º aniversario de la encíclica Rerum novarum, reconoce que el ser humano ha adquirido bruscamente la conciencia de que “una explotación inconsiderada de la naturaleza, corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación”.

El texto de la carta vincula el problema de la contaminación y de los desechos con otras formas de destrucción de la sociedad y de la vida, para acercarse así al horizonte de una ecología social y para terminar invitando a los cristianos a hacerse responsables, en unión con los demás hombres, del destino común de la humanidad.

Ya a finales del pontificado de Pablo VI, el magisterio de la Iglesia católica había incluido plenamente la preocupación ecológica en el ámbito de su doctrina social, colaborando incluso a su articulación epistemológica en el marco de la teología moral a la luz y sobre el principio de la virtud de la caridad, que el concilio Vaticano II había recomendado como fundamento y norma principal de la moralidad cristiana (OT 16).

b)     Juan Pablo II

Durante el pontificado de Juan Pablo II es cuando la preocupación ecológica ha sido abordada más explícitamente por el magisterio de la Iglesia e incluida formalmente en su doctrina social.

1.      En el primer año de su pontificado orientó la catequesis de sus audiencias semanales sobre el libro del Génesis, insistiendo en la dignidad y belleza de la creación. Al año siguiente nombraría a san Francisco de Asís como patrono celestial de los ecologistas.
2.      En su primera encíclica Redemptor hominis (1979), alude al miedo que el hombre contemporáneo experimenta ante las obras de sus propias manos. El hombre imagen de Dios, lo es por estar llamado a ejercer una vigilancia responsable sobre el mundo creado:

“Parece que somos  cada vez más conscientes del hecho de que la explotación de la tierra, del planeta sobre el cual vivimos, exige una planificación racional y honesta...El hombre parece a veces, no percibir otros significados de su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y de consumo. En cambio, era voluntad del Creador que el hombre se pusiera en contacto con la naturaleza como dueño y custodio inteligente y noble y no como explotador y destructor sin ningún reparo” (RH 15)

Es sobre todo en su encíclica Sollicitudo rei socialis (1987) donde articula un largo y elaborado discurso sobre el auténtico desarrollo humano, sus posibilidades y sus riesgos.
Tras referirse al sentido humano del desarrollo autentico, recuerda que un desarrollo meramente económico ni siquiera puede calificarse como desarrollo y concluye apelando a la solidaridad entre los hombres y los pueblos para promover un progreso que incluya el respeto al cosmos. Habría que prestar atención a algunas consideraciones fundamentales:

a)      Tomar conciencia de que no se pueden utilizar impunemente las diversas categorías de seres, vivos o inanimados según las propias e inmediatas exigencias económicas.
b)      Convicción de la limitación de los recursos naturales, algunos de los cuales no son renovables.
c)      Consecuencias de un cierto tipo de desarrollo sobre la calidad de la vida en las zonas más industrializadas: contaminación del ambiente con graves consecuencias para la salud de la población.

Una sociedad marcada por el consumo y la competitividad más agresiva no es compatible con una ecología de rostro humano.

3.      Mensaje para la celebración de la Jornada mundial por la paz (1990)

Recuerda la vinculación entre la promoción de la paz mundial y el respeto debido a la naturaleza. Considera la crisis ecológica como un problema moral, por la falta de responsabilidad en la aplicación indiscriminada de los adelantos científicos y tecnológicos y por la falta de respeto a la vida que implican muchas actuaciones sobre el medio: incalculables posibilidades de investigación biológica, indiscriminada manipulación genética, desarrollo irreflexivo de nuevas especies de plantas y formas de vida animal y aun las intervenciones sobre los orígenes mismos de la vida humana.
Hace una reflexión sobre la necesidad de un cambio de actitudes en el comportamiento humano:

“La sociedad actual no hallará una solución al problema ecológico si no revisa seriamente su estilo de vida. En muchas partes del mundo esta misma sociedad se inclina al hedonismo y al consumismo, pero permanece indiferente a los daños que éstos causan. La gravedad de la situación ecológica demuestra cuan profunda es la crisis moral del hombre.... Hay una urgente necesidad de educar en la responsabilidad ecológica: responsabilidad con nosotros mismos y con los demás, responsabilidad con el ambiente”.

4.      Encíclica Centesimus annus

El señorío del hombre no sólo no debe ser arbitrariamente ejercido, sino que sólo puede ser rectamente ejercido cuando el ser humano se apresta a leer en la dignidad de lo creado y su propia teleología las pautas de su diálogo con el mundo.
La explotación inmoderada de la creación revela un grave error deontológico. Al destruir la naturaleza, el hombre manifiesta desconocer su propia y profunda verdad. La de su ontológica relación con lo otro, con los otros y con el absolutamente Otro. La naturaleza no es gobernada sino tiranizada por la avaricia del hombre y por su descabellado afán de consumo.
La encíclica aboga por una ecología plenamente “humana”. La tierra es un don de Dios al ser humano; también el hombre es para sí mismo un don de Dios, en consecuencia, ha de respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado (CA 38).

5.      Catecismo de la Iglesia católica

Incluye la preocupación ecológica tanto en su afirmación de la dignidad de lo creado como en las líneas catequéticas sobre la moral cristiana.
El séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación. Los animales, plantas y seres inanimados están naturalmente destinados al bien común de la humanidad, pasada, presente y futura. El uso de los recursos del universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales. El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto; exige un respeto religioso de la integridad de la creación.
La consideración del orden creado remite a un compromiso moral inevitable: “El hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas, que desprecie al Creador y acarree consecuencias nefastas para los hombres y para su ambiente”.
El catecismo subraya la interdependencia y la solidaridad entre todas las criaturas. “La belleza de la creación refleja la infinita belleza del Creador. Debe inspirar el respeto y la sumisión de la inteligencia del hombre y de su voluntad”.

6.      Encíclica Evangelium vitae

Denuncia la siembra de muertes que se realiza con el temerario desajuste de los equilibrios ecológicos (EV 10).
La encíclica vincula la ecología con la bioética:
“Se debe considerar positivamente una mayor atención a la calidad de vida y a la ecología, que se registra sobre todo en las sociedades mas desarrolladas, en las que las expectativas de las personas se centran en la búsqueda de una mejora global de las condiciones de vida. Particularmente significativo es el despertar de una reflexión ética sobre la vida. Con el nacimiento y desarrollo de la bioética se favorece la reflexión y el dialogo sobre problemas éticos, que afectan a la vida del hombre”. (EV 27)

Hay en la encíclica una referencia muy rica a la postura de los creyentes en ese proceso universal de concienciación sobre la dignidad del medio y la responsabilidad ética ante él:

“El hombre, llamado a cultivar y custodiar el jardín del mundo tiene una responsabilidad especifica sobre el ambiente de vida, o sea, sobre la creación que Dios puso al servicio de su dignidad personal, de su vida: respeto no solo al presente, sino a las generaciones futuras. El dominio confiado al hombre por el Creador no es un poder absoluto, ni se puede hablar de usar y abusar, o de disponer de las cosas como mejor parezca”.


Reflexión cristiana sobre la ecología


a)      Sobre los fundamentos

1.      Apelación a la Sagrada Escritura
En el Antiguo Testamento se constata la persistencia de la referencia a la creación del ser humano como imagen de Dios (Gén 1, 28). Su iconalidad es considerada en términos de responsabilidad y de colaboración con Dios en la con-creación y gobierno del mundo creado. Una colaboración que excluye la tentación del dominio absoluto y del expolio de la naturaleza creada.
En el Nuevo Testamento resultan estimables las leves referencias que hace la doctrina social de la Iglesia a la centralidad crística del universo (Col 1, 20; Ef 1, 9-10).
Los textos paulinos vinculan con el hombre a la creación esclavizada en la ardiente espera de la libertad gloriosa de los hijos de Dios, que también sobre ella habrá de rebosar (Rom 8, 20-21).

2.      La otra fundamentación la encuentra la doctrina social de la Iglesia en la observación de la realidad social, a través de la cual profesa escuchar la voz de Dios, como en las mismas mediaciones racionales.
De una reflexión puramente admirativa de la naturaleza se ha pasado a una reflexión “conservacionista” y en cierto modo antropocéntrica sobre la naturaleza contaminada por las obras del hombre y por el progreso tecnológico. En los últimos documentos se percibe el eco de las modernas reflexiones sociológicas y filosóficas que insisten en una ecología social y propugnan un reconocimiento jurídico y practico de los derechos de los animales, vegetales y hasta de los elementos inanimados. Los documentos recientes de la doctrina social de la Iglesia insisten en la solidaridad del ser humano con los demás habitantes no humanos del planeta.


b)      Consecuencias éticas

El respeto hacia el mundo creado puede y debe convertirse en objeto explicito de la reflexión moral. Se trata de que el amor a la vida, la reflexión sobre los vivientes, el cuidado por la vida y su hogar impregnen toda la reflexión ética.

1.      Ecología y virtudes morales

La prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, son los goznes de una nueva y necesaria relación con los demás y con lo demás: con un objeto.
Las cuatro virtudes cardinales delinean una silueta moral para el hombre, su auto comprensión y la cultura por la que desearía sentirse arropado.
La apelación a la prudencia en el uso de los recursos del planeta; la apelación ala justicia remite a la dialéctica entre los derechos del hombre y los de las otras criaturas; la fortaleza es entendida como esfuerzo para dominar racionalmente la sed del dominio sobre la naturaleza; la templanza destinada a moderar el uso inmoderado de recursos.



2.      Teología y virtudes teologales

a)      Con la Fe
Creer en un Dios Creador significa proclamar la bondad del Creador y la grandeza de su criatura, y aceptar el honor y el deber de la colaboración en la tarea de una creación continuada.

b)      Con la esperanza
La vivencia y la teología de la esperanza, al anticipar el futuro del hombre y el futuro de la creación, se revelan como promotoras de la acción y el compromiso moral.

c)      Con el amor
El amor pasa en primer lugar por el reparto equitativo de los bienes de la tierra, por el uso respetuoso y justo de sus recursos y por la igualdad a la hora de disponer de los residuos molestos y tóxicos generados por el mismo progreso técnico. La crisis ecológica pone en evidencia la urgente necesidad moral de una nueva solidaridad en las relaciones entre los países en vías de desarrollo y los altamente industrializados.
La caridad promueve la justicia entre los pueblos que hoy viven en la tierra. Pero también ha de imaginar y preparar la casa que han de encontrarse y disfrutar las futuras generaciones. Toda intervención en un área del ecosistema debe considerar sus consecuencias en otras áreas y en le bienestar de las generaciones futuras.

En la teología cristiana las virtudes morales y teologales se unen así en la promoción de una nueva cultura de paz con la creación, en la tarea moral de una responsabilidad individual, comunitaria y estructural ante el medio ambiente.

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