lunes, 29 de junio de 2015

¿QUÉ ES LA MORAL?

Cada día oímos afirmaciones tales como: “la crisis de nuestro país no es sólo económica o política, sino sobre todo moral “, “hay que acabar con la corrupción: necesitamos gente con una moral adecuada”, “el chantaje es inmoral”, etc. En medio de la indignación o el anhelo espontáneos, no siempre el discurso o la referencia sobre la moral refleja claridad de conceptos y lógica en la argumentación.

El mismo lenguaje necesita precisarse para evitar el uso de expresiones sin sentido que, lamentablemente, suelen abundar en la vida pública. Por ejemplo: a tal persona se le acusa de “inconducta” en lugar de decir que su conducta es moralmente incorrecta. Otras veces reclaman “una conducta ética y moral” cuando, por definición, eso es una redundancia que no aclara que el pedido aboga, precisamente, por una conducta de acuerdo a los valores éticos.


Por eso es necesario que iniciemos el estudio de la moral fundamentalmente delimitando los conceptos y el lenguaje, así como los orígenes y momentos más importantes de la historia de la reflexión ética.

1.      ORIGEN Y SIGNIFICADO DEL TERMINO

Etimológicamente la palabra moral proviene del latín (mos-moris) que significa costumbre. Posteriormente se usó también para traducir la palabra griega ethos. Esta palabra (ethos) tiene múltiples significados: casa, morada, costumbre, modo de ser, carácter.
De esta forma se aprecia claramente que, por su etimología, las palabras moral y ética tienen un significado común. Moral deriva del latín (moris=costumbre, modo de ser) y ética deriva del griego (ethos=costumbre, modo de ser).
            Hay autores y textos que le dan un significado diferente a cada uno de los términos: la palabra moral la refieren preferentemente a los comportamientos concretos y a la perspectiva teológica mientras que el vocablo ética designaría explícitamente el estudio teórico y la perspectiva filosófica. Pero, cada vez se extiende entre los distintos autores la opinión de que ambos términos tienen un mismo contenido semántico y pueden ser usados indistintamente. Aquí serán usados como sinónimos que tienen idéntica riqueza de significados. Unas veces se referirán a comportamientos concretos (lo que se llama moral vivida) y, otras veces, al estudio sistemático (moral formulada; es decir, un saber o ciencia).
            Así, pues, una primera descripción de moral o ética podría formularse diciendo que ambos son términos que designan tanto la realidad como el saber relacionados con el comportamiento humano responsable en su referencia al bien o al mal.
                                     
2.      DELIMITACION DEL CONCEPTO DE MORAL

Con mucha frecuencia, al hablar de moral se confunden y mezclan distintos niveles de aproximación a la realidad humana. Las costumbres (nivel sociológico), las leyes (nivel jurídico), la religión (nivel teológico) tienen una relación estrecha con la moral; pero no se deben confundir. Por eso es necesario delimitar bien los conceptos de lo que es estadísticamente mayoritario, legalmente lícito y religiosamente sagrado como algo distinto de lo que es moralmente bueno.

2.1.   Nivel sociológico

La moral de una sociedad o grupo humano se manifiesta en primer lugar en las costumbres (mores). Al conjunto de costumbres aceptadas y vividas en una comunidad se le llama ethos. Para estudiar esta realidad hay ciencias humanas como la sociología, la antropología y la psicología. Estas hacen sus análisis empíricos recurriendo a métodos como encuestas y estadísticas que pueden cuantificar pautas y comportamientos morales. La moral necesita partir de datos de la realidad, es decir, ha de tener en cuenta el análisis sociológico. Pero una vez dicho esto, ha de quedar muy claro que el nivel sociológico sólo expresa constataciones o juicios de hechos mientras que la moral hace juicios de valor.
      La sociología constata hechos y puede analizar sus causas. La moral valora éticamente ese hecho y emite una valoración (eso está mal o está bien) para motivar el cambio o la consolidación de dicha realidad.
      En resumen: la estadística o las encuestas proporcionan datos sobre lo que hace la mayoría, pero no sobre la bondad o maldad moral de ese actuar. Por eso no se puede confundir lo que hace la mayoría con lo que es moralmente bueno (pensemos en situaciones tales como la mentira, la discriminación racial o el machismo).
      Ser mayoría o ser minoría es algo que tiene importancia para la moral, pero de ese único dato no se puede deducir lo que es moralmente correcto.

2.2.   Nivel jurídico

Las leyes son la expresión normativa que las sociedades se dan a sí mismas a través de los órganos legislativos. La ley ha de mirar al bien común buscando consensos a partir del pluralismo de opciones legítimas que hay en la sociedad. El nivel jurídico expresa valores mínimos comunes de los que brota la conciencia y la realidad de lo que es o no es lícito, legal.
      La moral se encuentra necesariamente conectada al nivel de lo lícito-ilícito, pero tampoco se reduce al ámbito de lo legal. La ética tiene una función crítica y complementaria respecto al orden jurídico. En toda sociedad hay situaciones que son perfectamente legales, es decir, de acuerdo a la ley establecida; sin embargo, eso no quiere decir que sean necesariamente buenas moralmente hablando.
      Por ejemplo: el salario mínimo legal de nuestro país, por definición se ajusta a lo estipulado en la ley; pero la valoración moral lo percibe como injusto. Vemos pues, que el “sueldo mínimo legal” no es necesariamente, un “sueldo mínimo moral”. Por eso la Doctrina Social de la Iglesia no habla de salario legal, sino de salario justo. La ética va más allá de la legalidad.

2.3.   Nivel religioso

Aunque estén estrechamente relacionados en la existencia misma del creyente, lo religioso y lo moral son dos aspectos formalmente distintos. Es cierto que para una persona creyente, para la cual Dios es quien da sentido a su existencia y a los aspectos fundamentales de ésta (la vida, la muerte, el amor, la justicia, la libertad, la verdad, etc.), se entrelazan las dimensiones ética y religiosa.
      La fe se verifica en la moral y, a su vez, la moral se constituye en la piedra de toque de la fe (Cfr. Mt 25, 31-46; St 2, 14ss.). La fe necesita mostrarse en las obras para ser coherente, ya que “la fe actúa por la caridad” (Gal 5,6). En cambio el sentido moral, las exigencias éticas, no necesitan de por sí una convalidación religiosa. Esta es una afirmación obvia porque, de lo contrario, los ateos se considerarían exentos de obligaciones morales. Las opiniones morales no se fundamentan en creencias religiosas sino que parten de la razonabilidad del discernimiento. Claro está que la fe, en concreto la fe cristiana, le da un valor trascendental y teológico a la vida ética del creyente.
      Por eso, hay que procurar articular adecuadamente las relaciones entre fe y moral, religión y ética, para evitar dos peligros extremos: la separación total de lo ético respecto a lo religioso (reduciéndolo a meras prácticas de piedad), o reducir la fe a un conjunto de normas y reglas de comportamiento.
      Distinguiendo adecuadamente el aspecto religioso (lo santo, lo sagrado) del aspecto ético (lo bueno) podremos luego unirlos en la vida sin confundirlos. De ahí brota el llamado que hace el Concilio Vaticano II (GS, 16) a los cristianos para que participemos en un diálogo constructivo con los no creyentes a fin de buscar soluciones a los graves problemas morales de la humanidad.

3.      JALONES HISTÓRICOS

3.1.   Aristóteles

En el conjunto de los grandes pensadores griegos de la antigüedad, puede decirse que Aristóteles (384-322 a.C.) es, posiblemente, uno de los pensadores que ha tenido más influencia en nuestra cultura. Su obra fundamental en el campo de la moral es la Etica a Nicómaco. El pensamiento aristotélico fue incorporado a la ética cristiana, sobre todo, por Santo Tomás de Aquino. Hasta nuestros días sigue siendo notable la influencia aristotélica en la conducta y en las ideas morales de la cultura occidental.

Entre los rasgos principales de la moral de Aristóteles cabe señalar que la suya es:

Ética de la felicidad: La dimensión ética de la persona consiste en tener una forma de vida que lleve a la felicidad. El bien supremo y el fin que todos buscan es la felicidad. Para Aristóteles ésta no se identifica ni con el placer, ni con el honor, ni con la riqueza: estos son sólo medios y no fines. La felicidad es la actividad específica del alma humana; el quehacer racional, la contemplación.

Ética de la virtud: La felicidad es una actividad en concordancia con la virtud, ya que es el fruto de la misma. Según Aristóteles las virtudes que ha de tener el hombre perfecto son: Fortaleza, Templanza, Pudor, Liberalidad, Magnanimidad, Dulzura, Veracidad, Buen Humor, Amabilidad, Justicia y Equidad.

Ética política o ciudadana: Para Aristóteles no puede haber política sin ética ni ética sin política. La vida ideal de las personas se ha de realizar en la polis (ciudad): vivir humanamente es compartir la vida ciudadana (política). El que lo hace, afirma, o es una bestia o es un dios.

            Por la importancia de esta dimensión política de la ética, Aristóteles da prioridad en sus obras a las actitudes de la justicia y la amistad. El modelo ético aristotélico ha recibido, a lo largo de la historia, también críticas que lo señalan como: elitista, clasista, teorético y egoísta.

3.2.   Santo Tomás de Aquino

El gran hito de la Teología Moral es Santo Tomás de Aquino (1225-1274). En su obra, la moral no es un tratado autónomo separado de la teología, sino que está incluida dentro del esquema global de su síntesis teológica.
      A pesar de que tiene una fuerte influencia de Aristóteles, le reflexión moral de Santo Tomás hunde sus raíces en la teología: primero se ocupa de Dios, después del movimiento de las criaturas hacia Dios y, en tercer lugar, de Cristo en cuanto camino para ir a Dios. Esa es la estructura de su gran obra: La Suma Teológica. Los rasgos principales que la moral tomista plantea son: la persona como imagen de Dios, la tensión dinámica de la persona hacia Dios, la “cristificación” como dimensión del cristiano y la presencia del Espíritu como “ley nueva” del cristianismo.
      La obra de Santo Tomás ha tenido un influjo extraordinario en la historia de la reflexión Teológico-moral. Ha sido siempre un manantial fecundo al que se ha recurrido en los momentos de renovación y florecimiento de la ética teológica en la historia de la teología católica; sobre todo, en el llamado renacimiento tomista de la Escuela de Salamanca, en el S. XVI, y en los planteamientos de la moral renovada después del vaticano II.

3.3.   Inmanuel Kant

El filósofo alemán Inmanuel Kant (1724-1804) es el autor que elaboró una moral de acuerdo a las exigencias de la razón humana, autónoma e ilustrada. La ética kantiana es, sobre todo, la ética para el hombre moderno que ha llegado a la mayoría de edad.
      Las características básicas de la moral de Kant son las siguientes:

·         La persona autónoma como centro de los valores morales. Cada persona es un fin en sí mismo y no sólo un simple medio. El hombre es persona por ser sujeto de moralidad y estar inserto en el “reino d los fines en sí”. Por eso una de las formulaciones del imperativo categórico que propone Kant es como sigue: “obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin, al mismo tiempo, y nunca como un medio”.
·         La eliminación de todo lo que suponga interés como motivación ética, tal como sucede en la ética de la felicidad propuesta por Aristóteles.
·         La bondad moral radica en la “buena voluntad”, ella es el único lugar propio de los valores morales.
·         La primacía del deber: la voluntad se deja conducir por el deber. La bondad moral se presenta como algo impositivo e incondicional.
·         La reducción de la religión a la moral: la religión queda encuadrada dentro de los límites de la razón. De esta manera la actitud religiosa queda indebidamente sometida a la actitud moral.




Preguntas de autoevaluación


  1. ¿Qué es la moral y qué es la ética? ......................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................
  2. ¿Qué relación tiene la moral con la costumbre, la ley y la religión?
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3.      ¿Qué vigencia tienen hoy los planteamientos éticos fundamentales de Aristóteles, Santo Tomás de Aquino y Kant?
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Lecturas


Obligatoria:
  • DELESALLE, J. “Grandes corrientes del pensamiento moral”. En: Varios. Iniciación a la práctica de la teología. IV Ética. Madrid: Cristiandad, 1984, pp. 109-111; 124-127.

Opcionales:
  • CAMPS, V. (ed). Historia de la ética. T.I. Barcelona: Crítica, 1988, pp. 136-152 y 421-435.
  • HANLON, G: El libro de la ética. Lima: CEP, 1996, pp. 15-28.
  • HÄRING, B. Libertad y fidelidad en Cristo. T.I. Barcelona: Herder, 1981, pp. 49-72.
  • VIDAL, M: Para conocer la ética cristiana. Estela: Verbo Divino, 1990, pp. 9-28.








LECTURA OBLIGATORIA

Kant y la reconquista de la razón sobre Dios

Jaspers habla de la “sobriedad insuperable” de la filosofía kantiana. Ninguna filosofía ha practicado  con tanta constancia e inflexible rigor la virtud de la pobreza. La decisión aparece afirmada desde el prefacio del Fundamento de la metafísica de las costumbres. Kant no tomará nada prestado de todas las ciencias que nos hablan del ser sensible y empírico del hombre, como psicología o antropología; “el principio de la obligación no debe buscarse aquí en la naturaleza del hombre ni en las circunstancias en que se encuentra en este mundo, sino a priori en los conceptos de la razón pura”. La práctica de la pobreza introduce a la filosofía en su verdadera riqueza: el a priori como único elemento determinante de nuestra conducta. Así liberada de todo objeto, sea sensible, como los que me producen la felicidad. O metafísico, como Dios o el alma, o incluso ético, como los conceptos del bien y del mal, la razón puede tomar posesión de sí y ejercer una soberanía absoluta sobre los pasos del hombre. Ya dado que es el hombre mismo en lo que éste tiene de más elevado, se puede decir que, con la moral de Kant, el hombre se apropia toda su libertad. De esa manera se funda una comunidad de hombres tan universal como la razón que les es común.
Pero esta razón es formal y no puede ejercer su jurisdicción si no es a este precio. Define un método, “la regla dice simplemente que se debe actuar de cierta forma”. Es decir, que el problema de las acciones y de su contenido se mantiene intacto y que la razón en cuanto tal no tiene que preocuparse de su origen, de sus consecuencias. Naturalmente, no puede desinteresarse de ello, pues, en cuanto fuerza legisladora, está constantemente llamada a considerarlo, como nos demuestra la lectura de las tres fórmulas del acto moral. Cuando la ley moral -el imperativo categórico- me orden actuar de tal manera que se pueda universalizar la máxima de mi acto no puedo dejar de preguntarme de dónde viene el contenido al que debe aplicarse la ley. Si debo tratar a la humanidad al mismo tiempo como fin y nunca sólo como medio, se sobrentiende que tengo presentes otros fines. ¿Se trata de la tercera fórmula? Funciona también de forma “negativa” y “limitadora”: se opone, en efecto, a que yo obedezca por entero a leyes que sean extrañas a mi voluntad; subordina esta obediencia a la que sólo me debo a mí mismo en cuanto razón. Implica, por tanto, estas leyes.
            La moral kantiana presupone en general la existencia de otra moral, como materia que es preciso dotar de legitimidad moral. ¿Cuál es esta segunda moral? La que gobierna los impulsos individuales, la que toda sociedad elabora, y que constituye su querer y su vivir. Podemos llamarla concreta debido a los caracteres particulares e históricos que la definen y, por consiguiente, la limtan. El problema que se plantea es el siguiente: ¿Qué relación existe entre la moral pura, formal y universal, tal como la definió Kant, antes que nadie, y la moral concreta y viva, cuya noción estamos presentando?.
            No creemos que esta relación sea principalmente negativa ni que la moral, según Kant, se ejerza a la manera del demonio de Sócrates, que sólo sabía decir que no. Debe ser más bien ambigua. He aquí el porqué.
            Las sociedades humanas obedecen leyes, viven según ciertas costumbres, que constituyen otras tantas morales, en la medida en que contienen algo de razón y de universal, pero morales impuras, en la medida en que son particulares, limitadas, y, en último término, su “ley suprema” se confunde muchas veces con “la salvación del pueblo”, considerado como “un inmenso cuerpo que se debe gobernar y alimentar”. Esta salvación no tiene nada de común con la que propone la moral filosófica. A pesar de todo, ¿tiene ésta derecho a desinteresarse de aquella? Más allá del discurso de Electra que exalta a ciertos pueblos muertos “que resplandecen para siempre”, ¿no será preciso acoger el de Egipto, que se empeña en hacer vivir el suyo?
            ¿No será una de sus tareas esenciales buscar un acuerdo entre estos dos discursos? La moral filosófica no puede olvidarlo, dado que estas exigencias “terrestres” no le son ajenas, constituyen morales y son portadores de razón, aún cuando las primeras sean impuras y la segunda imperfecta.
            Es evidente que esta situación de la moral, obligada a respetar su propia exigencia y a estar atenta a las morales concretas que debe informar, entraña un peligro de compromiso. Puede vencerlo de dos formas: poniéndose a las órdenes de la moral concreta, cuyos fines aceptaría servir prestándole el lenguaje de lo universal, o decidiendo constituir por sí sola toda la moral. Si es de orientación racionalista y kantiana, será poco vulnerable a la primera tentación pero, en cambio, estará muy expuesta a la segunda, la del repliegue. Y no se puede asegurar que Kant haya sabido superarla siempre.
            Podemos adivinar el resultado de esta actitud. La moral concreta al menos actúa en el mundo y lo modifica. Pero la moral filosófica, que pretende hacer sus veces, se prohíbe por eso mismo toda acción. Me incita a vivir en conformidad con la razón, pero esta razón esta orientada hacia sí y se contenta con su propio ejercicio. En otros términos, puedo estar satisfecho de mi acuerdo conmigo mismo, pues la razón ratifica mi decisión y avala mi elección: mi vida está en consonancia y unificada, es sensata, y vivo según el mismo logos. Pero este acuerdo y esta razón son puramente formales y, de hecho, no me satisfacen en cuanto ser razonable, sino porque, como el sabio estoico, no me tomo muy en serio el mundo en que vivo ni me preocupo de sus posibilidades de mejorar. Conocemos la contrapartida de este acuerdo consigo mismo, cuando pretende definir toda la moral: es la desrealización de un mundo con el que el estoico no tiene esperanza de ponerse de acuerdo, la asimilación de la vida a una obra de teatro y del mundo a una hospedería; la conclusión a que lleva cuando las condiciones externas lo hacen imposible, es el suicidio razonable. Ahora bien: este suicidio no es más que la traducción de esta ausencia del mundo a la que me condena la preocupación exclusiva por la pureza. Así queda patente la impotencia de la moral filosófica, cuando sólo se quiere a sí misma y olvida que su función y la condición misma de su existencia es informar a la moral concreta e histórica.

            E. Weil, señala que Kant omite dos virtudes cardinales: la fortaleza y la prudencia. Omisión significativa y, en el fondo, inevitable. No es sólo que el sujeto moral no tenga necesidad de ser fuerte y prudente, sino que, si lo fuera, indicaría con ello que la pureza de sus máximas no le es suficiente y que necesita también actuar en el mundo. El hombre a quien el asesino pregunta el camino que acaba de tomar aquel a quien quiere matar, y que le da la información solicitada, se exime así de tener fortaleza: está ausente del mundo, y lo que ocurra en el no le interesa en cuanto sujeto moral. Por lo que a el se refiere, deja el mundo en manos de los asesinos. La fortaleza consistiría en este caso en negar la verdad a quien se ha negado el derecho a exigirla, y en defender, si fuera necesario, esta negativa. Y la prudencia consistiría en discernir lo mejor posible a quien, en que condiciones y en que términos hay que decir esta verdad. Que para ello se necesita habilidad, ya lo sabía Aristóteles.

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