viernes, 22 de agosto de 2014

MORAL SOCIOECONÓMICA. ÉTICA DEL TRABAJO Y DEL SALARIO JUSTO

PERSPECTIVA TEOLÓGICA


Aportación de la Tradición y de la Doctrina Social de la Iglesia


Es interesante recordar el concepto de trabajo en la tradición. No encontramos en ella un tratado específico sobre el trabajo pero sí una experiencia vivencialmente rica. Puede verse toda la riqueza en torno al “ora et labora” de la regla monacal.

1º. La concepción del trabajo en la tradición, desde los Santos Padres hasta el Concilio Vaticano II, es plurivalente. A veces aparece como servicio hecho a Dios, en ocasiones como autorrealización de la persona por su valor ascético, otras es presentado como un servicio a los hombres especialmente en actitud de servicio a los pobres, pero en no pocas ocasiones como esclavitud, carga o impedimento para vivir en libertad.
Al igual que ocurría con el tema de la propiedad, desde la escuela agustiniana se concede un especial relieve al carácter “penoso” del trabajo como consecuencia del acontecimiento negativo del pecado que compromete no sólo a la relación hombre-Dios, sino también a la relación hombre-hombre y hombre-naturaleza. Por ello, el carácter de liberación del trabajo vendrá de esta solución social.
En el monarquismo se subrayan los aspectos positivos del trabajo; sin embargo, con la influencia dualista, platónica y cartesiana, se destacan los perfiles negativos del mismo. Santo Tomás considera el trabajo manual en un nivel inferior al intelectual como la contemplación era considerada superior a la vida activa.
Lutero, aunque ve el trabajo como “remedio del pecado”, sin embargo lo valora positivamente como “medio de formación” y como misión vocacional. Es decir, aunque sigue en pie de que las obras no salvan, sin embargo éstas son signos de la elección del creyente. En este campo se sitúa la tesis discutible y discutida de M. Weber sobre el origen del capitalismo.
La reflexión teológica sobre el trabajo en los últimos tiempos tiene sus raíces en algunas corrientes teológicas del siglo XIX y en la Doctrina Social pontificia. Sin embargo, el trabajo entendido como factor fundamental de la cultura actual es reciente y se comprende desde la nueva visión antropológica, cristológica y cósmica (Chénu, Aubert, Teilhard de Chardin). Los aspectos del trabajo más significativos de la teología actual son los siguientes:
Continúa la creación y constituye la colaboración del creyente en la obra redentora de Cristo, engrandece a la persona, hace a los hombres solidarios entre sí y contribuye a la construcción del Reino de Dios sobre la tierra, pero es plurivalente, en la medida en que en una situación de explotación aliena al hombre en vez de liberarle.
2º. Enumeramos aquellos lugares de la Doctrina Social de la Iglesia en donde aparece estudiado el trabajo como la realidad humana que engrandece al hombre. En la Rerum novarum, el trabajo es considerado como título de propiedad inherente a la naturaleza humana. León XIII habla, en esta encíclica y en su doctrina social, ante todo del obrero en la sociedad industrial occidental de finales del siglo XiX. Ante la situación de injusticia en que se encontraban sumidos los obreros proclama la dignidad del trabajador y sus derechos. El quiere dejar claro que el trabajo es necesario, no es una mercancía que pueda comprarse y venderse libremente en el mercado y cuyo precio sea regulado por la oferta y la demanda, sin tener en cuenta el mínimo vital necesario para el sustento de la persona y de su familia.
En este sentido, el trabajo es personal, ya que la fuerza activa es inherente a la persona y totalmente propia de quien lo desarrolla y en cuyo beneficio ha sido dada. El trabajo pertenece a la vocación de toda persona, es más, el trabajo la expresa y realiza mediante su actividad laboral. Al mismo tiempo, el trabajo tiene una dimensión social por su íntima relación con la familia y con el bien común. Por eso, en su encíclica, León XIII pide un salario justo con perspectiva familiar, el desarrollo de una legislación protectora de los derechos de los trabajadores, el derecho a unirse en asociaciones propias (sindicatos), la limitación de la jornada laboral, etc. Se puede decir que el valor principal de esta encíclica radica en el hecho de que en ella es reconocida y proclamada la dignidad del hombre trabajador.
La encíclica Quadragésimo anno (QA 53) de Pío Xi lo propone como título de propiedad en su relación con el capital a la vez que describe la dignidad del trabajo (QA 83). El Papa manifiesta su preocupación porque de las fábricas salga ennoblecida la materia inerte, pero los hombres se corrompen y se hacen más viles. Esta preocupación será recogida posteriormente por Juan Pablo II en Laborem exercens (LE 9). Pío Xi hace algunas aportaciones importantes sobre dos puntos: los criterios para fijar el justo salario y la conveniencia de suavizar el contrato de trabajo con algunos elementos del contrato de sociedad; además del justo salario, trata del derecho de propiedad, del capital y trabajo, de la restauración del orden social.
La encíclica Mater et Magistra (MM 44) insiste en el deber y en el derecho al trabajo. En este documento, Juan XXIII aporta nuevas precisiones sobre la remuneración del trabajo y sobre los derechos de que son acreedores los obreros en relación con la autofinanciación. Más originales son todavía sus aportaciones sobre la participación de los trabajadores en lavida de las empresas. Insiste en la necesidad de tender a hacer de la empresa una verdadera comunidad humana que marque profundamente con su espíritu las relaciones, las funciones y los deberes de cada uno de los miembros. Deja bien sentado que el dominio de una profesión y el trabajo, procedente directamente de la persona humana, son preferidos a las riquezas en bienes exteriores que, por su naturaleza, no pasan de ser instrumentos. Hacia el final de la encíclica, que adopta un carácter más pastoral, alude al sentido cristiano del trabajo en la perspectiva del Cuerpo Místico, aspecto que será recogido y ampliado por Juan Pablo II en la encíclica Laborem exercens.
Y, por último, no podemos olvidar la nueva visión del trabajo y las condiciones del trabajo y del descanso como elemento superior de la vida económica tal como aparece en el Concilio Vaticano II: “Todo hombre tiene el deber de trabajar, así como el derecho al trabajo. La sociedad, por su parte, debe esforzarse según sus propias circunstancias por ayudar a los ciudadanos para que se logre encontrar la oportunidad de un trabajo suficiente” (GS 33-35.67). La constitución  Gaudium et spes trata extensamente de la “actividad humana en el mundo”. Este documento sirve de inspiración a Juan Pablo II para dar el nombre de trabajo a las actividades creativas y organizativas que el hombre despliega hoy. Esta constitución conciliar habla del trabajo, de sus condiciones, del tiempo libre, pero también de los conflictos del trabajo y de la participación de los trabajadores en la empresa y en la organización económica global.
Pablo VI, en la encíclica Populorum progressio, con un concepto amplio del trabajo, pone de relieve su grandeza y sus diversas funciones. Su mayor novedad está en subrayar la ambivalencia en el trabajo: más científico y mejor organizado, tiene el peligro de deshumanizar a quien lo realiza, convertido en siervo suyo, poeque el trabajo no es humano si no permanece inteligente y libre.
Juan Pablo II en la Laborem exercens hace el estudio pontificio más amplio y profundo sobre el tema. Toda la encíclica está destinada a alcanzar este objetivo. El justifica la importancia del trabajo desde las siguientes vertientes:
-                     Esta realidad permanente del trabajo que acompaña toda la historia humana desde sus principios y que “constituye una dimensión fundamental de la existencia del hombre en la tierra”, hoy adopta formas nuevas y plantea nuevos interrogantes.
-                     El trabajo es una actividad fundamental del hombre, tanto en su ser personal como social. Es algo constitutivo del hombre, de la familia, de la sociedad nacional e internacional. Por ello, más que tratar del trabajo humano trata del hombre como sujeto en el trabajo. La preocupación de Juan Pablo II, como en otros documentos, es el hombre.
-                     El trabajo tiene unas raíces profundamente cristianas. Convencido de que constituye una dimensión fundamental de la existencia humana, busca aquellas raíces en al palabra de Dios, de manera que esta encíclica de Juan Pablo II aparece como un “evangelio del trabajo”.
En la encíclica Centesimus annus habla varias veces del trabajo del hombre o del hombre como trabajador. Se puede sintetizar su pensamiento recogiendo dos de sus afirmaciones: “Es mediante el trabajo como el hombre, usando su inteligencia y su libertad, logra dominar la tierra y hacer de ella su digna morada” (CA 31). “Mediante su trabajo, el hombre se compromete no sólo a favor suyo, sino también a favor de los demás y con los demás: cada uno colabora en el trabajo y en el bien de los otros” (CA 43).
El trabajo es así un instrumento de producción en cuanto es la fuente suprema de
la riqueza de un país y. por ello, de la economía. Pero el trabajo no basta por sí solo para la producción. También es necesario el capital porque “ni el capital puede existir sin trabajo, ni el trabajo sin el capital” (RN 14). Pero el trabajo no es “una vil mercancía” (RN 14). No puede ser controlada como una mercancía sino que hay que reconocer la dignidad del trabajador. Desde este principio podemos admitir que el trabajo debe ser regulado conjuntamente por la iniciativa particular, la individual y la acción de los poderes públicos. La atención a la naturaleza del sujeto trabajador reafirma el camino personal para afirmarse y comprometerse.
            El trabajo es un derecho que pertenece al mundo humanista del hombre en cuanto refleja la dimensión bíblica de la justicia. Con el trabajo, él puede crecer y desarrollarse como tal: “El hombre sólo se realiza cuando trata de crecer y perfeccionarse ejerciendo su dominio sobre la tierra y todo lo creado y poniéndolos al servicio de sus necesidades y de su propia plenitud. Trabajar es, por tanto, un derecho fundamental del hombre, que se deriva de un grave y ineludible deber. La sociedad, por ello mismo, está obligada a hacer posible uno y otro”. Estamos aquí ante la importancia que Juan Pablo II presta en la encíclica Laborem exercens (LE 18) al trabajo en su dimensión “subjetiva” y el mal que se hace al hombre cuando se cerece de él:

            “Lo contrario de una situación justa y correcta en este sector es el desempleo, es decir, la falta de puestos de trabajo para los sujetos capacitados. El desempleo es en todo caso un mal y cuando asume ciertas proporciones puede convertirse en una verdadera calamidad social” (LE 18). “Todo hombre tiene el deber de trabajar, así como el derecho al trabajo. La sociedad por su parte, debe esforzarse según sus propias circunstancias por ayudar a los ciudadanos para que se logre encontrar la oportunidad de un trabajo suficiente” (GS 67).

            El trabajo no es, por tanto, una nueva necesidad cuanto una “vocación” y una llamada a la construcción de un mundo nuevo que hace que el Reino de Dios esté ya presente en misterio sobre la tierra, aunque se realizará en plenitud en perspectiva escatológica (GS 38). Junto a esta dimensión personal, aparece otra de tipo social o de relación interpersonal de forma que pueda realizarse a nivel humano a través de la colaboración entre los hombres y el respeto a la dignidad de cada persona.
            Podemos decir que el magisterio pontificio subraya varias primacías: del hombre sobre el trabajo, de la persona sobre las cosas, del trabajo sobre el capital, del destino universal de los bienes sobre el derecho de apropiárselos, del ser sobre el tener. Esta primacía del trabajo es un principio plenamente adquirido en la Doctrina Social de la Iglesia (cf. RN 32; QA 69-70; MN 106-107; LE 6 y 13; CA 32). Esta primacía que los papas actuales conceden al trabajo es lógica. El trabajo es una actividad de la persona, mientras que la propiedad está al servicio de la persona. A diferencia de la propiedad material, el trabajo es una actividad en la cual la persona humana expresa y proyecta su riqueza interior: inteligencia, voluntad, creatividad... sobre el mundo que le rodea. Esta actividad mediadora entre el hombre y la naturaleza circundante es exclusiva del ser humano, pertenece más al orden del ser que al del tener, y tiene una causalidad primordial y personal en la producción, mientras que los bienes materiales exteriores al hombre sólo tienen una causalidad instrumental.

Reflexión teológica


La teología moderna del trabajo, a partir de los textos bíblicos y de la tradición teológica de los Santos Padres y de la historia de la teología que acentuaba la dimensión moral y vocacional de la concepción del trabajo, ha desarrollado con particular interés el lado histórico salvífico del trabajo del hombre. La teología del trabajo encuentra su referencia en la representación bíblica de Dios que trabaja, tanto en la obra creadora como en la redención y en la representación “del hombre a quien en el plan original de Dios se le confía la noble tarea de llevar a cumplimiento la creación”.
Así, el trabajo es contemplado como una participación del hombre en la construcción del mundo, en la obra creativa y redentora de Dios, superando el significado meramente temporal y económico y produciendo a la vez una comunicación y comunión interhumanas en la sociedad industrial que va más allá de la esfera productiva.
Debemos ver el trabajo en el marco de la espiritualidad. Esta como práctica vivida y como tema de reflexión es muy antigua, especialmente entre los monjes anacoretas y cenobitas. San Pablo y algunos Santos Padres (San Agustín, San Juan Crisóstomo, San Basilio, San Jerónimo, las reglas monásticas) y Santo Tomás de Aquino son prueba fehaciente de ello. Como reflexión más amplia y profunda y como método ascético-místico de santificación que cristaliza en distintas corrientes de espiritualidad, aparece entre los años 1920-1930 en Carlos de Foucauld y R. Voillaumee con sus fraternidades y los Hermanitos de Jesús, Cardijn y la JOC. La teología del trabajo surge veinticinco años más tarde con P. Chénu como iniciador. Desde Pío XI todos los Papas se han interesado por estos aspectos, siendo probablemente Pío XII el que ha aportado un acervo más rico en cantidad y variedad de contenidos. Pero ningún documento pontificio- oral o escrito- ha consagrado tanto espacio y ha atendido a tantos aspectos relativos a la teología y a la espiritualidad del trabajo como la encíclica Laborem exercens (24-27). Con estos datos entramos en el estudio de la relación entre el trabajo y la Trinidad.

a)      El trabajo en relación con el Padre
En el prólogo de la Laborem exercens leemos lo siguiente: “Hecho a imagen y semejanza de Dios en el mundo visible, puesto en el para dominar la tierra, el hombre está por ello, desde el principio, llamado al trabajo”. El trabajo es Ley de Dios, ley universal impuesta a toda la humanidad. Este mandato no va dirigido sólo a la primera pareja, sino a toda la humanidad. Por este motivo, varios libros de la Sagrada Escritura, en especial los Sapienciales condenan la pereza porque desobedece las disposiciones divinas.
            Las referencias a la creación del mundo y del hombre por la acción divina aparecen sobre todo en los tres primeros capítulos del Génesis. Ante las obras nacidas de la voluntad creadora, Dios se siente complacido y expresa su satisfacción seis veces, pues ve que son buenas y conformes a su designio. Dios pone fin a su trabajo creador con su descanso del séptimo día, el cual no significa que Dios haya entrado en un estado de quietud pasiva, desinteresado de la suerte de nuestro mundo.
            La Sagrada Escritura propone el paradigma que el hombre debe seguir en su conducta. Debe trabajar bien y gozarse de su trabajo bien ejecutado. Debe también descansar, no sólo para recuperar las fuerzas perdidas, sino para disfrutar de los frutos del propio trabajo y del de los demás. El hombre trabaja para vivir, no vive para trabajar.
            Dios le hace entrega de toda la creación visible con el mandato de someterla. El hombre queda así constituido su rey, pero no un rey holgazán. Será el rey del mundo en la medida que lo trabaje. Juan Pablo II lo repetirá frecuentemente: “El hombre es un colaborador de Dios, destinado a continuar la creación de Dios con su trabajo. Todo trabajo es una colaboración con Dios para perfeccionar la naturaleza creada por El”.
            A la luz del relato del Génesis aparece claro que el trabajo es anterior al pecado. Ya antes de la caída Adán y Eva habían recibido el mandato de trabajar, y , de no haber existido aquella caída, sus descendientes habrían tenido que trabajar como ellos. Pero este trabajo habría sido muy distinto del actual. El Libro del Génesis, por otra parte, nos enseña que la penosidad del trabajo, lo mismo que el sufrimiento, tiene su raíz teológica y antropológica en el misterio del pecado (Gen 3, 17-19). Entre el trabajo de antes del pecado original y el de después hay una gran diferencia: el trabajo de antes no era penoso sino agradable; el de después se convierte en una cruz que el hombre tiene que llevar.

b)      El trabajo en relación con el Hijo
Cristo es visto como el hombre del trabajo (LE 26). “Aquel que siendo Dios, se hizo semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto al banco de carpintero. Esta circunstancia consiste por sí sola el más elocuente evangelio del trabajo” (LE 6). El amor de Cristo al trabajo puede deducirse también del hecho de que las personas más allegadas a El, fueron humildes trabajadores: María, José, los apóstoles. También del hecho de que el mundo del trabajo juega un papel importante en las catequesis de Jesús, que recurría frecuentemente a las alegorías sacadas de la vida laboral, en las que se pone de manifiesto “el reconocimiento y respeto por el trabajo humano” y “el amor al trabajo y a sus diversas manifestaciones, viendo en cada una de ellas un aspecto particular de la semejanza del hombre con Dios, creador y Padre” (LE 26).
            El trabajo de Jesús era divino y humano a la vez. Desde un ángulo teológico, tenía un valor infinito. Juan Pablo II afirma: “Cristo unió la obra de la redención al trabajo en el taller de Nazaret”. Nos redimió tanto cuando trabajaba de carpintero como cuando derramaba su sangre en la cruz. El trabajo que encallecía sus manos y cubría de sudor su frente era instrumento de nuestra salvación. Juan Pablo II lo expresa bellamente: “El trabajo os asocia más estrechamente a la redención que Cristo realizó mediante la cruz, cuando os lleva a aceptar todo cuanto tiene de penoso, de fatigoso, de mortificante, de crucificante en la monotonía cotidiana: cuando os lleva incluso a unir vuestros sufrimientos a los sufrimientos del Salvador, para completar lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia”.
            La cruz no es nunca la última palabra: después de la cruz siempre llega el sepulcro vacío, como después del Viernes Santo siempre llega la Pascua de Resurrección. “En el trabajo humano el cristiano descubre una pequeña parte de la cruz de Cristo y la acepta con el mismo espíritu de redención con el cual Cristo ha aceptado su cruz por nosotros” (LE 27). “El misterio de la encarnación concluye con la Pascua en la que el Resucitado dona su espíritu a la Iglesia para que ella continúe su misión”. Por esto el cristiano cuando trabaja no puede quedarse anclado en la cruz, como los discípulos de Meaux, que, la tarde del día de Pascua, todavía vivían sicológicamente el Viernes Santo. Pero la relación de la resurrección de Cristo con el trabajo humano apunta, desde el ángulo subjetivo, al ,mérito y a la gloria celestial de que, al trabajar en las debidas condiciones nos hacemos acreedores, y desde el ángulo objetivo apunta a  los cielos nuevos y a la tierra nueva de los cuales el trabajo es, hasta cierto punto, una preparación.

c)      El trabajo en relación con el Espíritu Santo
El trabajo puede fácilmente ser una expresión objetiva y elevada de la caridad fraterna, puesto que “cumple el deber y el derecho de procurar para sí y para los suyos la necesaria sustentación y se hace elemento útil a la sociedad” (Pío XII). Cuando el trabajo es ejecutado debidamente, objetivamente ya es virtuoso, siendo fácil sublimarlo con la intención hasta convertirlo en un ejercicio cotidiano de caridad, es decir, de amistad (León XIII), de caridad social (Pío XII), de civilización de amor (Pablo VI), de solidaridad (Juan Pablo II).
            Pío XII afirma que el trabajo es “un medio para el propio perfeccionamiento espiritual, uno de los medios más importantes de santificación y uno de los medios más eficaces para identificarse con la voluntad divina”. La jornada de trabajo de un verdadero cristiano, externamente no es diversa a la de otros hombres, y dedicada también para las cosas de acá abajo, está desde ahora inmersa en la eternidad. El trabajo puede ser convertido en una “fuente sobrenatural... de cotidiano mérito para el cielo”, ya que todo esto es una colaboración en la obra santificadora del Espíritu Santo.
            En cuanto al trabajo/oración hay que subrayar dos ideas complementarias. Por una parte, la oración puede dar alas al trabajo (Pablo VI) y la oración comienza, santifica y cierra la jornada de trabajo (Pío XII). Pero por otra, hay que subir un peldaño más: hay que conseguir que el trabajo quede convertido en oración, en centro de alabanza, en preciosa y continua plegaria.
            Como resumen, se puede decir que muchos teólogos ven el trabajo del hombre el comienzo y la preparación remota de los “cielos nuevos” y la “tierra nueva” que Dios, con una acción que sólo El puede realizar, completará, convirtiéndolos en morada eterna de los bienaventurados.

Análisis ético


            Desde tres niveles podemos considerar el análisis ético del trabajo: el nivel de justicia, el nivel antropológico, y el nivel de la ética teológica.



a)      Nivel de justicia
Nos referimos al campo humanista y utópico del derecho que nace de una concepción cristiana del trabajo. Dos han sido las mesas en las que se ha presentado este nivel en la cultura occidental: la mesa bíblica y la mesa jurídica.
-           Como hemos visto la perspectiva bíblica, el trabajo responde al designio y a la voluntad de Dios: “Dios tomó al hombre y lo colocó en el Jardín del Edén para que lo cultivara y lo guardara” (Gen 2,15). “Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó” (Gen 1,23). Tomando como base este mensaje bíblico, Juan Pablo II nos dice que “las primeras páginas del génesis nos presentan la creación como obra de Dios, el trabajo de Dios. Por esto , Dios llama al hombre a trabajar, para que se asemeje a El”. En esta imagen, Dios aparece como trabajador en el sentido profundo del trabajo, considerando a Dios como creador del mundo. Por esto, el hombre es imagen de Dios y cocreador. Todos tenemos el derecho y le deber de expresar y desarrollar plenamente nuestra propia imagen por medio del trabajo.
-                     La dimensión jurídica del trabajo ha quedado reflejada en varios documentos de las legislaciones civiles, como expresión de la voluntad libre de los hombres señalada en sus leyes. Recogemos tres de los lugares laicos más significativos. La primera aparición legal corresponde al Ministro francés de Luis XVI: “dándole Dios al hombre necesidades y haciéndole preciso recurrir al trabajo, ha hecho del derecho a trabajar, la propiedad de todo hombre, y esta propiedad es la primera, la más sagrada y la más imprescindible”. La segunda la recogemos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y el tercer documento se refiere al Constitución española. En el campo de la Doctrina Social de la Iglesia son significativos los documentos citados más arriba (GS 67, LE 18; y CEE 27.11.1981).

Varios son los aspectos y las consecuencias que aparecen y se derivan del nivel de justicia del trabajo. Por una parte, el derecho al trabajo, la corrección del paro, el derecho al trabajo como propiedad, el derecho a la libre elección del trabajo y la realización subjetiva del hombre a través del trabajo. Por otra, sus consecuencias más señaladas en orden al compromiso son: la corrección del paro y del desempleo, nadie puede beneficiarse del paro de otros, el capital ha de estar al servicio de la creación del trabajo, el estado ha de atender a los afectados por el paro.
Incluso en la esfera protestante, el trabajo puede entenderse en términos de liberación-justicia del hombre: “a pesar de esto el trabajo contribuye esencialmente a formar la esfera en la que puede desarrollarse y actuar la libertad verdadera, cuando es ella un don que se recibe de otra fuente”.

b)     Nivel antropológico
Con lo dicho hasta ahora recogemos el deber y el derecho al trabajo de su origen antropológico: el trabajo es constituido del ser humano forma parte de su esencia. En primer lugar, es un deber porque el hombre, con el trabajo, puede desarrollarse a sí mismo como individuo y como ser social en su relación con los demás, es el único medio para conseguir los bienes de subsistencia y con el se pueden adquirir los medios necesarios para la sociedad. En segundo lugar, de este deber nace el derecho a trabajar. La carencia de trabajo o el paro es un mal humano antes que económico. La falta de trabajo destruye a la persona, hace al hombre insolidario con los demás, influye en que el hombre se siente inútil y marginado, crea en las familias tensiones y conflictos, se desaprovechan los recursos sociales, se agudizan las desigualdades sociales y, como Juan Pablo II afirma, “se convierte en problema particularmente doloroso cuando los afectados son principalmente los jóvenes” (LE 28).
El problema de fondo de la cuestión del paro no radica en recibir  o no un salario para sí o para la propia familia. Aunque el hombre reciba un subsidio para satisfacer sus necesidades, no solucione el problema, ya que el paro es una situación económico-social en la que el derecho humano del hombre al trabajo queda sin la posibilidad inmediata de ejercicio por razones inherentes a la persona que busca trabajo. Desde esta fundamentación del trabajo y el problema de la falta del mismo, vemos dos perspectivas en su nivel antropológico:

1º El trabajo realiza al hombre
            El hombre se humaniza  si trabaja en condiciones humanas y el trabajo profesional (vocacional) desarrolla la creatividad y hace del hombre un ser solidario con los demás exigiendo la participación de todos y poniendo en juego sus capacidades. Por ello, si el trabajo se realiza en un ámbito de injusticia y de explotación, no es consubstancial al hombre sino fruto de una estructuración deficiente de los medios de producción y consecuencia de la debilidad del hombre.
            El trabajo debe ser para el hombre un ejercicio que le haga madurar en el amor y en la solidaridad con todos los hombres. Como afirma Juan Pablo II, “el trabajo no constituye un hecho accesorio y menos una maldición del cielo. Es, por el contrario, una bendición primordial del creador, una actividad que permite al individuo realizarse y ofrecer un servicio a la sociedad”.
            El valor antropológico del trabajo no está en su productividad sino en su creatividad o dimensión creadora. Solamente en la medida en que  en el trabajo se compromete el espíritu humano, podemos hablar del aspecto creativo del mismo. El hombre es término del trabajo en cuanto es obra de Dios, y es fruto de su propio trabajo en cuanto que se realiza con el.
            Esta dimensión creadora del trabajo humano nace de su nivel biológico en cuanto que el hombre tiene que construirse a sí mismo ante su situación de precariedad y no le queda más remedio que autocompletarse. Al mismo tiempo, la persona produce un impacto en la realidad ambiente, toma posesión de ella y la modifica en su propio provecho. Pero también nace de su nivel personalista, es decir el trabajo es la condición de posibilidad de la realización del hombre como persona en cuanto que “el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene”.

2º El trabajo da consistencia a la sociedad
            Por medio de la actividad humana, la sociedad se va haciendo y construyendo como tal, ya que la convivencia social es en una parte muy significativa, fruto del trabajo. “Nadie puede ignorar que jamás pueblo alguno ha llegado desde la miseria y la indigencia a una mejor y más elevada postura, como no fuera con el enorme esfuerzo acumulado por los ciudadanos” (QA 53).
            En definitiva la actividad laborar es una tarea social. El hombre no sólo trabaja para la sociedad, sino que además trabaja en la sociedad. El trabajo crea vínculos estrechos de comunicación social. La función social del trabajo es inherente al mismo y se traduce en la colaboración al bien común de la sociedad: “habéis de continuar vuestro trabajo con el fin de ser útiles no por vosotros mismos, sino también para muchos hermanos vuestros”.
            Esta dimensión transformadora del trabajo humano responde a su nivel social. En cuanto que el hombre es un ser social, el trabajo crea comunidad. La actividad de los individuos y de los grupos ha de coadyuvar al bienestar de todos y responde a la capacidad de solidaridad y de fraternidad del ser humano. Es decir, la actividad laboral sólo tiene sentido como acción solidaria que se orienta a promocionar personas, unir voluntades y fundir corazones (cf. PP 27). El fin social último es el de transformar la tierra, sin destruirla, para atender a las necesidades humanas de todos los tiempos y lugares.
Desde el plano antropológico, consideramos que la economía es fruto del trabajo asociado o del hombre considerado como ser sociable. Es injusto, por lo tanto, organizar el trabajo con daño de algunos trabajadores y hacer leyes económicas que favorezcan el que los trabajadores sean esclavos en su propio trabajo. El proceso de producción debe ajustarse a las necesidades de las personas y de la familia, a la edad y al sexo de cada trabajador; ha de favorecer que el trabajador se desarrolle como persona en su trabajo y en el descanso con el fin de cultivar la vida familiar, cultural, social, y religiosa.
Se puede decir, por lo tanto, que la dignidad del trabajo se fundamenta en la dignidad del hombre. Esta es la fuente del valor ético del trabajo, hasta llegar a la consideración del carácter subjetivo del mismo. Desde el campo personal el trabajo va asociado con la naturaleza humana para el cumplimiento de los fines del hombre. Desde el campo social, el trabajo apunta a la cooperación social en la división del trabajo teniendo como meta el bienestar común. En resumen, puesto que el trabajo procede del ser humano, nunca es un simple medio, sino que es un valor humano y expresión de la cultura y de la configuración del mundo por el hombre.

c)      Nivel de la ética teológica
Como hemos indicado en el nivel de justicia, el trabajo en el marco de la revelación nos muestra al hombre trabajador como el gran colaborador de Dios y nos hace descubrir la cualidad humanizadora del trabajo. Así, podemos observar tres perspectivas éticas con referencia teológica: el trabajo es esencial al hombre, imagen de Dios; es signo de su capacidad dominadora de la creación, y es indicación de su dimensión comunitaria:

1º “El trabajo constituye una dimensión fundamental de la existencia del hombre sobre la tierra” (LE 4). El trabajo es la razón de la propia realización del hombre como ser humano y como cristiano, y es sustancial a la ordenación de la sociedad. Desde esta dimensión del hombre, imagen de Dios, es necesario valorar la economía, la cultura y la política. Esto exige que el trabajo se realice en condiciones humanas y haya lugar para todos. Con el trabajo, el hombre puede realizarse como imagen del Dios creador.
2º El hombre recibió el encargo de “dominar la tierra”. Es preciso “despecatizar” el trabajo. Este no es considerado en la Sagrada Escritura como castigo del pecado. Antes de la narración del pecado, los primeros padres trabajaban y recibían el encargo de multiplicarse y extenderse por la tierra. La creación no estaba concluida. Las posibilidades del orbe creado estaban en manos de su creador, Dios y de su imagen, el hombre. El ser humano ha de descubrir las posibilidades de la creación mediante su propio trabajo y ponerlas a disposición de todos. “Llamado a dominar la tierra con la perspicacia de su inteligencia y con la actividad de sus manos, el se convierte en artífice del trabajo –tanto manual como intelectual- comunicando a su quehacer  la misma dignidad que el tiene.
3º El cristiano es un bautizado abierto a la vida comunitaria. Como todo hombre, no puede vivir solo. Por ello, el trabajo es necesariamente un servicio y una colaboración con los hombres en beneficio de todos. El trabajo le une a sus antepasados, de quienes ha recibido las posibilidades de desarrollar sus capacidades. De la misma manera, el trabajo le hace solidario con sus descendientes iniciando nuevos caminos abiertos siempre a cambios y adaptaciones.
            La espiritualidad cristiana del trabajo tiene su origen histórico-salvífica y contempla el trabajo en la participación del hombre en la obra creadora de Dios que vive y proclama el evangelio del trabajo. El trabajo además está bajo la luz de la cruz y la resurrección de Cristo. Aquí cobra sentido el trabajo como vocación y como servicio, como fatiga y como glorificación de Dios.

d)     El trabajo subjetivo y objetivo
Marx presenta el trabajo como una actividad compleja y rica, y distingue tres elementos: la actividad personal del hombre (aspecto subjetivo), el objeto sobre el cual actúa esta actividad (aspecto objetivo), y el medio por el cual actúa (aspecto instrumental o mediador). Juan Pablo II, en Laborem exercens, es el primer Papa que hace una distinción precisa y desarrollada entre trabajo subjetivo y trabajo objetivo. Su concepto de trabajo subjetivo coincide con el primer elemento de Marx:
-               ¿Que se entiende por trabajo subjetivo?: “todo aquello que se refiere indirecta o directamente al mismo sujeto del trabajo” (LE 7). Tiene especialmente en cuenta al hombre-persona que ejecuta un determinado trabajo (LE 8). Fieles a la tradición, los Papas, y muy especialmente Juan Pablo II, subrayan que el trabajo en sentido propio es una actividad exclusiva del hombre, “una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas... y constituyen, en cierto sentido, su misma naturaleza”. Desde la dimensión subjetiva del trabajo, se abre el camino para la realización del derecho-deber de concurrir a la humanización del trabajo.
-                     En la Laborem exercens, Juan Pablo II quiere dejar bien remachada la superioridad del aspecto subjetivo sobre el objetivo. Por eso dirá que “las fuentes de la dignidad del trabajo deben buscarse principalmente en su dimensión subjetiva”, “el fundamento para determinar el valor del trabajo no es en primer lugar el tipo de trabajo que realiza, sino el hecho de que quien lo ejecuta es una persona”. El primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo, su sujeto. La razón de la dimensión subjetiva del trabajo sobre la dimensión objetiva (LE 10) se basa en que “el trabajo en su aspecto subjetivo es siempre una acción personal. De ello se sigue que en el participa el hombre completo, su cuerpo y su espíritu, independientemente de que sea un trabajo manual o intelectual”.
El trabajo está en la intersección del alma y del cuerpo y tiene una implicación doble y esencial: es indivisible, espiritual y corporal. El sujeto que trabaja, en el sentido propio de la palabra, no puede ser sólo espíritu ni sólo cuerpo: el hombre, único ser que trabaja, es un espíritu y un cuerpo, un espíritu encarnado en el cuerpo. Ni la máquina ni el animal pueden trabajar en sentido propio. Pero tampoco puede haber trabajo humano en el que no intervenga de alguna manera la inteligencia, la voluntad y el cuerpo.
-                     En cuanto al sentido objetivo del trabajo, Pío XII afirma: “en los días de la creación del mundo, Dios escondió en las entrañas más profundas del suelo tesoros de fuego, de metales, y de piedras preciosas, que la mano del hombre habría de extraer para sus necesidades, para sus obras, para su progreso”. Desde el principio, el hombre se esfuerza para apropiarse de todos estos elementos de la naturaleza y sacar de ella el máximo provecho. El hombre desbasta, completa y afirma todas estas materias primas y les imprime el sello de su personalidad, haciéndoles pasar un soplo de su inteligencia y de su espíritu: en una palabra hace que la naturaleza sea cada vez más humana, que la materia sea pulida y transformada.
En sentido ontológico, sólo puede crear Dios: crear presupone un poder infinito, significa sacar de la nada. Gracias al gran abanico de bienes de uso y de consumo que la humanidad va produciendo con el trabajo, la vida resulta más agradable, fácil y cómoda, la vida social se amplia e intensifica.
El trabajo humano, desde el punto de vista objetivo, debe ser debidamente valorado y cualificado, admite jerarquía según se trate de obras más o menos necesarias, mejor o peor ejecutadas, más o menos difíciles. “El fundamento para determinar el valor del trabajo humano no es en primer lugar el tipo de trabajo que se realiza”. Ante el gran número de bienes de consumo que produce el trabajo, Juan Pablo II advierte sobre el peligro de un consumismo exagerado y materialista (CA 36).

e)      El trabajo como vocación
La profesión  puede sentirse como el resultado de la llamada personal de Dios. Las diversas profesiones delinean una estructura vocacional en el interior del proyecto de salvación como proyecto de comunión.
La profesión, como lugar concreto y social de dedicación a los hermanos, aparece como una especie de sacramento de encuentro con Dios. Se trata de un encuentro fraternal a través del espíritu creativo como servicio y disponibilidad humilde. Es la experiencia de la comunicación, de la capacidad creativa por un lado y la exposición del propio morir con Cristo en beneficio del hermano por otro. Es la experiencia pascual vivida en novedad de vida en el amor. “Ahora bien, la tierra no da sus frutos sin una peculiar respuesta del hombre al don de Dios, es decir, sin el trabajo. Es mediante el trabajo como el hombre, usando su inteligencia y su libertad, logra dominar y hacer de ella su digna morada” (CA 31).
La perfección y la organización social se mide no sólo con criterios de eficiencia interna del sistema productivo, sino también y sobre todo con los criterios de elevación y humillación del hombre, con criterios que tienen que ver con el lado subjetivo del trabajo (CVP 127). Efecto del trabajo vocacionado debería ser el voluntariado. Este tipo de participación social, si es libre y no controlado por las instancias de poder, es una de las redes modernas de solidaridad y de caridad.
Teniendo presente que el mundo económico es una realidad temporal con autonomía propia, la comunidad eclesial ha de respetar la pluralidad de opciones que pueden existir dentro de ella misma de cara a un compromiso socioeconómico (CVP 179). Se ha de fomentar el asociacionismo tanto civil como católico. Una de las formas más características de participación y de presencia en la vida socioeconómica se realiza a través de la profesión. El trabajo y las actividades profesionales, el testimonio cristiano del trabajo son de gran importancia desde siempre para el cristiano, sin ser privativo de institución católica alguna. Forma parte de esencia del hombre creado a imagen de Dios.
La profesión , afirma Juan Pablo II (LE 9-10), es una auténtica vocación que tiene importancia desde una perspectiva triple: porque por el trabajo el hombre adquiere los medios económicos necesarios para el y para su familia, porque mediante el trabajo el hombre se desarrolla y ejercita sus cualidades, y porque, mediante el, el hombre contribuye el bien común y enriquece el patrimonio de la familia humana.
Pero el ejercicio de la profesión no se limita a los valores de tipo económico: “el respeto a la vida, la fidelidad a la verdad, la responsabilidad y la buena preparación, la laboriosidad y la honestidad, el rechazo de todo fraude, el sentido social e incluso la generosidad, deben inspirar siempre al cristiano en el ejercicio de sus actividades laborales y profesionales” (CVP 114). En este momento de crisis de la conciencia moral es necesario el espíritu de iniciativa y de riesgo (CVP 115). No tiene sentido el descargar la responsabilidad en los entes públicos y no es justo rechazar el intervensionismo estatal mientras no exista voluntad de aportar el propio esfuerzo y los recursos naturales.


Exigencias Eticas

      La industrialización absolutizó el sentido objetivo del trabajo. El trabajo, al ser considerado como un factor de producción, perdió poco a poco la dimensión subjetiva. El hombre en el ambiente obrero e industrial comenzó a trabajar para producir abandonando el sentido creativo integral que el trabajo lleva inherente.
      El sentido objetivo del trabajo se centra en la técnica entendida “no como capacidad o aptitud para el trabajo, sino como un conjunto de instrumentos de los que el hombre se vale en su trabajo” (LE 5). En este sentido ha ido eliminando la responsabilidad creadora del hombre convirtiéndolo en un esclavo de la máquina y en una pieza del engranaje empresarial. De esta manera nos encontramos con una sociedad que ha avanzado en la dimensión técnica pero ha disminuido en la responsabilidad ética.
El sentido subjetivo del trabajo pone el acento en el desarrollo integral del hombre como imagen de Dios. El hombre, a través del trabajo se realiza a sí mismo, es decir, “el primer fundamento del valor del trabajo” es el hombre mismo, su sujeto. A esto va unida inmediatamente una consecuencia muy importante de naturaleza ética: es cierto que el hombre está destinado y llamado al trabajo; pero, ante todo, el trabajo está en función del hombre y no el hombre en función del trabajo. Con esta conclusión se llega justamente a reconocer la preeminencia del significado subjetivo del trabajo sobre el significado objetivo (LE 6).
Este doble sentido del trabajo nos ilumina para recordar su doble dimensión: la individual y la social expresada en el contrato de trabajo.

a)      Dimensión individual
Por una parte, el hombre ha de educarse para ser consciente de su derecho al trabajo y ha de prepararse para hacer valer este derecho de manera que su actividad lo realice como persona y le abra al encuentro creador con las cosas y con los hombres. Asimismo, el trabajo auténticamente humano ha de realizarse desde la potenciación y el enriquecimiento de las cualidades del trabajador. Es decir, el derecho al trabajo lleva anexo el derecho a trabajar en unas condiciones dignas.
Pero la responsabilidad ética ante el trabajo incluye unos deberes, como el de trabajar fielmente, el cumplir los contratos, el seguir los dictámenes de la ética profesional, el de responder a la expectativa que suscita la presentación del trabajador en un puesto de servicio concreto, el de realizar la labor con independencia de sobornos y de discriminaciones de cualquier tipo. Y, como consecuencia, ser consciente de otras exigencias éticas derivadas de su puesto en la sociedad, como la distribución de ganancias entre los miembros de la familia.
Dentro de este nivel ético individual del trabajo cabe destacar el trabajo como vocación o el profesional en su sentido más genuino. Lo podemos especificar en el siguiente decálogo:
1º hacer el t5rabajo bien o presentar un trabajo bien terminado.
2º progresar en la propia formación y superación humana.
3º Buscar la puntualidad en el tiempo de trabajo.
4º Respetar el proceso del trabajo de los demás.
5º No destruir con la crítica destructiva el clima de familia en el que se trabaja.
6º Es un deber el proceder con espíritu de justicia.
7º Procurar erradicar posibles abusos dentro de la empresa.
8º Buscar el bien de la empresa por encima de los partidos.
9º Potenciar las obras sociales, educativas y cívicas que puedan surgir de la empresa.
10º Colaborar con las reivindicaciones necesarias para el bien de la empresa.

b)      Contrato de trabajo y su dimensión social
Del derecho del hombre al trabajo nace en la sociedad el deber de “ayudar, según sus propias circunstancias, a los ciudadanos para que puedan encontrar la oportunidad de un trabajo suficiente” (GS 67). Este deber social mira tanto al trabajo en sí mismo como al modo de trabajar.
En cuanto al trabajo en sí mismo, la sociedad ha de procurar que la remuneración sea adecuada de forma que permita al hombre y a su familia una vida digna, en la múltiple dimensión social, espiritual, material, cultural. En cuanto al modo y circunstancias de trabajo, “es injusto e inhumano organizarlo y regularlo con daño de algunos trabajadore3s”, de forma que resulten en cierto sentido esclavos de su propio trabajo.
La dimensión social del trabajo necesita de las claves teológicas y éticas del mismo. Por ello lo contemplamos en este lugar. Por otra parte, la división del trabajo, nacida con la industrialización, potencia el ámbito social del trabajo. Su dimensión ético-económica permite reconocerlo como un principio de gran importancia en la economía de cada país y mediante el contrato laboral el trabajo adquiere una vinculación justa con otros factores de producción, como el capital, y la vinculación con el resto de trabajadores de la empresa y de la sociedad.
En esta dimensión social, el empresario tiene la obligación del pago del salario y el trabajador tiene el deber de cumplir lo pactado y de producir. Este doble deber obliga por razones del bien común. Los intentos de crear un sistema laborista de dirección única de la economía con el trabajo no han resultado. Las propuestas de desconectar el salario del trabajo y la de crear un salario básico general llevan a dividir la sociedad sin referencia al trabajador produciendo presiones sociales arbitrarias.
Asimismo, ocupa un lugar importante dentro de la función social del trabajo, la aparición de las asociaciones surgidas en la sociedad industrial para la defensa d los intereses de los trabajadores. En este contexto surgen la regulación de los convenios colectivos y la colaboración de la cogestión económica común.
El derecho al trabajo, como derecho social, obliga al estado a procurar el pleno empleo mediante una política económica justa. Pero afecta también a los “empresarios indirectos”. Es toda la sociedad en conjunto la que ha de cooperar a una política solidaria de ocupación. Todas las medidas sociales dependen a su vez del desarrollo del producto social y de la productividad de la economía.
Una de las expresiones de la dimensión social del trabajo aparece en el contrato de trabajo. Este es el acuerdo expreso o tácito en virtud del cual una o varias personas se comprometen a realizar obras o prestar servicios, con carácter profesional, por cuenta ajena y bajo la dependencia de otra persona, física o jurídica, a cambio de retribución.
Las implicaciones en el contrato de trabajo por cuenta ajena son concretas. En cuanto contrato es bilateral, pero de distinta naturaleza de otros contratos, como el alquiler, aunque, en cuanto contrato, está sometido a la justicia conmutativa (cf. CIC 2411). De todos modos, una cuestión abierta será la de definir el ámbito de este estilo de contrato:
- El hombre no es objeto sino sujeto de la actividad económica y de la productividad tanto de cosas como de servicios.
- El trabajo humano no es una cosa sino algo personal. Es una actividad de una persona. Por tanto, es algo que no puede identificarse con una mercancía.
- Hay, por tanto, una distinción esencial entre el titular del capital y el titular de la actividad laboral.
            Por esto, el problema radica en averiguar y delimitar la naturaleza y la esencia del contrato de trabajo:
No es un contrato de “compra venta”, pues en éste el empresario compra al obrero su trabajo por un salario. Es ésta una postura rígida, abandonada hoy, pero seguida por los economistas durante el comienzo de la era industrial coincidiendo con la era del capitalismo salvaje y duro.
No es un contrato de “arrendamiento de servicios” por el que se trata de arrendar las tareas de los trabajadores. En este caso se puede considerar a la persona como objeto de alquiler; por tanto, como una forma moderna de esclavitud. Lo seguían los civilistas con el fin de excluirlo del concepto de compra-venta.
No es un contrato de “sociedad”. En el contrato de sociedad, uno aporta su capital y el otro su trabajo en orden a un fin personal y social que es la productividad. Si bien es verdad que es deseable que el contrato de trabajo asuma algunos elementos del contrato de sociedad, sin embargo nunca llegará a identificarse. Lo siguen algunos moralistas.
Algunos moralistas católicos han pensado que se trata de un contrato a la vez de “compraventa y de sociedad”. Del contrato se compraventa se suprime la consideración del trabajo como mercancía (el trabajo es un intercambio humano de servicios) y del contrato de sociedad se suprime la insociabilidad (se incluyen las formas diversas de participación). Estamos ante una alternativa de buena voluntad, pero sin comprobación en la vida laboral concreta.
Algunos como Laws afirman que estamos ante un contrato de “adhesión”. Es la opinión de sociólogos y politólogos. Estamos ante un contrato con dimensión social en cuanto intenta expresar el carácter social del trabajo sacándolo de su contexto individualista.

Por fin, algunos, como los laboristas y moralistas, afirman que se trata de un contrato “sui géneris”. En este caso el sujeto y el objeto de ambos contratos son los seres humanos, dimensión que no se encuentra entre otros contratos. Por ello, el tratamiento jurídico y moral ha de ser especial y distinto.

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