miércoles, 30 de julio de 2014

LA MORAL SOCIAL

Hasta épocas recientes se detectaba el “bien” y el “mal” en las actuaciones personales y de los individuos singulares. Hoy se descubre el bien moral y el mal moral tanto en las actuaciones sociales de los individuos como en las  instituciones públicas y ciudadanas.

Ese cambio de lo personal a lo social y de lo individual a
lo público es lo que caracteriza la diferencia que existe entre la ética personal y la moral social.

Deben quedar claros tres presupuestos:
1.- Que el “mal social” no suprime, ni disminuye el “mal personal” del individuo: la ética social no elimina la moral de cada hombre.
2.- Que el mal ético no es solo patrimonio individual del hombre, sino también de la sociedad: como el hombre, también la sociedad puede ser buena, mediocre o corrompida.
3.- Que los juicios éticos sobre las personas publicas y sobre las instituciones sociales deben ser justos. No se puede calumniar a las personas individuales ni  las entidades públicas. Es conveniente cuidar los juicios que critican la vida social.

Dos sentidos de la palabra “social”

Lo “social” tiene una doble dimensión: antropológica y politica. La sociabilidad tiene origen en el ser mismo del hombre: la persona no es una naturaleza cerrada sobre si misma, sino abierta a los demás. Aquí se sitúa la “alteridad” como elemento constitutivo del hombre. Esta concepción antropológica de lo “social” supera el personalismo liberal y el colectivismo totalitarista.

Existe también lo “social” en sentido político o estructural, como expresión de la convivencia humana, de los grupos sociales y de las distintas unidades en que se organiza la vida de los hombres.

Estos dos aspectos se implican mutuamente. La dimensión social como reverso del ser del hombre, es lo que da origen a las múltiples relaciones y crea instituciones que configuran la vida social.

Pero cada hombre no se encuentra como unidad independiente frente a ese mundo social. Todos vivimos en una época concreta y nos encontramos en una situación más o menos estable, desarrollamos nuestra existencia y desplegamos nuestra actividad en circunstancias determinadas de la historia. Nadie puede independizarse del tiempo en que vive, del lugar que habita, de las costumbres vigentes y de tantos condicionantes que influyen en todos los aspectos de la vida.

La temporalidad y la mundanidad son producto de dos fuentes: por una parte se originan en el ser mismo del hombre; por otra son realidades con las cuales se encuentra cada uno, de modo que superan sus propias iniciativas personales.
En ese entramado social, personal y estructural, se desarrolla la vida moral del individuo.

Persona y sociedad son portadoras de valores morales

En algún momento la Ética se caracterizo por un individualismo exagerado. Se decía que solo el individuo era el responsable de todo el mal social; que su falta de eticidad era la causa de los desvíos morales de toda la sociedad.

Es verdad que el sujeto de los valores morales es solo el individuo, pero la historia, la familia, el ambiente, la sociedad influyen notablemente en la vida moral de las personas. No existe un “pecado colectivo”, ni una “conciencia colectiva”, sino un “pecado individual”, así como una conciencia personal. Sin embargo, no todo “bien” ni todo “mal” nace y es ocasionado por el individuo, sino que puede ser facilitado, provocado y orquestado por la sociedad.

Persona y sociedad son sujetos portadores y causadores de valores morales, tanto positivos como negativos. En ciertos ambientes y en determinadas épocas históricas resulta mas fácil vivir la veracidad, practicar la amistad, cumplir la justicia, ejercer la fortaleza o guardar la castidad. Contrariamente existen periodos históricos o ámbitos geográficos en los que se facilita el vicio y es más difícil sustraerse a las influencias del mal.

La historia confirma que una sociedad o una época histórica éticamente sana permite una vida moral individual más alta, mientras que una sociedad corrompida es el caldo de cultivo de vicios y defectos humanos.

El peligro esta en diluir la responsabilidad personal en el anonimato de la irresponsabilidad colectiva. Son igualmente una amenaza para la responsabilidad personal aquellas situaciones en las que la inmoralidad social es tan densa que se hace difícil una conducta éticamente recta del individuo. Ciertos ambientes dificultan seriamente los valores éticos.

Cuando los hombres de mayor sensibilidad ética (los sabios y los santos) levantan su voz contra las inmoralidades publicas, lo hacen porque son conscientes de hasta que punto la sociedad condiciona la vida moral de los ciudadanos.

Las circunstancias sociales juegan un papel importante, para bien o para mal, en aquellos que aun no poseen una personalidad madura, como los jóvenes, y quienes carecen de una actitud crítica, como es el caso de las personas con falta de cultura. Son los sectores más indefensos ante la inmoralidad social.

Los corruptores de la moralidad orientan los medios de propaganda acalla esos dos sectores de la sociedad, pues son los mas vulnerables.

Influencia de la ética individual en la moral comunitaria

Dado que la instancia última del mal y del bien moral es la responsabilidad de cada individuo, se ha de valorar la influencia social que encierra toda conducta privada.

Moralidad privada y moralidad publica se implican mutuamente, pero finalmente es la moralidad o inmoralidad personal la que decide las condiciones éticas de la vida social. En la interacción entre persona y sociedad, es la persona la que tiene la iniciativa. Es el hombre el protagonista y el factor de la historia.

Cada individuo ha de tener en cuenta que casi todos sus actos repercuten en la vida social. Toda la actividad del hombre trasciende a la sociedad. Por tanto, la persona no solo debe atender a la dimensión personal de sus actos, sino a su repercusión en la vida social y comunitaria.

Con frecuencia la gravedad de algunos actos se mide por sus repercusiones sociales, sobre todo aquellos que lesionan gravemente los derechos ajenos. La moralidad de un acto en si leve, puede aumentar y convertirse en grave a causa de los efectos sociales que ocasione.

Lo mismo cabe afirmar de los actos éticamente rectos. Las conductas morales dejan sentir su influencia en los distintos ambientes de la vida social. La historia atestigua de que algunos de estos hombres moralmente ejemplares, bien sea de modo individual o por influencia del grupo, han sido un freno para el deterioro moral de la sociedad y en otras ocasiones han sido una valiosa ayuda para mantener los verdaderos valores.

Obligación de procurar un ambiente social éticamente sano

El hombre no solo tiene obligación de llevar una vida moral, sino de procurar una ética social. Dado el carácter social del hombre, es evidente su compromiso para alcanzar unas condiciones sociales éticamente justas.

El bien y el mal social pertenecen al ámbito de la Ética. Una persona practica la moral cuando lleva una vida moralmente coherente y cuando lucha contra la inmoralidad social. O es suficiente en ocasiones predicar y practicar una ética individual, sino que se impone un esfuerzo por desarraigar los vicios sociales o por desarrollar los valores que engrandecen la vida comunitaria.

Con frecuencia las diferentes instituciones dificultan el ejercicio moral de los individuos. El mundo de la política, de la economía, de las artes o del pensamiento, etc. Es fácil que se sitúen al margen de los principios morales.

Otras veces son las clases sociales las que arrastran deficiencias éticas. Se critican los vicios de la clase burguesa pero también se condenan los defectos de la clase proletaria. Las “morales clasistas” suelen elevar a categoría de bien moral los defectos de la propia clase.

Sin embargo, no basta la protesta contra los defectos y vicios de las estructuras, sino se acompaña del esfuerzo contra los propios defectos personales. A la reforma de la moral pública debe ir unido el esmero por vivir las exigencias éticas individuales en todos los campos. Cuando no sucede así, hay que dudar de la autenticidad de esas voces que postulan una reforma social. Son frecuentemente venganzas de psicologías resentidas y no deseos auténticos de reforma moral.

Con frecuencia la destrucción de una institución injusta por medios de falsa contestación no acaba en verdaderas transformaciones de la sociedad, sino, que da origen a otras nuevas situaciones también injustas, con las consiguientes aberraciones morales. La caída de todo un sistema no siempre fue el inicio de una nueva época de apoyo a aquellos valores morales que no eran respetados en el sistema anterior.
Esta ha sido la historia de Grecia, Roma, y de muchos Estados antiguos y modernos y de numerosos cambios políticos habidos en distintas naciones de nuestro tiempo.

La conquista de los valores morales postula una actitud personal de exigencia, junto con el compromiso social de esforzarse con el fin de que en la sociedad imperen las condiciones que hagan posible una vida ética digna de la persona.

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