PERSPECTIVA TEOLÓGICA
Aportación de la Tradición y de la Doctrina Social de la Iglesia
Es interesante
recordar el concepto de trabajo en la tradición. No encontramos en ella un
tratado específico sobre el trabajo pero sí una experiencia vivencialmente
rica. Puede verse toda la riqueza en torno al “ora et labora” de la regla
monacal.
1º. La
concepción del trabajo en la tradición, desde los Santos Padres hasta el
Concilio Vaticano II, es plurivalente. A veces aparece como servicio hecho a
Dios, en ocasiones como autorrealización de la persona por su valor ascético,
otras es presentado como un servicio a los hombres especialmente en actitud de
servicio a los pobres, pero en no pocas ocasiones como esclavitud, carga o
impedimento para vivir en libertad.
Al igual que
ocurría con el tema de la propiedad, desde la escuela agustiniana se concede un
especial relieve al carácter “penoso” del trabajo como consecuencia del
acontecimiento negativo del pecado que compromete no sólo a la relación
hombre-Dios, sino también a la relación hombre-hombre y hombre-naturaleza. Por
ello, el carácter de liberación del trabajo vendrá de esta solución social.
En el
monarquismo se subrayan los aspectos positivos del trabajo; sin embargo, con la
influencia dualista, platónica y cartesiana, se destacan los perfiles negativos
del mismo. Santo Tomás considera el trabajo manual en un nivel inferior al
intelectual como la contemplación era considerada superior a la vida activa.
Lutero, aunque
ve el trabajo como “remedio del pecado”, sin embargo lo valora positivamente
como “medio de formación” y como misión vocacional. Es decir, aunque sigue en
pie de que las obras no salvan, sin embargo éstas son signos de la elección del
creyente. En este campo se sitúa la tesis discutible y discutida de M. Weber
sobre el origen del capitalismo.
La reflexión
teológica sobre el trabajo en los últimos tiempos tiene sus raíces en algunas
corrientes teológicas del siglo XIX y en la Doctrina Social pontificia. Sin
embargo, el trabajo entendido como factor fundamental de la cultura actual es
reciente y se comprende desde la nueva visión antropológica, cristológica y
cósmica (Chénu, Aubert, Teilhard de Chardin). Los aspectos del trabajo más
significativos de la teología actual son los siguientes:
Continúa la
creación y constituye la colaboración del creyente en la obra redentora de
Cristo, engrandece a la persona, hace a los hombres solidarios entre sí y
contribuye a la construcción del Reino de Dios sobre la tierra, pero es
plurivalente, en la medida en que en una situación de explotación aliena al
hombre en vez de liberarle.
2º. Enumeramos aquellos lugares de la Doctrina
Social de la Iglesia en donde aparece estudiado el trabajo como la realidad
humana que engrandece al hombre. En la Rerum novarum, el trabajo es considerado
como título de propiedad inherente a la naturaleza humana. León XIII habla, en
esta encíclica y en su doctrina social, ante todo del obrero en la sociedad
industrial occidental de finales del siglo XiX. Ante la situación de injusticia
en que se encontraban sumidos los obreros proclama la dignidad del trabajador y
sus derechos. El quiere dejar claro que el trabajo es necesario, no es una
mercancía que pueda comprarse y venderse libremente en el mercado y cuyo precio
sea regulado por la oferta y la demanda, sin tener en cuenta el mínimo vital
necesario para el sustento de la persona y de su familia.
En este
sentido, el trabajo es personal, ya que la fuerza activa es inherente a la
persona y totalmente propia de quien lo desarrolla y en cuyo beneficio ha sido
dada. El trabajo pertenece a la vocación de toda persona, es más, el trabajo la
expresa y realiza mediante su actividad laboral. Al mismo tiempo, el trabajo
tiene una dimensión social por su íntima relación con la familia y con el bien
común. Por eso, en su encíclica, León XIII pide un salario justo con
perspectiva familiar, el desarrollo de una legislación protectora de los
derechos de los trabajadores, el derecho a unirse en asociaciones propias
(sindicatos), la limitación de la jornada laboral, etc. Se puede decir que el
valor principal de esta encíclica radica en el hecho de que en ella es
reconocida y proclamada la dignidad del hombre trabajador.
La encíclica
Quadragésimo anno (QA 53) de Pío Xi lo propone como título de propiedad en su
relación con el capital a la vez que describe la dignidad del trabajo (QA 83).
El Papa manifiesta su preocupación porque de las fábricas salga ennoblecida la
materia inerte, pero los hombres se corrompen y se hacen más viles. Esta
preocupación será recogida posteriormente por Juan Pablo II en Laborem exercens
(LE 9). Pío Xi hace algunas aportaciones importantes sobre dos puntos: los
criterios para fijar el justo salario y la conveniencia de suavizar el contrato
de trabajo con algunos elementos del contrato de sociedad; además del justo
salario, trata del derecho de propiedad, del capital y trabajo, de la
restauración del orden social.
La encíclica
Mater et Magistra (MM 44) insiste en el deber y en el derecho al trabajo. En
este documento, Juan XXIII aporta nuevas precisiones sobre la remuneración del
trabajo y sobre los derechos de que son acreedores los obreros en relación con
la autofinanciación. Más originales son todavía sus aportaciones sobre la participación
de los trabajadores en lavida de las empresas. Insiste en la necesidad de
tender a hacer de la empresa una verdadera comunidad humana que marque
profundamente con su espíritu las relaciones, las funciones y los deberes de
cada uno de los miembros. Deja bien sentado que el dominio de una profesión y
el trabajo, procedente directamente de la persona humana, son preferidos a las
riquezas en bienes exteriores que, por su naturaleza, no pasan de ser
instrumentos. Hacia el final de la encíclica, que adopta un carácter más
pastoral, alude al sentido cristiano del trabajo en la perspectiva del Cuerpo
Místico, aspecto que será recogido y ampliado por Juan Pablo II en la encíclica
Laborem exercens.
Y, por último,
no podemos olvidar la nueva visión del trabajo y las condiciones del trabajo y
del descanso como elemento superior de la vida económica tal como aparece en el
Concilio Vaticano II: “Todo hombre tiene el deber de trabajar, así como el
derecho al trabajo. La sociedad, por su parte, debe esforzarse según sus
propias circunstancias por ayudar a los ciudadanos para que se logre encontrar
la oportunidad de un trabajo suficiente” (GS 33-35.67). La constitución Gaudium et spes trata extensamente de la
“actividad humana en el mundo”. Este documento sirve de inspiración a Juan
Pablo II para dar el nombre de trabajo a las actividades creativas y
organizativas que el hombre despliega hoy. Esta constitución conciliar habla
del trabajo, de sus condiciones, del tiempo libre, pero también de los
conflictos del trabajo y de la participación de los trabajadores en la empresa
y en la organización económica global.
Pablo VI, en
la encíclica Populorum progressio, con un concepto amplio del trabajo, pone de
relieve su grandeza y sus diversas funciones. Su mayor novedad está en subrayar
la ambivalencia en el trabajo: más científico y mejor organizado, tiene el
peligro de deshumanizar a quien lo realiza, convertido en siervo suyo, poeque
el trabajo no es humano si no permanece inteligente y libre.
Juan Pablo II
en la Laborem exercens hace el estudio pontificio más amplio y profundo sobre
el tema. Toda la encíclica está destinada a alcanzar este objetivo. El
justifica la importancia del trabajo desde las siguientes vertientes:
-
Esta realidad permanente del trabajo que acompaña toda
la historia humana desde sus principios y que “constituye una dimensión
fundamental de la existencia del hombre en la tierra”, hoy adopta formas nuevas
y plantea nuevos interrogantes.
-
El trabajo es una actividad fundamental del hombre,
tanto en su ser personal como social. Es algo constitutivo del hombre, de la
familia, de la sociedad nacional e internacional. Por ello, más que tratar del
trabajo humano trata del hombre como sujeto en el trabajo. La preocupación de
Juan Pablo II, como en otros documentos, es el hombre.
-
El trabajo tiene unas raíces profundamente cristianas.
Convencido de que constituye una dimensión fundamental de la existencia humana,
busca aquellas raíces en al palabra de Dios, de manera que esta encíclica de
Juan Pablo II aparece como un “evangelio del trabajo”.
En la
encíclica Centesimus annus habla varias veces del trabajo del hombre o del
hombre como trabajador. Se puede sintetizar su pensamiento recogiendo dos de
sus afirmaciones: “Es mediante el trabajo como el hombre, usando su inteligencia
y su libertad, logra dominar la tierra y hacer de ella su digna morada” (CA
31). “Mediante su trabajo, el hombre se compromete no sólo a favor suyo, sino
también a favor de los demás y con los demás: cada uno colabora en el trabajo y
en el bien de los otros” (CA 43).
El trabajo es
así un instrumento de producción en cuanto es la fuente suprema de
la riqueza de un país y. por
ello, de la economía. Pero el trabajo no basta por sí solo para la producción.
También es necesario el capital porque “ni el capital puede existir sin
trabajo, ni el trabajo sin el capital” (RN 14). Pero el trabajo no es “una vil
mercancía” (RN 14). No puede ser controlada como una mercancía sino que hay que
reconocer la dignidad del trabajador. Desde este principio podemos admitir que
el trabajo debe ser regulado conjuntamente por la iniciativa particular, la
individual y la acción de los poderes públicos. La atención a la naturaleza del
sujeto trabajador reafirma el camino personal para afirmarse y comprometerse.
El
trabajo es un derecho que pertenece al mundo humanista del hombre en cuanto
refleja la dimensión bíblica de la justicia. Con el trabajo, él puede crecer y
desarrollarse como tal: “El hombre sólo se realiza cuando trata de crecer y
perfeccionarse ejerciendo su dominio sobre la tierra y todo lo creado y
poniéndolos al servicio de sus necesidades y de su propia plenitud. Trabajar
es, por tanto, un derecho fundamental del hombre, que se deriva de un grave y
ineludible deber. La sociedad, por ello mismo, está obligada a hacer posible
uno y otro”. Estamos aquí ante la importancia que Juan Pablo II presta en la
encíclica Laborem exercens (LE 18) al trabajo en su dimensión “subjetiva” y el
mal que se hace al hombre cuando se cerece de él:
“Lo contrario de una
situación justa y correcta en este sector es el desempleo, es decir, la falta
de puestos de trabajo para los sujetos capacitados. El desempleo es en todo
caso un mal y cuando asume ciertas proporciones puede convertirse en una
verdadera calamidad social” (LE 18). “Todo hombre tiene el deber de trabajar,
así como el derecho al trabajo. La sociedad por su parte, debe esforzarse según
sus propias circunstancias por ayudar a los ciudadanos para que se logre
encontrar la oportunidad de un trabajo suficiente” (GS 67).
El
trabajo no es, por tanto, una nueva necesidad cuanto una “vocación” y una
llamada a la construcción de un mundo nuevo que hace que el Reino de Dios esté
ya presente en misterio sobre la tierra, aunque se realizará en plenitud en
perspectiva escatológica (GS 38). Junto a esta dimensión personal, aparece otra
de tipo social o de relación interpersonal de forma que pueda realizarse a
nivel humano a través de la colaboración entre los hombres y el respeto a la
dignidad de cada persona.
Podemos
decir que el magisterio pontificio subraya varias primacías: del hombre sobre
el trabajo, de la persona sobre las cosas, del trabajo sobre el capital, del
destino universal de los bienes sobre el derecho de apropiárselos, del ser
sobre el tener. Esta primacía del trabajo es un principio plenamente adquirido
en la Doctrina Social de la Iglesia (cf. RN 32; QA 69-70; MN 106-107; LE 6 y
13; CA 32). Esta primacía que los papas actuales conceden al trabajo es lógica.
El trabajo es una actividad de la persona, mientras que la propiedad está al
servicio de la persona. A diferencia de la propiedad material, el trabajo es
una actividad en la cual la persona humana expresa y proyecta su riqueza
interior: inteligencia, voluntad, creatividad... sobre el mundo que le rodea.
Esta actividad mediadora entre el hombre y la naturaleza circundante es
exclusiva del ser humano, pertenece más al orden del ser que al del tener, y
tiene una causalidad primordial y personal en la producción, mientras que los
bienes materiales exteriores al hombre sólo tienen una causalidad instrumental.
Reflexión teológica
La teología
moderna del trabajo, a partir de los textos bíblicos y de la tradición
teológica de los Santos Padres y de la historia de la teología que acentuaba la
dimensión moral y vocacional de la concepción del trabajo, ha desarrollado con
particular interés el lado histórico salvífico del trabajo del hombre. La
teología del trabajo encuentra su referencia en la representación bíblica de
Dios que trabaja, tanto en la obra creadora como en la redención y en la
representación “del hombre a quien en el plan original de Dios se le confía la
noble tarea de llevar a cumplimiento la creación”.
Así, el
trabajo es contemplado como una participación del hombre en la construcción del
mundo, en la obra creativa y redentora de Dios, superando el significado
meramente temporal y económico y produciendo a la vez una comunicación y
comunión interhumanas en la sociedad industrial que va más allá de la esfera
productiva.
Debemos ver el
trabajo en el marco de la espiritualidad. Esta como práctica vivida y como tema
de reflexión es muy antigua, especialmente entre los monjes anacoretas y
cenobitas. San Pablo y algunos Santos Padres (San Agustín, San Juan Crisóstomo,
San Basilio, San Jerónimo, las reglas monásticas) y Santo Tomás de Aquino son
prueba fehaciente de ello. Como reflexión más amplia y profunda y como método
ascético-místico de santificación que cristaliza en distintas corrientes de
espiritualidad, aparece entre los años 1920-1930 en Carlos de Foucauld y R. Voillaumee
con sus fraternidades y los Hermanitos de Jesús, Cardijn y la JOC. La teología
del trabajo surge veinticinco años más tarde con P. Chénu como iniciador. Desde
Pío XI todos los Papas se han interesado por estos aspectos, siendo
probablemente Pío XII el que ha aportado un acervo más rico en cantidad y
variedad de contenidos. Pero ningún documento pontificio- oral o escrito- ha
consagrado tanto espacio y ha atendido a tantos aspectos relativos a la
teología y a la espiritualidad del trabajo como la encíclica Laborem exercens
(24-27). Con estos datos entramos en el estudio de la relación entre el trabajo
y la Trinidad.
a)
El trabajo en relación con el Padre
En el prólogo
de la Laborem exercens leemos lo siguiente: “Hecho a imagen y semejanza de Dios
en el mundo visible, puesto en el para dominar la tierra, el hombre está por
ello, desde el principio, llamado al trabajo”. El trabajo es Ley de Dios, ley
universal impuesta a toda la humanidad. Este mandato no va dirigido sólo a la
primera pareja, sino a toda la humanidad. Por este motivo, varios libros de la
Sagrada Escritura, en especial los Sapienciales condenan la pereza porque
desobedece las disposiciones divinas.
Las
referencias a la creación del mundo y del hombre por la acción divina aparecen
sobre todo en los tres primeros capítulos del Génesis. Ante las obras nacidas
de la voluntad creadora, Dios se siente complacido y expresa su satisfacción
seis veces, pues ve que son buenas y conformes a su designio. Dios pone fin a
su trabajo creador con su descanso del séptimo día, el cual no significa que
Dios haya entrado en un estado de quietud pasiva, desinteresado de la suerte de
nuestro mundo.
La
Sagrada Escritura propone el paradigma que el hombre debe seguir en su
conducta. Debe trabajar bien y gozarse de su trabajo bien ejecutado. Debe
también descansar, no sólo para recuperar las fuerzas perdidas, sino para
disfrutar de los frutos del propio trabajo y del de los demás. El hombre
trabaja para vivir, no vive para trabajar.
Dios
le hace entrega de toda la creación visible con el mandato de someterla. El
hombre queda así constituido su rey, pero no un rey holgazán. Será el rey del
mundo en la medida que lo trabaje. Juan Pablo II lo repetirá frecuentemente:
“El hombre es un colaborador de Dios, destinado a continuar la creación de Dios
con su trabajo. Todo trabajo es una colaboración con Dios para perfeccionar la
naturaleza creada por El”.
A
la luz del relato del Génesis aparece claro que el trabajo es anterior al
pecado. Ya antes de la caída Adán y Eva habían recibido el mandato de trabajar,
y , de no haber existido aquella caída, sus descendientes habrían tenido que
trabajar como ellos. Pero este trabajo habría sido muy distinto del actual. El
Libro del Génesis, por otra parte, nos enseña que la penosidad del trabajo, lo
mismo que el sufrimiento, tiene su raíz teológica y antropológica en el
misterio del pecado (Gen 3, 17-19). Entre el trabajo de antes del pecado
original y el de después hay una gran diferencia: el trabajo de antes no era
penoso sino agradable; el de después se convierte en una cruz que el hombre
tiene que llevar.
b)
El trabajo en relación con el Hijo
Cristo es
visto como el hombre del trabajo (LE 26). “Aquel que siendo Dios, se hizo
semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida
terrena al trabajo manual junto al banco de carpintero. Esta circunstancia
consiste por sí sola el más elocuente evangelio del trabajo” (LE 6). El amor de
Cristo al trabajo puede deducirse también del hecho de que las personas más
allegadas a El, fueron humildes trabajadores: María, José, los apóstoles.
También del hecho de que el mundo del trabajo juega un papel importante en las
catequesis de Jesús, que recurría frecuentemente a las alegorías sacadas de la
vida laboral, en las que se pone de manifiesto “el reconocimiento y respeto por
el trabajo humano” y “el amor al trabajo y a sus diversas manifestaciones,
viendo en cada una de ellas un aspecto particular de la semejanza del hombre
con Dios, creador y Padre” (LE 26).
El
trabajo de Jesús era divino y humano a la vez. Desde un ángulo teológico, tenía
un valor infinito. Juan Pablo II afirma: “Cristo unió la obra de la redención
al trabajo en el taller de Nazaret”. Nos redimió tanto cuando trabajaba de
carpintero como cuando derramaba su sangre en la cruz. El trabajo que
encallecía sus manos y cubría de sudor su frente era instrumento de nuestra
salvación. Juan Pablo II lo expresa bellamente: “El trabajo os asocia más
estrechamente a la redención que Cristo realizó mediante la cruz, cuando os lleva
a aceptar todo cuanto tiene de penoso, de fatigoso, de mortificante, de
crucificante en la monotonía cotidiana: cuando os lleva incluso a unir vuestros
sufrimientos a los sufrimientos del Salvador, para completar lo que falta a las
tribulaciones de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia”.
La
cruz no es nunca la última palabra: después de la cruz siempre llega el
sepulcro vacío, como después del Viernes Santo siempre llega la Pascua de
Resurrección. “En el trabajo humano el cristiano descubre una pequeña parte de
la cruz de Cristo y la acepta con el mismo espíritu de redención con el cual
Cristo ha aceptado su cruz por nosotros” (LE 27). “El misterio de la
encarnación concluye con la Pascua en la que el Resucitado dona su espíritu a
la Iglesia para que ella continúe su misión”. Por esto el cristiano cuando
trabaja no puede quedarse anclado en la cruz, como los discípulos de Meaux,
que, la tarde del día de Pascua, todavía vivían sicológicamente el Viernes
Santo. Pero la relación de la resurrección de Cristo con el trabajo humano
apunta, desde el ángulo subjetivo, al ,mérito y a la gloria celestial de que,
al trabajar en las debidas condiciones nos hacemos acreedores, y desde el
ángulo objetivo apunta a los cielos
nuevos y a la tierra nueva de los cuales el trabajo es, hasta cierto punto, una
preparación.
c)
El trabajo en relación con el Espíritu Santo
El trabajo
puede fácilmente ser una expresión objetiva y elevada de la caridad fraterna,
puesto que “cumple el deber y el derecho de procurar para sí y para los suyos
la necesaria sustentación y se hace elemento útil a la sociedad” (Pío XII).
Cuando el trabajo es ejecutado debidamente, objetivamente ya es virtuoso,
siendo fácil sublimarlo con la intención hasta convertirlo en un ejercicio
cotidiano de caridad, es decir, de amistad (León XIII), de caridad social (Pío
XII), de civilización de amor (Pablo VI), de solidaridad (Juan Pablo II).
Pío
XII afirma que el trabajo es “un medio para el propio perfeccionamiento
espiritual, uno de los medios más importantes de santificación y uno de los
medios más eficaces para identificarse con la voluntad divina”. La jornada de
trabajo de un verdadero cristiano, externamente no es diversa a la de otros
hombres, y dedicada también para las cosas de acá abajo, está desde ahora inmersa
en la eternidad. El trabajo puede ser convertido en una “fuente sobrenatural...
de cotidiano mérito para el cielo”, ya que todo esto es una colaboración en la
obra santificadora del Espíritu Santo.
En
cuanto al trabajo/oración hay que subrayar dos ideas complementarias. Por una
parte, la oración puede dar alas al trabajo (Pablo VI) y la oración comienza,
santifica y cierra la jornada de trabajo (Pío XII). Pero por otra, hay que
subir un peldaño más: hay que conseguir que el trabajo quede convertido en oración,
en centro de alabanza, en preciosa y continua plegaria.
Como
resumen, se puede decir que muchos teólogos ven el trabajo del hombre el
comienzo y la preparación remota de los “cielos nuevos” y la “tierra nueva” que
Dios, con una acción que sólo El puede realizar, completará, convirtiéndolos en
morada eterna de los bienaventurados.
Análisis ético
Desde
tres niveles podemos considerar el análisis ético del trabajo: el nivel de
justicia, el nivel antropológico, y el nivel de la ética teológica.
a)
Nivel de justicia
Nos referimos al campo
humanista y utópico del derecho que nace de una concepción cristiana del
trabajo. Dos han sido las mesas en las que se ha presentado este nivel en la
cultura occidental: la mesa bíblica y la mesa jurídica.
- Como hemos visto la perspectiva bíblica, el trabajo
responde al designio y a la voluntad de Dios: “Dios tomó al hombre y lo colocó
en el Jardín del Edén para que lo cultivara y lo guardara” (Gen 2,15). “Dios
creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó”
(Gen 1,23). Tomando como base este mensaje bíblico, Juan Pablo II nos dice que
“las primeras páginas del génesis nos presentan la creación como obra de Dios,
el trabajo de Dios. Por esto , Dios llama al hombre a trabajar, para que se
asemeje a El”. En esta imagen, Dios aparece como trabajador en el sentido
profundo del trabajo, considerando a Dios como creador del mundo. Por esto, el
hombre es imagen de Dios y cocreador. Todos tenemos el derecho y le deber de
expresar y desarrollar plenamente nuestra propia imagen por medio del trabajo.
-
La dimensión jurídica del trabajo ha quedado reflejada
en varios documentos de las legislaciones civiles, como expresión de la
voluntad libre de los hombres señalada en sus leyes. Recogemos tres de los
lugares laicos más significativos. La primera aparición legal corresponde al
Ministro francés de Luis XVI: “dándole Dios al hombre necesidades y haciéndole
preciso recurrir al trabajo, ha hecho del derecho a trabajar, la propiedad de
todo hombre, y esta propiedad es la primera, la más sagrada y la más
imprescindible”. La segunda la recogemos de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, y el tercer documento se refiere al Constitución española. En
el campo de la Doctrina Social de la Iglesia son significativos los documentos
citados más arriba (GS 67, LE 18; y CEE 27.11.1981).
Varios son los
aspectos y las consecuencias que aparecen y se derivan del nivel de justicia
del trabajo. Por una parte, el derecho al trabajo, la corrección del paro, el
derecho al trabajo como propiedad, el derecho a la libre elección del trabajo y
la realización subjetiva del hombre a través del trabajo. Por otra, sus
consecuencias más señaladas en orden al compromiso son: la corrección del paro
y del desempleo, nadie puede beneficiarse del paro de otros, el capital ha de
estar al servicio de la creación del trabajo, el estado ha de atender a los
afectados por el paro.
Incluso en la
esfera protestante, el trabajo puede entenderse en términos de
liberación-justicia del hombre: “a pesar de esto el trabajo contribuye
esencialmente a formar la esfera en la que puede desarrollarse y actuar la
libertad verdadera, cuando es ella un don que se recibe de otra fuente”.
b)
Nivel antropológico
Con lo dicho hasta ahora
recogemos el deber y el derecho al trabajo de su origen antropológico: el
trabajo es constituido del ser humano forma parte de su esencia. En primer
lugar, es un deber porque el hombre, con el trabajo, puede desarrollarse a sí
mismo como individuo y como ser social en su relación con los demás, es el
único medio para conseguir los bienes de subsistencia y con el se pueden
adquirir los medios necesarios para la sociedad. En segundo lugar, de este
deber nace el derecho a trabajar. La carencia de trabajo o el paro es un mal
humano antes que económico. La falta de trabajo destruye a la persona, hace al
hombre insolidario con los demás, influye en que el hombre se siente inútil y
marginado, crea en las familias tensiones y conflictos, se desaprovechan los
recursos sociales, se agudizan las desigualdades sociales y, como Juan Pablo II
afirma, “se convierte en problema particularmente doloroso cuando los afectados
son principalmente los jóvenes” (LE 28).
El problema de
fondo de la cuestión del paro no radica en recibir o no un salario para sí o para la propia
familia. Aunque el hombre reciba un subsidio para satisfacer sus necesidades,
no solucione el problema, ya que el paro es una situación económico-social en
la que el derecho humano del hombre al trabajo queda sin la posibilidad inmediata
de ejercicio por razones inherentes a la persona que busca trabajo. Desde esta
fundamentación del trabajo y el problema de la falta del mismo, vemos dos
perspectivas en su nivel antropológico:
1º El trabajo realiza al hombre
El
hombre se humaniza si trabaja en
condiciones humanas y el trabajo profesional (vocacional) desarrolla la
creatividad y hace del hombre un ser solidario con los demás exigiendo la
participación de todos y poniendo en juego sus capacidades. Por ello, si el
trabajo se realiza en un ámbito de injusticia y de explotación, no es
consubstancial al hombre sino fruto de una estructuración deficiente de los
medios de producción y consecuencia de la debilidad del hombre.
El
trabajo debe ser para el hombre un ejercicio que le haga madurar en el amor y
en la solidaridad con todos los hombres. Como afirma Juan Pablo II, “el trabajo
no constituye un hecho accesorio y menos una maldición del cielo. Es, por el
contrario, una bendición primordial del creador, una actividad que permite al
individuo realizarse y ofrecer un servicio a la sociedad”.
El
valor antropológico del trabajo no está en su productividad sino en su
creatividad o dimensión creadora. Solamente en la medida en que en el trabajo se compromete el espíritu
humano, podemos hablar del aspecto creativo del mismo. El hombre es término del
trabajo en cuanto es obra de Dios, y es fruto de su propio trabajo en cuanto
que se realiza con el.
Esta
dimensión creadora del trabajo humano nace de su nivel biológico en cuanto que
el hombre tiene que construirse a sí mismo ante su situación de precariedad y
no le queda más remedio que autocompletarse. Al mismo tiempo, la persona
produce un impacto en la realidad ambiente, toma posesión de ella y la modifica
en su propio provecho. Pero también nace de su nivel personalista, es decir el
trabajo es la condición de posibilidad de la realización del hombre como
persona en cuanto que “el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene”.
2º El trabajo da consistencia a
la sociedad
Por
medio de la actividad humana, la sociedad se va haciendo y construyendo como
tal, ya que la convivencia social es en una parte muy significativa, fruto del
trabajo. “Nadie puede ignorar que jamás pueblo alguno ha llegado desde la
miseria y la indigencia a una mejor y más elevada postura, como no fuera con el
enorme esfuerzo acumulado por los ciudadanos” (QA 53).
En
definitiva la actividad laborar es una tarea social. El hombre no sólo trabaja
para la sociedad, sino que además trabaja en la sociedad. El trabajo crea vínculos
estrechos de comunicación social. La función social del trabajo es inherente al
mismo y se traduce en la colaboración al bien común de la sociedad: “habéis de
continuar vuestro trabajo con el fin de ser útiles no por vosotros mismos, sino
también para muchos hermanos vuestros”.
Esta
dimensión transformadora del trabajo humano responde a su nivel social. En
cuanto que el hombre es un ser social, el trabajo crea comunidad. La actividad
de los individuos y de los grupos ha de coadyuvar al bienestar de todos y
responde a la capacidad de solidaridad y de fraternidad del ser humano. Es
decir, la actividad laboral sólo tiene sentido como acción solidaria que se
orienta a promocionar personas, unir voluntades y fundir corazones (cf. PP 27).
El fin social último es el de transformar la tierra, sin destruirla, para
atender a las necesidades humanas de todos los tiempos y lugares.
Desde el plano
antropológico, consideramos que la economía es fruto del trabajo asociado o del
hombre considerado como ser sociable. Es injusto, por lo tanto, organizar el
trabajo con daño de algunos trabajadores y hacer leyes económicas que
favorezcan el que los trabajadores sean esclavos en su propio trabajo. El
proceso de producción debe ajustarse a las necesidades de las personas y de la
familia, a la edad y al sexo de cada trabajador; ha de favorecer que el
trabajador se desarrolle como persona en su trabajo y en el descanso con el fin
de cultivar la vida familiar, cultural, social, y religiosa.
Se puede
decir, por lo tanto, que la dignidad del trabajo se fundamenta en la dignidad
del hombre. Esta es la fuente del valor ético del trabajo, hasta llegar a la
consideración del carácter subjetivo del mismo. Desde el campo personal el
trabajo va asociado con la naturaleza humana para el cumplimiento de los fines
del hombre. Desde el campo social, el trabajo apunta a la cooperación social en
la división del trabajo teniendo como meta el bienestar común. En resumen,
puesto que el trabajo procede del ser humano, nunca es un simple medio, sino
que es un valor humano y expresión de la cultura y de la configuración del
mundo por el hombre.
c)
Nivel de la ética teológica
Como hemos
indicado en el nivel de justicia, el trabajo en el marco de la revelación nos
muestra al hombre trabajador como el gran colaborador de Dios y nos hace
descubrir la cualidad humanizadora del trabajo. Así, podemos observar tres
perspectivas éticas con referencia teológica: el trabajo es esencial al hombre,
imagen de Dios; es signo de su capacidad dominadora de la creación, y es
indicación de su dimensión comunitaria:
1º “El trabajo constituye una
dimensión fundamental de la existencia del hombre sobre la tierra” (LE 4). El
trabajo es la razón de la propia realización del hombre como ser humano y como
cristiano, y es sustancial a la ordenación de la sociedad. Desde esta dimensión
del hombre, imagen de Dios, es necesario valorar la economía, la cultura y la
política. Esto exige que el trabajo se realice en condiciones humanas y haya
lugar para todos. Con el trabajo, el hombre puede realizarse como imagen del
Dios creador.
2º El hombre recibió el encargo
de “dominar la tierra”. Es preciso “despecatizar” el trabajo. Este no es
considerado en la Sagrada Escritura como castigo del pecado. Antes de la
narración del pecado, los primeros padres trabajaban y recibían el encargo de
multiplicarse y extenderse por la tierra. La creación no estaba concluida. Las
posibilidades del orbe creado estaban en manos de su creador, Dios y de su
imagen, el hombre. El ser humano ha de descubrir las posibilidades de la
creación mediante su propio trabajo y ponerlas a disposición de todos. “Llamado
a dominar la tierra con la perspicacia de su inteligencia y con la actividad de
sus manos, el se convierte en artífice del trabajo –tanto manual como intelectual-
comunicando a su quehacer la misma
dignidad que el tiene.
3º El cristiano es un bautizado
abierto a la vida comunitaria. Como todo hombre, no puede vivir solo. Por ello,
el trabajo es necesariamente un servicio y una colaboración con los hombres en
beneficio de todos. El trabajo le une a sus antepasados, de quienes ha recibido
las posibilidades de desarrollar sus capacidades. De la misma manera, el
trabajo le hace solidario con sus descendientes iniciando nuevos caminos
abiertos siempre a cambios y adaptaciones.
La
espiritualidad cristiana del trabajo tiene su origen histórico-salvífica y
contempla el trabajo en la participación del hombre en la obra creadora de Dios
que vive y proclama el evangelio del trabajo. El trabajo además está bajo la
luz de la cruz y la resurrección de Cristo. Aquí cobra sentido el trabajo como
vocación y como servicio, como fatiga y como glorificación de Dios.
d)
El trabajo subjetivo y objetivo
Marx presenta el trabajo
como una actividad compleja y rica, y distingue tres elementos: la actividad
personal del hombre (aspecto subjetivo), el objeto sobre el cual actúa esta
actividad (aspecto objetivo), y el medio por el cual actúa (aspecto
instrumental o mediador). Juan Pablo II, en Laborem exercens, es el primer Papa
que hace una distinción precisa y desarrollada entre trabajo subjetivo y
trabajo objetivo. Su concepto de trabajo subjetivo coincide con el primer
elemento de Marx:
-
¿Que se entiende por trabajo subjetivo?: “todo aquello
que se refiere indirecta o directamente al mismo sujeto del trabajo” (LE 7).
Tiene especialmente en cuenta al hombre-persona que ejecuta un determinado
trabajo (LE 8). Fieles a la tradición, los Papas, y muy especialmente Juan
Pablo II, subrayan que el trabajo en sentido propio es una actividad exclusiva del
hombre, “una de las características que distinguen al hombre del resto de las
criaturas... y constituyen, en cierto sentido, su misma naturaleza”. Desde la
dimensión subjetiva del trabajo, se abre el camino para la realización del
derecho-deber de concurrir a la humanización del trabajo.
-
En la Laborem exercens, Juan Pablo II quiere dejar bien
remachada la superioridad del aspecto subjetivo sobre el objetivo. Por eso dirá
que “las fuentes de la dignidad del trabajo deben buscarse principalmente en su
dimensión subjetiva”, “el fundamento para determinar el valor del trabajo no es
en primer lugar el tipo de trabajo que realiza, sino el hecho de que quien lo
ejecuta es una persona”. El primer fundamento del valor del trabajo es el
hombre mismo, su sujeto. La razón de la dimensión subjetiva del trabajo sobre
la dimensión objetiva (LE 10) se basa en que “el trabajo en su aspecto
subjetivo es siempre una acción personal. De ello se sigue que en el participa
el hombre completo, su cuerpo y su espíritu, independientemente de que sea un
trabajo manual o intelectual”.
El trabajo está en la
intersección del alma y del cuerpo y tiene una implicación doble y esencial: es
indivisible, espiritual y corporal. El sujeto que trabaja, en el sentido propio
de la palabra, no puede ser sólo espíritu ni sólo cuerpo: el hombre, único ser
que trabaja, es un espíritu y un cuerpo, un espíritu encarnado en el cuerpo. Ni
la máquina ni el animal pueden trabajar en sentido propio. Pero tampoco puede
haber trabajo humano en el que no intervenga de alguna manera la inteligencia,
la voluntad y el cuerpo.
-
En cuanto al sentido objetivo del trabajo, Pío XII
afirma: “en los días de la creación del mundo, Dios escondió en las entrañas
más profundas del suelo tesoros de fuego, de metales, y de piedras preciosas,
que la mano del hombre habría de extraer para sus necesidades, para sus obras,
para su progreso”. Desde el principio, el hombre se esfuerza para apropiarse de
todos estos elementos de la naturaleza y sacar de ella el máximo provecho. El
hombre desbasta, completa y afirma todas estas materias primas y les imprime el
sello de su personalidad, haciéndoles pasar un soplo de su inteligencia y de su
espíritu: en una palabra hace que la naturaleza sea cada vez más humana, que la
materia sea pulida y transformada.
En sentido ontológico,
sólo puede crear Dios: crear presupone un poder infinito, significa sacar de la
nada. Gracias al gran abanico de bienes de uso y de consumo que la humanidad va
produciendo con el trabajo, la vida resulta más agradable, fácil y cómoda, la
vida social se amplia e intensifica.
El trabajo
humano, desde el punto de vista objetivo, debe ser debidamente valorado y
cualificado, admite jerarquía según se trate de obras más o menos necesarias,
mejor o peor ejecutadas, más o menos difíciles. “El fundamento para determinar
el valor del trabajo humano no es en primer lugar el tipo de trabajo que se
realiza”. Ante el gran número de bienes de consumo que produce el trabajo, Juan
Pablo II advierte sobre el peligro de un consumismo exagerado y materialista
(CA 36).
e)
El trabajo como vocación
La
profesión puede sentirse como el
resultado de la llamada personal de Dios. Las diversas profesiones delinean una
estructura vocacional en el interior del proyecto de salvación como proyecto de
comunión.
La profesión,
como lugar concreto y social de dedicación a los hermanos, aparece como una
especie de sacramento de encuentro con Dios. Se trata de un encuentro fraternal
a través del espíritu creativo como servicio y disponibilidad humilde. Es la
experiencia de la comunicación, de la capacidad creativa por un lado y la
exposición del propio morir con Cristo en beneficio del hermano por otro. Es la
experiencia pascual vivida en novedad de vida en el amor. “Ahora bien, la
tierra no da sus frutos sin una peculiar respuesta del hombre al don de Dios,
es decir, sin el trabajo. Es mediante el trabajo como el hombre, usando su
inteligencia y su libertad, logra dominar y hacer de ella su digna morada” (CA
31).
La perfección
y la organización social se mide no sólo con criterios de eficiencia interna
del sistema productivo, sino también y sobre todo con los criterios de
elevación y humillación del hombre, con criterios que tienen que ver con el
lado subjetivo del trabajo (CVP 127). Efecto del trabajo vocacionado debería
ser el voluntariado. Este tipo de participación social, si es libre y no
controlado por las instancias de poder, es una de las redes modernas de
solidaridad y de caridad.
Teniendo
presente que el mundo económico es una realidad temporal con autonomía propia,
la comunidad eclesial ha de respetar la pluralidad de opciones que pueden
existir dentro de ella misma de cara a un compromiso socioeconómico (CVP 179).
Se ha de fomentar el asociacionismo tanto civil como católico. Una de las
formas más características de participación y de presencia en la vida
socioeconómica se realiza a través de la profesión. El trabajo y las
actividades profesionales, el testimonio cristiano del trabajo son de gran
importancia desde siempre para el cristiano, sin ser privativo de institución
católica alguna. Forma parte de esencia del hombre creado a imagen de Dios.
La profesión ,
afirma Juan Pablo II (LE 9-10), es una auténtica vocación que tiene importancia
desde una perspectiva triple: porque por el trabajo el hombre adquiere los
medios económicos necesarios para el y para su familia, porque mediante el
trabajo el hombre se desarrolla y ejercita sus cualidades, y porque, mediante
el, el hombre contribuye el bien común y enriquece el patrimonio de la familia
humana.
Pero el
ejercicio de la profesión no se limita a los valores de tipo económico: “el
respeto a la vida, la fidelidad a la verdad, la responsabilidad y la buena
preparación, la laboriosidad y la honestidad, el rechazo de todo fraude, el
sentido social e incluso la generosidad, deben inspirar siempre al cristiano en
el ejercicio de sus actividades laborales y profesionales” (CVP 114). En este
momento de crisis de la conciencia moral es necesario el espíritu de iniciativa
y de riesgo (CVP 115). No tiene sentido el descargar la responsabilidad en los
entes públicos y no es justo rechazar el intervensionismo estatal mientras no
exista voluntad de aportar el propio esfuerzo y los recursos naturales.
Exigencias
Eticas
La industrialización absolutizó el sentido
objetivo del trabajo. El trabajo, al ser considerado como un factor de
producción, perdió poco a poco la dimensión subjetiva. El hombre en el ambiente
obrero e industrial comenzó a trabajar para producir abandonando el sentido
creativo integral que el trabajo lleva inherente.
El sentido objetivo del trabajo se centra
en la técnica entendida “no como capacidad o aptitud para el trabajo, sino como
un conjunto de instrumentos de los que el hombre se vale en su trabajo” (LE 5).
En este sentido ha ido eliminando la responsabilidad creadora del hombre
convirtiéndolo en un esclavo de la máquina y en una pieza del engranaje
empresarial. De esta manera nos encontramos con una sociedad que ha avanzado en
la dimensión técnica pero ha disminuido en la responsabilidad ética.
El sentido
subjetivo del trabajo pone el acento en el desarrollo integral del hombre como
imagen de Dios. El hombre, a través del trabajo se realiza a sí mismo, es
decir, “el primer fundamento del valor del trabajo” es el hombre mismo, su
sujeto. A esto va unida inmediatamente una consecuencia muy importante de
naturaleza ética: es cierto que el hombre está destinado y llamado al trabajo;
pero, ante todo, el trabajo está en función del hombre y no el hombre en
función del trabajo. Con esta conclusión se llega justamente a reconocer la
preeminencia del significado subjetivo del trabajo sobre el significado
objetivo (LE 6).
Este doble
sentido del trabajo nos ilumina para recordar su doble dimensión: la individual
y la social expresada en el contrato de trabajo.
a)
Dimensión individual
Por una parte,
el hombre ha de educarse para ser consciente de su derecho al trabajo y ha de
prepararse para hacer valer este derecho de manera que su actividad lo realice
como persona y le abra al encuentro creador con las cosas y con los hombres.
Asimismo, el trabajo auténticamente humano ha de realizarse desde la
potenciación y el enriquecimiento de las cualidades del trabajador. Es decir,
el derecho al trabajo lleva anexo el derecho a trabajar en unas condiciones
dignas.
Pero la responsabilidad
ética ante el trabajo incluye unos deberes, como el de trabajar fielmente, el
cumplir los contratos, el seguir los dictámenes de la ética profesional, el de
responder a la expectativa que suscita la presentación del trabajador en un
puesto de servicio concreto, el de realizar la labor con independencia de
sobornos y de discriminaciones de cualquier tipo. Y, como consecuencia, ser
consciente de otras exigencias éticas derivadas de su puesto en la sociedad,
como la distribución de ganancias entre los miembros de la familia.
Dentro de este
nivel ético individual del trabajo cabe destacar el trabajo como vocación o el
profesional en su sentido más genuino. Lo podemos especificar en el siguiente
decálogo:
1º hacer el
t5rabajo bien o presentar un trabajo bien terminado.
2º progresar
en la propia formación y superación humana.
3º Buscar la
puntualidad en el tiempo de trabajo.
4º Respetar el
proceso del trabajo de los demás.
5º No destruir
con la crítica destructiva el clima de familia en el que se trabaja.
6º Es un deber
el proceder con espíritu de justicia.
7º Procurar
erradicar posibles abusos dentro de la empresa.
8º Buscar el
bien de la empresa por encima de los partidos.
9º Potenciar
las obras sociales, educativas y cívicas que puedan surgir de la empresa.
10º Colaborar
con las reivindicaciones necesarias para el bien de la empresa.
b)
Contrato de trabajo y su dimensión social
Del derecho
del hombre al trabajo nace en la sociedad el deber de “ayudar, según sus
propias circunstancias, a los ciudadanos para que puedan encontrar la
oportunidad de un trabajo suficiente” (GS 67). Este deber social mira tanto al
trabajo en sí mismo como al modo de trabajar.
En cuanto al
trabajo en sí mismo, la sociedad ha de procurar que la remuneración sea
adecuada de forma que permita al hombre y a su familia una vida digna, en la
múltiple dimensión social, espiritual, material, cultural. En cuanto al modo y
circunstancias de trabajo, “es injusto e inhumano organizarlo y regularlo con
daño de algunos trabajadore3s”, de forma que resulten en cierto sentido
esclavos de su propio trabajo.
La dimensión
social del trabajo necesita de las claves teológicas y éticas del mismo. Por
ello lo contemplamos en este lugar. Por otra parte, la división del trabajo,
nacida con la industrialización, potencia el ámbito social del trabajo. Su
dimensión ético-económica permite reconocerlo como un principio de gran
importancia en la economía de cada país y mediante el contrato laboral el
trabajo adquiere una vinculación justa con otros factores de producción, como
el capital, y la vinculación con el resto de trabajadores de la empresa y de la
sociedad.
En esta
dimensión social, el empresario tiene la obligación del pago del salario y el
trabajador tiene el deber de cumplir lo pactado y de producir. Este doble deber
obliga por razones del bien común. Los intentos de crear un sistema laborista
de dirección única de la economía con el trabajo no han resultado. Las
propuestas de desconectar el salario del trabajo y la de crear un salario
básico general llevan a dividir la sociedad sin referencia al trabajador
produciendo presiones sociales arbitrarias.
Asimismo,
ocupa un lugar importante dentro de la función social del trabajo, la aparición
de las asociaciones surgidas en la sociedad industrial para la defensa d los
intereses de los trabajadores. En este contexto surgen la regulación de los
convenios colectivos y la colaboración de la cogestión económica común.
El derecho al
trabajo, como derecho social, obliga al estado a procurar el pleno empleo
mediante una política económica justa. Pero afecta también a los “empresarios
indirectos”. Es toda la sociedad en conjunto la que ha de cooperar a una
política solidaria de ocupación. Todas las medidas sociales dependen a su vez
del desarrollo del producto social y de la productividad de la economía.
Una de las
expresiones de la dimensión social del trabajo aparece en el contrato de
trabajo. Este es el acuerdo expreso o tácito en virtud del cual una o varias
personas se comprometen a realizar obras o prestar servicios, con carácter
profesional, por cuenta ajena y bajo la dependencia de otra persona, física o
jurídica, a cambio de retribución.
Las
implicaciones en el contrato de trabajo por cuenta ajena son concretas. En
cuanto contrato es bilateral, pero de distinta naturaleza de otros contratos,
como el alquiler, aunque, en cuanto contrato, está sometido a la justicia
conmutativa (cf. CIC 2411). De todos modos, una cuestión abierta será la de
definir el ámbito de este estilo de contrato:
- El hombre no es objeto sino
sujeto de la actividad económica y de la productividad tanto de cosas como de
servicios.
- El trabajo humano no es una
cosa sino algo personal. Es una actividad de una persona. Por tanto, es algo
que no puede identificarse con una mercancía.
- Hay, por tanto, una distinción esencial entre el titular
del capital y el titular de la actividad laboral.
Por
esto, el problema radica en averiguar y delimitar la naturaleza y la esencia
del contrato de trabajo:
No es un
contrato de “compra venta”, pues en éste el empresario compra al obrero su
trabajo por un salario. Es ésta una postura rígida, abandonada hoy, pero
seguida por los economistas durante el comienzo de la era industrial
coincidiendo con la era del capitalismo salvaje y duro.
No es un
contrato de “arrendamiento de servicios” por el que se trata de arrendar las
tareas de los trabajadores. En este caso se puede considerar a la persona como
objeto de alquiler; por tanto, como una forma moderna de esclavitud. Lo seguían
los civilistas con el fin de excluirlo del concepto de compra-venta.
No es un
contrato de “sociedad”. En el contrato de sociedad, uno aporta su capital y el
otro su trabajo en orden a un fin personal y social que es la productividad. Si
bien es verdad que es deseable que el contrato de trabajo asuma algunos
elementos del contrato de sociedad, sin embargo nunca llegará a identificarse.
Lo siguen algunos moralistas.
Algunos
moralistas católicos han pensado que se trata de un contrato a la vez de
“compraventa y de sociedad”. Del contrato se compraventa se suprime la
consideración del trabajo como mercancía (el trabajo es un intercambio humano
de servicios) y del contrato de sociedad se suprime la insociabilidad (se
incluyen las formas diversas de participación). Estamos ante una alternativa de
buena voluntad, pero sin comprobación en la vida laboral concreta.
Algunos como
Laws afirman que estamos ante un contrato de “adhesión”. Es la opinión de
sociólogos y politólogos. Estamos ante un contrato con dimensión social en
cuanto intenta expresar el carácter social del trabajo sacándolo de su contexto
individualista.
Por fin,
algunos, como los laboristas y moralistas, afirman que se trata de un contrato
“sui géneris”. En este caso el sujeto y el objeto de ambos contratos son los
seres humanos, dimensión que no se encuentra entre otros contratos. Por ello,
el tratamiento jurídico y moral ha de ser especial y distinto.
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