Transformar el delito en derecho
es negar la verdad, corromper la norma moral, pervertir a la persona y destruir
la convivencia social justa. Transformar el delito en derecho es atribuir a la
libertad humana un significado perverso. La argumentación racional sobre los
problemas bioéticos surge del valor mismo de los argumentos fundados en la
naturaleza de las cosas y no de una posición de la Iglesia. El derecho a la
vida es el primer y principal derecho de cada hombre, independientemente de sus
creencias religiosas, lo posee por el mismo hecho de ser hombre y como tal debe
ser respetado. No se trata de imponer a nadie el respeto de la vida humana
sobre la base de una norma moral confesional. Existe un punto de racionalidad
común a todos los hombres, que permite la comunicación entre ellos y la
convivencia civil, que es independiente de la fe y al cual puede adherirse
mediante bases científicas y filosóficas.
No existe una conexión
absolutamente necesaria entre la ética racional y la fe. Es posible una
fundación próxima autónoma y consecuentemente no religiosa, de la vida ética y
de la convivencia civil. La autonomía de la razón humana y la afirmación del
valor absoluto del hombre y de la vida humana, son una base suficiente para la
fundamentación próxima de la ética racional humana. La apertura a la fe
religiosa no priva al hombre de su valor absoluto. Para el creyente el hombre
esta ordenado a Dios como fin en sí mismo. Esta posición integra las
convicciones religiosas (teonomía) con la racionalidad inscrita en el ser
humano (autonomía). Se evita así pensar que la fe se contrapone y elimina a la
razón. Afirmar la autonomía de la razón no significa prescindir de ella cuando
proviene de un determinado lugar, es decir del mundo católico; no se buscaría
la verdad racional en sí, sino solamente la que proviene de aquellos sectores
que me son simpáticos.
Teniendo en
cuenta estas consideraciones se pueden establecer algunos fundamentos sobre los
cuales se apoyan constantemente las argumentaciones racionales en materia de
Bioética.
1.
Nexo entre
vida y libertad, y el vínculo constitutivo entre libertad y verdad
La vida y la libertad son bienes inseparables, cuando se
viola uno el otro es violado también. No hay verdadera libertad cuando no se
acoge y ama la vida, y no hay vida plena sin libertad. Separar la libertad de
la verdad objetiva hace imposible la fundamentación de los derechos de la
persona sobre una solida base racional, y establece la premisa de
comportamientos arbitrarios y totalitarios, tanto de los individuos como de las
instituciones. Si bien una ley como la del aborto no obliga a nadie a abortar,
o en una legislación análoga sobre la despenalización de la eutanasia ninguno
está obligado a practicarla; no es verdad que aumente las oportunidades de
libertad para todos, menos para quien es suprimido y manipulado.
En la regulación de materias como el aborto, la
reproducción asistida, la eutanasia, la reivindicación de la libertad
individual debe necesariamente tener cuidado de no vulnerar los derechos objetivos
del otro, sobre todo cuando es débil, indefenso o enfermo. En estos casos la
legislación, expresa implícitamente un juicio de violabilidad de la vida y de la
persona en determinadas condiciones, privándola de la tutela y protección. El
bien inviolable requiere el compromiso de la tutela frente a quien lo quiere
violar. Si el violador no es detenido, y en cambio está protegido y financiado
(como en el caso del aborto), esto quiere decir que no se considera inviolable
aquel bien.
2.
La libertad
de investigación científica y la dignidad de la persona
Del Renacimiento en adelante
(sobre todo del Iluminismo), la separación fe/razón se ha manifestado en la
contraposición de la ciencia a la fe, creando una divergencia entre la verdad
científica y los contenidos esenciales de la verdad de la fe. Hoy se vive aun
esta división manifestada en el conflicto entre la libertad de investigación
técnico-científica y las exigencias relacionadas a la verdad y dignidad de la
persona.
Galileo sostenía que “la ciencia
natural y la Sagrada Escritura expresan con dos lenguajes diferentes la misma
verdad”. Pasteur aconsejaba a sus discípulos: “recordad que poca ciencia podrá
alejarlos de Dios, pero mucha ciencia los reconducirá necesariamente a Él”.
En la Encíclica Humani generis, Pio XII llamo la
atención contra interpretaciones erróneas relacionadas con el evolucionismo.
Las actuales filosofías y algunas interpretaciones científicas influenciadas
por ellas no reconocen ninguna identidad personal al embrión humano, mientras
un análisis objetivo del dato científico y la doctrina de la Iglesia sostienen
lo contrario. En la Encíclica Evangelium
vitae, se expresa la verdad sobre la vida humana. El derecho a la vida y su
inviolabilidad absoluta desde el momento de la concepción es el primero y
principal derecho de cada hombre, independientemente de sus creencias
religiosas o de su situación, lo posee por el hecho mismo de ser hombre. Es una
de las primeras verdades sobre el hombre. La Iglesia no trata de imponer a
ninguno el respeto a la vida humana sobre la base de una norma moral que nace
de una visión de fe en Dios. El rechazo de las violaciones contra la vida y la
defensa de la misma se fundan sobre la naturaleza misma de las cosas y sobre la
experiencia humana. La Iglesia reconoce al embrión humano la identidad y el
estatuto de persona humana sobre la base de los datos de la razón; pide
consecuentemente a los hombres y a los Estados que cada embrión humano sea
respetado desde el primer momento y que sean reconocidos el estatuto jurídico y
los derechos de cada persona.
Hoy la ciencia, abiertamente influenciada
por posiciones ideológicas e intereses económicos no reconoce la evidencia
científica defendida fuertemente por la Iglesia. La fe no se opone a la razón,
“no hay motivo para que exista competitividad alguna entre la razón y la fe; la
una está en la otra, y cada una tiene un espacio propio de realización” (FR
17).
3.
Lo
moralmente admisible frente a lo técnicamente posible.
La natural y principal finalidad
de la medicina y del progreso técnico-científico es la defensa y la protección
de la vida, no su manipulación o eliminación. Sin embargo, en el aborto, en la
fecundación artificial y en la eutanasia, la ciencia médica en vez de proteger
la vida se pone al servicio de su manipulación y destrucción, perdiendo la
dimensión ética original reconocida ya desde antiguo en el juramento de Hipócrates.
Si bien es verdad que mediante la
fecundación artificial parejas estériles pueden tener hijos, también es verdad
que el precio a pagar es la manipulación, destrucción, muerte, crioconservación
de muchos seres humanos. El fin no justifica los medios. No se trata de
oponerse al desarrollo técnico-científico, sino de hacer que esté al servicio
del hombre y no sea causa de su destrucción. No todo lo que es técnicamente
posible es moralmente admisible.
El desarrollo científico y sus
aplicaciones tecnológicas han mejorado las condiciones de vida del hombre, pero
han contribuido también a crear una mentalidad materialista y cientificista.
Esta sostiene que no existe otra realidad que la verdad de orden
científico-técnico. Es verdadero solo aquello que se puede medir y verificar
empíricamente. Toda la realidad del mundo y del hombre es explicable mediante
la ciencia.
No se trata de negar el valor de
la ciencia en sí; la ciencia es un bien para el hombre y debe proseguir su
desarrollo por el bien de la humanidad. El problema es afirmar que existe
solamente aquello que es demostrable por la ciencia; tomar un aspecto, verdadero
y real, como el todo; pretender que todo lo que es técnicamente posible lo es
también desde el punto de vista moral; olvidar que la ciencia y la técnica son
para el hombre y están al servicio del hombre y no al revés.
La mentalidad cientificista se describe
bien en el documento Fides et ratio:
“Otro peligro considerable es el cientificismo. Esta corriente filosófica no
admite como validas otras formas de conocimiento que no sean las propias de las
ciencias positivas, relegando al ámbito de la pura imaginación tanto el conocimiento
religioso y teológico, como el saber ético y estético. Los valores quedan
relegados a productos de la emotividad y la noción de ser es marginada para dar
paso a lo puro y simplemente fáctico. La ciencia se prepara a dominar todos los
aspectos de la existencia humana a través del progreso tecnológico. Los éxitos
de la investigación científica han contribuido a difundir la mentalidad
cientificista, que parece no encontrar límites. Al marginar la critica
proveniente de la valoración ética, la mentalidad cientificista ha conseguido
que muchos acepten la idea según la cual lo que es técnicamente realizable llega
a ser por ello moralmente admisible” (FR 88). No sorprende que el sentido de
todas las cosas salga profundamente deformado cuando se ha roto la armonía con
la naturaleza para hacer sitio al primado de la técnica y se ha excluido toda
referencia a Dios. La naturaleza no es ya mater;
se ha reducido a material abierto a
todas las manipulaciones“ (EV 22).
El método científico se interesa
solamente por los aspectos objetivos y verificables de la realidad. Las
ciencias ofrecen una imagen empobrecida del mundo y del hombre. Las ciencias no
pueden pretender formular juicios metafísicos sobre la trascendencia y
espiritualidad del hombre, como no pueden decir radicalmente nada sobre la
existencia o la no-existencia de Dios; hacerlo es salir del ámbito científico y
entrar en el filosófico o ideológico. Como dice Berger: “hace falta ser un bárbaro
intelectual para afirmar que la realidad es únicamente aquello que podemos
observar con los métodos de la ciencia”. Muchas realidades para la vida del
hombre no podrán ser alcanzadas nunca con el método de la ciencia. Requieren
otras vías de acceso, como el arte, la filosofía, la teología. Más allá del
conocimiento científico, está el conocimiento por la contemplación, donde entra
el estupor, la maravilla, el amor, la intuición, la emoción.
La verdadera ciencia no puede
estar nunca en conflicto con la dignidad y los valores de la persona humana ni
con su espiritualidad.
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