“Todo
cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable,
todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp
4, 8).
La
virtud es una disposición natural y firme a hacer el bien. Permite a la persona
no sólo realizar actos buenos,
sino dar lo mejor de sí misma. La persona
virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones
concretas.
El
objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios (S.
Gregorio de Nisa, beat. 1).
LAS VIRTUDES HUMANAS
Las
virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables,
perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros
actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la
fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente
buena.
Las virtudes morales se adquieren
mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los gérmenes de los actos
moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para armonizarse
con el amor divino.
Distinción de las virtudes
cardinales
Cuatro
virtudes desempeñan un papel fundamental, por eso se les llama “cardinales”;
las demás se agrupan en torno a ellas. Son: la prudencia, la justicia, la
fortaleza y la templanza.
La
prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda
circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para
realizarlo. La prudencia es la “regla recta de la acción”, escribe S. Tomás (s.
Th. 2-2,47,2), siguiendo a Aristóteles. No se confunde ni con la timidez o el
temor, ni con la doblez o la disimulación. Es llamada “auriga virtutum”:
conduce las otras virtudes indicándoles regla y medida. Guía directamente el
juicio de conciencia. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios
morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que
debemos hacer y el mal que debemos evitar.
La
justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme
voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con
Dios es llamada”la virtud de la religión”. Para con los hombres, la justicia
dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones
humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien
común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se
distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el
prójimo.
La
fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza
y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a
las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La fortaleza hace
capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas
y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la
propia vida por defender una causa justa.
La
templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y
procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la
voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los limites de la
honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles,
guarda una sana discreción y no se deja arrastrar para seguir la pasión de su
corazón. En el Nuevo testamento es llamada “moderación” o “sobriedad”.
“Vivir bien no es otra cosa que amar a Dios con todo el corazón, con
toda el alma y con todo el obrar. Quien no obedece más que a EL (lo cual
pertenece a la justicia), quien vela para discernir todas las cosas por miedo a
dejarse sorprender por la astucia y la mentira (lo cual pertenece a la
prudencia), le entrega un amor entero (por la templanza), que ninguna desgracia
puede derribar (lo cual pertenece ala fortaleza)” (S.
Agustín, mor. Eccl. 1, 25, 46).
Las virtudes y la gracia
Las virtudes humanas adquiridas
mediante la educación, mediante actos deliberados, y una perseverancia,
mantenida siempre en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la gracia
divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica
del bien. El hombre virtuoso es feliz al practicarlas.
Para el hombre herido por el pecado
no es fácil guardar el equilibrio moral. El don de la salvación por Cristo nos
otorga la gracia necesaria para perseverar en la búsqueda de las virtudes. Cada
cual debe pedir siempre esta gracia de luz y de fortaleza, recurrir a los
sacramentos, cooperar con el Espíritu Santo, seguir sus invitaciones a amar el
bien y guardarse del mal.
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