El camino para la
convivencia es la búsqueda y el amor a la verdad. Jesús afirmo: “La verdad los hará
libres”.
Es importante
convivir en el respeto mutuo, descubrir la importancia del dialogo, de aceptar
las convicciones políticas y religiosas de los demás, de ser tolerantes en las
ideas y en las formas de entender la vida, pero sobre todo de amar
apasionadamente la verdad.
No es fácil ni
posible la convivencia ni la tolerancia en el error. Lo primero será la búsqueda
de la verdad y en torno a ella se puede convivir.
Verdad y objetividad
La verdad es la
conformidad de la razón con la realidad. La verdad se asienta sobre dos
presupuestos: la “razón” como distintivo del hombre, y la “realidad” que esta
ahí, como un reto a la razón, para que sea aceptada y comprendida por el
hombre.
El conocimiento de
la realidad es ser “realista” y “objetivo”, que equivale a reafirmarse en que
el hombre es un ser racional.
Santo Tomas de
Aquino afirmo que la persona humana es “la razón perfeccionada por el
conocimiento de la verdad”. El hombre no es solo un animal racional, sino que
conoce realmente.
Decir
“inteligencia” es afirmar una apertura “hacia lo real”, es una ventana abierta
“a la realidad”. Y la verdad resulta de este encuentro entre la razón y la
realidad; es la realidad entendida por la razón y expresada por el lenguaje. Real
es lo que esta al alcance de la mano, lo que percibe el niño y el adulto.
La razón
perfeccionada por la verdad es el espíritu del hombre enriquecido por el
descubrimiento de la realidad. La riqueza del hombre equivale a ser buscador y
amante de la verdad.
Pero la realidad es
tan rica que “es más de lo que es”, es más valiosa de lo que percibimos. Por
eso es susceptible de admitir diversas interpretaciones, que expresan su misma
riqueza. Aquí surgen los “untos de vista distintos” los “enfoques diversos” y
las “opiniones fundadas” acerca de una misma realidad.
Esa parcialidad del
conocimiento humano a base de un simple observador es aun más destacada cuando
se trata de conocer no un objeto externo, sino el mundo de los valores. Es
evidente que siempre habrá realidades que enfocadas desde ópticas diversas,
serán valores “buenos” y "malos”, “valores positivos” y “valores
negativos”.
En el primer caso
se trata de la “verdad” y del “error”. Aquí no es posible apelar al pluralismo ideológico,
ni a los diversos puntos de vista.
En el segundo caso,
cuando la realidad es tan rica que se resiste a ser interpretada desde un solo
perfil, podemos encontrarnos ante una serie de opiniones todas reales, que sumadas
nos dan una visión completa de la realidad. Aquí nace la invitación al dialogo
enriquecedor con el fin de que la suma de las diversas interpretaciones nos
acerque al conocimiento exhaustivo y real. Así se cierra el paso al dogmatismo
de la posesión en exclusiva de la verdad o al totalitarismo de una opinión,
aunque sea objetiva y muy razonable.
La vida ética, en
especial la ética social, pasa por el amor y el respeto a la verdad. Sócrates
aconsejaba a la juventud ateniense que “buscasen y amasen la verdad y no las
opiniones brillantes”. El “bien” y el “mal” se asientan en la “verdad” y en el
“error”, no en las simples opiniones.
Veracidad
El amor a la verdad
conduce a su búsqueda, y una vez encontrada y formulada, debe manifestarse. La
veracidad es declarar la verdad: “veraz es el que dice la verdad”.
El error significa
la carencia de la verdad; quien esta en el error o lo defiende, esta
equivocado: no hay correlación entre entendimiento y objeto. Quien expone y
defiende la mentira, connota un estado de malicia, dado que dice y propone
aquello que le consta que no es verdad. La mentira supone una ruptura entre lo
que se piensa y lo que se dice. El mentiroso conoce la verdad, pero la falsea o
la manipula.
El deber de ser veraz
es doble. Es primeramente una exigencia para con uno mismo; quien miente es
infiel a su propio ser. Pero es además un quebrantamiento de una de las
primeras leyes de la convivencia. El hombre se comunica por medio del lenguaje,
y la mentira afecta profundamente a las relaciones humanas. La existencia
verdaderamente humana y fraterna se haría imposible si su comunicación con los demás
se base sobre el equivoco, el engaño o la mentira.
La veracidad pone
en juego la honradez interior de la persona: el hombre de bien dice siempre la
verdad. Pero la veracidad destaca a su vez la importancia del lenguaje. La
palabra es uno de los grandes don es del ser humano, y cunado se adultera es
vehiculo de no pocos males para la convivencia social.
Manipulación de la verdad: la propaganda
En si misma la
propaganda es algo moralmente indiferente. No tiene que ser mala, sino que
puede ser el vehiculo de la trasmisión de la verdad. El bien y la verdad deben
ser conocidos y por ello es necesario propagarlos.
La moralidad de la
propaganda depende de su objeto, esto es de lo que se propague. Asimismo la
eticidad viene dada por los medios y métodos que se empleen.
No es lícito
propagar el mal. Una sociedad éticamente sana protege a sus ciudadanos del contagio
del mal, al menos no se lo facilita, porque sabe que el error y el mal
envilecen al hombre.
La inmoralidad de
la propaganda puede derivar de los medios y métodos que se empleen. Cuando se
recurre al equivoco o se deforma la verdad, o cuando se propaga aquello que no
favorece el bien común, estamos frente a una vulneración de la libertad de los
ciudadanos.
En los estados
totalitarios la libertad de expresión se monopoliza por cauces fijos y únicos.
En estos casos la verdad y el bien es la del grupo que domina y los únicos
valores son los del estado. Los estados o ideologías totalitarios han dado
siempre un lugar destacado a la propaganda.
La manipulación de
los valores morales se da también cuando se ensalzan excesivamente los valores
materiales. También se manipulan cuando se alaban los contravalores; tal es el
caso de los medios de comunicación que convierten en noticia la calumnia, la
infidelidad, etc.
La conducta ética
es el mejor pedagogo contra la manipulación.
La tolerancia
Tolerancia es el respeto
de las ideas ajenas que aunque no sean correctas, no son dañinas para la
convivencia social.
El principio de
tolerancia es una ayuda para el orden social y facilita la intercomunicación
entre los individuos. La tolerancia no debe ser solo teórica sino practica, es
decir que facilite la convivencia.
Frente a la
tolerancia se sitúa la intolerancia. El mantenerse intolerante puede obedecer a
principios muy justos en defensa de la
verdad y de la justicia. Pero son mas frecuentes las actitudes intolerantes del
fanatico o del dictador. El orgullo de grupo o partido ha creado frecuentes
casos de intolerancia ideológica, política y religiosa.
Algunas
deportaciones políticas y frecuentes persecuciones religiosas han sido
ocasionadas por personas o grupos intolerantes.
La intolerancia de
grupo es más peligrosa que la personal, debido a su mayor fuerza. El monopolio
del poder de un grupo o partido político es el camino mas frecuente de la
intolerancia política, a la cual acompaña normalmente la intolerancia
ideológica y religiosa.
Intolerante, según
Yurre, es aquel que partiendo de la verdad y bondad del propio yo o del propio
grupo, considera a los demás como malos y en error y, en consecuencia, exige la
supresión de la libertad. La intolerancia es una actitud que puede fácilmente
conducir la destrucción de la justicia y
de la caridad.
La única tolerancia
legítima es la que nace del amor a la verdad y al bien moral, cuando ambos
bienes se ven amenazados en la vida social. Es el bien de la sociedad el que mide
la licitud de la tolerancia. Cuando se hace imposible una convivencia verdaderamente
humana, el principio de tolerancia no debe invocarse.
La tolerancia
significa la aceptación del individuo como ser racional, dotado de conciencia y
libertad, por lo que debe ser respetado en sus íntimas convicciones.
La única
intolerancia permitida es la de la verdad. En este caso esta actitud no puede
llamarse intolerancia sino profesión de la verdad. Tal profesión se volvería
intolerante tan solo en el caso de que tratase de imponerse violentamente o por
la fuerza.
La doctrina sobre
la tolerancia se recoge en el articulo 18 de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos: “Toda persona tiene derecho a la libertad de
pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de
cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su
religión o su creencia, individual o colectivamente, tanto en publico como en
privado, por la enseñanza, al practica, el culto y la observancia”.
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