Dios que ha creado al hombre por amor, lo ha llamado
también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano. Porque el
hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios que es Amor.
Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor
mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con
que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador (Gen
1, 31).
EL MATRIMONIO EN EL NUEVO
TESTAMENTO
La alianza nupcial entre Dios y su pueblo Israel,
había preparado la nueva y eterna alianza mediante la que el Hijo de Dios,
encarnándose y dando su vida, se unió en cierta manera con toda la humanidad
salvada por él (GS 22), preparando así "las bodas del cordero" (Ap
19,7.9)
En el umbral de su vida pública, Jesús realiza su
primer signo - a petición de su Madre - con ocasión de un banquete de bodas (Jn
2,1-11). La Iglesia concede una gran importancia a la presencia de Jesús en
las bodas de Caná. Ve en ella la confirmación de la bondad del matrimonio y el
anuncio de que en adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia
de Cristo.
Desde el principio de la creación, cuando Dios crea
a la primera pareja, la unión entre ambos se convierte en una institución
natural, con un vínculo permanente y unidad total. En su predicación, Jesús
enseñó sin ambigüedad el sentido
original de la unión del hombre y la mujer, tal como el Creador la quiso al
comienzo.
La autorización, dada por Moisés, de repudiar a su
mujer en determinados casos era una concesión a la dureza del corazón.
Cristo “hace” indisoluble el matrimonio.
En el evangelio, Jesucristo se pronuncia
tajantemente en contra del divorcio permitido por la ley judía. Jesucristo
afirma:
"¿No habéis leído que al
principio el Creador los hizo hombre y mujer, y que dijo: Por eso dejará el
hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola
carne? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que
Dios ha unido, que no lo separe el hombre. (Mt 19, 4-6)
Jesús les dijo:
“Por la dureza de su corazón,
Moisés les permitió divorciarse de su esposa; pero al principio no fue así. Yo
les digo que el que se divorcia de su esposa, a no ser por motivo de
inmoralidad sexual, y se casa con otra comete adulterio”. (Mt 19, 8-9)
“El que se
divorcia de su esposa y se casa con otra. Comete adulterio contra la primera; y
si la mujer deja a su esposo y se casa con otro, también comete adulterio”. (Mc
10, 11-12)
Así la mujer casada está ligada
por la Ley a su marido mientras éste vive; mas una vez muerto el marido, se ve
libre de la Ley del marido. Por eso mientras vive el marido, será llamada
adúltera si se une a otro hombre; pero si muere el marido, queda libre de la
Ley, de forma que no es adúltera si se casa con otro (Rom 7, 2-3).
En el pasaje de los corintios Pablo enseña que en el
matrimonio debemos entregarnos totalmente a nuestra esposa o esposo, es por eso
dice, nuestro cuerpo es de nuestra mujer, y el de la mujer nuestro, para
enseñar lo mismo que ambos son solamente uno y existe total identidad entre los
dos, total entrega y total amor.
“No obstante, por razón de la
impureza, tenga cada hombre su mujer, y cada mujer su marido. Que el marido dé
a su mujer lo que debe y la mujer de igual modo a su marido. No dispone la
mujer de su cuerpo sino el marido. Igualmente el marido no dispone de su
cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro sino de mutuo acuerdo” (1
Cor 7, 2-5).
En cuanto a los casados les
ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido, mas en el
caso de separarse que no vuelva a casarse, o que se reconcilie con su marido.
De la misma manera, que el marido no despida a su mujer (1 Cor 7, 10-11).
La mujer casada está ligada a su
esposo mientras este vive; si el esposo muere, ella queda libre para casarse
con quien quiera, con tal de que sea un creyente. Aunque creo que será más
feliz si no vuelve a casarse. (1Cor
7, 39)
Esta insistencia, inequívoca, en la indisolubilidad
del vínculo matrimonial pudo causar perplejidad y aparecer como una exigencia
irrealizable:
Le dijeron sus discípulos: “Si
este es el caso del hombre en relación con su esposa, no conviene casarse” (Mt
19,10).
Sin embargo, Jesús no impuso a los esposos una carga
imposible de llevar y demasiado pesada, más pesada que la Ley de Moisés:
“Acepten el yugo que les pongo, y
aprendan de mi que soy manso y humilde de corazón. Porque el yugo que les pongo
y la carga que les doy a llevar son ligeros” (Mt 11,29-30).
Viniendo para restablecer el orden inicial de la
creación perturbado por el pecado, da la fuerza y la gracia para vivir el
matrimonio en la dimensión nueva del Reino de Dios.
Siguiendo a Cristo, renunciando a sí mismos, tomando
sobre sí sus cruces (Mt 8,34), los esposos podrán "comprender" (Mt
19,11) el sentido original del matrimonio y vivirlo con la ayuda de Cristo.
Esta gracia del Matrimonio
cristiano es un fruto de la Cruz de Cristo, fuente de toda la vida cristiana. Jesucristo restaura el designio original de Dios sobre el matrimonio.
Con su pasión y muerte en la Cruz eleva el matrimonio a la categoría de
Sacramento como reconoce San Pablo en Efesios cuando, después de citar el texto
de Gen 2,18, afirma "éste es un gran misterio -sacramentum- y yo lo
refiero a Cristo y a su Iglesia.
El texto clásico de las Escrituras es la declaración
del Apóstol Pablo, quien declara enfáticamente que la relación entre marido
y mujer debe ser como la relación entre Cristo y su Iglesia:
“Esposas estén sujetas a sus
maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la esposa, como Cristo es
cabeza de la Iglesia. Cristo es el salvador de la Iglesia, que es su cuerpo; y así
como la Iglesia está sujeta a Cristo, así también las esposas deben estarlo a
sus maridos en todo”. (Ef 5, 22-24)
Maridos, amad a vuestras esposas
como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para
santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra,
y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni
cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. (Ef 5, 22-27)
Así como el esposo ama a su
propio cuerpo, así también debe amar a
su esposa. El que ama a su esposa, se ama a sí mismo; porque nadie odia su
propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida, como Cristo hace con la
Iglesia, porque ella es su cuerpo. Y nosotros somos parte de ese cuerpo. (Ef
5, 28-30)
Después de esta exhortación, el Apóstol alude a la
institución divina del matrimonio con las palabras proféticas proclamadas por
Dios a través de Adán:
“Por eso el hombre dejara a su
padre y a su madre para unirse a su esposa, y los dos serán como una sola
carne”. (Ef 5, 31)
Luego concluye con estas significativas palabras con
las que caracteriza el matrimonio cristiano:
“Este es un gran sacramento; lo
digo respecto a Cristo y a la Iglesia”. (Ef 5, 32)
El amor de los esposos cristianos uno por otro debe
estar modelado sobre el amor entre Cristo y la Iglesia, porque el matrimonio
cristiano, como copia y muestra de la unión de Cristo con la Iglesia, es un
gran misterio o sacramento.
Toda la vida cristiana está
marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Ya el Bautismo, entrada en el
Pueblo de Dios, es un misterio nupcial. Es, por así decirlo, como el baño de
bodas (Ef 5,26-27) que precede al banquete de bodas, la Eucaristía.
El Matrimonio cristiano viene a ser por su parte
signo eficaz, sacramento de la alianza de Cristo y de la Iglesia. Puesto que es
signo y comunicación de la gracia, el matrimonio entre bautizados es un
verdadero sacramento de la Nueva Alianza (DS 1800; CIC, can. 1055,2).
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