Suele definirse
como la recta medida de lo que en concreto se ha de hacer para realizar la
virtud. Es una virtud, intelectual y moral a la vez, que perfecciona la
actividad directiva de la razón practica, para que esta determine con verdad las
exigencias concretas de las virtudes, y en último termino las del recto amor
(caridad) y vida feliz.
La prudencia ha
sido considerada desde antiguo como el auriga de las demás virtudes,
pues sin
ella no se podrían llevar a la práctica, aun teniendo buena voluntad. No basta querer
obrar bien, hay que saber y aprender a hacerlo.
Como las demás virtudes,
la prudencia puede ser considerada como una cualidad general del obrar virtuoso
o como habito perfectivo especifico de la actividad racional en la que mayormente
es necesario el discernimiento.
Como virtud
general, la prudencia es la virtud que perfecciona la actividad práctica de la razón
en general, que comprende actos de deliberación, juicio e imperio. Como virtud específica
tiene como objeto propio el acto principal de la razón práctica: el imperio.
La actividad de la
prudencia es compleja. Para entenderla rectamente es preciso relacionarla de
modo adecuado con los dos aspectos de la virtud moral, intencional y electivo,
lo que permite entender cuales son las características del saber prudencial en
cuanto conocimiento moral particular, es decir, su peculiar relación con las
disposiciones morales e la persona.
Naturaleza del imperio prudencial
El imperio
prudencial presupone el acto intencional de las virtudes morales y es
presupuesto, como su norma, por el acto electivo de aquellas.
Para que la
prudencia pueda ser correctamente entendida en el marco del obrar virtuoso,
consideran algunos autores que el imperio prudencial debe situarse en el acto,
posterior a la intención y anterior a la elección o decisión interior, llamada juicio
de elección. El problema ha sido estudiado por Santo Tomas de Aquino.
Del análisis de sus textos al respecto cabe extraer dos conclusiones.
La primera es que la
virtud de la prudencia esta estrechamente ligada a la elección virtuosa,
al acto electivo de la virtud moral. Es más exacto decir que la prudencia es el
saber directivo y normativo de la elección o que la rectitud de la elección
virtuosa es participativamente prudencial.
La segunda
conclusión es que el ultimo acto por el que la prudencia dirige la elección es un
precepto o imperio, y que por tanto éste es, al menos en parte, un
imperio de elección. Santo Tomas dice claramente que la elección es lo
principal de la virtud, tanto en lo que esta tiene de conocimiento como de
apetito, por lo que el objeto de la prudencia es lo “elegibile ad opus”, la decisión interior de hacer algo.
Para la recta elección
se precisa la actividad de la razón, esto es, que antes de la elección hay una deliberación,
un juicio y un precepto: el último juicio práctico que guía la elección es un
precepto o imperio.
Esta tesis no
impide considerar que la prudencia perfeccione también el imperio de ejecución,
es decir el acto de la razón practica que organiza la ejecución de lo previamente
elegido para que se realice con orden y eficacia. La razón impera la elección
virtuosa con la energía de la intención del fin de la virtud, e impera el uso
activo con la fuerza de le elección previa. Pero nos parece que el imperio de elección
es el principal acto de la prudencia.
La importancia que
todo esto tiene para le Etica es grande. Entre otras cosas permite entender
quer la decisión que se toma en una situación concreta, y que vulgarmente es
vista como un juicio de la conciencia que pertenece a la intimidad personal, y
que como tal es objeto de respeto, es el momento donde por excelencia aparece y
actua la virtud y el vicio, con lo que se evita confundir el respeto debido a
la conciencia con la idea de que todo juicio de conciencia es moralmente
aceptable o de que la Ética nada tiene que decir con relación a esos juicios.
Los fines de las virtudes como principio de la prudencia
El fin virtuoso no
es principio de la prudencia si se lo considera como una proposición que hace
de premisa mayor o como un valor abstracto. Lo que propiamente es principio de
un razonamiento es el deseo de un fin. Por eso, en cuanto las virtudes morales,
en su aspecto intencional, consolidan el deseo de los fines virtuosos, se dice
que sin estas no puede haber prudencia.
Esto no quiere
decir que basten las virtudes morales para ser prudentes. La inclinación
habitual del apetito hacia los fines de las virtudes es condición necesaria,
pero no suficiente. Supuesta la recta intención, queda la labor de buscar las
acciones finalizadas y juzgar acerca de su idoneidad. La virtud ética proporciona
a la prudencia su fin, pero no su objeto, que es el precepto en el que
desemboca la deliberación y el juicio.
Que en el
conocimiento practico, consistente mas en dirigir la acción que en conocerla,
los fines sean el principio, significa que los fines son la fase inicial que
culminara en la acción concreta y particular, lo que equivale a considerar la
intención virtuosa como un momento incoativo y aun imperfecto, aunque
necesario. La intención del fin es el principio del proceso deliberativo y bajo
ese punto de vista la intención aparece ordenada a la elección, complemento y
consumación de la vida virtuosa.
Por su acto
intencional, la virtud afianza los principios de la deliberación y produce una
ordenación estable de la afectividad que permite deliberar sin obstáculo alguno
a partir de los fines de las virtudes. El vicio por el contrario lleva a juzgar
mal no solo de este o aquel acto, sino que fija en el ánimo una finalidad
torcida; la razón delibera imprudentemente de modo habitual. La función de la
virtud es establecer un deseo recto como principio practico.
Algo distinto
sucede con quien no posee ni la virtud ni el vicio. Aristóteles y Sto. Tomas llaman
continente e incontinente. En los dos sujetos están presentes a la vez las
exigencias de la recta razón y de la concupiscencia. Su razonamiento concluirá
de una manera o de otra según prevalezca cada vez la razón o la pasión.
El incontinente se
deja vencer por la pasión asumiendo el principio por ella sugerido, y así
delibera y concluye “esto es placentero luego me conviene hacerlo”. El
continente logra resistir la concupiscencia y delibera y concluye según las
exigencias de la razón: “esto es contrario a la virtud, luego lo evitare”.
El continente obra
bien pero no virtuosamente, porque le falta la firme y pacifica posesión de los
principios de la buena deliberación y del buen obrar, de lo que resulta una
acción imperfecta, llena de luchas y zozobras no plenamente armonizable con lo
que es la vida buena y feliz. El incontinente obra mal, pero con menor malicia
que el intemperante. Santo Tomas dice que en el incontinente su mala acción no
es el resultado lógico de la posesión estable de los principios del mal obrar,
sino de una pasión momentánea que fuerza y distorsiona la génesis
deliberativo-eleciva de la acción. El intemperante toma decisiones
tranquilamente contrarias a la virtud a causa del hábito poseído.
La pasión es de
suyo un elemento irracional que tiende a disturbar el proceso desicional,
haciéndolo imperfecto o malo. El habito moral es por su aspecto intencional
principio de la actividad practica de la razón libremente adquirido y
conservado, por lo que la razón no resulta violentada en su normalidad psicológica
por aquel. El habito moral bueno (virtud) es una impronta de la recta razón en
la afectividad que permite una integración pacifica y positiva de lo afectivo
en lo racional. El vicio es la impronta de una razón que se ha entregado a los
atractivos de las pasiones, y así da lugar a la malicia moral de quien consciente y libremente aúna y organiza sus
fuerzas para procurar su placer o sus intereses egoístas.
La verdad practica
La consecuencia de
que el deseo estable de los fines de las virtudes sea el principio de la
prudencia es la particular naturaleza de la verdad práctica, que es la propia
de la prudencia. La razón práctica es recta cuando se adecua a sus principios
que son los fines de las virtudes, de lo que resulta que la verdad practica consiste en la
conformidad de la razón con el apetito recto.
Santo Tomas de
Aquino explica que la relación entre apetito recto y razón práctica es la relación
entre virtudes morales y prudencia. Que la verdad práctica consista en la
conformidad de la razón práctica con el apetito recto es lo mismo que afirmar
la dependencia de la prudencia respecto de las virtudes morales. La rectitud
del apetito respecto del fin (aspecto intencional de la virtud) es la medida de
la verdad de la razón práctica (prudencia), que se define así según la conformidad
con el apetito recto. La verdad de la razón práctica es la regla de la rectitud
del apetito sobre los medios (aspecto electivo de las virtudes). Según esto se
dice apetito recto al que apetece lo que señala la razón verdadera. En un
sentido las virtudes son la medida de la recta razón y en otro la recta razón
es la medida del acto virtuoso (del acto electivo).
Solo es
verdaderamente conforme con el apetito recto el imperio prudencial que descubre
la verdadera relación de las cosas y de las circunstancias con las virtudes.
La interdependencia de lo intelectual y lo afectivo en la
elección prudencial
En la misma elección
se da una influencia reciproca de los elementos racionales y afectivos que la
componen.
Veamos como actúan
las pasiones en el nivel de la elección, en una persona que no posee aun ni la
virtud ni el vicio, y que toma la decisión de comportarse siempre moralmente
bien. Tienen una buena intención aunque todavía no ha llegado a educar ni a
fortalecer la afectividad. Llega el momento de comenzar a soportar y a mantener
el esfuerzo y el sujeto aguanta. Pero la dificultad se prolonga y en un cierto
momento la persona cede. Deja de obrar bien por el impulso de una pasión, la flaqueza.
La pasión ha influido
sobre el juicio acerca de lo inmediato operable, forzándolo para juzgar en el
acto particular contrariamente a lo que piensa habitualmente y en general.
La pasión ha
forzado el juicio particular de la prudencia, dando lugar a un error compatible
con una buena intención previa y con la ciencia moral, pero incompatible con la
prudencia. Alguien puede considerar en un acto particular, por influjo de l pasión,
lo contrario a su convicción general.
La pasión
consentida puede impedir la consideración actual de la ciencia moral sobre un
objeto particular, y por lo tanto impedir la actuación de la prudencia, de tres
modos:
1)
Por cierta distracción o
abstracción: si la atención se concentra
intensamente en el atractivo de un objeto, se hace imposible considerar la vez el saber moral universal, y así una pasión
puede impedir la consideración actual de la ciencia moral.
2)
Por contrariedad: la pasión puede inclinar hacia un acto vicioso, de manera que si la pasión
prevalece acerca de un objeto particular impide la aplicación del conocimiento
moral universal a ese objeto concreto, como en general se excluyen los
contrarios.
3)
Por transmutación corporal: la pasión, sobre todo si es vehemente, suele llevar consigo una
alteración psicofísica que puede debilitar o incluso impedir una recta apreciación
de las cosas.
Veamos que sucede
en un sujeto virtuoso. La voluntad de una persona con virtudes arraigadas esta
firmemente orientada y decidida a practicar las virtudes; y la afectividad
sensible esta de tal modo ordenada que es capaz de agredir o soportar lo que es
necesario. Cuando la prudencia comienza a determinar lo que es necesario soportar
aquí y ahora, las tendencias responderán ordinariamente de modo positivo, de
forma que el juicio recto puede formularse sin ser forzado por la afectividad. Las
tendencias responderán positivamente, porque el juicio de la prudencia es conforme
al apetito recto, es decir a la intención firmemente consolidad por la virtud,
que de suyo se proyecta en la elección: el deseo del fin virtuoso mueve a adherirse
al juicio sobre las acciones finalizadas a ese fin. Parece que en el sujeto
virtuoso la interdependencia de lo intelectual y lo afectivo sigue el siguiente
proceso: recta intención, prudencia, elección de la voluntad, pasiones
consecuentes a la razón y a la voluntad. La pasión antecedente a la razón
tiende a desaparecer, aunque nunca totalmente.
La estrecha relación
entre conocimiento y disposiciones morales de la persona que se establece en
los diversos niveles el conocimiento práctico, permite entender que el
conocimiento práctico es ya una actividad formalmente moral, en la que por
excelencia actúan y se encuentran la virtud y el vicio. Constituye una de las más
importantes manifestaciones de la categoría moral de la persona, a la vez que
uno de los primeros objetivos de la educación moral. No poder aceptar una
exigencia auténticamente moral pone de manifiesto una deficiencia ética de la
persona, tanto más honda cuanto mas importante es la exigencia no comprendida.
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