lunes, 28 de julio de 2014

EL HUMANISMO CRISTIANO COMO IDEA DIRECTRIZ DE LA ÉTICA SOCIAL

PRESUPUESTOS Y PROBLEMAS FUNDAMENTALES

EL humanismo cristiano como idea directriz de la ética social
Toda consideración ético social descansa sobre ciertas decisiones previas. Si elevamos el concepto de humanismo cristiano a la altura de idea directriz de la ética social y de principio orientador de la “actuación social” en la praxis de la vida social, llevamos a cabo una decisión previa de gran importancia. Sentar este principio significa rechazar toda separación entre Iglesia y sociedad, entre fe (en el sentido de la profesión de fe cristiana) y realidad social, y, por tanto rechazar también la concepción de que la fe es una esfera aparte, situada al margen de la sociedad, la cultura y la vida política. El humanismo cristiano parte del presupuesto de la unidad, de la existencia humana en todos sus “dominios” o dimensiones: considera que esa unidad proviene de Dios, que ha creado al hombre a su imagen (origen) y, a la vez, le ha fijado su último destino: ser participe en su “Reino”, lo que supone que el hombre alcanzara su liberación definitiva y su plenitud y será redimido de toda deformación y alienación respecto de Dios y de sus semejantes (porvenir). El humanismo cristiano esta basado en la unidad de los tres artículos de la fe cristiana. El calificativo “cristiano” no es un mero adjetivo que ponga de manifiesto el trasfondo religioso del que ha partido el humanismo religioso y del que luego se ha liberado, sino que constituye una determinación esencial. Lo “cristiano” proviene de Cristo sino esta vacío. Humanismo cristiano es fe, esperanza y caridad para el hombre, al servicio del hombre. No se trata de una formula de compromiso que se quiera ofrecer a quienes encuentran respetable la ética “cristiana”, siempre y cuando no se la grave con el peso de la fe cristiana. Una “moralización” de este tipo privaría al humanismo cristiano tanto de su verdad como de su fuerza. La ética cristiana testimonia en sus afirmaciones la fe cristiana.

El humanismo cristiano habla de aquel hombre real que todos conocemos, cristianos y no cristianos, no de una imagen ideal enormemente alejada de nosotros. El humanismo cristiano es “realista”: el hombre corporal, perecedero, histórico en todas sus relaciones y encasillamientos, esto es, en cuanto ser social, ese es el hombre para el que aquel humanismo piensa y obra y cuyas dimensiones y limites precisa de tal forma que siempre lo ve y lo comprende desde la perspectiva del origen (ser creado) y del porvenir (determinación escatológica). De este modo el humanismo cristiano empuja al hombre hasta el centro de la ética social. El humanismo cristiano es, en segundo lugar, crítico. Crítico designa la confrontación del hombre con Dios, con su prójimo y con su último destino: la plena libertad. No  se trata de un alejamiento entre ideal y realidad, ser y debe ser, de que se ocupa la ética idealista, distanciamiento que pudiera reducirse por aproximación progresiva al ideal. Se trata de la escisión originaria del hombre, esencial y determinante del destino de su existencia real e histórica, que él es y en la que él vive, de su miseria, de su prisión, que es incapaz de superar ni siquiera poniendo en juego sus más altas fuerzas, esfuerzos idealistas y transformaciones sociales revolucionarias. Estas actividades pueden alcanzar una dimensión y efectividad históricas enormes y determinar el curso de siglos enteros, pero no acaban con la existencia histórica del hombre en su alienación de Dios.

Humanismo burgués y humanismo marxista
En esto radica la contraposición fundamental entre el humanismo cristiano y otros humanismos como el humanismo burgués, dentro del cual hay que distinguir tres tipos: el revolucionario-racional, el idealista-clásico y el romántico, todos los cuales siguen teniendo influencia en nuestro siglo. Del humanismo burgués hay que distinguir, sobre todo, el marxista, en cuanto concibe al hombre como ser corporal, dotado de actividad sensible, e histórico, que, con su trabajo, se crea a sí mismo y al mundo (sociedad), pero, al mismo tiempo, está sometido al destino de la alineación respecto de su trabajo, de sus prójimos y de sí mismo. En la nueva sociedad sin clases, la actividad humana (bajo la misión y la figura histórica del proletariado) superará todas las relaciones alienadas; entonces el hombre se desarrollará hasta lograr su florecimiento, su riqueza.

Presupuesto de todas estas formas del humanismo (cada una de las cuales está históricamente unida, de modo especial, al humanismo cristiano) es la autonomía del hombre en su actividad creadora, aun cuando el humanismo romántico reacciona críticamente frente a la autonomía e intenta inútilmente integrar al hombre en un orden sacro y llenar su razón de un contenido religioso. El idealismo concibe al hombre a partir de su unidad con el espíritu divino o absoluto y fundamenta positivamente su libertad y autonomía a partir de esta unidad. El humanismo absoluto termina por venerar al hombre de manera radical, como creador y realizador de sí mismo y de la sociedad y por concebir a Dios como un expoliador del hombre., que le priva de su libertad y de su dignidad (Marx).

Entre el humanismo absoluto y el cristiano es preciso realizar una opción fundamental a la que la ética social no puede sustraerse. Es posible una ética social basada en el idealismo humanista (Kantiano o Hegeliano). El humanismo social de nuestro tiempo pretende volver a los valores eternos, a las bases metafísicamente fundadas de la ordenación social, a la verdadera esencia del hombre, a su misión al servicio de la humanidad. El conservadurismo vive hoy aún (dentro y fuera de la iglesia) del humanismo romántico y de su orientación fundamentalmente contra revolucionaria. Estas formas del humanismo no nos sirven para fundamentar la ética social en el seno de la sociedad actual. El humanismo romántico conduce a una utopía retrospectiva. La libertad, la emancipación del individuo y la laicidad de nuestra sociedad no tienen cabida en un orden sacro. El idealismo burgués no puede concebir la alienación del hombre, de modo realista, ni como alienación originaria ni como amenaza social. Con su fe en el progreso y con su idealización del hombre pasa por alto la alienación. La fe milagrosa que el marxismo tiene en la llegada del reino de la libertad y del hombre total constituye también una utopía idealista: la idea de que el hombre puede restaurar por sí mismo su humanidad perdida. No obstante debemos de admitir el humanismo real de Marx en cuanto se pregunta por la alienación humana en cada sociedad concreta  descubre los fenómenos sociales de la alienación, en vez de ocultarlos.

La ética social no puede ser unilateralmente “personalista” ni “socialista”. Esta ética descansa sobre la dialéctica entre personas y sociedad. Algunos sustentan la tesis de que esta dialéctica solo puede ser rectamente basada en el humanismo cristiano que nos conduce más allá de la disputa entre el humanismo burgués y el marxista. Que los hombres busquen la libertad o la igualdad no es algo que la ética cristiana deba condenar. Tampoco es condenable el que en torno a estos criterios se forme un ethos social fáctico, ni el que esos criterios encuentren un reconocimiento público, aunque muchos individuos y grupos sociales no los pongan en práctica. Los cristianos deben reconocer y practicar lo “justo y equitativo”, lo virtuoso, lo que el ethos social designa como decoroso y bueno. Esto es aplicable a los cristianos, a los paganos y a los poscristianos, seculares de nuestros días, a todos y en todos los lugares, si bien modificado por las condiciones sociales de las diversas sociedades concretas, por las diversas y contradictorias interpretaciones y por las tradiciones éticas. Aquí entra en juego la solidaridad cristiana con el hombre y con su ethos, que hacen de los cristianos camaradas de cada hombre. Se trata de la camaradería del amor que está en la persona de Cristo hombre, que presta a aquella solidaridad cristiano su contenido de aquel amor que constituye la plenitud de sentido y la realización de todos los mandamientos y de todas las exigencias de la ética socialmente establecida que habla de caridad y de justicia. El amor impide que estas normas pierdan contenido, que se conviertan en reglas de juego al servicio del poder de este o de aquel grupo.

Utopía humanista y esperanza cristiana
El humanismo burgués y el marxista, culminan en utopías, bien en la de la sociedad completamente igualitaria, de la sociedad sin poder, bien en la del reino de la humanidad y libertad plenas. En la “nueva” sociedad toda desunión está superada.

No hay que interpretar la crítica cristiana de las utopías humanistas en el sentido de que el humanismo cristiano no tuviera ninguna esperanza de futuro y solo conociera un subir y bajar de la marea histórica carente de sentido. El humanismo cristiano permanece en la esperanza del “Reino de Dios”. Este será el verdadero reino del mundo solo en el reino de Dios se cumplen las esperanzas de la humanidad y se alcanza el destino del hombre, lo que no es posible en las condiciones de la existencia alienada. Esta apertura al futuro dirige al humanismo cristiano. Sin la esperanza, el humanismo cristiano en una doctrina cristina del origen, que sólo trataría del ser originario o del ser creado del hombre y solo explicaría su ser histórico a partir de ese dato. Si no tuviera una orientación escatológica, si no esperara ni deseara nada, el humanismo cristiano perdería la batalla ante las otras formas del humanismo. Durante mucho tiempo el punto débil de la ética cristiana radicó en que, frente al marxismo, no estuvo en situación de sacar de la esperanza escatológica consecuencias para juzgar críticamente y ordenar la sociedad. El Dios del origen es el Dios del porvenir. El humanismo cristiano supera lo devenido, la historia, va más adelante. La crítica cristiana de la utopía está fundada en la creencia de que todas las utopías habrán de cumplirse en el reino de Dios. El humanismo cristiano es activo esto es, esperanza puesta al servicio del hombre, en el reino de Dios como liberación definitiva del hombre. Por esta razón hay que distinguirlo de toda ética ontológica, o fundada en los llamados valores. Pero está universalmente abierto al hombre y a todas las exigencias éticas que se dirigen al hombre. La renovación del hombre en Cristo es su punto de partida. En ello alcanza el hombre su derecho y su verdad. A la ética cristiana le importa el hombre, la libertad, justicia, la caridad, la dignidad humana y la paz, le importan todos los hombres. Arranca de la renovación del hombre en Cristo, del acontecimiento histórico que ha superado la prisión en que el hombre estaba encerrada y la alienación que padecía. El humanismo cristiano no considera que carezca de sentido, de efectividad actual en la sociedad ni criticar las condiciones sociales existentes. Recoge todas las verdades de la crítica social de carácter humanista.

El amor realiza obras buenas, lo humanamente bueno, aquello que todos, paganos o no cristianos seculares consideran justo, razonable, bueno y caritativo; el amor de Cristo no tiene por qué avergonzarse de esta coincidencia y solidaridad. A menudo es él quien indica a los prójimos lo que deben hacer; descubriendo necesidades desconocidas, el amor cristiano fue precursor en la lucha en pro de la humanidad. Es este mismo amor el crítico más agudo de los cristianos y de las iglesias establecidas, que se habían avergonzado al ver el comportamiento humanitario de muchos idealistas, entusiastas o no cristianos.
Su círculo de acción es el mundo, no una iglesia ni las iglesias; y si estás se entiende rectamente a sí mismas su humanismo cristiano debe resplandecer en sus buenas obras ante todos los hombre (Mat. 5,16; Ef. 2,10).



Relación entre el humanitarismo cristiano y las instituciones
Los criterios de crítica social empleados por la ética social, van dirigidos a los hombres en su existencia social  en la convivencia y esta siempre es algo institucionalmente ordenado; el hombre forma parte de múltiples instituciones que ordenan la cooperación en el trabajo o la relación entre los sexos o establecen un poder político sobre las estructuras sociales con objeto de proteger el orden jurídico, mantener la paz y guardar la libertad del individuo. Las llamadas instituciones no están fuera de los criterios éticos sociales como poderes dotados de un derecho propio y de una soberanía absoluta. El estado está ordenado a Dios. No es un poder absoluto. Dios ha creado al hombre y a la mujer; el matrimonio los constituye en unidad. El ser del matrimonio es un deber ser dirigido a ordenar la unión entre personas. Estas instituciones constituyen por sí mismas, una obligatoriedad ética, que exige aceptación y realización. No es posible separar la persona de la institución ni las instituciones de las exigencias éticas. Esto mismo es aplicable a la institución de la familia que se apoya en el matrimonio. La tradición ético social de la iglesias ha destacado el valor de estas instituciones, entendiéndolas como ordenación de Dios. Por esto han sido veneradas por la ética social cristiana a lo largo de dos mil años como la piedra angular de la sociedad humana. Sin embargo existen instituciones sociales que no podemos considerar como creadas por Dios u ordenadas por él; la esclavitud no es una institución sagrada o querida por Dios, como han pretendido teólogos para desgracia de la iglesia. La esclavitud no puede servir como fundamento para toda sociedad humana. Tampoco le corresponde una obligatoriedad ética por sí misma.

No cabe hablar de una legalidad autónoma, ni en lo que se refiera a las personas ni a las instituciones. La secularizad de las personas y de las instituciones en el ámbito total de la sociedad no significa legalidad autónoma e inmanente, ni mundo si Dios, ni poder sin limitaciones, ni creación del hombre absoluto. Esa secularizad excluye también, la consagración pagana de las instituciones y el intento de volver a los órdenes sagrados de la Edad Media.  La ética social he de permanecer en el camino abierto por los testimonios del Nuevo Testamento: la concepción secularizada de a sociedad.

Siempre es preciso cuidar del orden, la paz y el derecho; el poder que puede mantener y proteger esas cosas es, para todos lo hombres y grupos que participen en él, la comunidad política. El rechazar una metafísica glorificadora del Estado no debe conducir a privar de contenido ni a rebajar el orden político, el cual mantiene la libertad del individuo en la comunidad jurídica de todos. 

El humanismo cristiano recoge críticamente el ethos social, a lo que hay que añadir que deja a un lado las ideologías que van unidas a él y que en segundo lugar acepta y reconoce la instituciones de la familia y de la comunidad política que constituyen el fundamento y la protección de toda la vida en común, considerándolas dentro de los límites de la existencia histórica del hombre y sin vincularse a ninguna estructura social determinada.

El humanismo cristiano está orientado a las praxis; no constituye una teoría metafísica o racional de carácter total sobre la sociedad. Le importa la relación entre el amor activo, el amor al prójimo y al hermano y las instituciones.

Para la acción cristiana tiene importancia decisiva el percibir la apertura histórica y la pluralidad de las formas sociales; es imposible desconocer la posibilidad de formaciones futuras. Si la ética social toma conciencia de esta apertura de la historia al porvenir, no se plantea el problema de atenerse a un oren social determinado.

Esto no supone renunciar a la acción ni a la ordenación cristiana, puesto que el reino de Cristo está en el mundo. La caridad persigue realizar la humanidad y la justicia en todas las instituciones. Puede y debe cambiar las instituciones, humanizarlas, en una lucha contra la objetivación y la cosificación del hombre, contra la perversión demoníaca de ciertas instituciones, contra la ideologización del ethos social operada por ciertas cosmovisiones y por la fe en ciertos sistemas (idealismo, materialismo, comunismo). La caridad mantiene el carácter secular de las instituciones. No crea una sociedad cristiana pero conserva su humanidad.

Dentro de las instituciones, pero también en sus confines se producen las buenas obras del amor que se pone al servicio del hombre, el cual es dueño y señor de todos los preceptos y leyes sociales. Estas buenas obras, humanas, son lo medios a través de los cuales se declara el dominio de Cristo; a través de ellos Cristo lucha y vence, libera a la sociedad humana del vacío ideológico y de la corrupción demoníaca de las instituciones.

Los poderes de la perversión
Los conceptos de perversión o demonización se refieren a estructuras y fuerzas corrompidas o deterioradas que existen en la sociedad. La ética social debe hablar de los demonios destructores que revisten la forma de ideologías o poderes destructores del Derecho o de relaciones de dominación corrompidas, esto es, debe hablar de demonios sociales o de estructuras de destrucción, como formas objetivadas de la injusticia o de un poder ordenador de carácter inhumano de la existencia de ciertos órdenes sociales pervertidos y desnaturalizados. La destrucción de los antiguos vínculos etico sociales, la fe en la capacidad de hacer cualquier y la libertad total, producen un vació y una falta de base por los cuales se introducen estos poderes.

Hablar de los poderes de la perversión es realista. Es una visión necesaria de la crítica social cristiano-profética. No declara al individuo libre de culpa y de responsabilidad, pero dice que la llamada buena voluntad y la conciencia individual aislada no bastan para contrarrestar la amenaza que pesa sobre la existencia social y para servir a la justicia y la caridad. Sólo es posible descubrir la responsabilidad ética en su dimensión social si se reconoce la demonizacion de las fuerzas sociales.

Sociedad y comunidad bajo el dominio de Cristo
De la presencia oculta pero eficaz de Cristo en el mundo brota el anuncio y la obra de caridad de la comunidad cristiana. Presencia en el mundo significa que Cristo no esta encerrado en la Iglesia. Al reunirlos en comunidad, ha llamado a los hombres para que lo siguieran y los a puestos  a su servicio. Pero sale al encuentro de la comunidad a partir del mundo, oculto actualmente en la sociedad bajo la figura de todos los miserables y de los sojuzgados y desesperados que gritan pidiendo ayuda. Unirse a esta su comunidad por medio del amor, reconciliar a los hombres con los hombres, pacificar, dar de comer a los hambrientos, es su profesión y su labor, y también cuidar y servir a la comunidad de Cristo que se le aparece por todas partes, entre los hombres, bajo la figura de los mas insignificantes y pobres del mundo. El dominio de Cristo toma la forma del amor caritativo y no la del ejercicio del poder secular.

El ser de los cristianos bajo el dominio de Cristo, la obediencia de la fe y del ir en pos de Cristo tiene una figura diaconica. Antes de que acontezca cualquier servicio o acción de la comunidad cristiana, Cristo y el hombre se encuentran en una profunda comunidad y coordinación recíprocas. El humanismo cristiano manifiesta esta unión, saca las consecuencias derivadas del obrar sobre la base de la unión entre Cristo y el hombre. Este humanismo esta fundado en la humanidad de Cristo que es algo totalmente distinto de una propiedad moral, algo así como el amor al hombre. De este ser-hombre de Cristo parte todo humanismo cristiano.

Esta humanidad y humanitarismo de Jesucristo es el fundamento y el presupuesto de la lucha ética contra toda deshumanización del hombre. La responsabilidad ética de los cristianos individuales no es aislable porque esta fundada en el reino de Cristo; está ordenada dentro de la responsabilidad de la comunidad.

Ver la sociedad bajo el dominio de Cristo no significa pretender cambiar su secularidad en una teocracia ni tampoco incapacitar a la razón. La doctrina social cristiana esta vinculada a la razón económica y política, y no atenta contra el mandato que la razón tiene para ordenar y configurar el Estado, la economía y la sociedad en su conjunto. La ética social cristiana sabe de la existencia de ideologías terroristas que suprimen la fuerza que la razón posee para ejercer la critica social o la entorpecen, sabe que estas ideologías pueden actuar profundamente sobre las ciencias. La tarea de la ética social cristiana no es descalificar heteronomamente la razón ni sustituir las instituciones políticas y sociales por otras de carácter cristiano, sino servir al orden humano de la sociedad humana con aquella critica social que la razón misma desarrolla a partir de la intuición de las contradicciones internas que se producen en la sociedad, tal como esta es dada, históricamente, en cada caso.

El humanismo cristiano no ve a la sociedad moderna unilateralmente, bajo el signo de la decadencia, de la destrucción de la comunidad, de la desespiritualizacion, del desorden, etc. Ve la lucha que mantienen las fuerzas de la perversión con las de la humanidad, de la paz y de la libertad. El humanismo cristiano interviene en este conflicto interno. Si el mensaje en el mundo sólo se propusiera desvincular de este mundo el alma individual, no existiría ningún humanismo. El reino de Cristo es de este mundo, del hombre que se encuentra en él. De esto se deriva el compromiso del cristiano en la sociedad y en el Estado, aun cuando su existencia como cristiano nunca puede agotarse ni disolverse en este compromiso.

La distancia del mundo o la libertad frente al mundo con todos sus bienes y poderes, ha sido y sigue siendo el presupuesto del humanismo cristiano. Toda la crítica cristiana del hombre y de la sociedad ha nacido de esta libertad. Esta libertad es amor, no es separación del hombre, sino dedicación al hombre, al ser que ha sido creado y amado por Dios. La libertad cristiana no es libertad para el mal ni para perjudicar ni oprimir al prójimo.

El dominio de Dios exige y fundamenta la libertad del hombre. Este dominio no es coacción sino llamamiento a la obediencia libre de la que nacen el amor a Dios y al prójimo. El servidor de Dios participa en los derechos de sus hijos libres.

¿Derecho natural cristiano?
El derecho natural habla de la esencia (naturaleza) del hombre y percibe la contraposición entre la ley natural y la existencia alienada del hombre, se interroga, entendido en su profundidad, por la supresión de esta alineación de Dios y del prójimo; en esto consiste su relativa verdad: que  a través de Cristo y del amor se cumple la ley fundamental del reino de Dios; pero en esa verdad, Dios se muestra también como aquel que quiere ordenar y conservar la sociedad humana por medio del ethos y del Derecho.

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