lunes, 28 de julio de 2014

EL AMOR A LA VERDAD Y LA TOLERANCIA

El camino para la convivencia es la búsqueda y el amor a la verdad. Jesús afirmo: “La verdad los hará libres”.

Es importante convivir en el respeto mutuo, descubrir la importancia del dialogo, de aceptar las convicciones políticas y religiosas de los demás, de ser tolerantes en las ideas y en las formas de entender la vida, pero sobre todo de amar apasionadamente la verdad.

No es fácil ni posible la convivencia ni la tolerancia en el error. Lo primero será la búsqueda de la verdad y en torno a ella se puede convivir.

Verdad y objetividad

La verdad es la conformidad de la razón con la realidad. La verdad se asienta sobre dos presupuestos: la “razón” como distintivo del hombre, y la “realidad” que esta ahí, como un reto a la razón, para que sea aceptada y comprendida por el hombre.

El conocimiento de la realidad es ser “realista” y “objetivo”, que equivale a reafirmarse en que el hombre es un ser racional.

Santo Tomas de Aquino afirmo que la persona humana es “la razón perfeccionada por el conocimiento de la verdad”. El hombre no es solo un animal racional, sino que conoce realmente.

Decir “inteligencia” es afirmar una apertura “hacia lo real”, es una ventana abierta “a la realidad”. Y la verdad resulta de este encuentro entre la razón y la realidad; es la realidad entendida por la razón y expresada por el lenguaje. Real es lo que esta al alcance de la mano, lo que percibe el niño y el adulto.

La razón perfeccionada por la verdad es el espíritu del hombre enriquecido por el descubrimiento de la realidad. La riqueza del hombre equivale a ser buscador y amante de la verdad.

Pero la realidad es tan rica que “es más de lo que es”, es más valiosa de lo que percibimos. Por eso es susceptible de admitir diversas interpretaciones, que expresan su misma riqueza. Aquí surgen los “untos de vista distintos” los “enfoques diversos” y las “opiniones fundadas” acerca de una misma realidad.

Esa parcialidad del conocimiento humano a base de un simple observador es aun más destacada cuando se trata de conocer no un objeto externo, sino el mundo de los valores. Es evidente que siempre habrá realidades que enfocadas desde ópticas diversas, serán valores “buenos” y "malos”, “valores positivos” y “valores negativos”.

En el primer caso se trata de la “verdad” y del “error”. Aquí no es posible apelar al pluralismo ideológico, ni a los diversos puntos de vista.

En el segundo caso, cuando la realidad es tan rica que se resiste a ser interpretada desde un solo perfil, podemos encontrarnos ante una serie de opiniones todas reales, que sumadas nos dan una visión completa de la realidad. Aquí nace la invitación al dialogo enriquecedor con el fin de que la suma de las diversas interpretaciones nos acerque al conocimiento exhaustivo y real. Así se cierra el paso al dogmatismo de la posesión en exclusiva de la verdad o al totalitarismo de una opinión, aunque sea objetiva y muy razonable.

La vida ética, en especial la ética social, pasa por el amor y el respeto a la verdad. Sócrates aconsejaba a la juventud ateniense que “buscasen y amasen la verdad y no las opiniones brillantes”. El “bien” y el “mal” se asientan en la “verdad” y en el “error”, no en las simples opiniones.

Veracidad

El amor a la verdad conduce a su búsqueda, y una vez encontrada y formulada, debe manifestarse. La veracidad es declarar la verdad: “veraz es el que dice la verdad”.

El error significa la carencia de la verdad; quien esta en el error o lo defiende, esta equivocado: no hay correlación entre entendimiento y objeto. Quien expone y defiende la mentira, connota un estado de malicia, dado que dice y propone aquello que le consta que no es verdad. La mentira supone una ruptura entre lo que se piensa y lo que se dice. El mentiroso conoce la verdad, pero la falsea o la manipula.

El deber de ser veraz es doble. Es primeramente una exigencia para con uno mismo; quien miente es infiel a su propio ser. Pero es además un quebrantamiento de una de las primeras leyes de la convivencia. El hombre se comunica por medio del lenguaje, y la mentira afecta profundamente a las relaciones humanas. La existencia verdaderamente humana y fraterna se haría imposible si su comunicación con los demás se base sobre el equivoco, el engaño o la mentira.

La veracidad pone en juego la honradez interior de la persona: el hombre de bien dice siempre la verdad. Pero la veracidad destaca a su vez la importancia del lenguaje. La palabra es uno de los grandes don es del ser humano, y cunado se adultera es vehiculo de no pocos males para la convivencia social.

Manipulación de la verdad: la propaganda

En si misma la propaganda es algo moralmente indiferente. No tiene que ser mala, sino que puede ser el vehiculo de la trasmisión de la verdad. El bien y la verdad deben ser conocidos y por ello es necesario propagarlos.

La moralidad de la propaganda depende de su objeto, esto es de lo que se propague. Asimismo la eticidad viene dada por los medios y métodos que se empleen.

No es lícito propagar el mal. Una sociedad éticamente sana protege a sus ciudadanos del contagio del mal, al menos no se lo facilita, porque sabe que el error y el mal envilecen al hombre.

La inmoralidad de la propaganda puede derivar de los medios y métodos que se empleen. Cuando se recurre al equivoco o se deforma la verdad, o cuando se propaga aquello que no favorece el bien común, estamos frente a una vulneración de la libertad de los ciudadanos.

En los estados totalitarios la libertad de expresión se monopoliza por cauces fijos y únicos. En estos casos la verdad y el bien es la del grupo que domina y los únicos valores son los del estado. Los estados o ideologías totalitarios han dado siempre un lugar destacado a la propaganda.

La manipulación de los valores morales se da también cuando se ensalzan excesivamente los valores materiales. También se manipulan cuando se alaban los contravalores; tal es el caso de los medios de comunicación que convierten en noticia la calumnia, la infidelidad, etc.

La conducta ética es el mejor pedagogo contra la manipulación.

La tolerancia

Tolerancia es el respeto de las ideas ajenas que aunque no sean correctas, no son dañinas para la convivencia social.

El principio de tolerancia es una ayuda para el orden social y facilita la intercomunicación entre los individuos. La tolerancia no debe ser solo teórica sino practica, es decir que facilite la convivencia.

Frente a la tolerancia se sitúa la intolerancia. El mantenerse intolerante puede obedecer a principios  muy justos en defensa de la verdad y de la justicia. Pero son mas frecuentes las actitudes intolerantes del fanatico o del dictador. El orgullo de grupo o partido ha creado frecuentes casos de intolerancia ideológica, política y religiosa.

Algunas deportaciones políticas y frecuentes persecuciones religiosas han sido ocasionadas por personas o grupos intolerantes.

La intolerancia de grupo es más peligrosa que la personal, debido a su mayor fuerza. El monopolio del poder de un grupo o partido político es el camino mas frecuente de la intolerancia política, a la cual acompaña normalmente la intolerancia ideológica y religiosa.

Intolerante, según Yurre, es aquel que partiendo de la verdad y bondad del propio yo o del propio grupo, considera a los demás como malos y en error y, en consecuencia, exige la supresión de la libertad. La intolerancia es una actitud que puede fácilmente conducir  la destrucción de la justicia y de la caridad.

La única tolerancia legítima es la que nace del amor a la verdad y al bien moral, cuando ambos bienes se ven amenazados en la vida social. Es el bien de la sociedad el que mide la licitud de la tolerancia. Cuando se hace imposible una convivencia verdaderamente humana, el principio de tolerancia no debe invocarse.

La tolerancia significa la aceptación del individuo como ser racional, dotado de conciencia y libertad, por lo que debe ser respetado en sus íntimas convicciones.

La única intolerancia permitida es la de la verdad. En este caso esta actitud no puede llamarse intolerancia sino profesión de la verdad. Tal profesión se volvería intolerante tan solo en el caso de que tratase de imponerse violentamente o por la fuerza.


La doctrina sobre la tolerancia se recoge en el articulo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual o colectivamente, tanto en publico como en privado, por la enseñanza, al practica, el culto y la observancia”.

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