martes, 29 de julio de 2014

LA ÉTICA TEOLÓGICA HOY: IDENTIDAD Y RELEVANCIA

ÉTICA AUTÓNOMA-TEÓNOMA-PERSONALISTA
Surge como intento de renovación teológica para responder a los retos del secularismo (moderno o posmoderno) en que viven los hombres del mundo desarrollado. Su preocupación principal es recuperar la identidad y la relevancia del saber ético teológico en un mundo que ha dejado de
ser cristiano y que exige a los cristianos una fundamentación de su fe, de su esperanza y de su compromiso de caridad.
Estatuto científico
Esta formulación ética pretende recoger el postulado del concilio de dar a este saber un estatuto científico y critico. La ética tiene la doble tarea de encontrar su propia identidad y entrar de manera relevante en el dialogo interdisciplinar.
Después del Vaticano II, se es consciente de la novedad que representa la mentalidad contemporánea: “Las gentes de hoy se interesan poco por el pensar abstracto. El punto de partida del personalismo moderno es el individuo en tanto que persona en un mundo concreto. El enfoque inmediato apunta a la persona y a su relación con las otras personas y con la sociedad. Hoy, una teología y una filosofía personalistas deben expresar un interés vital por cada persona individual y por las esperanzas y angustias de toda la humanidad. Hay que reconocer la novedad de la situación actual. Se ha adquirido una nueva conciencia, un nuevo marco de pensamiento, un nuevo vocabulario y un nuevo contexto histórico. La época actual tiene un espíritu.” (Häring)
La crisis de la moral no se reduce a la crisis de su contenido material. La actual crisis abarca mucho más que una problematización de la estructura normativa tradicional; su verdadero centro de gravedad se sitúa en el plano de aquellas estructuras categoriales dentro de las cuales la moral era objeto de experiencia y encontraba su realización. (Korff)
No se trata de una crisis de valores o de contenidos de la moral, sino de una crisis de estructura. Por eso no se resolverá mediante un cambio cuantitativo de las normas (transformación de normas), sino únicamente por medio de la revisión de ciertas estructuras fundamentales (transformación de las estructuras).
Se trata de presentar el humanismo cristiano en confrontación con el mundo secular, pero en dialogo fecundo con él. Según esta formulación ética, no bastan las condenaciones abstractas o arbitrarias, ni la reclusión en posiciones de gueto, que solo pueden ser vividas por los cristianos; se trata de fundamentar críticamente un humanismo, que tiene como punto de mira el bien de la persona y de la comunidad de los hombres, para que lleguen a la madurez y plenitud a que Dios los llama en Cristo. (Häring)
Todo el esfuerzo gira en torno a hacer un cristianismo con rostro humano personalizador y personalizante. Si el cristianismo es una religión personalista, no puede por menos de dar como fruto una ética personalista. Para presentar una formulación ética personalista, se impone un giro antropológico en la ética cristiana, si se quiere que responda a las exigencias del mundo contemporáneo. No obstante no es suficiente adoptar cualquier tipo de personalismo.
No todo personalismo es apto para encarnar el cristianismo y la ética cristiana. Ni un personalismo de corte individualista, ni uno de corte sociológico puede servir de base a la formulación de una ética teológica cristiana. Solo un personalismo que concede la primacía al amor es capaz de dar cauce expresivo a la ética cristiana. En todo tiempo, el más intimo ser del hombre se rebela contra la filosofía del utilitarismo, contra la concepción de una humanidad manipulada, de un mundo anónimo y contra todas las tendencias que permiten a un “fabricante de herramientas” (científico o político) determinar el futuro de la humanidad sin una mirada inteligente al sentido de la existencia humana. El personalismo es una expresión de esa protesta, que se concentra en la relación de amor del yo, el tú y el nosotros. El existencialismo se encuentra con el personalismo al enfocar al individuo en la historia y en las circunstancias sociales de la existencia personal. (Häring)
Con el giro antropológico la ética cristiana no puede perder su propia identidad en función de una pretendida relevancia, que la haga plausible a los ojos del mundo.
Vinculación de la ética a la teología
La ética teológica es parte de la teología. Esto ya se decia en las formulaciones casuísticas. Lo que ahora se intenta es integrar dogmatica y ética, de manera que en la misma definición de ética se recoja el rico contenido de la teología, que ponga de relieve cuáles son sus fuentes, su método y sus diversas dimensiones.
El cambio de nomenclatura de “teología moral” a “ética teológica” apunta en los adjetivos a este cambio de mentalidad y a la necesidad de devolver a la ética su identidad teológica, sea que se entienda esta como “ética de la fe” o como “ética en contexto cristiano”. Para que se pueda hablar de ética teológica no basta con la justificación epistemológica del discurso ético meramente racional, aunque haya divergencias en la manera de entender este estatuto epistemológico de la ética teológica. Para unos, la epistemología propia del discurso teológico-moral consiste en la conjugación de las dos clásicas “fuentes” del saber teológico: razón y revelación. Para otros, se trata de una hermenéutica especial de la realidad. Dicha hermenéutica puede entenderse como una conjugación de racionalidad y fe, como una lógica del discurso ético o como una metodología aplicada al análisis de los problemas morales. Hay quienes concretan la epistemología particular del discurso teológico-moral en la formulación de la ética en cuanto ciencia de integración, entendiendo por este postulado la necesidad de encontrar aquellas condiciones que hagan posible la verificación del ethos en la vida real.
Se ha visto la necesidad de colocar a la ética teológica en su lugar apropiado dentro del conjunto del saber. En la etapa posconciliar has sido tratados con seriedad y amplitud los temas: relación entre moral y religión, relación entre fe cristiana y moral, especificidad e identidad de la moral cristiana. Estos tres temas configuran la identidad de la ética teológica como saber critico y especifico sobre el compromiso moral de los creyentes.
Lectura crítica de la Sagrada Escritura
La identidad de la ética teológica en esta formulación está en la recuperación de las fuentes. El alma de esta formulación está en la Escritura; sirve de referencial primario, en cuyo contraste se ilumina de un modo nuevo la realidad humana. La relación de la teología moral con la sagrada Escritura se ha basado en un conocimiento más crítico del contenido ético expresado en la Biblia.
Con la ayuda de los modernos métodos exegéticos y hermenéuticos, con la incorporación del método narrativo y el conocimiento de la situación vital y de las estructuras del lenguaje en que se redactan los escritos bíblicos, se trata de fundamentar críticamente el ethos cristiano como utopía de Dios para la humanización del hombre. Esto supone la exigencia de hacer una lectura desmitologizada de los planteamientos éticos de la Escritura. Con esta lectura desmitologizadora no se pretende un reduccionismo de la misma, sino descubrir como la presencia de elementos de carácter mítico en la Biblia no prejuzga la existencia de un ethos especifico que va emergiendo progresivamente de la mano de los autores más clarividentes y en base a tradiciones que a lo largo de la historia de Israel se impusieron como representativas y constitutivas del pueblo elegido. Se trata de descubrir lo que en cierta manera corresponde al código ético que polariza la intencionalidad última del libro sagrado.
Se trata de poner de relieve que “el Dios de la Biblia no interviene para destruir la autonomía del hombre, sino para eliminar el resultado de un proyecto que pretende vaciar de sentido el cielo y la tierra.
Se pone de manifiesto el carácter humanizador de la intervención de Dios en la historia y de la adhesión creyente a Él, que no supone una renuncia a la propia autonomía (bandera de la crítica a la religión). Se quiere hacer ver que al abrir la puerta al razonamiento autónomo en la configuración de la ética concreta, el Nuevo Testamento proclama la flexibilidad y capacidad integradora del indicativo cristiano con los valores que el hombre va descubriendo en el devenir histórico. La única condición impuesta por el hecho cristiano es que la ética así construida nunca sea opaca o cerrada a la trascendencia, porque desde esa apertura emergerá para quien ha hecho su discurso autónomo desde una vivencia de fe la confluencia real con la llamada protologica y cristológica. En esta perspectiva la función desmitologizadora del ethos neotestamentario alcanza las cotas a las que puede apuntar cualquier proyecto actual construido en nombre de la razón autónoma.
“Cuando Jeremías pone en boca de Yahvé el anuncio de una nueva alianza, habla de una ley que Dios mismo  va a colocar en el interior de los hombres, escrita en sus corazones (cf. Ez 36, 25). La heteronomía representada por la alianza precedente, vinculada al contexto mítico de la hierofania del Sinaí (Ex 19, 3ss; Dt 4, 10ss) va a quedar superada desde este paso decisivo hacia la interioridad y la plena responsabilidad personal. En el marco de la nueva alianza el hombre oirá la llamada de Dios en su interior y frente a ella habrá de realizar su opción de manera responsable y libre. Con Cristo el anuncio de Jeremías se hace realidad plena: frente a la ley dada por Moisés entran la gracia y la verdad (Jn 1,17). Pablo convertirá en eje de su doctrina cristológica y moral la superación de la ley antiguas por la nueva ley en Cristo (Rom 8,2). Pablo centra su hostilidad a la ley mosaica no en base a su naturaleza, sino en base a su funcionalidad heterónoma. Impuesta desde fuera la ley se presentaba como un automatismo de exigencia y condena. Frente a estos resabios de carácter mítico que impregnaban la doctrina rabinica de la ley, Pablo proclama el nuevo ethos cristiano, basado en la esencial relación entre el indicativo cristiano y el imperativo radical que de él emanaba.
“Cuando san Pablo ofrece a las comunidades cristianas su gran elaboración teológica del mensaje cristiano lo hace rompiendo los diques de la cultura judaica para hacerse griego con los griegos y poder ganar así a todos para Cristo (1 Cor 9,20-21).
Esta apertura total de Pablo queda evidenciada en la confección de las diversas listas de vicios y de virtudes y en las llamadas listas de deberes domésticos. Quedan por exigencia del mismo imperativo, abiertas las puertas a la investigación autónoma del hombre, a la puesta en ejercicio del nous para poder discernir lo que en cada situación concreta es bueno, perfecto y agradable a Dios, es decir, aquello que debe ser considerado “la voluntad de Dios”.
Humanismo teónomo
Esta formulación ética cristiana, supera cualquier forma de legalismo heterónomo, lo mismo que supera cualquier forma de autonomía clausurada en el ámbito intramundano y cerrada a la trascendencia.
No se centra en el cumplimiento de la ley, sino que trata de poner las bases solidas de un humanismo personalista teonomo: “La ética autónoma quiere ser una respuesta adecuada a las exigencias del hombre moderno, que no se conforma con una moral ingenua y heterónoma, sino que desea actuar por un convencimiento interior y no por el simple hecho de estar mandado. El creyente sabe que esa autonomía para dirigir la vida le viene como un regalo del Creador, en el que encuentra la explicación ultima de toda la realidad. Conoce también que su destino es sobrenatural, mas allá de todas las posibilidades humanas, hacia el que camina atraído por la fuerza de su fe. Esta relación de origen y destino, que ha descubierto por la palabra revelada, no destruye su capacidad de autogobierno. Algunos hablan de una moral teonoma que, aunque relacionada y dependiente de Dios por estos vínculos, irrenunciables para el creyente, no se opone a esta autonomía, en contraposición a cualquier otra ética heterónoma y dependiente”. (Paupard, Valádier)
En este humanismo personalista teonomo, se intenta expresar la grandes de la vocación del creyente y su compromiso con el mundo en que vive, puerto que “la fe recuerda la absoluta primacía de Dios, como valor supremo por encima de cualquier otro, y la obligación presente en cada cristiano de obedecer a su voluntad; pero esta no se ha manifestado de una manera directa, sino que su querer está escondido allí donde el hombre descubre un verdadero valor (López Azpitarte). Para responder a la llamada de Dios, el cristiano ha de humanizarse y ha de humanizar el mundo en que vive, siguiendo a Jesús en el estilo de las bienaventuranzas. “La moral cristiana es entendida como la actualización del seguimiento de Jesús y como la realización de las exigencias del Reino” (Vidal).
Ética dialogante
Este humanismo personalista teonomo conduce a esta formulación de la ética teológica a entablar un diálogo serio, critico y constructivo, en el seno de la comunidad eclesial católica, con los hermanos separados y con las otras religiones, así como con el resto de la comunidad humana para descubrir los valores humanos autónomos.
Dentro del seno de la comunidad eclesial, reviste una especial importancia el dialogo entre el magisterio y la ética elaborada por los teólogos: “No se trata de equiparar ambas funciones, sino de insistir en la necesidad de un dialogo constructivo y respetuoso. Juan Pablo II insistía en la creatividad y fidelidad como características básicas del trabajo teológico por la doble dimensión que encierra.
Como ciencia debe hacerse sensible a las exigencias de la cultura moderna y a los problemas más profundos de la humanidad actual; pero como teología debe estar dinámicamente integrada en la misión de la iglesia, especialmente en su misión profética. Puesto que la ética y los problemas más importantes del derecho natural no tienen una respuesta explicita en la Biblia, habría que insistir más en una fundamentación convincente y razonada, que no se apoye en la simple autoridad. Sin esta condición es difícil que el hombre de hoy, consciente de su autonomía y responsabilidad, preste con libertad su asentimiento. Ninguna enseñanza del magisterio es, por otra parte, atemporal, ni surge casualmente sin un contexto determinado. Requieren su correspondiente hermenéutica. La aceptación literal de una doctrina no es siempre la mejor forma de aceptación, pues corre el riesgo de cerrarse a otros horizontes y de olvidar otras verdades de las que tampoco es lícito prescindir.
La misma doctrina de la Iglesia admite la posibilidad de un disentimiento respetuoso.
También la ética protestante se orienta en esta dirección. También para ellos se hace necesario el recurso a la racionalidad. “En sustancia, la fe con su pensar y en su pensar esta preordenada a pensar. La fe no tiene ninguna capacidad especial de pensar, ni de instaurar peculiares leyes de pensamiento. La fe está destinada a pensar cómo “se puede pensar”. Y se puede pensar de manera equivocada. La fe debe entrenar el pensamiento a pensar de “manera justa”. Y esto se aprende en filosofía. La fe pensante está obligada, a recurrir a la filosofía precisamente para que esta modalidad de su pensar se realice de manera justa” (Ratschow, Dumas, Pataro, Mancini, Mehl)
Se está convencido de que “el hombre permanece siempre hombre, incluso cuando Dios, con la revelación lo llama a participar íntimamente en su vida divina, por lo cual continúan valiendo a este respecto las estructuras y las normas fundamentales del ser humano y del obrar moral humano” (Günthor).
Por este camino la ética teológica se ha abierto a corrientes de pensamiento cercanas a los planteamientos humanistas de la existencia personal: al vitalismo, a la ética de valores, al existencialismo, al personalismo, a la filosofía reflexiva, a la filosofía analítica y del lenguaje, a la filosofía de la ciencia, etc. de este dialogo la ética teológica ha salido notablemente revitalizada.
Además se ha abierto a las ciencias positivas. Se parte de la convicción de que “si la moral es la ciencia que busca la mejor realización del ser humano, todas las demás ciencias, en una proporción diferente, según sus propios objetivos, pueden entregar datos de enorme interés al moralista para ayudarle a conseguir esta finalidad. El dialogo con las ciencias, sobre todo con las mas relacionadas con el ser humano, es una necesidad apremiante de la ética actual.
Repercusión política de la ética
Este planteamiento ha hecho que la ética salga de su individualismo y se ocupe de los problemas socio-políticos y comunitarios.
Se insiste en la justicia que brota de la fe. Hay que insistir en la dimensión comunitaria, social, política para que la persona tome conciencia de la influencia de sus actos, de su ideología, de su cultura, etc., en la historia y desarrollo de la sociedad. Se trata de acentuar el carácter comunitario de nuestra responsabilidad. La responsabilidad comunitaria es el compromiso que todos tenemos de colaborar solidariamente desde el lugar en el que cada uno se encuentra, en la construcción de una sociedad más justa y humana.
Se intentan solucionar los diversos problemas morales con una nueva orientación más comunitaria y social. Se someten a estudio problemas nuevos relacionados con la vida social y comunitaria, teniendo como eje el valor de la persona y la cambiada situación histórica de la sociedad. “Por una parte la moral cristiana tiene que intervenir en el debate sobre la vigencia de aquellos valores éticos que han constituido un núcleo importante de la moral histórico cristiana y que hoy se encuentran cuestionados: el valor de la vida humana (aborto, eutanasia, etc.); el valor de la sexualidad en cuanto dimensión personal y lenguaje interpersonal; el valor de la dignidad humana como límite de las intervenciones manipulativas tanto de signo biológico (manipulación genética, fecundación artificial, etc.) como de signo psico-social; el valor de la pareja humana en cuanto estructura antropológica, monogámica y estable del matrimonio y de la familia; el valor de la concienciación en cuanto instancia crítica y capacidad constructiva de la persona. En el presente y en el futuro de la moral cristiana se tiene que seguir planteando el tema del valor ético de la persona. Por otro lado, la reflexión teológico-moral se encuentra ante nuevos problemas éticos surgidos de la cambiada situación histórica de la sociedad. La conciencia moral cristiana se siente interpelada: por la coherencia humanizadora de las utopías, de los proyectos sociales globales (capitalismo, colectivismo), y de las estrategias de la hora actual; por la urgente configuración de una cultura más humana; por el clamor de justicia de los oprimidos; por la tentación de la violencia revolucionaria; por las aspiraciones de igualdad y participación en cuanto metas ideales de la convivencia humana; por la búsqueda del reconocimiento efectivo de los derechos humanos; por la aspiración de una comunidad planetaria que supere los limites de los estados nacionales. Se intenta proponer una ética de la solidaridad. Sin embargo, el compromiso social del cristiano no puede reducirse a la afirmación de los valores, puerto que este compromiso debe llevarse a cabo en un mundo trabajado por estructuras que son expresión de la iniquidad deshumanizante.
La fe no puede quedar indiferente ni ser neutral tiene que tomar postura. La fe ha de recuperar su dimensión pública, política y critica. No hay identidad cristiana sin un compromiso sociopolítico.
Algunos teólogos católicos piensan que en la sociedad pluralista y secular, la fe tiene un quehacer que no puede ser privatizado; su compromiso ha de volverse critico y liberador del mundo social y de su proceso histórico como testigo público: “Para Metz, la “nueva” teología política se entiende a sí misma como un correctivo critico frente a un tendencia extrema que la teología actual tiene a la privatización”. La desprivatización es, en realidad, “la primordial tarea teológica critica de la teología política”. El llamado problema hermenéutico fundamental de la teología es el problema de las relaciones entre la comprensión de la fe y la practica social. La gran tarea de esta teología es, definir de nuevo la relación entre la religión y la sociedad, entre la Iglesia y el dominio público y social, entre la fe escatológica y la práctica social. Esa nueva relación está fundamentada en la carga critica y liberadora del mundo social y de su proceso histórico que posee el menaje proclamado por Jesús, la memoria passionis et resurrectionis. La Iglesia, global e institucionalmente considerada, “debe acreditarse y comprenderse como testigo público y como trasmisora de un peligroso recuerdo liberador en medio de los sistemas de nuestra sociedad emancipatoria, es decir, su tarea evangelizadora tiene repercusiones publicas de carácter crítico y liberador.
Desde instancias protestantes se insiste en esto mismo: “La salvación, de la que la fe toma posesión en la esperanza, no es privada, sino publica, no es exclusivamente psíquica, sino también física, no es puramente religiosa, sino también política” (Moltmann). El futuro de Dios y de la salvación es reconocible para nosotros en el Jesús pobre, rechazado, crucificado por nosotros. La soberanía de Cristo no es una soberanía religiosa, distanciada del reino del mundo, sino la soberanía del que ha sido crucificado físicamente en medio de este mundo.
La Iglesia no puede ser neutral, porque este mundo no es una sala de espera al reino de Dios. Es el lugar donde se lucha por el reino de Dios, es el solar donde se construirá el reino que Dios trae a la tierra.
No existe una teología apolítica. Una “teología política” no hace de las cuestiones políticas los temas centrales de la teología. Por el contario, quiere ser cristiana hasta en las funciones políticas de la dogmática. No pretende politizar a las iglesias, sino que intenta cristianizar el compromiso político de los cristianos. Recoge la crítica funcional de la religión y va desde la ortodoxia de la fe a la ortopraxis del seguimiento de Cristo.
Actuar éticamente en sentido cristiano significa tomar parte en esta historia de Dios en medio de nuestra historia, integrarse en el amplio proceso de liberación del mundo y descubrir en ese proceso nuestro propio llamamiento y talento, porque si Jesús es el anticipador divino, entonces tendrá que convertirse de manera inevitable, en el signo de contradicción frente a los poderes que contradicen a Dios y frente a las leyes de un mundo cerrado al futuro. La anticipación mesiánica suscita la contradicción histórica.
Una ética para la comunidad
Esta formulación de la ética teológica supera la tarea de estar al servicio de la formación sacerdotal en orden a la preparación ministerial. Mas bien, pretende ofrecer un servicio a la comunidad eclesial, toda entera, de cara a su inserción en el mundo. No es una formulación ética solo para sacerdotes, sino para una comunidad que está al servicio del reino de Dios en un mundo pluralista y secular.
Esta formulación de la ética teológica es para la comunidad. Se elabora por personas que están en la comunidad. Pero no se hace desde la comunidad, de forma que la comunidad recibe la teología, pero no es su agente activo sino de manera abstracta. La labor teológica, tal como la formula esta ética, exige una dedicación especializada y unos medios adecuados para llevarla a cabo. Es una tarea que se vincula al ejercicio de la docencia y a ámbitos académicos.

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