lunes, 28 de julio de 2014

EL VALOR DEL CUERPO HUMANO

La existencia de todo hombre es un evento único, exclusivo. El cuerpo juega un papel importante. La diversidad de rostros es expresión de la individualidad de cada ser humano que quiere ser llamado por su nombre propio. La corporeidad es un elemento constitutivo de la definición integral de la persona humana.
1.             Cuerpo y corporeidad
El hombre pertenece al mundo visible, es cuerpo entre los cuerpos, pero no es un cuerpo como los otros cuerpos. El cuerpo por medio del cual el hombre participa del mundo visible es un cuerpo humano, que le hace consciente de su diversidad de los otros cuerpos. Hay que distinguir entre cuerpo y corporeidad. El cuerpo indica el cuerpo- objeto, y corresponde a la realidad objetiva, considerada desde el exterior como un objeto entre los otros. La corporeidad se refiere al cuerpo-sujeto, a la realidad humana corpórea considerada como un sujeto espiritual-corpóreo. Es una noción más amplia que el cuerpo, indica la entera subjetividad humana bajo el aspecto de su realidad material, en cuanto es constitutiva de la identidad personal.
El cuerpo del hombre, aunque pertenezca al género cuerpo y ocupe espacio, sea visible y tangible como el de un mineral, difiere de él. El complejo fenómeno cuerpo humano es esencialmente diverso del cuerpo no-humano, y por eso es llamado corporeidad humana.
El cuerpo-sujeto difiere esencialmente del cuerpo-objeto, porque el cuerpo no-humano es todo exterioridad, mientras el cuerpo humano es además exteriorización de algo esencialmente interior.
Cuando vemos el cuerpo de un hombre no vemos un cuerpo sino vemos un hombre, porque el hombre es además alma, espíritu, persona. “El hombre exterior – dice Ortega – esta habitado por un hombre interior. Dentro del cuerpo se esconde el alma”. El hombre es por esencia intimidad, y esta ni tiene espacio, por eso para desvelarse necesita de la materia y se hace presente por medio del cuerpo; en el se proyecta, se manifiesta.
La corporeidad es expresión de interioridad. El cuerpo de un hombre lo vemos siempre como cuerpo humano, con una forma espacial cargada de referencias a una intimidad. En el cuerpo humano, el aspecto exterior no es un límite donde termina nuestra percepción, sino que lleva mas allá, hacia algo que manifiesta. Lleva en si mismo la vitalidad interior: el alma.
La corporeidad nos presenta el cuerpo y el alma en una unidad indisoluble. Cuerpo y alma forman una peculiar estructura: el hombre. La definición de hombre como cuerpo y alma, no es bien aceptada por los filósofos contemporáneos; hoy se prefiere hablar de corporeidad, o cuerpo-sujeto o de espíritu-encarnado.
El cuerpo humano, por ser cuerpo, está compuesto de materia y forma; pero, lo que hace este cuerpo específicamente humano es la íntima unión con su forma humana: el alma espiritual.
La expresión cuerpo humano contiene ya la composición de materia y forma espiritual; no podemos hablar del cuerpo humano considerándolo solo cuerpo, porque en cuanto cuerpo humano, se define siempre informado por un alma espiritual.
2.             El espíritu encarnado
Por medio de la corporeidad, el hombre se nos presenta como espíritu encarnado, no un espíritu que mora en un cuerpo, sino “un espíritu cuya naturaleza tiene como trazo distintivo la corporeidad, es decir, la exigencia de un conjunto material que forma con el un único ser y gracias al cual se inserta en el cosmos” (J. de Finance).
a)             El cuerpo revela la persona
El cuerpo forma parte de mi identidad personal; pero no es solo un modo de relacionarme con el mundo, sino la condición indispensable para poder habitar y vivir mi propia vida en el mundo. No hay otro modo de conocer mi cuerpo que el de vivirlo. Así que el cuerpo humano participa plenamente en la realización del yo espiritual y consciente (VS 48). La corporeidad representa el modo especifico de existir del espíritu humano: el cuerpo revela al hombre y manifiesta a la persona. El hombre es un sujeto no solo por su autoconciencia y autodeterminación, sino también por su mismo cuerpo. La estructura de la corporeidad le permite ser el autor de una actividad específicamente humana. En esta actividad el cuerpo manifiesta a la persona y se presenta a si mismo, en toda su materialidad como cuerpo humano. El cuerpo caracteriza al individuo, y cada uno es reconocido en este mundo como individuo porque posee un cuerpo. El espíritu humano es el yo espiritual único e irrepetible de cada persona precisamente porque es un espíritu encarnado. Nuestra exterioridad es la exterioridad de este mismo espíritu encarnado. La unidad entre espíritu y cuerpo es tal que no existen actos humanos que puedan realizarse independientemente solo en el cuerpo o solo en el espíritu. El cuerpo es la realización del yo espiritual, su campo expresivo, su presencia y su lenguaje.
b)            ¿Tengo un cuerpo o soy mi cuerpo?
La antropología contemporánea ha considerado insuficiente el verbo tener para expresar la corporeidad, y ha criticado fuertemente la expresión “tener un cuerpo”. La naturaleza de mi cuerpo es tan intima a mí, y las relaciones entre el sujeto y su cuerpo son tan intrínsecas, que las expresiones “tener un cuerpo”, “yo tengo un cuerpo”, “mi cuerpo es mío” no son admisibles porque suponen una relación de exterioridad. Pietro Prini en “El cuerpo que somos”, dice: “Las cosas se hacen menos claras cuando nos damos cuenta de que nuestro cuerpo somos nosotros mismos, antes que encontramos delante de él como delante de una cosa por poseer, por vestir, por explotar”. Luijpen critica el hecho de considerar el cuerpo como un objeto que se posee: “mi cuerpo no es un objeto que poseo, mi cuerpo no es algo externo a mí. No puedo disponer de mi cuerpo, ni cederlo…Todo esto se deduce del hecho de que mi cuerpo no es un cuerpo, sino mi cuerpo”. Marcel tiene una posición diferente, la expresión “tener un cuerpo” no identifica totalmente el sujeto con el cuerpo: “De este cuerpo no puedo decir ni que es yo, ni que no es yo, ni que es para mí”. La misma posición es adoptada por Karol Wojtyla: el hecho que el cuerpo le pertenezca a la persona no quiere decir que se identifica con ella.
Estas diversas posiciones nos hacen ver que la coincidencia del sujeto con su cuerpo no es total ni definitiva. En el lenguaje común, se prefiere la expresión “yo tengo un cuerpo” a “yo soy un cuerpo”. Las dos expresiones implican una cierta dualidad y una falta de coincidencia total entre el yo y la propia corporeidad. El hombre es una realidad sustancial unitaria, pero dual; por tanto mi cuerpo, siendo yo mismo, no se identifica totalmente conmigo.
A la pregunta ¿tengo un cuerpo o soy mi cuerpo? hay que responder afirmando la unidad del sujeto personal en la dualidad de cuerpo y espíritu, en la cual, el cuerpo humano no es extrínseco al espíritu del hombre, ni el espíritu humano extrínseco a la corporeidad humana. Yo tengo un cuerpo y soy mi cuerpo, pero yo no tengo un cuerpo como si este fuese un objeto externo a mi, y tampoco, yo soy mi cuerpo en una identidad tal que no me permitiera la posibilidad de distinguirme de el. Se puede decir que mi cuerpo es mi modo de ser, del mismo modo como lo es mi espíritu; por otra parte no tengo otro modo de ser sino este. (San Agustín). Aquí se evidencia toda la importancia de la unidad sustancial del hombre.

3.             El valor moral del cuerpo humano

a)             La corporeidad no es extrínseca a la moral
El hombre es al mismo tiempo cuerpo y espíritu. Todos sus actos poseen un aspecto corporal y uno espiritual. El hombre es sujeto moral porque, en cuento persona, es su voluntad libre la que toma las decisiones que comprometan su vida moral; es su libertad la que lo constituye ser moral.
La naturaleza humana lleva bajo su aspecto corpóreo, la marca del espíritu y expresa la dignidad del sujeto. La expresión “mi cuerpo es mío” esconde bajo una aparente tautología, un sentido equivoco. El verbo ser tiene un doble sentido. “Mi cuerpo es mío” puede significar que este cuerpo es algo de mi ser, que “es yo mismo”, que “yo tengo un cuerpo”. Pero también puede significar que este cuerpo es mío, que “yo lo poseo”, que “esta a mi disposición”, que puedo usar de el a mi agrado, que se encuentra en relación a mi, a mi libertad, en la condición de un instrumento, de un objeto. Estos son dos aspectos muy diferentes, es más son opuestos. Justamente porque “mi cuerpo es yo mismo” no puede sencillamente “ser de mi”. En mi naturaleza espiritual y corpórea, el espíritu no descubre solo un objeto suyo: se descubre a si mismo, ya que tal naturaleza es la de un sujeto espiritual, y mi mismo espíritu forma parte de el y le comunica la misma dignidad. Lo que impide al sujeto disponer del propio cuerpo a su placer, es precisamente su unidad sustancial. (Familiaris consortio 92; VS 50)
“Mi cuerpo” no es “de mi”, porque radicalmente yo no soy de mi, porque mi libertad no es una libertad pura y absoluta, sino una libertad participada. Mi subjetividad no es solamente espiritual, intencional e ideal, sino encarnada en una corporeidad, y por tanto, esta entra a formar parte integrante de los deberes éticos. La libertad hacia nosotros mismos, hacia nuestro cuerpo, y hacia el cuerpo de los otros, encuentra sus limites ya inscritos no simplemente en las exigencias de la situación, sino también en una exigencia basada en nuestro ser, en cuanto espíritu-encarnado.
b)           Valor moral del cuerpo y valores humanos
La vida corporal participa en la dignidad de la persona, en sus decisiones, en sus luchas y en su intangibilidad. Toda amenaza a la vida corporal es para el hombre contemporáneo una amenaza a la persona.
El valor moral del cuerpo humano, desde el punto de vista filosófico, deriva fundamentalmente del hecho de que el hombre es un espíritu encarnado y, por tanto, la actividad moral también depende, en su objeto y contenido, del estado de la corporeidad (VS 50). La moralidad reside esencialmente en el espíritu, pero el espíritu humano es encarnado y forma un solo y único ser sustancial, de tal modo que la corporeidad es el campo expresivo del espíritu. Las condiciones del cuerpo ejercen gran influencia en el conocimiento intelectivo y en el actuar libremente. Los defectos del cuerpo, innatos o adquiridos, el estado psíquico, la salud o la enfermedad ejercen gran influencia en el desarrollo de los deberes morales. La visión del hombre como espíritu encarnado conduce al fundamento filosófico de los valores humanos relacionados con la corporeidad, y ala convicción de que los aspectos morales implicados no provienen de una realidad extrínseca a él.
1.-  Salud y enfermedad. Del justo valor de la corporeidad y su relación con el espíritu, derivan las obligaciones morales, que en el ámbito filosófico, conducen al respeto y atención del cuerpo. Se tiene que estimar y apreciar la corporeidad como parte integrante de la unidad del hombre y participe de la dignidad personal, evitar los daños o los peligros injustificados, proteger la propia salud psíquica y física, evitar mutilaciones y torturas. A este respecto hay que referirse al trasplante de órganos. El trasplante es la sustitución de un órgano o una parte de él, para que cumpla las funciones que poseía en el cuerpo. Para que sea licito y respetuoso de la dignidad del sujeto corpóreo, se deben dar algunas condiciones: a) defensa de la vida del donador y el destinatario, b) defensa de la identidad personal del destinatario y sus descendientes, c) consentimiento informado, d) comprobación de la efectiva muerte del cadáver del que se extraen.
Una razonamiento similar vale para los casos de enfermedad grave o en estado terminal. Es necesario admitir que el cuerpo enfermo tiene igual valor moral que el sano; hay que reconocer la dignidad del moribundo y evitar cualquier forma de encarnizamiento terapéutico o de eutanasia (acción u omisión que por su naturaleza, o en las intenciones, produce la muerte, con el objetivo de eliminar todo dolor). En el tratamiento de la enfermedad se tiene que hacer un empleo proporcionado de los medios terapéuticos y analgésicos, sin ceder a la mentalidad utilitarista y a una concepción de la vida que es solo bienestar y rechazo total del sufrimiento. El valor del cuerpo no depende del estado físico, sino del hecho de ser un cuerpo humano, en el que está presente el espíritu. La salud y el vigor físicos son valores corporales, pero no hay que absolutizarlo reduciendo el cuerpo humano solo a la materialidad.
El cuerpo enfermo o portador de minusvalías goza del mismo valor, dignidad y derechos del cuerpo sano. La salud, la alimentación, el descanso, etc., tiene que armonizarse con las exigencias del espíritu. La belleza y la perfección del hombre no se encuentran en los acabados de las líneas corporales, sino en la espiritualización del cuerpo y en la corporeización del espíritu. El cuerpo no tiene que independizarse nunca del espíritu; la belleza corporal no se puede alcanzar nunca en detrimento y a costa de la belleza espiritual; faltando esta, no se puede conseguir más que una simple apariencia exterior. La calidad de la vida no está en su estado físico, sino en el hecho de ser vida humana. Esta disciplina de los impulsos naturales estimula la vida del espíritu, el sano vigor corporal, y es necesaria para la perfección armónica del hombre.
2.- Alimentación, vestido, vivienda, deporte. En relación con el cuerpo se halla la alimentación adecuada, pero también moderada al justo restablecimiento de las fuerzas corporales. El vestido que protege física y moralmente el cuerpo, y cuyo adorno es una manifestación estética del espíritu. Hoy en día por intereses comerciales y de modas, el vestido puede hacer depender el valor y la dignidad del cuerpo humano del interés económico. El cuerpo humano no es un objeto mas entre los objetos que nos rodean, y no puede ser usado como un producto comercial. La prostitución y la publicidad que reducen el cuerpo humano a un objeto de deseo sexual con el objetivo de vender un producto, son inmorales no por razón de una norma religiosa externa, sino porque intrínsecamente contradicen la naturaleza misma de la corporeidad humana, privándola de la subjetividad, reduciéndola a un objeto mas y sometiéndola al poder del dinero. En el valor y en el respeto del cuerpo se basa también la castidad como valor humano; en el plano humano, la impureza y los desordenes sexuales son desórdenes morales porque contradicen la naturaleza y el orden intrínseco de la corporeidad.
       Relacionados con el respeto del cuerpo están también la vivienda, el sueño, el descanso y el deporte, que sirven para restablecer las fuerzas y alcanzar un desarrollo armónico, siempre que se ejerciten de forma equilibrada y por el bien del mismo cuerpo, sin hacer de ellos valores absolutos que promuevan el culto idolátrico del cuerpo, de la perfección física o del éxito deportivo, y sin poner en peligro la salud y mucho menos la vida. De esto deriva el juicio severo que merecen ciertos deportes pues ponen en peligro grave la salud y la vida corporal del hombre. La violación y la deformación de la conducta lúdica es patente en ciertos sectores de la sociedad contemporánea.

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