viernes, 16 de enero de 2015

NATURALEZA, OBJETO Y FUENTES DE LA TEOLOGÍA MORAL

LA VIDA CRISTIANA

La naturaleza de la teología moral solo puede ser explicada y entendida con referencia a la vida cristiana. Es la vida del hombre en Cristo; mas exactamente, la vida del hombre como hijo de Dios en Cristo por medio del Espíritu Santo. Don de Dios que se recibe inicialmente con el bautismo y que requiere libre aceptación y colaboración por parte del hombre.

Hijos de Dios en Cristo por medio del Espíritu Santo

Con el bautismo el hombre se incorpora a Cristo crucificado y glorificado y se regenera para participar en la vida divina. Es liberado del pecado y recibe la primera gracia santificante que lo configura ontológicamente con Cristo y lo hace verdadero hijo de Dios.


Se recibe la gracia de la filiación divina, fundamento de la vida cristiana. La filiación divina implica la recepción de los principios sobrenaturales de la nueva vida: la gracia santificante como principio vital remoto y las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo como principios operativos inmediatos.

Los cristianos deben con la gracia de Dios, llevar a plenitud en su vida la santidad que recibieron. Este perfeccionamiento requiere el empeño moral de buscar una mayor identificación con Cristo. El agente principal en este progreso moral es el Espíritu Santo – el Santificador- de quien somos colaboradores libres.

Carácter sacramental y eclesial de la vida moral cristiana

El carácter sacramental de todo el designio de salvación deriva del querer divino de prolongar su eficacia salvifica a través de una mediación instituida por el mismo Cristo, con la cual se superan las distancias espacio-temporales.  Mediación constituida por la Iglesia, “sacramento universal de salvación”, y por los sacramentos, signos sensibles y eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y custodiados y administrados por la Iglesia.

-          El bautismo nos hace miembros de Cristo y de la Iglesia.
-          La confirmación enraíza profundamente la filiación divina, otorga una mayor efusión del Espíritu Santo y de sus dones, y hace más perfecta la inserción en la Iglesia.
-          La Eucaristía es la “fuente y cima de toda la vida cristiana”, “el centro y la raíz de la vida espiritual del cristiano”, realiza una profunda e intima unión con Cristo, actualiza el Sacrificio del Calvario y aplica sus frutos, aumenta la gracia y preserva del pecado, restaura las fuerzas espirituales, refuerza la unidad de la Iglesia y es prenda de la gloria futura.
-          El sacramento de la penitencia tiene un papel muy importante en la vida moral: permite recuperar la gracia y los meritos perdidos por el pecado, renueva el alma y la vida moral, y constituye un medio eficaz para formar la conciencia moral.

La vida moral cristiana tiene un fundamento sacramental sin el cual la vida cristiana no es posible o se extingue. La mediación salvífica de la Iglesia no se limita a la administración de los sacramentos. Las enseñanzas del Señor deben superar la distancia espacio-temporal para que sean contemporáneos a todos los hombres. Esto se logra con la predicación y la tradición moral viva de la Iglesia: parénesis (exhortación) apostólica.

La vida de la Iglesia, es el lugar hermenéutico privilegiado de la experiencia moral cristiana. Los Apóstoles y sus sucesores han recibido de Cristo el mandato de trasmitir fielmente su doctrina moral, asistidos por el Espíritu Santo para mantener intacta la identidad del mensaje. Existe en la Iglesia un Magisterio, también en el ámbito moral, que por voluntad de Cristo es normativo para la conciencia del creyente.

La relación entre el hombre y Cristo, núcleo de la vida moral cristiana, “no es pensada y establecida por el mismo creyente en una soledad individualista”, sino que debe realizarse dentro de la Iglesia y en comunión con ella.

MORAL CRISTIANA Y MORAL HUMANA

La vida moral cristiana se inicia con el bautismo; no se puede decir lo mismo de la vida y la experiencia moral en general. Existe una reflexión ética anterior al cristianismo e independiente incluso de la revelación del Antiguo Testamento: el hombre es, por su condición natural, un ser moral, capaz de percibir por si mismo la distinción entre el bien y el mal.

El cristiano es sujeto moral por un doble titulo: en cuanto hombre y en cuanto cristiano.
Una primera observación la encontramos en Mc 1, 15: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios esta cerca, convertíos y creed en la Buena Nueva”.  Aparecen dos conceptos relevantes: novedad y cumplimiento. Se completa con otra del Sermón de la Montaña: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento” (Mt 5, 17.20).

En relación con la Ley de Moisés (e implícitamente con la ley moral natural), el mensaje cristiano es novedad, pero novedad sin ruptura, una novedad como cumplimiento. La moral cristiana excede la moral humana y la Ley de Moisés, pero a la vez las lleva a su plenitud, interiorizándolas y radicalizándolas.

El bien del hombre es conservado y llevado a plenitud cuando se eleva al nivel de la filiación divina. “El misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (Gaudium et spes, n. 22). El cristianismo concede gran importancia a las realidades y las virtudes éticas humanas, incluyéndolas como presupuesto necesario de la vida moral cristiana.

Si entendemos por virtudes humanas los hábitos morales que constituyen la perfección del hombre como tal (también del no creyente), entonces el desarrollo de estas cualidades precede al de las virtudes cristianas, aunque en la práctica los dos desarrollos van juntos y se entrecruzan. Las virtudes éticas humanas no son tan solo un medio para el ejercicio de las virtudes cristianas; son al mismo tiempo para el cristiano consecuencia y fruto de la caridad.

LA TEOLOGÍA MORAL, INTELIGENCIA DE LA VIDA CRISTIANA

Objeto y fin de la teología moral

Parte de la teología que tiene como objeto propio la inteligencia de la vida de los fieles en Cristo. Es un saber reflexivo.
Entre las diversas formas de reflexión moral, es aquella que se desarrolla con metodología teológica.

Debe ser “entendida en su especificidad de reflexión científica sobre el Evangelio como don y mandamiento de la vida nueva, sobre la vida según “la verdad en el amor” (Ef 4, 15), sobre la vida de la santidad de la Iglesia, o sea, sobre la vida en la cual resplandece la verdad del bien llevado hasta su perfección” (Veritatis splendor, n. 29).

El Concilio Vaticano II afirma que la teología moral debe ilustrar científicamente “la excelencia de la vocación de los fieles en Cristo y su obligación de producir frutos en el amor para la vida del mundo”. La teología moral “trae a reflexión esa vida que nace de nuestro ser en Cristo por medio del Espíritu, verificándola mediante su principio que es la Revelación testimoniada por la Sagrada Escritura y por la Tradición”.

El hombre tiene una inclinación natural a conocer la verdad, y esto comporta la exigencia de pensar lo que él es y lo que hace. A esta exigencia se une el dinamismo presente en la fe, que, desvelando al hombre la verdad última sobre su destino y el camino para alcanzarlo, requiere ser entendida y comunicada, tanto a los creyentes, como a los no creyentes para que también ellos lleguen al conocimiento de Cristo.

La reflexión teológica contribuye por consiguiente, a reforzar la vida de los fieles y favorece el desarrollo de la actividad apostólica de la Iglesia. La capacidad y responsabilidad eclesiales de garantizar a lo largo de los siglos la identidad substancial de la vida cristiana han sido confiadas por Cristo a los pastores; solo ellos tienen autoridad divina para enseñar en el campo dogmático y moral.

La complejidad de las cuestiones morales hace importante la verificación reflexiva de las nuevas soluciones a la luz primordial de la Revelación, y la proyección de esta luz sobre los problemas emergentes aún no resueltos. Todo esto es tarea de la teología moral, que se configura como un servicio a los fieles y una vocación eclesial que debe realizarse en colaboración con los pastores y bajo su juicio último.

El estatuto científico de la teología moral

En la reflexión moral del siglo XX se ha difundido la tendencia de concebir la vida moral como un hecho que la teología moral debería explicar en forma análoga a como las ciencias de la naturaleza explican los hechos naturales. El hecho moral consistiría en la conciencia de los valores y la obligación moral que de ellos deriva, y la tarea de la teología moral sería la de fundamentar la obligación moral.

La teología moral se constituiría como un saber sobre las normas morales que hay que observar, sería una moral normativista. Esta concepción de la teología moral intenta acercarse a la mentalidad científica moderna, y quiere sostener que la reflexión moral es un saber normativo, y no solo descriptivo de las costumbres. Está condicionada por la idea de que las ciencias de la naturaleza son el modelo al cual cada saber científico debería adecuarse.

La vida moral tiene que ser contemplada como una vida, como una conducta, que es entendida y valorada primariamente con referencia al fin hacia el cual el sujeto moral se conduce a sí mismo. La vida moral cristiana es la actividad con la cual el cristiano en base a la fe y a las otras virtudes cristianas y humanas, elabora un plan de vida que determina el modo y la medida según los cuales han de ser buscados, usados o realizados los diversos bienes para que pueda ser concretamente alcanzada la santidad cristiana.

La teología moral asume este orden inmanente a la vida cristiana y lo lleva a la conciencia refleja y científica, explicitando sus principios y su lógica interna, verificando su congruencia con la Revelación, y facilitando su comunicabilidad. Su atención se centra en el fin, que es el bien de la vida humana tomada como un todo, y que el sujeto moral manifiesta día a día a través de comportamientos concretos.

La teología moral asume así la perspectiva interna del sujeto moral autor de su conducta, es decir, la perspectiva de la primera persona y del dinamismo intencional interno que informa las acciones humanas. La teología moral es una “operativa scientia”, una ciencia práctica o al menos un saber que posee algunas de las características metodológicas de las ciencias prácticas.

La Veritatis splendor dice que este tratado de la teología es un saber moral que concierne el bien y el mal de los actos humanos y de la persona que los realiza; pero es ciencia sobre Dios, en cuanto reconoce el principio y el fin del comportamiento moral en Aquel que solo es bueno y que, dándose al hombre en Cristo, le ofrece las bienaventuranzas de la vida divina.

Para Santo Tomás de Aquino la teología es una ciencia especulativa, que puede abarcar tanto el objeto de las ciencias filosóficas especulativas cuanto de las ciencias filosóficas prácticas, pues estudia los dos desde una perspectiva formal superior y común: en cuanto contenidos en Revelación divina. Para Santo Tomás, el objeto de la teología es Dios, pero Dios no solo como es en SI, sino también en cuanto es principio y fin de las cosas creadas, especialmente del hombre.

La originalidad del pensamiento moral tomista se encuentra en la perspectiva de la primera persona, elaborada por él sobre la base de la ética aristotélica y de la teología cristiana de la ley.

Teología moral y teología dogmática

El saber teológico es unitario, porque unitaria es la revelación divina, a cuya luz la teología estudia las verdades teóricas que hay que creer y las verdades prácticas que permiten especificar las conductas congruentes con las verdades creídas.

La unidad del saber teológico es compleja y articulada, pero es verdadera y real unidad. Por razones didácticas, la teología se divide en distintas partes (teología dogmática, moral, bíblica, etc.). No es posible afrontar el estudio de la moral cristiana sin tener presente su fundamento cristológico, eclesiológico y sacramental.

LAS FUENTES DE LA TEOLOGÍA MORAL

La Revelación divina: Sagrada Escritura y Tradición
           
La fuente especifica y el fundamento perenne de la teología moral es la Revelación divina. Según el Concilio Vaticano II: “la teología se apoya, como en cimiento perdurable, en la Sagrada Escritura unida a la tradición”.

El saber teológico es el esfuerzo humano de entender y profundizar científicamente el contenido de la Revelación acogido en la fe. La teología es la ciencia de la fe; tiene en la fe sus principios constitutivos propios (fides quae), y la luz (fides qua) que inspira y hace posible la posterior profundización racional.

El dinamismo interior del saber teológico fue expresado por San Agustín con la formula “creo para comprender y comprendo para creer mejor”, en la cual se evidencia que la fe es la meta y la regla intrínseca de la teología. Cristo Jesús ordeno a los Apóstoles predicar a todos el Evangelio. La revelación es trasmitida por medio de la Sagrada Escritura y de la Sagrada Tradición de origen apostólico.

La Tradición y la Escritura están unidas, manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin. Se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción. La Tradición es una realidad viva, que va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo. La Sagrada Escritura, escrita por inspiración divina y confiada a la Iglesia, ha de ser leída y entendida como ha sido leída e interpretada por la Iglesia.  La Sagrada Escritura sin la Tradición es formalmente insuficiente; no estaría garantizado ni el reconocimiento del canon de las Escrituras ni su correcta interpretación.

El Magisterio de la Iglesia

Cristo ha prometido la asistencia del Espíritu Santo para que la Iglesia conserve intacto el depósito de la divina revelación, tanto de la fe profesada y de la fe enseñada. El oficio de interpretar y de custodiar en nombre de Cristo la palabra de Dios ha sido confiado solo al magisterio vivo de la Iglesia. Este “no esta por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo trasmitido con la asistencia del Espíritu Santo” (Dei verbum, n.10).

El Concilio Vaticano II ha recordado la intima unión entre los tres elementos. “La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros y bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas” (Dei verbum). El oficio de enseñar en materia de fe y de moral corresponde a los obispos en comunión con el Romano Pontífice y al Romano Pontífice mismo; por eso merecen el respeto de todos, pues son testigos de la verdad divina y católica” (Lumen gentium, n.25).

Magisterio y teología

El magisterio no constituye una fuente autónoma de la teología. La fuente y la norma de la teología es la Revelación divina, y con referencia a ella hay que considerar la función del magisterio. En su íntima conexión con la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición, el magisterio precede y regula la labor teológica en el mismo sentido en que lo hace la fe.

Para la teología, el magisterio no es una instancia extracientífica opuesta a la búsqueda racional, sino que constituye su premisa necesaria. La teología no es simple y exclusivamente una función auxiliar del Magisterio; no se limita a repetir o a recoger los temas que este ha enseñado.

La teología tiene una dinámica propia, enraizada en la tendencia hacia la verdad y en la comprensión racional propia del hombre y de la misma fe. La teología se propone tanto el desarrollo de la vida cristiana de los fieles, cuanto la tarea de dar razón de la propia esperanza a cuantos todavía no conocen a Cristo. El magisterio y la teología, aun cumpliendo funciones diversas, se proponen mantener en el Pueblo de Dios la verdad que libera.

CONTENIDO DE LA REVELACIÓN - COMPETENCIA DEL MAGISTERIO EN EL CAMPO MORAL

Revelación, Magisterio y moral

El Evangelio ha sido predicado por los Apóstoles y sus sucesores “como fuente de toda la verdad salvadora y de toda norma de conducta”. Es tradicional el uso de la fórmula “in rebus didei et forum”, en materia de fe y moral, para referirse tanto al contenido de la Revelación cuanto al ámbito en el cual el magisterio de la Iglesia es doctrinal y autoritariamente competente.

La existencia de un contenido moral revelado y de una competencia doctrinal específica del magisterio eclesiástico en el campo moral ha sido universal y pacíficamente afirmada por la teología moral hasta la mitad del siglo XX.

El magisterio de la Iglesia es competente en el campo moral:
a) Como guardián e intérprete de la Revelación (y por tanto de su contenido ético)
b) En cuanto que Cristo envió a los Apóstoles y a sus sucesores a predicar el mensaje de salvación, y la observancia de toda la ley moral es necesaria para la salvación.

Sobre la base de esta segunda razón, la Iglesia ha afirmado su competencia incluso en materias de ley moral natural, sin que por esto haya dirimido la cuestión teórica de si existen verdaderas exigencias de la ley moral natural que no hayan sido de alguna manera reveladas o que no estén ligadas a la custodia y exposición del depósito de la fe.

La moral autónoma

En los años sucesivos al Concilio Vaticano II emergió una orientación teológica, conocida como “moral autónoma” o “moral autónoma en el contexto cristiano”, que se propuso un replanteamiento de las relaciones entre la moral humana y la moral cristiana.
La solución propuesta tiende a negar la competencia del Magisterio de la Iglesia en el ámbito de las normas morales concretas de la ley natural. Algunos exponentes de tal orientación llegaron a sostener posiciones manifiestamente erróneas, las cuales motivaron la intervención del Romano Pontífice con la encíclica Veritatis splendor.

Fe y moral

El problema de fondo es el modo de concebir la moral humana en relación con Dios y con la moral cristiana o, según la Veritatis splendor, la relación entre fe y moral. El problema puede recibir distintas soluciones doctrinalmente aceptables.

La posición de la “moral autónoma” tiene notables instancias positivas que, según la Veritatis splendor, responden a la mejor tradición del pensamiento católico. Quiere favorecer el diálogo con la cultura moderna, subrayando el carácter racional de la ley moral natural; y poner de relieve su carácter interior, no interpretable como heteronomía. La Veritatis splendor ha indicado los confines propios de la doctrina católica, no siempre respetados por algunos seguidores de la “moral autónoma”.

Parece ser determinante la capacidad de concebir la relación razón-fe y la relación conocimiento natural-Revelación de una manera no dialéctica. No es verdad que solo pertenezca a la razón este mundo y solo a la fe el otro. Dios ha revelado cosas relacionadas con nuestro obrar moral que también la razón puede alcanzar.

Es iluminante el modo de enfocar la relación razón-fe sugerido por Scheeeben: no es una relación dialéctica, sino esponsal. En este sentido se puede considerar a Jesucristo, el “Hombre en su unión de dos principios de actividad, la naturaleza divina y la naturaleza humana, como tipo de la relación existente entre la razón y la fe, dos principios de conocimiento”. Se trata, en último análisis, de tomar en serio la lógica de la Encarnación.

LA RAZÓN NATURAL, LAS CIENCIAS FILOSÓFICAS Y LAS CIENCIAS HUMANAS

Razón humana y teología moral

“La verdadera teología proviene de la fe y trata de conducir a la fe”. El ejercicio ordenado y sistemático de la razón es una parte esencial de la teología; no en el sentido de una  yuxtaposición de dos instancias cognoscitivas, sino en que ambas dan lugar a un saber humano cuyos principios son divinamente revelados; es el saber que llamamos teología.

Mediante la “fides”recibimos la palabra de Dios, mediante el “intellectus” la comprendemos; solamente mediante los dos unidos nos apropiamos del saber de Dios expresado en la palabra y nos hacemos también sus sabedores. La unidad y la armonía entre razón y fe resulta así la característica del buen trabajo teológico

Sobre la base de este criterio la Iglesia ha expresado sus preferencias por el uso de la filosofía del ser de Tomás de Aquino, preferencia que no significa una exclusividad cerrada a los progresos registrados a lo largo de la historia del pensamiento filosófico.

Ética filosófica y teología moral

El conocimiento exacto de la natural condición moral del hombre, objeto de la ética filosófica, es indispensable para la teología moral. Así lo indica Juan Pablo II: “La teología moral necesita, aún más que la dogmática, la aportación filosófica.

En la Nueva Alianza la vida humana está menos reglamentada por prescripciones que en la Antigua. La vida en el Espíritu lleva a los creyentes a una libertad y responsabilidad que van más allá de la Ley misma. El Evangelio y los escritos apostólicos proponen principios generales de conducta cristiana y enseñanzas y preceptos concretos. Para aplicarlos a la vida individual y social, el cristiano debe ser capaz de emplear a fondo su conciencia y la fuerza de su razonamiento.

La teología moral debe acudir a una visión filosófica correcta tanto de la naturaleza humana y de la sociedad como de los principios generales de una decisión ética.

La ética filosófica no constituye el principio hermenéutico último para la inteligencia de la vida cristiana, pero debe aportar las bases que permitan y faciliten la comprensión teológica. Una ética filosófica que viese la instancia moral de manera positivista, como una constricción normativa procedente del exterior del hombre, no permitiría la comprensión de la vida cristiana como desarrollo de la gracia divina que por el bautismo está en nuestros corazones.

Uso de las ciencias humanas

Permiten entender mejor las condiciones fácticas en las que se desarrolla la vida moral cristiana. Conviene recordar que, como “la doctrina moral de la Iglesia implica necesariamente una dimensión normativa, la teología moral no puede reducirse a un saber elaborado solo en el contexto de las así llamadas ciencias humanas.


Mientras estas se ocupan del fenómeno de la moralidad como hecho histórico y social, la teología moral, aun sirviéndose de los resultados de las ciencias del hombre y de la naturaleza, no está en absoluto subordinada a los resultados de las observaciones empírico-formales o de la comprensión fenomenológica. Su utilización debe ser regulada según los criterios de la epistemología teológica.

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