viernes, 22 de agosto de 2014

MORALIDAD DEL TRASPLANTE DE ÓRGANOS

Se pueden agrupar los diversos problemas que plantea el trasplante de órganos en tres grupos: el donante (muerto o vivo), el receptor y los costos sociales.

Donante muerto (cadáver)


Constituye un acto moral digno de elogio el donar uno mismo sus órganos, y aún todo su cuerpo, para que sirva a los vivos después de la propia muerte. Los problemas morales pueden surgir en relación a la determinación del momento de
la muerte del donante. Los órganos se hacen inservibles para trasplante si no se extraen luego de la muerte. Se ha convertido en una práctica médica de rutina conectar a quien acaba de morir un corazón y un pulmón artificiales, para mantener activa la circulación hasta que pueda hacerse la extracción de un órgano determinado. Se acepta como medida prudencial en los círculos médicos, que el equipo de cirujanos que va a practicar el trasplante sea diferente del grupo de médicos que atiende al paciente en su etapa final para evitar los conflictos que puede crear el propio interés. Sin embargo, pueden surgir conflictos ya que los dos equipos de médicos deben mantenerse en continua comunicación en torno al momento del trasplante programado. Sería lamentable que el paciente moribundo no recibiera todo el cuidado en la últimas horas de su vida, al que tiene derecho como ser humano. El equipo de médicos que cuida del moribundo tiene el deber de establecer el hecho de la muerte, antes de que el cadáver pase a manos del equipo que va a hacer el trasplante.

Muerte cerebral


¿Cuándo muere una persona? La muerte con frecuencia se denomina con el nombre de “paso” porque se cree que el alma, el componente espiritual de la persona, pasa al reino del espíritu. Por este hecho, el compuesto humano se rompe, se desorganiza. En el pasado, el paro cardio-respiratorio fue tenido como el fin de la vida y la presencia del hecho de muerte. Sin embargo, en los últimos años, se han desarrollado técnicas que logran devolverle a la persona la respiración y el funcionamiento del corazón, conocidas con el nombre de “reanimación”. Además, es posible mantener de modo artificial por un largo período de tiempo la respiración y la actividad cardiaca, cuando ya hubieran desaparecido espontáneamente, sin la ayuda de estas “máquinas vitales”. Estos hechos han suscitado problemas en torno a la definición de muerte.

Se ha sugerido que la lectura de un electroencefalograma plano (cesación de la actividad cerebral) se acepte como el criterio de muerte. El Comité Ad Hoc para Examinar la Definición de Muerte Cerebral de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard afirmó que si es cierto que el electro plano es un criterio “de un valor confirmatorio muy grande” para diagnosticar la muerte, no debería ser el único criterio. Deberían tenerse en cuenta otros tres: falta de receptividad y de respuesta a estímulos, falta de movimientos o respiración espontánea, y ningún reflejo.

Algunas personas se oponen al criterio de muerte cerebral, afirmando que quizás vamos a aprender a restablecer las funciones del cerebro, así como aprendimos a restablecer las del corazón. Sostienen que no podemos asegurar el hecho de la muerte mientras no se verifique por medios científicos la desintegración de los órganos y tejidos de la persona. La Comisión Ética Presidencial de USA rechazó esta posición como contraria al sentido común y propuso el siguiente “Acto legislativo para determinar uniformemente la muerte”:

            Un individuo está muerto cuando ha sufrido uno de estos casos:

1.      La cesación irreversible de las funciones circulatoria y respiratoria, o
2.      La cesación irreversible de las funciones de todo el cerebro, incluyendo el tallo cerebral. La determinación de la muerte debe hacerse de acuerdo con las pautas o patrones médicos aceptados.

Parece que esta definición de muerte satisface tanto las exigencias científicas como filosóficas. La muerte significa la cesación irreversible de todas las funciones vitales del individuo. La aceptación de este criterio facilitaría el procedimiento para los trasplantes de órganos y alejaría el temor de la demanda por homicidio o “mala práctica” contra los médicos implicados en el caso. Además la adopción del criterio de muerte cerebral exoneraría de culpa al médico que suspenda o retire los aparatos que suministran respiración y circulación artificiales a un paciente que ya se encuentra en coma irreversible y ha perdido todas las funciones cerebrales.

            Sin embargo, los aspectos concretos del trasplante revisten una importancia secundaria. Ellos deben ceder el puesto al derecho primario del paciente y los problemas deben resolverse desarrollando técnicas apropiadas de trasplante que respeten el derecho primario a la vida del paciente.

Otro problema moral consiste en preguntarse acerca de quien posee autoridad sobre el cadáver de una persona que en vida no cedió sus órganos a otros, por ejemplo en caso de muertes por accidente. La víctima de un accidente suele llevarse de inmediato a un hospital donde un equipo de trasplante se encuentra a la espera de donantes de órganos apropiados. Dado que muchas de las víctimas de accidentes son personas sanas, sus órganos se encuentran en buenas condiciones para ser trasplantados. ¿Sería moralmente lícito servirse de los órganos intactos de una víctima de accidente cuando muere y sus familiares no se oponen?

En muchos países de Europa hay leyes que legalizan el trasplante de órganos de alguien que acaba de morir en un accidente a menos que en vida haya firmado una prohibición para la utilización de sus órganos después de su muerte. Se elimina el requisito previo de la autorización concedida por el donante en vida y elimina el derecho de los parientes a prohibir la utilización de sus órganos para trasplante. En algunos países los médicos consultan a los familiares. En USA la costumbre es obtener el permiso de los familiares más cercanos antes de dar cualquier paso para el trasplante de los órganos de una víctima de un accidente.

Un acto mediante el cual se beneficiaría otro ser humano debiera ser una decisión consciente y deliberada y no un hecho impuesto arbitrariamente. Sería aconsejable educar al público acerca de la posibilidad de convertirse en un donante de órganos. Ante la ausencia de una tarjeta de donante debe obtenerse la autorización de la familia. Conseguir su autorización suscita un nuevo problema moral. Los familiares están conmovidos por la muerte repentina de un miembro de la familia, por lo tanto debe respetarse los sentimientos, el estado sicológico y las necesidades religiosas de la familia al tratar con ellos el asunto del trasplante de los órganos del familiar difunto.

Donante vivo


Se limita a órganos pares, por ejemplo los riñones, y a partes del organismo que se regeneran por ejemplo la sangre, médula ósea, piel.

La tasa de éxito en el trasplante de riñón es más alta si el donante es una persona viva, en especial si es un miembro de la familia. Se pide al donante, una persona sana, que se someta a una mutilación con el fin de ayudar a que otro recupere la salud.

Dos problemas morales están implicados aquí:

1.      ¿Es lícito que una persona sana se mutile por el bien de otra?
2.      ¿Está obligada a hacerlo con el fin de salvar la vida de un ser humano?

  1. El principio de totalidad

Este principio establece que un órgano enfermo puede ser amputado o extraído por el bien del organismo entero. Sin embargo no es lícito amputar órganos sanos ya que tal acto debilitaría la salud de la persona. Por tanto este principio prohibiría la donación de órganos sanos.

El núcleo del problema está en su interpretación. Si el concepto de ser humano se toma en un sentido biológico se puede llegar a la conclusión de que es inhumano, esto es, moralmente malo disminuir su propio organismo mutilando parte de el. El hombre es algo más que sólo su organismo biológico, es ante todo un ser social. Sus necesidades más fundamentales no pueden satisfacerse sin la colaboración de los demás.

Esta de acuerdo con la naturaleza racional y social de un ser humano ir en ayuda de otros seres humanos mientras no se exponga él mismo a un peligro grave de destruirse o debilitarse tanto que se incapacite para trabajar en forma normal. Esta manera de interpretar este principio permite los trasplantes entre vivos. La extracción de un riñón constituye un servicio emprendido a voluntad para ayudar a otras personas, no debilita la salud del donante, puede sobrevivir y trabajar en forma normal sin un riñón.

De todas formas la tecnología médica se está encaminando a desarrollar o mejorar órganos artificiales que nos eviten la necesidad de donar órganos vivos.

  1. ¿Existe la obligación de donar órganos?

Existe una diferencia entre lo que está permitido y lo que es obligatorio. Existe un deber general de ayudar a nuestros semejantes pero no se puede probar que tenemos que sobrepasar los medios ordinarios para ir en su ayuda. La donación de un órgano entre vivos debe ser una acción del todo libre. Las donaciones voluntarias deberían restringirse a adultos que pueden valorar todos los problemas médicos y morales implícitos y tomar una decisión libre e informada. Los padres de familia no deben ofrecer a sus hijos menores como donantes. Nadie debería verse forzado a hacer una donación de órgano sin tomar una decisión informada y voluntaria.

La donación de sangre es una práctica aceptada en casi todos los países del mundo. La sangre se regenera y de ordinario no hay peligro alguno relacionado con el procedimiento.

La selección de receptores


Este problema se suscita por el hecho de que en general existen muchos más posibles receptores que donantes. ¿Quién debe vivir cuando no se puede salvar a todos? ¿Qué principio moral debe regular la selección de receptores? Pacientes que no se van a beneficiar con el trasplante deben ser borrados de la lista de receptores potenciales. El asunto no es tan fácil para la junta o comité que hace la selección. Se dan muchos elementos oscuros. El dinero no debe ser un factor decisivo. Debe evitarse la compraventa de órganos ya que podría llevar a muchos abusos.

Después de eliminar a los pacientes que por diversas razones no se beneficiarían con un trasplante, una justa selección es aún difícil que algunos han sugerido que lo más justo es la selección por suerte, así todos tendrían la misma oportunidad, basada tan solo en la necesidad del órgano y en nada más.

Costo social



Fuera del donante y el receptor, la sociedad está también implicada en los programas de trasplante de órganos por el hecho de tener que proveer los recursos financieros. Los gastos del trasplante y de los controles posteriores son muy elevados (miles de dólares). Aquellos que necesitan tales trasplantes y su familia, desean que la sociedad cubra los gastos. Sin embargo los recursos médicos y financieros son limitados. Por lo tanto debe investigarse si se está observando la justicia distributiva con tantos gastos en trasplantes de órganos. ¿Sería mejor gastar más recursos en prevenir enfermedades o en tratar de curar un número más grande de pacientes con enfermedades menos graves? Un programa de salud con alcance nacional tiene que enfrentar este problema de la justicia distributiva, ponderando los recursos médicos y financieros disponibles y la manera más justa de distribuirlos.

1 comentario:

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