CONCILIO
DE TRENTO (1545-1563)
EL
SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
Sesión XXIV
Celebrada en tiempo del sumo Pontífice Pío IV (Noviembre de 1563)
Sesión XXIV
Celebrada en tiempo del sumo Pontífice Pío IV (Noviembre de 1563)
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El Concilio de
Trento reafirmó el carácter sacramental del matrimonio y fijó la normativa
matrimonial, a través de una serie de decretales (cartas de los Papas que
comunicaban sus decisiones en lo referente a cuestiones disciplinares). En
ellas, se reconoció la importancia del matrimonio cristiano, se fijaron las
normas del rito matrimonial, se validó una vez más el carácter sacramental e
indisoluble, se establecieron los aspectos fundamentales que debían
considerarse a la hora de contraer matrimonio, como por ejemplo, la
presentación de las amonestaciones, la aclaración de los impedimentos, y todos
aquellos que podrían invocarse a la hora de solicitar el divorcio o la nulidad
conyugal, en casos de violencia sexual.
El Concilio debatió
sobre la solemnidad del intercambio en el consentimiento y el papel de los
padres en el matrimonio. Se prohibió la poligamia; se establecieron los
impedimentos de parentesco; la afirmación del
derecho de la
Iglesia a fallar
las separaciones corporales.
Se reafirmó la ley
del celibato eclesiástico y de la superioridad de la virginidad y del celibato
sobre el matrimonio; además se
trató de los impedimentos de parentesco espiritual,
de honra pública, de afinidad, de relaciones sexuales fuera del matrimonio, y
del rapto.
Mencionamos algunas
citas textuales:
“El primer padre
del humano linaje declaró, inspirado por el Espíritu Santo, que el vínculo
del Matrimonio es perpetuo e indisoluble, cuando dijo: Ya es esta hueso de
mis huesos, y carne de mis carnes: por esta causa, dejará el hombre a su padre
y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán dos en un solo cuerpo”.
“Aún más abiertamente enseñó Cristo nuestro
Señor que se unen, y juntan con este vínculo dos personas solamente, cuando
refiriendo aquellas últimas palabras como pronunciadas por Dios, dijo: Y así ya
no son dos, sino una carne; e inmediatamente confirmó la seguridad de este
vínculo (declarada tanto tiempo antes por Adán) con estas palabras: Pues lo
que Dios unió, no lo separe el hombre”.
“Pues como en la
ley Evangélica tenga el Matrimonio su excelencia respecto de los casamientos
antiguos, por la gracia que Jesucristo nos adquirió; con razón enseñaron
siempre nuestros santos Padres, los concilios, y la tradición de la Iglesia
universal, que se debe contar entre los Sacramentos de la nueva ley”.
“Y deseando el
santo Concilio oponerse a su temeridad, ha resuelto exterminar las herejías y
errores más sobresalientes de los cismáticos, para que su pernicioso contagio
no inficione a otros, decretando los anatemas siguientes contra los mismos
herejes y sus errores: (se mencionan algunos)
CAN. I. “Si alguno
dijere, que el Matrimonio no es verdadera y propiamente uno de los siete
Sacramentos de la ley Evangélica, instituido por Cristo nuestro Señor, sino
inventado por los hombres en la Iglesia; y que no confiere gracia; sea
excomulgado”.
CAN. II. “Si alguno
dijere, que es lícito a los cristianos tener a un mismo tiempo muchas mujeres,
y que esto no está prohibido por ninguna ley divina; sea excomulgado”.
CAN. III. “Si
alguno dijere, que sólo aquellos grados de consanguinidad y afinidad que se
expresan en el Levítico, pueden impedir el contraer Matrimonio, y dirimir el
contraído; y que no puede la Iglesia dispensar en algunos de aquellos, o
establecer que otros muchos impidan y diriman; sea excomulgado”.
CAN. V. Si alguno
dijere, que se puede disolver el vínculo del Matrimonio por la herejía, o
cohabitación molesta, o ausencia afectada del consorte; sea excomulgado.
CAN. VII. Si alguno
dijere, que la Iglesia yerra cuando ha enseñado y enseña, según la doctrina del
Evangelio y de los Apóstoles, que no se puede disolver el vínculo del
Matrimonio por el adulterio de uno de los dos consortes; y cuando enseña que
ninguno de los dos, ni aun el inocente que no dio motivo al adulterio, puede
contraer otro matrimonio viviendo el otro consorte; y que cae en fornicación el
que se casare con otra dejada la primera por adúltera, o la que, dejando al
adúltero, se casare con otro; sea excomulgado.
CAN. X. Si alguno
dijere, que el estado del Matrimonio debe preferirse al estado de virginidad o
de celibato; y que no es mejor, ni más feliz mantenerse en la virginidad o
celibato, que casarse; sea excomulgado.
Decreto de
reforma sobre el matrimonio
CAP. I. Los
Obispos puedan dispensar de las proclamas.
“Después de esto, y
antes de consumarlo, se han de hacer las proclamas en la iglesia, para que más
fácilmente se descubra si hay algunos impedimentos; a no ser que el mismo
Ordinario tenga por conveniente que se omitan las mencionadas proclamas, lo que
el santo Concilio deja a su prudencia y juicio”.
CAP. I. Quien
contrajere Matrimonio de otro modo que a presencia del párroco, y de dos o tres
testigos, lo contrae inválidamente.
“Los que atentaren
contraer Matrimonio de otro modo que a presencia del párroco, o de otro
sacerdote con licencia del párroco, o del Ordinario, y de dos o tres testigos,
quedan absolutamente inhábiles por disposición de este santo Concilio para
contraerlo aun de este modo; y decreta que sean írritos y nulos semejantes
contratos, como en efecto los irrita y anula por el presente decreto”.
CAP. VIII.
Graves penas contra el concubinato.
“Grave pecado es
que los solteros tengan concubinas; pero es mucho más grave, y cometido en
notable desprecio de este grande sacramento del Matrimonio, que los casados
vivan también en este estado de condenación, y se atrevan a mantenerlas y
conservarlas algunas veces en su misma casa, y aun con sus propias mujeres”.
CARTA ENCÍCLICA “ARCANUM DIVINAE
SAPIENTIAE”
DEL SUMO PONTÍFICE LEÓN XIII - SOBRE LA
FAMILIA (1880)
EL MATRIMONIO CRISTIANO
Origen y propiedades
Origen y propiedades
Para todos consta,
cual es el verdadero origen del matrimonio. Pues, a pesar de que los
detractores de la fe cristiana traten de desconocer la doctrina constante de la
Iglesia acerca de este punto y se esfuerzan ya desde tiempo por borrar la
memoria de todos los siglos, no han logrado, sin embargo, ni extinguir ni
siquiera debilitar la fuerza y la luz de la verdad.
Recordamos cosas
conocidas de todos y de que nadie duda: después que en el sexto día de la
creación formó Dios al hombre del limo de la tierra e infundió en su rostro el
aliento de vida, quiso darle una compañera, sacada admirablemente del costado
de él mismo mientras dormía.
Con lo cual quiso
el providentísimo Dios que aquella pareja de cónyuges fuera el natural
principio de todos los hombres, o sea, de donde se propagara el género humano y
mediante ininterrumpidas procreaciones se conservara por todos los tiempos.
Y aquella unión del
hombre y de la mujer, para responder de la mejor manera a los sapientísimos
designios de Dios, manifestó desde ese mismo momento dos principalísimas
propiedades, nobilísimas sobre todo y como impresas y grabadas ante sí: la
unidad y la perpetuidad.
Y esto lo vemos
declarado y abiertamente confirmado en el Evangelio por la autoridad divina de
Jesucristo, que atestiguo a los judíos y a los apóstoles que el matrimonio, por
su misma institución, solo puede verificarse entre dos, esto es, entre un
hombre y una mujer; que de estos dos viene a resultar como una sola carne, y
que el vínculo nupcial esta tan íntima y tan fuertemente atado por la voluntad
de Dios, que por nadie de los hombres puede ser desatado o roto.
Se unirá (el
hombre) a su esposa y serán dos en una carne. Y así no son dos, sino una carne.
Por consiguiente, lo que Dios unió, el hombre no lo separe (Mt 19, 5-6).
Corrupción del
matrimonio antiguo
Pero esta forma del
matrimonio, tan excelente y superior, comenzó poco a poco a corromperse y
desaparecer entre los pueblos gentiles; incluso entre los mismos hebreos
pareció nublarse y oscurecerse.
Entre éstos, en
efecto, había prevalecido la costumbre de que fuera lícito al varón tener más
de una mujer; y luego, cuando, por la dureza de corazón de los mismos, Moisés
les permitió indulgentemente la facultad de repudio, se abrió la puerta a los
divorcios.
Por lo que toca a
la sociedad pagana, apenas cabe creerse cuánto degeneró y qué cambios
experimentó el matrimonio, expuesto como se hallaba al oleaje de los errores y
de las más torpes pasiones de cada pueblo.
Todas las naciones
parecieron olvidar, más o menos, la noción y el verdadero origen del
matrimonio, dándose por doquiera leyes emanadas, desde luego, de la autoridad
pública, pero no las que la naturaleza dicta.
Su
ennoblecimiento por Cristo
Tan numerosos
vicios, tan enormes ignominias como mancillaban el matrimonio, tuvieron,
finalmente, alivio y remedio, sin embargo, pues Jesucristo, restaurador de la
dignidad humana y perfeccionador de las leyes mosaicas, dedico al matrimonio un
no pequeño ni el menor de sus cuidados.
Ennobleció, en
efecto, con su presencia las bodas de Caná de Galilea, inmortalizándolas con el
primero de sus milagros (Jn 2, 6), motivo por el que, ya desde aquel momento,
el matrimonio parece haber sido perfeccionado con principios de nueva santidad
Restituyó luego el
matrimonio a la nobleza de su primer origen, ya reprobando las costumbres de
los hebreos, que abusaban de la pluralidad de mujeres y de la facultad de
repudio, ya sobre todo mandando que nadie desatara lo que el mismo Dios había
atado con un vínculo de unión perpetua.
Por todo ello,
después de refutar las objeciones fundadas en la ley mosaica, revistiéndose de
la dignidad de legislador supremo, estableció sobre el matrimonio esto:
"Os digo, pues, que todo el que abandona a su mujer, a no ser por causa de
fornicación, y toma otra, adultera; y el que toma a la abandonada, comete
adulterio" (Mt 19, 9).
Transmisión de
su doctrina por los apóstoles
Cuanto por voluntad
de Dios ha sido decretado y establecido sobre los matrimonios, sin embargo, nos
lo han transmitido por escrito y más claramente los apóstoles, mensajeros de
las leyes divinas. Y dentro del magisterio apostólico, debe considerarse lo que
los Santos Padres, los Concilios y la Tradición de la Iglesia universal han
enseñado siempre (Concilio Tridentino Ses. 24), esto es, que Cristo Nuestro
Señor elevo el matrimonio a la dignidad de sacramento, haciendo al mismo tiempo
que los cónyuges, protegidos y auxiliados por la gracia celestial conseguida
por los méritos de Él, alcanzasen en el matrimonio mismo la santidad…, sino
también robusteciendo la Unión, ya de suyo irrompible, entre marido y mujer con
un más fuerte vínculo de caridad.
"Maridos -dice
el apóstol San Pablo-, amad a vuestras mujeres igual que Cristo amo a la
Iglesia y se entregó a si mismo por ella, para santificarla... Los maridos
deben amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos.., ya que nadie aborrece
jamás su propia carne, sino que la nutre y la abriga, como Cristo también a la
Iglesia; porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por
esto dejara el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán
dos en una carne. Sacramento grande es éste; pero os lo digo: en Cristo y en la
Iglesia" (Ef 5, 25).
Por magisterio de
los apóstoles sabemos igualmente que Cristo mando que la unidad y la perpetua
estabilidad, propias del matrimonio desde su mismo origen, fueran sagradas y
por siempre inviolables: "A los
casados -dice el mismo San Pablo- les mando, no yo, sino el Señor, que la mujer
no se aparte de su marido; y si se apartare, que permanezca sin casarse o que
se reconcilie con su marido" (1Co 7, 10-11). Y de nuevo: "La
mujer está ligada a su ley mientras viviere su marido; y si su marido muere,
queda libre" (Ef 5, 39). Es por estas causas que el matrimonio es
"sacramento grande y entre todos honorable" (He 13, 4),
piadoso, casto, venerable, por ser imagen y representación de cosas altísimas.
La finalidad del
matrimonio en el cristianismo
… Se asignó a la
sociedad conyugal una finalidad más noble y más excelsa que antes, porque se determinó
que era misión suya no solo la propagación del género humano, sino también la
de engendrar la prole de la Iglesia, conciudadanos de los santos y domésticos
de Dios (Ef 2, 19), esto es, la procreación y educación del pueblo para
el culto y religión del verdadero Dios y de Cristo nuestro Salvador (Catec.
Romano c.8).
… Quedaron
definidos íntegramente los deberes de ambos cónyuges, establecidos
perfectamente sus derechos. Es decir, que es necesario que se hallen siempre
dispuestos de tal modo que entiendan que mutuamente se deben el más grande
amor, una constante fidelidad y una solícita y continua ayuda.
El marido es el
jefe de la familia y cabeza de la mujer, la cual, sin embargo, puesto que es
carne de su carne y hueso de sus huesos, debe someterse y obedecer al marido,
no a modo de esclava, sino de compañera; esto es, que a la obediencia prestada
no le falten ni la honestidad ni la dignidad. Tanto en el que manda como en la
que obedece, dado que ambos son imagen, el uno de Cristo y el otro de la
Iglesia, sea la caridad reguladora constante del deber.
Puesto que el
marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia... Y así como
la Iglesia está sometida a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en
todo (Ef 5, 23-24)).
Por lo que toca a
los hijos, deben éstos someterse y obedecer a sus padres y honrarlos por
motivos de conciencia; y los padres, a su vez, es necesario que consagren todos
sus cuidados y pensamientos a la protección de sus hijos, y principalísimamente
a educarlos en la virtud: Padres..., educad (a vuestros hijos) en la disciplina
y en el respeto del Señor (Ef 6, 4)
De lo que se
infiere que los deberes de los cónyuges no son ni pocos ni leves; mas para los
esposos buenos, a causa de la virtud que se percibe del sacramento, les serán
no solo tolerables, sino incluso gratos.
La potestad de
la Iglesia
Cristo, por
consiguiente, habiendo renovado el matrimonio con tal y tan grande excelencia, confió
y encomendó toda la disciplina del mismo a la Iglesia. La cual ejerció en todo
tiempo y lugar su potestad sobre los matrimonios de los cristianos, y la
ejerció de tal manera que dicha potestad apareciera como propia suya, y no
obtenida por concesión de los hombres, sino recibida de Dios por voluntad de su
fundador.
Es de sobra
conocido por todos, para que se haga necesario demostrarlo, cuantos y qué
vigilantes cuidados haya puesto para conservar la santidad del matrimonio a fin
de que éste se mantuviera incólume. Sabemos, en efecto, con toda certeza, que
los amores disolutos y libres fueron condenados por sentencia del concilio de
Jerusalén (Ac
15,29); que un ciudadano incestuoso de Corinto fue condenado por
autoridad de San Pablo (1Co 5, 5); que siempre fueron rechazados y
combatidos con igual vigor los intentos de muchos que atacaban el matrimonio
cristiano: los gnósticos, los maniqueos y los montanistas en los orígenes del
cristianismo; y, en nuestros tiempos, los mormones, los sansimonianos, los
falansterianos y los comunistas.
… En fin, defendió
con tal vigor, con tan previsoras leyes esta divina institución, que ningún
observador imparcial de la realidad podrá menos que reconocer que, también por
lo que se refiere al matrimonio, el mejor custodio y defensor del género humano
es la Iglesia, cuya sabiduría ha triunfado del tiempo, de las injurias de los
hombres y de las vicisitudes innumerables de las cosas.
Intento de
separar contrato de sacramento
Dicha distinción o,
partición no puede probarse, siendo cosa demostrada que en el matrimonio
cristiano el contrato es inseparable del sacramento. Cristo Nuestro Señor,
enriqueció con la dignidad de sacramento el matrimonio, y el matrimonio es ese
mismo contrato, siempre que se haya celebrado legítimamente.
Añádese a esto que
el matrimonio es sacramento porque es un signo sagrado y eficiente de gracia y
es imagen de la unión mística de Cristo con la Iglesia. Ahora bien: la forma y
figura de esta unión esta expresada por ese mismo vínculo de unión suma con que
se ligan entre si el marido y la mujer, y que no es otra cosa sino el
matrimonio mismo.
Así, pues, queda
claro que todo matrimonio legitimo entre cristianos es en sí y por si sacramento
y que nada es más contrario a la verdad que considerar el sacramento como un
cierto ornato sobreañadido o como una propiedad extrínseca, que quepa
distinguir o separar del contrato, al arbitrio de los hombres. Ni por la razón
ni por la historia se prueba, por consiguiente, que la potestad sobre los
matrimonios de los cristianos haya pasado a los gobernantes civiles. Y si en
esto ha sido violado el derecho ajeno, nadie podrá decir, que haya sido violado
por la Iglesia.
CARTA
ENCÍCLICA “CASTI CONNUBII” DEL PAPA PÍO XI
SOBRE EL MATRIMONIO CRISTIANO (1930)
SOBRE EL MATRIMONIO CRISTIANO (1930)
“Cuán grande sea la
dignidad del casto matrimonio, principalmente puede colegirse, … de que
habiendo Cristo, Señor nuestro e Hijo del Eterno Padre, tomado la carne del
hombre caído, no solamente quiso incluir de un modo peculiar este principio y
fundamento de la sociedad doméstica y hasta del humano consorcio en aquel su
amantísimo designio de redimir, como lo hizo, a nuestro linaje, sino que
también lo elevó a verdadero y gran sacramento de la Nueva Ley, restituyéndolo
antes a la primitiva pureza de la divina institución y encomendando toda su
disciplina y cuidado a su Esposa la Iglesia”.
Para que de tal
renovación del matrimonio se recojan los frutos anhelados, en todos los lugares
del mundo y en todos los tiempos, es necesario iluminar las inteligencias de
los hombres con la genuina doctrina de Cristo sobre el matrimonio; es
necesario, que los cónyuges cristianos, robustecidas sus flacas voluntades con
la gracia interior de Dios, se conduzcan en todos sus pensamientos y en todas
sus obras en consonancia con la purísima ley de Cristo, a fin de obtener para
sí y para sus familias la verdadera paz y felicidad.
Ocurre, sin embargo,…
que contempláis y sentidamente os condoléis con Nos de que muchos hombres, dando
al olvido la divina obra de dicha restauración, o desconocen por completo la
santidad excelsa del matrimonio cristiano, o la niegan descaradamente, o la
conculcan, apoyándose en falsos principios de una nueva y perversísima
moralidad.
Contra estos perniciosos
errores y depravadas costumbres, que ya han comenzado a cundir entre los fieles,…
creemos que es Nuestro deber, en razón de Nuestro oficio de Vicario de Cristo
en la tierra y de supremo Pastor y Maestro, levantar la voz…
Por eso, Nos hemos
determinado a dirigir la palabra … a todo el género humano, para hablar acerca
de la naturaleza del matrimonio cristiano, de su dignidad y de las utilidades y
beneficios que de él se derivan para la familia y la misma sociedad humana, de
los errores contrarios a este importantísimo capítulo de la doctrina
evangélica, de los vicios que se oponen a la vida conyugal y, últimamente, de
los principales remedios que es preciso poner en práctica, siguiendo así las
huellas de … León XIII, de s. m., cuya encíclica Arcanum, publicada hace
ya cincuenta años, sobre el matrimonio cristiano, hacemos Nuestra y la
confirmamos, exponiendo algunos puntos con mayor amplitud, … y declaramos que
aquélla no sólo no ha caído en desuso sino que conserva pleno todavía su vigor.
… Quede asentado,…
como fundamento firme e inviolable, que el matrimonio no fue instituido ni
restaurado por obra de los hombres, sino por obra divina; que no fue protegido,
confirmado ni elevado con leyes humanas, sino con leyes del mismo Dios, autor
de la naturaleza, y de Cristo Señor, Redentor de la misma, y que, por lo tanto,
sus leyes no pueden estar sujetas al arbitrio de ningún hombre, ni siquiera al
acuerdo contrario de los mismos cónyuges.
Esta es la doctrina
de la Sagrada Escritura, ésta la constante tradición de la Iglesia universal,
ésta la definición solemne del santo Concilio de Trento, el cual, con las
mismas palabras del texto sagrado, expone y confirma que el perpetuo e
indisoluble vínculo del matrimonio, su unidad y su estabilidad tienen por autor
a Dios.
Por obra del
matrimonio, se juntan y se funden las almas aun antes y más estrechamente que
los cuerpos, y esto no con un afecto pasajero de los sentidos o del espíritu,
sino con una determinación firme y deliberada de las voluntades; y de esta unión
de las almas surge, porque así Dios lo ha establecido, un vínculo sagrado e
inviolable.
Dice San Agustín,
son los bienes por los cuales son buenas las nupcias: prole, fidelidad,
sacramento.
La prole, por lo tanto, ocupa el primer
lugar entre los bienes del matrimonio.
Y por cierto que el
mismo Creador del linaje humano, que quiso benignamente valerse de los hombres
como de cooperadores en la propagación de la vida, lo enseñó así cuando, al
instituir el matrimonio en el paraíso, dijo a nuestros primeros padres, y por
ellos a todos los futuros cónyuges: Creced y multiplicaos y llenad la tierra
[Gen 1, 28].
… los padres
cristianos no están destinados únicamente a propagar y conservar el género
humano en la tierra,… sino a injertar nueva descendencia en la Iglesia de
Cristo, a procrear ciudadanos de los Santos y familiares de Dios…
El bien de la prole
no acaba con la procreación. Dice san Agustín: "En orden a la prole se
requiere que se la reciba con amor y se la eduque religiosamente”.
El segundo de los
bienes, enumerados, por san Agustín, es la fidelidad, que consiste en la
mutua lealtad de los cónyuges en el cumplimiento del contrato matrimonial…
Tal fidelidad exige,… la absoluta unidad del
matrimonio, ya prefigurada por el mismo Creador en el de nuestros primeros
padres, cuando quiso que no se instituyera sino entre un hombre y una mujer.
… el santo Concilio
de Trento declaró lo siguiente: que por razón de este vínculo tan sólo dos
puedan unirse, lo enseñó claramente Cristo nuestro Señor cuando dijo: "Por
lo tanto, ya no son dos, sino una sola carne".
Más aún, hasta las
mutuas relaciones de familiaridad entre los cónyuges deben estar adornadas con
la nota de castidad.
Esta que llama san
Agustín, fidelidad en la castidad, florece más fácil y mucho más agradable y
noblemente, considerado otro motivo importantísimo, a saber: el amor conyugal,
que penetra todos los deberes de la vida de los esposos y tiene cierto
principado de nobleza en el matrimonio cristiano:
«Pide, además, la
fidelidad del matrimonio que el varón y la mujer estén unidos por cierto amor
santo, puro, singular; que no se amen como adúlteros, sino como Cristo amó a la
Iglesia, pues esta ley dio el Apóstol cuando dijo: "Maridos, amad a
vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia“…
… Están, pues,
comprendidas en el beneficio de la fidelidad: la unidad, la castidad, la
caridad y la honesta y noble obediencia,…
… el mismo Cristo
insiste en la indisolubilidad del pacto nupcial cuando dice: "No separe el
hombre lo que ha unido Dios", y: "Cualquiera que repudia a su mujer y
se casa con otra, adultera, y el que se casa con la repudiada del marido,
adultera".
Y porque Cristo, al
consentimiento matrimonial válido entre fieles lo constituyó en signo de
la gracia, tan íntimamente están unidos la razón de sacramento y el
matrimonio cristiano, que no puede existir entre bautizados verdadero
matrimonio sin que por lo mismo sea ya sacramento.
… Desde el momento
en que prestan los fieles sinceramente tal consentimiento, abren para sí mismos
el tesoro de la gracia sacramental, de donde hay de sacar las energías
sobrenaturales que les llevan a cumplir sus deberes y obligaciones, fiel, santa
y perseverantemente hasta la muerte.
… otro crimen
gravísimo es con el que se atenta contra la vida de la prole cuando aun está
encerrada en el seno materno.
Ya se cause tal
muerte a la madre, ya a la prole, siempre será contra el precepto de Dios y la
voz de la naturaleza, que clama: ¡No matarás!
… no es lícito que
los que gobiernan los pueblos y promulgan las leyes echen en olvido que es
obligación de la autoridad pública defender la vida de los inocentes con leyes
y penas adecuadas;… tanto más cuanto menos pueden defenderse… entre los cuales están
los niños todavía encerrados en el seno materno.
… Y si los
gobernantes no sólo no defienden a esos niños, sino que con sus leyes y
ordenanzas les abandonan, o prefieren entregarlos en manos de médicos o de
otras personas para que los maten, recuerden que Dios es juez y vengador de la
sangre inocente, que desde la tierra clama al cielo…
CONSTITUCION
GAUDIUM ET SPES
(CONCILIO VATICANO II)
(CONCILIO VATICANO II)
El matrimonio y la familia en el
mundo actual
47 El bienestar de la persona y de la sociedad
humana y cristiana esta estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad
conyugal y familiar. Por eso los cristianos, junto con todos lo que tienen en
gran estima a esta comunidad, se alegran sinceramente de los varios medios que
permiten hoy a los hombres avanzar en el fomento de esta comunidad de amor y en
el respeto a la vida y que ayudan a los esposos y padres en el cumplimiento de
su excelsa misión…
Sin embargo, la dignidad de esta institución… esta oscurecida por la
poligamia, la epidemia del divorcio, el llamado amor libre y otras
deformaciones… Por otra parte, la actual situación económica,
social-psicológica y civil es origen de fuertes perturbaciones para la familia.
Por tanto el Concilio, con la exposición más clara de algunos puntos
capitales de la doctrina de la Iglesia, pretende iluminar y fortalecer a los
cristianos y a todos los hombres que se esfuerzan por garantizar y promover la
intrínseca dignidad del estado matrimonial y su valor eximio.
El carácter sagrado del matrimonio y de la familia
48 Fundada por el Creador y en posesión de sus
propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre
la alianza de los cónyuges, sobre su consentimiento personal e irrevocable.
Así, del acto humano… nace una institución confirmada por la ley divina.
Este vínculo sagrado,… no depende de la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de suma importancia para la continuación del género humano, para el provecho personal de cada miembro de la familia y su suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la familia y de la sociedad humana.
Este vínculo sagrado,… no depende de la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de suma importancia para la continuación del género humano, para el provecho personal de cada miembro de la familia y su suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la familia y de la sociedad humana.
Por su índole natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal
están ordenados por si mismos a la procreación y a la educación de la prole… De
esta manera, el marido y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos,
sino una sola carne (Mt 19, 6), con la unión intima de sus personas y
actividades se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su
unidad y la logran cada vez más plenamente.
Esta intima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el
bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urgen su indisoluble
unidad.
… El genuino amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y
enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia
para conducir eficazmente a los cónyuges a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en
la sublime misión de la paternidad y la maternidad.
Por ello los esposos cristianos… están fortificados y como consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, que satura toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez mas a su propia perfección y a su mutua santificación, y, por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios.
Por ello los esposos cristianos… están fortificados y como consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, que satura toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez mas a su propia perfección y a su mutua santificación, y, por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios.
Los hijos, como miembros vivos de la familia, contribuyen, a su manera,
a la santificación de los padres. Pues con el agradecimiento, la piedad filial
y la confianza corresponderán a los beneficios recibidos de sus padres y, como
hijos, los asistirán en las dificultades de la existencia y en la soledad… La
familia hará participes a otras familias, de sus riquezas espirituales. Así es
como la familia cristiana, cuyo origen está en el matrimonio, que es imagen y
participación de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia, manifestara a
todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de
la Iglesia, ya por el amor, la generosa fecundidad, la unidad y fidelidad de
los esposos, ya por la cooperación amorosa de todos sus miembros. .
Del amor conyugal
49 Muchas veces a los novios y a los casados
les invita la palabra divina a que alimenten y fomenten el noviazgo con un
casto afecto, y el matrimonio con un amor único. Muchos contemporáneos exaltan
también el amor auténtico entre marido y mujer, manifestado de varias maneras
según las costumbres honestas de los pueblos y las épocas.
Este amor, por ser eminentemente humano, ya que va de persona a persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda la persona, y, por tanto, es capaz de enriquecer con una dignidad especial las expresiones del cuerpo y del espíritu y de ennoblecerlas como elementos y señales específicas de la amistad conyugal.
Este amor, por ser eminentemente humano, ya que va de persona a persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda la persona, y, por tanto, es capaz de enriquecer con una dignidad especial las expresiones del cuerpo y del espíritu y de ennoblecerlas como elementos y señales específicas de la amistad conyugal.
El Señor se ha dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con
el don especial de la gracia y la caridad… Supera, por tanto, con mucho la
inclinación puramente erótica, que, por ser cultivo del egoísmo, se desvanece
rápida y lamentablemente.
Este amor se expresa y perfecciona singularmente con la acción propia del matrimonio. Por ello los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre si son honestos y dignos, y, ejecutados de manera verdaderamente humana, significan y favorecen el don reciproco, con el que se enriquecen mutuamente en un clima de gozosa gratitud.
Este amor se expresa y perfecciona singularmente con la acción propia del matrimonio. Por ello los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre si son honestos y dignos, y, ejecutados de manera verdaderamente humana, significan y favorecen el don reciproco, con el que se enriquecen mutuamente en un clima de gozosa gratitud.
Este amor, ratificado por la mutua fidelidad y, sobre todo, por el
sacramento de Cristo, es indisolublemente fiel, en cuerpo y mente, en la
prosperidad y en la adversidad, y, por tanto, queda excluido de él todo
adulterio y divorcio. El reconocimiento obligatorio de la igual dignidad
personal del hombre y de la mujer en el mutuo y pleno amor evidencia también
claramente la unidad del matrimonio confirmada por el Señor.
Hay que formar a los jóvenes, sobre la dignidad, función y ejercicio
del amor conyugal, y esto preferentemente en el seno de la misma familia. Así,
educados en el culto de la castidad, podrán pasar, a la edad conveniente, de un
honesto noviazgo al matrimonio.
Fecundidad del matrimonio
50 El
matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la
procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don mas
excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres.
El mismo Dios, que dijo: No es bueno que el hombre esté solo (Gen 2, 18), y que desde el principio... hizo al hombre varón y mujer (Mt 19, 4), queriendo comunicarle una participación especial en su propia obra creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: Creced y multiplicaos (Gen 1, 28).
El mismo Dios, que dijo: No es bueno que el hombre esté solo (Gen 2, 18), y que desde el principio... hizo al hombre varón y mujer (Mt 19, 4), queriendo comunicarle una participación especial en su propia obra creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: Creced y multiplicaos (Gen 1, 28).
En el deber de transmitir la vida
humana y de educarla, lo cual hay que considerar como su propia misión, los
cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios Creador y como sus
intérpretes.
Por eso, con responsabilidad humana y
cristiana cumplirán su misión y con dócil reverencia hacia Dios se esforzaran
ambos, de común acuerdo y común esfuerzo, por formarse un juicio recto,
atendiendo tanto a su propio bien personal como al bien de los hijos, ya
nacidos o todavía por venir…
Pero el matrimonio no ha sido
instituido solamente para la procreación, sino que la propia naturaleza del vínculo
indisoluble entre las personas y el bien de la prole requieren que también el
amor mutuo de los esposos mismos se manifieste, progrese y vaya madurando
ordenadamente.
Por eso, aunque la descendencia, tan deseada muchas veces, falte, sigue en pie el matrimonio como intimidad y comunión total de la vida y conserva su valor e indisolubilidad.
Por eso, aunque la descendencia, tan deseada muchas veces, falte, sigue en pie el matrimonio como intimidad y comunión total de la vida y conserva su valor e indisolubilidad.
El amor conyugal debe compaginarse con el respeto a la vida humana
51 El Concilio sabe que los esposos, al
ordenar armoniosamente su vida conyugal, con frecuencia se encuentran impedidos
por algunas circunstancias actuales de la vida, y pueden hallarse en
situaciones en las que el número de hijos, al menos por ciento tiempo, no puede
aumentarse, y el cultivo del amor fiel y la plena intimidad de vida tienen sus
dificultades para mantenerse.
Hay quienes se atreven a dar soluciones inmorales a estos problemas; …
ni siquiera retroceden ante el homicidio; la Iglesia recuerda que no puede
haber contradicción verdadera entre las leyes divinas de la transmisión
obligatoria de la vida y del fomento del genuino amor conyugal.
Pues Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la misión de
conservar la vida, la que ha de llevarse a cabo de modo digno. Por tanto, la
vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el
aborto y el infanticidio son crímenes abominables.
Cuando se trata, … de conjugar el amor conyugal con la responsable transmisión de la vida, la índole moral de la conducta no depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino que debe determinarse con criterios objetivos tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos, criterios que mantienen integro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación, entretejidos con el amor verdadero; esto es imposible sin cultivar sinceramente la virtud de la castidad conyugal.
No es licito a los hijos de la Iglesia, ir por caminos que el Magisterio,
al explicar la ley divina reprueba sobre la regulación de la natalidad. La vida
de los hombres y la misión de transmitirla no se limita a este mundo, ni puede
ser conmensurada y entendida a este solo nivel, sino que siempre mira el
destino eterno de los hombres.
“HUMANAE VITAE”
CARTA ENCÍCLICA de
S.S. Pablo VI
(1968)
Sobre la Regulación de la Natalidad
CARTA ENCÍCLICA de
S.S. Pablo VI
(1968)
Sobre la Regulación de la Natalidad
La
transmisión de la vida
El gravísimo deber de transmitir la vida humana ha sido siempre para
los esposos, colaboradores libres y responsables de Dios Creador, fuente de
grandes alegrías aunque algunas veces acompañadas de no pocas dificultades y
angustias.
En todos los tiempos ha planteado el cumplimiento de este deber serios
problemas en la conciencia de los cónyuges, pero con la actual transformación
de la sociedad se han verificado unos cambios tales que han hecho surgir nuevas
cuestiones que la Iglesia no podía ignorar por tratarse de una materia
relacionada tan de cerca con la vida y la felicidad de los hombres.
La verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal se revelan cuando
este es considerado en su fuente suprema, Dios, que es Amor, "el Padre de
quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra”.
El matrimonio no es efecto de la casualidad…; es una sabia institución
del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor. Los esposos, mediante su recíproca donación
personal, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo
perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la generación y en la
educación de nuevas vidas.
Características del amor conyugal
Es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir sensible y
espiritual al mismo tiempo. No es… una
simple efusión del instinto y del sentimiento sino… y principalmente un acto de
la voluntad libre, destinado a mantenerse y a crecer mediante las alegrías y
los dolores de la vida cotidiana, de forma que los esposos se conviertan en un
solo corazón y en una sola alma y juntos alcancen su perfección humana.
Es un amor total,… los esposos comparten generosamente
todo, sin reservas indebidas o cálculos egoístas.
Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte.
Es, por fin, un amor fecundo que no se agota en la
comunión entre los esposos sino que está destinado a prolongarse suscitando
nuevas vidas. "El matrimonio y el
amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y
educación de la prole”.
La paternidad responsable
En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan por tanto
libres para proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de
manera completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben
conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma
naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada por la
Iglesia.
Respetar la naturaleza y la finalidad del acto matrimonial
Estos actos, con los cuales los esposos se unen en casta intimidad, y a
través de los cuales se transmite la vida humana, son, "honestos y
dignos" y no cesan de ser legítimos si, por causas independientes de la
voluntad de los cónyuges, se prevén infecundos, porque continúan ordenados a
expresar y consolidar su unión.
De hecho, como atestigua la experiencia, no se sigue una nueva vida de
cada uno de los actos conyugales. Dios ha dispuesto con sabiduría leyes y
ritmos naturales de fecundidad que por sí mismo distancian los
nacimientos.
La Iglesia, sin embargo, al exigir que los hombres observen las normas
de la ley natural interpretada por su constante doctrina, enseña que cualquier
acto matrimonial (quilibet matrimonii usus) debe quedar abierto a la
transmisión de la vida.
Vías ilícitas para la regulación de los nacimientos
En conformidad con estos principios fundamentales de la visión humana y
cristiana del matrimonio, debemos una vez más declarar que hay que excluir
absolutamente, como vía lícita para la regulación de los nacimientos, la
interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto
directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas.
Hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha
declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto
del hombre como de la mujer; queda además excluida toda acción que, o en
previsión del acto conyugal, o en su realización o en el desarrollo de sus
consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio hacer imposible la
procreación.
Al defender la moral conyugal en su integridad, la Iglesia sabe que
contribuye a la instauración de una civilización verdaderamente humana; ella
compromete al hombre a no abdicar la propia responsabilidad para someterse a
los medios técnicos; defiende con esto mismo la dignidad de los cónyuges. Fiel a las enseñanzas y al ejemplo del
Salvador, ella se demuestra amiga sincera y desinteresada de los hombres a
quienes quiere ayudar, ya desde su camino terreno, "a participar como hijos
a la vida de Dios vivo, Padre de todos los hombres".
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
FAMILIARIS CONSORTIO
DE SU SANTIDAD
JUAN PABLO II
(1981
FAMILIARIS CONSORTIO
DE SU SANTIDAD
JUAN PABLO II
(1981
En un momento histórico en que la familia es objeto de muchas fuerzas
que tratan de destruirla o deformarla, la Iglesia, consciente de que el bien de
la sociedad y de sí misma está profundamente vinculado al bien de la familia,
siente de manera más viva y acuciante su misión de proclamar a todos el
designio de Dios sobre el matrimonio y la familia, asegurando su plena
vitalidad, así como su promoción humana y cristiana, contribuyendo de este modo
a la renovación de la sociedad y del mismo Pueblo de Dios.
La Iglesia, acogiendo y meditando fielmente la Palabra de Dios, ha
enseñado solemnemente y enseña que el matrimonio de los bautizados es uno de
los siete sacramentos de la Nueva Alianza.
… mediante el bautismo, el hombre y la mujer son insertados
definitivamente en la Nueva y Eterna Alianza, en la Alianza esponsal de Cristo
con la Iglesia. Y debido a esta inserción indestructible, la comunidad íntima
de vida y de amor conyugal, fundada por el Creador, es elevada y asumida en la
caridad esponsal de Cristo, sostenida y enriquecida por su fuerza redentora.
En virtud de la sacramentalidad de su matrimonio, los esposos quedan
vinculados uno a otro de la manera más profundamente indisoluble. Su recíproca
pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma
relación de Cristo con la Iglesia.
Los esposos son por tanto el recuerdo permanente, para la Iglesia, de
lo que acaeció en la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos
de la salvación, de la que el sacramento les hace partícipes.
El contenido de la participación en la vida de Cristo es también
específico: el amor conyugal comporta una totalidad en la que entran todos los
elementos de la persona —reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del
sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad—;
mira a una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola
carne, conduce a no hacer más que un solo corazón y una sola alma; exige la
indisolubilidad y fidelidad de la donación reciproca definitiva y se abre a la
fecundidad (cfr. Humanae vitae, 9).
Según el designio de Dios, el matrimonio es el fundamento de la
comunidad más amplia de la familia, ya que la institución misma del matrimonio
y el amor conyugal están ordenados a la procreación y educación de la prole, en
la que encuentran su coronación.
Al hacerse padres, los esposos reciben de Dios el don de una nueva
responsabilidad. Su amor paterno está llamado a ser para los hijos el signo
visible del mismo amor de Dios, «del que proviene toda paternidad en el cielo y
en la tierra».
Enraizada en la donación personal y total de los cónyuges y exigida por
el bien de los hijos, la indisolubilidad del matrimonio halla su verdad última
en el designio que Dios ha manifestado en su Revelación: Él quiere y da la
indisolubilidad del matrimonio como fruto, signo y exigencia del amor
absolutamente fiel que Dios tiene al hombre y que el Señor Jesús vive hacia su
Iglesia.
La Iglesia está llamada a manifestar nuevamente a todos, con un
convencimiento más claro y firme, su voluntad de promover con todo medio y
defender contra toda insidia la vida humana, en cualquier condición o fase de
desarrollo en que se encuentre.
… la Iglesia condena, como ofensa grave a la dignidad humana y a la
justicia, todas aquellas actividades de los gobiernos o de otras autoridades
públicas, que tratan de limitar de cualquier modo la libertad de los esposos en
la decisión sobre los hijos. … Hay que condenar totalmente y rechazar con
energía cualquier violencia ejercida … en favor del anticoncepcionismo e
incluso de la esterilización y del aborto procurado.
La Iglesia Maestra y Madre para los
esposos en dificultad
Madre, la Iglesia se hace cercana a muchas parejas de esposos que se
encuentran en dificultad sobre este importante punto de la vida moral.
Pero la misma y única Iglesia es a la vez Maestra y Madre. Por esto, la
Iglesia no cesa nunca de invitar y animar, a fin de que las eventuales
dificultades conyugales se resuelvan sin falsificar ni comprometer jamás la
verdad.
CARTA A LAS
FAMILIAS DEL PAPA JUAN PABLO II
(1994 - Año de la familia)
(1994 - Año de la familia)
La familia - camino de la Iglesia
Entre los numerosos caminos, la familia es el primero y el más
importante. Es un camino común, aunque particular, único e irrepetible,
como irrepetible es todo hombre; un camino del cual no puede alejarse el ser
humano. El viene al mundo en el seno de una familia, por lo cual puede decirse
que debe a ella el hecho mismo de existir como hombre. Cuando falta la familia,
se crea en la persona que viene al mundo una carencia preocupante y dolorosa
que pesará posteriormente durante toda la vida. La Iglesia, con afectuosa
solicitud, está junto a quienes viven semejantes situaciones, porque conoce
bien el papel fundamental que la familia está llamada a desempeñar.
La familia tiene su origen en el mismo amor con que el Creador abraza
al mundo creado, como está expresado «al principio», en el libro del Génesis
(1, 1). Jesús ofrece una prueba suprema de ello en el evangelio: «Tanto amó
Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3, 16). El Hijo unigénito,
consustancial al Padre, «Dios de Dios, Luz de Luz», entró en la historia
de los hombres a través de una familia: «El Hijo de Dios, con su
encarnación, se ha unido, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, ...amó
con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de
nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado». Por tanto, si
Cristo «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre», lo hace empezando
por la familia en la que eligió nacer y crecer.
Varón y mujer los creó
El cosmos, inmenso y diversificado, el mundo de todos los seres
vivientes, está inscrito en la paternidad de Dios como su fuente (cf. Ef
3, 14-16). Está inscrito, naturalmente, según el criterio de la analogía,
gracias al cual nos es posible distinguir, ya desde el comienzo del libro del
Génesis, la realidad de la paternidad y maternidad y, por consiguiente, también
la realidad de la familia humana. Su clave interpretativa está en el principio
de la «imagen» y «semejanza» de Dios, que el texto bíblico pone muy de relieve
(Gn 1, 26). Dios crea en virtud de su palabra: ¡«Hágase»! (cf. Gn 1,
3).
Es significativo que esta palabra de Dios, en el caso de la creación
del hombre, sea completada con estas otras: «Hagamos al hombre a nuestra
imagen y semejanza» (Gn 1, 26).
Antes de crear al hombre, parece como si el Creador entrara dentro de
sí mismo para buscar el modelo y la inspiración en el misterio de su Ser, que
ya aquí se manifiesta de alguna manera como el «Nosotros» divino. De este
misterio surge, por medio de la creación, el ser humano: «Creó Dios al
hombre a imagen suya: a imagen de Dios le creó; varón y mujer los
creó» (Gn 1, 27).
Bendiciéndolos, dice Dios a los nuevos seres: «Sed fecundos y
multiplicaos y henchid la tierra y sometedla» (Gn 1, 28).
Unidad de los dos
Solamente las «personas» son capaces de pronunciar estas palabras; sólo
ellas pueden vivir «en comunión», basándose en su recíproca elección, que es o
debería ser plenamente consciente y libre. El libro del Génesis, al decir que
el hombre abandonará al padre y a la madre para unirse a su mujer (cf. Gn 2,
24), pone de relieve la elección consciente y libre, que es el
origen del matrimonio, convirtiendo en marido a un hijo y en mujer a una hija.
En las palabras del Concilio, la «comunión» de las personas deriva, en
cierto modo, del misterio del «Nosotros» trinitario y, por tanto, la
«comunión conyugal» se refiere también a este misterio.
La familia, que se inicia con el amor del hombre y la mujer, surge
radicalmente del misterio de Dios. Esto corresponde a la esencia más íntima del
hombre y de la mujer, y a su natural y auténtica dignidad de personas.
El hombre y la mujer en el matrimonio se unen entre sí tan
estrechamente que vienen a ser —según el libro del Génesis— «una sola carne» (Gn
2, 24). Los dos sujetos humanos, aunque somáticamente diferentes por
constitución física como varón y mujer, participan de modo similar de la
capacidad de vivir «en la verdad y el amor».
Esta capacidad, característica del ser humano en cuanto persona, tiene
a la vez una dimensión espiritual y corpórea.
La familia que nace de esta unión basa su solidez interior en la
alianza entre los esposos, que Cristo elevó a sacramento. La familia recibe su
propia naturaleza comunitaria —más aún, sus características de «comunión»— de
aquella comunión fundamental de los esposos que se prolonga en los hijos.
«¿Estáis dispuestos a recibir de Dios responsable y amorosamente los
hijos, y a educarlos...?», les pregunta el celebrante
durante el rito del matrimonio. La respuesta de los novios corresponde a la
íntima verdad del amor que los une.
Sin embargo, su unidad, en vez de encerrarlos en sí mismos, los abre a
una nueva vida, a una nueva persona. Como padres, serán capaces de dar la vida
a un ser semejante a ellos, no solamente «hueso de sus huesos y carne de su
carne» (cf. Gn 2, 23), sino imagen y semejanza de Dios, esto es,
persona.
Al preguntar: «¿Estáis dispuestos?», la Iglesia recuerda a los novios
que se hallan ante la potencia creadora de Dios. Están llamados a ser
padres, a cooperar con el Creador dando la vida. Cooperar con Dios llamando a
la vida a nuevos seres humanos significa contribuir a la trasmisión de aquella
imagen y semejanza divina de la que es portador todo «nacido de mujer».
COMPENDIO
DE LA DOCTRINA SOCIAL
DE LA IGLESIA
DE LA DOCTRINA SOCIAL
DE LA IGLESIA
El valor del matrimonio
215 La familia tiene su fundamento en la
libre voluntad de los cónyuges de unirse en matrimonio, respetando el
significado y los valores propios de esta institución, que no depende del
hombre, sino de Dios mismo: « Este vínculo sagrado, en
atención al bien, tanto de los esposos y de la prole como de la sociedad, no
depende de la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio,
al cual ha dotado con bienes y fines varios ».
216 Ningún poder puede abolir el derecho
natural al matrimonio ni modificar sus características ni su finalidad. El
matrimonio tiene características propias, originarias y permanentes.
217 El matrimonio tiene como rasgos
característicos: la totalidad, los cónyuges se
entregan recíprocamente en todos los aspectos de la persona, físicos y
espirituales; la unidad que los hace « una sola carne » (Gn
2,24); la indisolubilidad y la fidelidad que exige la donación
recíproca y definitiva; la fecundidad a la que naturalmente está
abierto.
218 El matrimonio, en su verdad « objetiva
», está ordenado a la procreación y educación de los hijos. El matrimonio, sin embargo, no ha sido instituido únicamente en
orden a la procreación: su carácter indisoluble y su valor de comunión
permanecen incluso cuando los hijos, aun siendo vivamente deseados, no lleguen
a coronar la vida conyugal. Los esposos, en este caso, « pueden manifestar su
generosidad adoptando niños abandonados o realizando servicios abnegados en
beneficio del prójimo ».
El sacramento del matrimonio
219 Los bautizados, por institución de
Cristo, viven la realidad humana y original del matrimonio, en la forma
sobrenatural del sacramento, signo e instrumento de Gracia. La historia de la salvación está atravesada por el tema de la alianza
esponsal, expresión significativa de la comunión de amor entre Dios y los hombres
y clave simbólica para comprender las etapas de la alianza entre Dios y su
pueblo. El centro de la revelación del proyecto de amor divino es el
don que Dios hace a la humanidad de su Hijo Jesucristo, «el Esposo que ama y se
da como Salvador de la humanidad, uniéndola a sí como su cuerpo.
El revela la verdad original del matrimonio, la verdad del “principio”
(cf. Gn 2,24; Mt 19,5) y, liberando al hombre de la dureza del
corazón, lo hace capaz de realizarla plenamente ».Del amor esponsal de Cristo
por la Iglesia, cuya plenitud se manifiesta en la entrega consumada en la Cruz,
brota la sacramentalidad del matrimonio, cuya Gracia conforma el amor de los
esposos con el Amor de Cristo por la Iglesia. El matrimonio, en cuanto
sacramento, es una alianza de un hombre y una mujer en el amor.
220 El sacramento del matrimonio asume la
realidad humana del amor conyugal con todas las implicaciones y « capacita y compromete a los esposos y a los padres cristianos
a vivir su vocación de laicos, y, por consiguiente, a “buscar el Reino de Dios
gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios”». Íntimamente
unida a la Iglesia por el vínculo sacramental que la hace Iglesia doméstica o
pequeña Iglesia, la familia cristiana está llamada « a ser signo de
unidad para el mundo y a ejercer de ese modo su función profética, dando
testimonio del Reino y de la paz de Cristo, hacia el cual el mundo entero está
en camino ».
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