lunes, 28 de julio de 2014

ESPIRITUALIDAD DEL MATRIMONIO

La fidelidad conyugal
Sólo la muerte puede desatar el vínculo que los une. Los esposos prometen solemnemente ante Dios, su cónyuge y la sociedad, que se amarán uno a otro hasta que la muerte los separe, con una donación total y sin reservas de sí mismos. “En Cristo, Dios asume esta exigencia humana, la confirma, la purifica y la eleva conduciéndola a la perfección con el sacramento del matrimonio” (FC 19).
Esta fidelidad conyugal es la primera forma de la castidad conyugal. La fidelidad conyugal refleja la fidelidad de Cristo a la Iglesia. Todo atentado a esta fidelidad es percibido desde la fe como una falta contra este misterio de alianza. La dimensión sacramental del matrimonio, el compromiso de Dios, es lo que funda la indisolubilidad del matrimonio.
La fidelidad está henchida de generosidad porque requiere que los dos limiten las exigencias del deseo, superen los malos entendidos y conflictos y se pongan al servicio de la vida, espiritualizando lo carnal y encarnando lo espiritual, así como siendo modelo para sus hijos. La fidelidad esta inscrita en el amor. La fidelidad matrimonial es una participación en la fidelidad de Dios, y esta fidelidad se manifiesta en el sacramento del matrimonio por la indisolubilidad.

La castidad conyugal

La virtud cristiana de la castidad conyugal regula la actuación de la sexualidad humana dentro del matrimonio según la recta razón iluminada por la fe. Tratara de unir las inclinaciones de la carne con las del espíritu a fin de integrarlas y ponerlas al servicio del amor. Todo empleo no amoroso de la dimensión sexual humana supone una degradación de lo que debe ser expresión personal de amor.

El placer sexual
La virtud de la castidad deberá servirse del dinamismo de nuestras tendencias carnales, evitando una represión que lleva al no cumplimiento de los deberes matrimoniales y exigiendo por otro lado una justa moderación en las relaciones conyugales. De este modo los actos con los que los esposos se unen entre sí intima y castamente, son honestos y dignos, y, ejecutados de un modo verdaderamente humano, significan y fomentan la entrega mutua por la cual con ánimo alegre y satisfecho mutuamente se complementan. Junto a la intención procreadora, existe también la experiencia gratificante del placer sexual y la intención de la intima comunión de dos personas, superando una concepción meramente biológica de la sexualidad y colocando la sexualidad humana al nivel de la persona, de la totalidad del ser.

Dimensión unitiva y procreadora
Toda relación sexual debe tener a la vista la paternidad. El hijo es el fruto en que una pareja se une en una común tarea creadora y educativa. El hijo como fruto del amor mutuo constituye la realización y plenitud del amor compartido de los cónyuges.

El dominio de la sexualidad

Los matrimonios deben capacitarse en el dominio de la sexualidad desde el inicio de la vida conyugal. El intento único de la satisfacción personal para los dos, en que cada uno se convierte en objeto de placer del otro, evitando además el riesgo de procreación, envilece el amor. La castidad conyugal liga entre sí con lazo indisoluble, las legítimas expresiones del amor conyugal con el servicio a Dios en la misión de trasmitir la vida que proviene de él. No es la abstención de toda ternura matrimonial y de la entrega total, sino la mutua entrega completa y rebosante de cariño, lo que constituye el verdadero núcleo y eje de la pureza matrimonial. La relación conyugal es expresión de amor en el respeto al otro; y esta relación no es acto de amor si no esta abierta a la fecundidad, la misma que no se reduce solo a la procreación sino se amplia a todos los frutos de la vida moral, espiritual y sobrenatural.

El acto sexual, expresión de amor y de servicio a la vida
El acto sexual debe considerarse como auténtica expresión de amor (sentido unitivo), y se puede afirmar que todo acto conyugal correctamente realizado supone una renovación de la alianza matrimonial. La castidad conyugal exige también que la intimidad sexual sirva a la vida, es decir que este al servicio de la procreación.
El servicio de esta doble función unitiva y procreadora del acto conyugal puede exigir en ocasiones una sexualidad contenida o no actuada, por ejemplo en caso de gestación avanzada, puerperio, enfermedad, separación física. Esta sexualidad contenida gracias a la virtud de la castidad, debe expresar y promover el amor conyugal, amor que sabe de sacrificio, de dominio, de respeto, de delicadeza, de espera, de fidelidad. La castidad regula también la sexualidad actuada, promoviéndola en su significado más profundo. La castidad conyugal bien entendida ayuda a superar un cierto puritanismo por lo que al ejercicio de la sexualidad en la intimidad conyugal se refiere.

Espiritualidad matrimonial

La familia es la más íntima y profunda sociedad natural fundada sobre el amor. El recto amor entre los esposos y entre padres e hijos es la mas perfecta imagen del amor trinitario.  El amor conyugal tiende a la donación total, exclusiva y perenne de si mismo al otro cónyuge, y se traduce en el consentimiento personal irrevocable con el que se establece la intima comunidad de vida y amor propia del matrimonio. Cada día ha de renovarse la libre y responsable entrega amorosa. La gran fuerza moral del amor reside en el deseo de felicidad y de verdadero bien para la otra persona. La familia es una  comunidad de relaciones interpersonales intensas, entre esposos, padres e hijos, entre generaciones.
En la familia el hombre se hace verdaderamente a si mismo a imagen y semejanza de Cristo cuando comprende que su dignidad está en entregarse con amor a su esposa. La esposa y madre se hace una persona cristiana perfecta en el don confiado de si misma al esposo y en su entrega a los hijos.  Cuanto más se amen entre si los miembros de una familia, tanto mas encontrarán su verdadero yo, una fuerza y capacidad semejante a la de Dios de dar el amor y sentirlo con alegría. Una familia cristiana no es una familia libre de conflictos sino una familia que tiene capacidad de resolverlos.

La familia, Iglesia doméstica

Los esposos tienen entre si un deber mutuo de santificación y de reciproca asistencia espiritual. Cada uno debe procurar la santificación y salvación del otro y de los hijos.  La profesión de fe ha de ser continuada en la vida de los esposos y de la familia. La vida familiar debe suponer la oración en común. La familia cristiana es el primer ámbito para la educación en la oración. Fundada en el sacramento del matrimonio, es la Iglesia doméstica donde los hijos de Dios aprenden a orar en Iglesia y perseverar en la oración.
El influjo educacional de la familia es decisivo. Los esposos deben amar juntos a Cristo, porque así se amarán cada vez más. La obra procreadora y educadora de los padres cristianos asume una aspecto decididamente eclesial: se pone al servicio del crecimiento cuantitativo y cualitativo, del pueblo de Dios, siendo su tarea educativa un auténtico y verdadero ministerio.
La familia debe ser una Iglesia doméstica en la que se vive conjuntamente la fe y se forma una comunidad evangelizadora. Es la comunidad de fe, esperanza y caridad y posee en la Iglesia una importancia singular. Nuestras  familias y todos nosotros, en colaboración con toda la humanidad, estamos llamados a construir un mundo más humano según los planes de Dios.

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