martes, 23 de diciembre de 2014

LA NATURALEZA HUMANA DEL EMBRIÓN

IDENTIDAD BIOLÓGICA DE LA CORPOREIDAD HUMANA
En el origen del ser humano se encuentran dos células especializadas y dedicadas a la función generadora: el gameto femenino (ovulo) y el gameto masculino (espermatozoide). Dos células que se han formado a través de un largo proceso autonomo y único llamado meiosis con el fin de reducir el número de sus cromosomas de 46 a 23. Los gametos son células haploides y poseen la mitad del número de cromosomas de las demás células del organismo que son diploides.
Unas veinte horas después de la relación sexual se realiza la fusión de las dos células y de su estructura cromosómica. Esta fusión que dura unas veinte horas, origina la formación de un nuevo sistema genético con 46 cromosomas. Cuando se ha cumplido la fusión estamos frente a una nueva célula, el cigoto. Este nuevo ser no es la simple suma de los códigos genéticos de los padres, es un ser con un proyecto y un programa nuevos, que nunca antes ha existido y no se repetirá jamás. Este programa genético (genoma) absolutamente original, individua al nuevo ser, que de ahora en adelante se desarrollará según ese genoma. En él están determinadas las características del nuevo individuo.
Después de la concepción (fecundación del ovulo) el cigoto inicia el desarrollo, multiplicando el numero de las células por un proceso de fusión y reduplicación (mitosis); a partir de la célula madre (cigoto) se forman dos células hijas, de estas cuatro, de estas ocho…. El proceso de multiplicación lleva a la formación de un amasijo de células denominadas blastómeros, que en su conjunto asumen el aspecto de una mora, de ahí el nombre de mórula en este estadio. La división continua mientras la mórula emigra lentamente hacia el útero. Hacia el segundo día los blastómeros se diferencian en la periferia en un tejido llamado trofoblasto. En el interior del trofoblasto, de un lado se forma un líquido transparente llamado blastocelo; en el otro lado se aísla un cúmulo de células que dará origen al embrión. En este estadio el producto de la concepción se denomina blastocisto o blástula. Hacia el quinto día el nuevo ser (blastocisto) comienza a diferenciarse. Este desarrollo depende del genoma del mismo cigoto y no del organismo de la madre. La división y multiplicación de las células se realiza siguiendo una diferenciación progresiva y dando origen a los procesos de la histogénesis (formación de los tejidos) y de la morfogénesis (formación de los órganos y funciones). El estadio del crecimiento en el periodo que va entre la concepción y el nacimiento esta hoy día muy bien documentado. La multiplicación celular engrandece el organismo, el movimiento de grupos de células contribuye a darle forma y la diferenciación, alterando la forma y las funciones de las células, lo preparan para tareas diversas. La evidencia científica muestra claramente la unidad biológica del nuevo ser; todos los elementos se desarrollan como partes de un todo y tienen sentido en relación con las otras partes del todo. El desarrollo cuantitativo y diferencial del embrión es un perfecto continuum, no hay saltos cualitativos o mutaciones sustanciales, sino una continuidad, por lo cual el embrión humano se desarrolla en un hombre adulto y no en otra especie. Sin posibilidad a error, estamos siempre delante del mismo sujeto, desde el primer momento en que se forma el cigoto hasta la conclusión de su ciclo vital.
Tres son las características esenciales del desarrollo del neo-concebido:
-          La primera es la coordinación. El desarbolo embrionario, desde el momento de la fusión de los gametos hasta la formación del disco embrional, es un proceso en el que se da un coordinado subseguirse e integrarse de actividades celulares y moleculares bajo el control del nuevo genoma, modulado por una ininterrumpida cascada de señales, producidas en gran parte por una actividad diferenciada del propio genoma espacial y temporalmente y que se transmiten de células a células y de ambiente extracelular y extraembrionario a cada una de las células. Esta coordinación es la que implica y “exige” una rigurosa unidad del ser en desarrollo. Coordinación y consiguiente unidad, las cuales indican que el embrión humano, incluso en sus fases más precoces, no es un mero agregado de células ontológicamente distintas, sino un “individuo”, en el que las distintas células que se van multiplicando se integran estrechamente en un proceso, por medio del cual el individuo traduce de forma autónoma su propio espacio genético a su propio espacio orgánico.
-          La segunda es la continuidad. En la fusión de los dos gametos humanos comienza el nuevo ciclo vital de un nuevo ser humano. Este ciclo procede sin interrupciones. Los distintos eventos, no son sino la expresión, de una sucesión ininterrumpida de acontecimientos concatenados y coordinados el uno al otro sin solución de continuidad; si hay interrupción, hay patología o muerte. Es precisamente esta continuidad la que implica y establece la unicidad del nuevo ser en desarrollo: es siempre “el mismo e idéntico” ser, que se está formando según un plan bien definido, aunque atraviese distintos estadios cada vez más complejos cualitativamente.
-          La tercer es la gradualidad. La forma definitiva se alcanza gradualmente. Esta característica, que abarca todo el proceso de desarrollo en su globalidad, se observa en todos los animales pluricelulares que se reproducen por gametos. Es una propiedad constante e inderogable en el desarrollo de estos seres. Es una ley ontogenetica que tiene dos elementos: la gradualidad y la unicidad en la totalidad de las partes del sistema que se diferencia. El desarrollo es un proceso que implica una sucesión de formas que en realidad no son sino estados de momentos diversos de un mismo idéntico proceso de desarrollo de un ser muy determinado. Esta ley supone y exige la existencia de una regulación intrínseca en el mismo embrión, la cual mantiene orientado el desarrollo hacia la forma final. Por esta ley teleológica intrínseca, que se manifiesta desde el momento de la fertilización, un embrión que está cumpliendo su propio ciclo vital mantiene permanentemente su “identidad”, “individualidad”, y “unicidad”, manteniéndose siempre el mismo individuo idéntico a través de todo el proceso que comienza en la fusión de los gametos, aunque llegue a ser mas complejo en su totalidad.
La unidad y continuidad del desarrollo embrionario exige que sea un individuo de la especie humana desde el momento de la concepción. Estamos en presencia de un ser autónomo. El embrión es autónomo porque tiene la capacidad de autogestionarse y de integrar sistemáticamente todas sus funciones y su completo desarrollo. Es capaz de autogobierno biológico. Esta ontogénesis que determina la propia identidad personal está coordinada por el genoma. La dependencia respecto del organismo materno es necesaria, pero extrínseca al ser del embrión: la madre nutre al feto, como nutre (de forma distinta) al neonato.
IDENTIDAD ANTROPOLÓGICA DE LA CORPOREIDAD: EL SUJETO HUMANO
Desde el punto de vista antropológico podemos constatar aquí el inicio de la corporeidad humana. Esta célula, que se nos presenta como un “nuevo ser humano que comienza su propia existencia o ciclo vital” es el inicio de un nuevo y original cuerpo humano.  Es cierto que en el cigoto no se ve la forma de la corporeidad humana desarrollada, pero si se piensa que constituye el nacimiento del cuerpo humano y que lleva ya consigo todo lo que de esencial aparecerá en el cuerpo adulto, será necesario concluir que el cigoto tiene una verdadera dimensión humana. Lo humano del hombre es inseparable de la corporeidad; en el ser personal humano no es posible separar la vida biológica de la que es propiamente humana.
El devenir propio de cada ser biológico implica un desarrollo en la continuidad y en la identidad del ser. Basados en este principio de la biología podemos decir que desde el momento de la concepción, el cuerpo que pertenece a la especie humana se desarrolla por un principio intrínseco, llega a ser lo que es él mismo en virtud de potencias intrínsecas destinadas a ponerse plenamente en acto. El sujeto unitario de tal devenir es siempre el mismo y madura al traducir en acto las capacidades propias. La permanencia de mi identidad en el tiempo es un dato de experiencia vivida, confirmado por la reflexión filosófica; el yo que era ayer, el sujeto de mí existir continua siéndolo hoy a pesar de los cambios posibles. Mi cuerpo actual no es igual al de hace cinco años, y es distinto de mí cuerpo infantil, fetal y embrionario, pero es constitutivamente idéntico: era y soy siempre yo mismo. La realidad de mi cuerpo se hace patente en la conciencia de mi existir que es aquí y ahora la experiencia de mi corporeidad. El cuerpo no es solo algo que poseo; el cuerpo que vivo en primera persona soy yo mismo. Es cierto que esta corporeidad, que soy yo, no presenta en el estado embrionario la forma externa humana. El hecho de que no se vea y las situaciones de tipo psicológico, económico y político no deben sin embargo distraer la atención de la cuestión fundamental: el carácter verdaderamente humano de esta corporeidad desde su concepción y, por tanto, la existencia real de un individuo humano.
LA PERSONA ES UN “SUJETO”
El primer concepto que hay que aclarar en la definición es el de “sustancia”. La sustancia es la primera categoría de Aristóteles. Cuando se habla de sustancia, o de sujeto inmediato de existencia, nos referimos a un ente que es en sí mismo, que pertenece a sí mismo y no a otro; es un ente que supera todo accidente; el accidente pertenece a la sustancia, es una determinación de ella. La sustancia es lo que es en sí; el accidente es lo que es en otro, esto es, en la sustancia. El accidente necesita un sustrato para existir. La persona existe en sí y por eso es sustancia. Es sustancia completa. Sustancia completa es un conjunto sustancial; la parte sustancial es solo parte, no es el todo; el hombre sin embargo es un todo sustancial. Lo específico de la sustancia es ser en sí. Propiamente hablando la sustancia es solo el individuo, no el universal; la esencia es sustancia y existe porque tiene el ser: una esencia esta in actu porque esta actualizada por el ser. Por eso la sustancia como ente concreto exige, además de la esencia (que en el hombre comprende dos elementos: materia prima y forma sustancial), también el esse, es decir el actus essendi. La sustancia en cuanto existe en sí misma y no en otro sujeto se llama subsistencia; en cuanto sirve de sustrato a los accidentes se llama hipóstasis o sustancia; santo Tomas desarrolla bien estas dos características (subsistit – substat).
Entendida así, la sustancia no constituye el sustrato oscuro y escondido que criticaba J. Locke, ni el noúmeno kantiano (el sustrato metafísico, en el sentido de más allá de la experiencia sensible); la sustancia, en el sentido aristotélico, resiste estas críticas, siendo el principio ontológico que subsistit y substat  a los accidentes y que se revela en ellos. La existencia de la sustancia individual se muestra evidenciando la contradicción en la que cae quien la niega e invocando la misma experiencia ordinaria. Quien afirma que ciertas cualidades y ciertas determinaciones son de una cosa o de alguien, indica implícitamente una sustancia determinada: a un mismo hombre se refieren diversas propiedades y actos. La experiencia nos da testimonio y nos muestra que los cuerpos cambian y se transforman, permaneciendo ellos mismos; es la misma planta, o el mismo animal, o el mismo hombre lo que nace, crece y muere.
Aplicando el concepto de sustancia individual, así entendida, al hombre, resulta que las propiedades que él posee, las funciones que ejercita y los actos que realiza no existen en si mismos, sino que existen solo como características, funciones y actividad de un individuo humano sustancial, que es su sujeto, y al cual se refieren: las propiedades, las funciones y las actividades suponen un sujeto distinto del cual proceden. La sustancia es por tanto la condición ontológica real de la presencia de determinadas capacidades, del ejercicio actual de ciertas operaciones, de la manifestación exterior de comportamientos precisos. Es la sustancia así entendida la que permite explicar la unidad (en el espacio) y la permanencia (en el tiempo) de la identidad del ser humano. En esta perspectiva la persona no se reduce a la suma yuxtapuesta de propiedades ni a la sucesión serial de actos: el hombre no es, como quieren el empirismo, el neoempirismo y parte del existencialismo, un haz de fenómenos, un conjunto de actos. Entendido así, el hombre se disolvería en la multiplicidad de sus características y se desintegraría en el proceso de los acontecimientos: en otras palabras, el hombre no sería el ser, sino su mismo hacerse, en donde la identidad quedaría reducida a la instantaneidad actual de la realización de determinadas operaciones o comportamientos. El hombre no tendría unidad propia (en el espacio) ni identidad (en el tiempo), sin una sustancialidad individual, consistente, subsistente y estable, unificante y duradera, irreductible al conjunto de las propiedades.

LA PERSONA ES UN SER DE “NATURALEZA RACIONAL”
Toda persona es de por si un individuo. La diferencia que permite la denominación de la persona es la racionalidad (la apertura constitutiva de la naturaleza humana). Para poder hablar de persona humana se requiere la naturaleza racional realizada en este sujeto individual aquí; es este el dato distintivo de la persona respecto de los demás seres sustanciales. La racionalidad es la diferencia específica que distingue a los hombres de los demás seres sustanciales.
El carácter ontológico de la expresión “naturaleza racional” en la noción de persona
Racional se deriva del latín ratio, que a su vez traduce el griego logos; esto no indica solo la inteligencia y la capacidad de razonar, sino todas las capacidades superiores del hombre (inteligencia, amor, sentimientos, moralidad, religiosidad, etc.). No indica solo el ejercicio efectivo de ellas, sino la actitud, la capacidad constitutiva de abrirse a la totalidad del ser. No es necesario que la racionalidad este presente como operación en acto, es suficiente que esté presente como capacidad esencial; así es persona también el que duerme, el feto, el minusválido, etc. Si bien, para nosotros la persona se nos presenta por medio de las manifestaciones de la racionalidad, esto no significa que sean las manifestaciones mismas las que constituyen a la persona. No se puede afirmar con verdad que no haya persona donde todavía no se dan manifestaciones de la persona. Un individuo no es persona porque se manifieste como tal, al contrario se manifiesta así porque es persona. El criterio fundamental se encuentra en la naturaleza propia del individuo. Cuando vemos un individuo de la especie biológica humana, entendemos que tiene la naturaleza humana. Este ser que tiene naturaleza humana, naturaleza racional, lo llamamos persona. El ser humano es persona en virtud de su naturaleza racional, no llega a ser persona en virtud de la posesión actual de ciertas propiedades, del ejercicio de ciertas funciones, del cumplimiento de ciertas acciones. Lo que es relevante para el reconocimiento del ser de la persona es la pertenencia, por naturaleza,  a la especie racional, independientemente de la manifestación exterior en acto de ciertas características, operaciones o comportamientos. El ser persona pertenece al orden ontológico, por tanto la persona o es o no es; la posesión de un estatuto sustancial personal no se adquiere o disminuye gradualmente, sino que es un evento instantáneo y una condición radical. No se mas o menos persona, no se es pre-persona o post-persona o sub-persona; o se es persona o no se es persona. Las características esenciales de la persona no son objeto de cambio (solo las características accidentales y contingentes crecen o disminuyen en medida o en grado mayor o menor), si bien están presentes desde el momento en que se forma la sustancia y se pierden cuando esta se disuelve.
El concepto de persona es primariamente ontológico. Una cosa es la realidad ontológica personal, que subyace en todo ser humano y otra las manifestaciones de dicha dimensión ontológica. El problema de muchos pensadores es el de hacer depender el estatus de persona de la constatación de tales manifestaciones. Bajo este punto de vista un individuo humano que no pueda manifestar todas sus capacidades racionales, sería más o menos persona o no sería en absoluto persona. De este modo se podría negar el estatus de persona a determinados seres humanos, o a grupos de poblaciones humanas en función de intereses económicos, políticos, raciales, etc.
Estos errores graves se evitan cuando el concepto de racionalidad, y por tanto de persona, se entiende en su integridad y en todo el valor ontológico que posee. Este es fácilmente comprensible recurriendo a la clásica distinción de tres órdenes o niveles:
1)      Las operaciones o actividades. La operación es un acto accidental que no se identifica con el ser.

2)      Las potencias o capacidades operativas. Cada acto sin embargo, reivindica una potencia de su propio orden, sustancial o accidental (en este caso accidental); por tanto la potencia operativa debe ser accidental, y por tanto, realmente distinta de la sustancia. Una cosa, de hecho, es actuar como persona: reír, hablar, amar, decidir, etc., y otra es poseer la capacidad de poder actuar así, aunque no se la ejercite temporalmente, como cuando se duerme y aun otra cosa es el sujeto que posee dichas capacidades y actúa de esa forma.

3)      La sustancia o sujeto al que ambas pertenecen. Ni los actos ni las capacidades se identifican con el ser que es sujeto de ellos.
En la diferencia específica de la racionalidad se encuentran todas las características y dimensiones sobre las que insiste la antropología contemporánea cuando habla de libertad, proyecto, vocación, relación, etc., porque es la racionalidad la raíz profunda de donde ellas brotan y de la cual son manifestaciones y actos segundos.
¿Que determina la naturaleza racional de la sustancia individual? El ser humano es persona, o sea, sustancia individual de naturaleza racional, en cuanto sínolo o compuesto de un cuerpo y alma intelectiva, donde el alma intelectiva es la forma sustancial del cuerpo humano. El alma humana no se entiende en sentido dualista, como una sustancia separada que se une desde el exterior al cuerpo, sino en sentido aristotélico y tomista, como la forma o el acto primero de un “cuerpo natural que tiene la vida en potencia” (Aristóteles). El alma intelectiva es forma en cuanto sustancia primera, por tanto causa formal (aquello en virtud de lo cual algo – el cuerpo humano – se determina, se organiza y se diferencia) y causa del ser de los compuestos (aquello que hace que estos sean lo que son). El alma intelectiva es acto primero, donde no hay que confundir el acto con la actividad (acto segundo). El alma es la capacidad ontológica por la vual se dan ciertas actividades (inferiores o superiores), pero es irreductible a ellas. Estos dos aspectos, la subsistencia (sustancia individual) y la naturaleza racional, son indispensables para que la persona exista. El subsistente está profundamente ligado a la naturaleza intelectual y ambos forman parte integrante de la persona. De hecho, una racionalidad sin la subsistencia no es todavía persona.


La persona humana: ser relacional y sujeto de comunión
Uno de los temas recurrentes de bioética es el de la capacidad de relación del sujeto. La persona es un ser relacional. La identidad del hombre puede ser plenamente comprendida sólo en el horizonte del ser, entendido como acto, abierto a la comunicación, al don de si, y constituida intrínsecamente como relacional. La metafísica del actus essendi, muestra como el ser no está cerrado en si mismo, sino abierto a otro, por lo que la identidad perfecta pasa a través de la alteridad. El principio de identidad no solo no excluye la relación, sino que se realiza en la comunión de amor, y esto es posible solamente en la persona, grado supremo del ser.
¿Qué es lo que constituye formalmente a la persona? Para la filosofía personalista y para una gran parte del existencialismo, la dimensión constitutiva de la persona es la reciprocidad. Este término puede equipararse a relación, intersubjetividad, autoconciencia, relación yo-tu, dialogo interpersonal. Su importancia es tal, que es considerado constitutivo de la persona ontológicamente y no solo éticamente.
En la ontología clásica, la relación era la determinación mas débil del ser; y se entiende respecto al primado de la sustancia. Pero, si la concepción del ser se entiende en clave relacional, el primado corresponde, al contrario, al ser en relación (Ebeling). Con ontología de la relación se quiere indicar la metafísica que comprende al ser partiendo de la relación, sin que esto quiera decir olvido de la sustancia. Dice Ratzinger: “resulta claro que, junto a la sustancia, se encuentra también el dialogo, la relatio, entendida como forma igualmente original del ser. En esta idea de correlación que se expresa en la palabra y en el amor, independientemente del concepto de sustancia y que no se puede catalogar entre los accidentes, el pensamiento cristiano ha encontrado el núcleo central del concepto de persona, que dice algo muy distinto y mucho más alto que la simple idea de individuo. Dice San Agustín: “En Dios no hay accidentes. Sino solo… sustancia y relación”. Según Ratzinger: “El Dios de la fe se encuadra esencialmente en la categoría de la relación… la posibilidad más alta de la que el ser está dotado no se identifica con la libertad absoluta de un sujeto que se basta a sí mismo y que subsiste por su cuenta. Al contrario, la suprema modalidad del ser incluye la relación”.
La persona es el ser relacional. Significa que la persona existe como realidad que se refiere a otras personas. La experiencia psicológica muestra que el yo entra en relación ética con otros yo, porque su realidad más profunda consiste en el hecho de ser relacional. Este carácter ontológico de la relación debe distinguirse de otras relaciones. No se trata de una “relación accidental”; definir a la persona como ser relacional no quiere decir privarla de su autonomía. Se trata de una relación esencial que garantiza al yo y al la propia subjetividad. No significa que su realidad este en otro. La realidad de la persona tiene su expresión psicológica en el yo, y este yo no se identifica con el tú, porque en la relación se da una cierta oposición. El yo se define en función del , pero no llega nunca a ser el . La relación esencial no hace perder al yo su originalidad y su autonomía. Es una relación que tiene en sí misma la propia realidad. No toma su realidad de la naturaleza. El hombre consiste en la unidad-totalidad: por una parte de la naturaleza corporal y por otra de la naturaleza espiritual. Ambas forman la persona que es un ser relacional en su totalidad de espíritu encarnado.
Una de las verdades fundamentales de la revelación cristiana es que el hombre es imagen de Dios, y como tal, es fundamentalmente relación-con-Dios. Para la Sagrada Escritura, la persona es siempre el rostro, la imagen de Dios, el ser que está en dialogo con Yahvé. La base de este dialogo es la relación Creador-creatura, vista en el sentido más ontológico, sin olvidar que en dios su relación es igual a su trascendencia (Ricoeur, Pareyson).
Sin olvidar el análisis de la relación que ha desarrollado la filosofía de la existencia, la realidad relacional de la persona ha quedado bien expresada por M. Buber en su filosofía dialógica o “ontología del entre”, que se explicita mediante la relación, la reciprocidad y el encuentro. Hablar de ontología del entre quiere decir atribuir a la relación la capacidad de fundar un nuevo modo de ser. La comunión dialógica, esto es, la relación con los demás hombres respetando su autonomía relacional, es lo que constituye a la persona humana. Buber sostiene que el yo no existe nunca en si mismo; el yo se encuentra siempre en relación. Como dice Mounier: la persona “no existe sino hacia los demás, no se conoce sino a través de los otros, no se encuentra sino en los otros. La experiencia originaria de la persona es la experiencia de la segunda persona. El tú, y en él, el nosotros, preceden al yo, o al menos lo acompañan. La relación que constituye la persona no es accidental. Se trata de una relación que existe por sí misma y no de una relación que añade una perfección secundaria a un ser ya existente (Mel-Chiorre). La persona no es un elemento superpuesto al individuo que existe: no es el ser lo que es personal (accidente), sino la persona que es ser (sustancia). Por tanto se le puede llamar relación ontológica o esencial.
LA PERSONA DESARROLLA Y MADURA SUS CAPACIDADES
Objeciones sobre el estatuto de “persona” del embrión
Hay autores que afirman que el embrión seria, si, un ser humano desde la concepción, pero llegaría a ser persona solo en una fase sucesiva.  Persona, dicen, es quien tiene la capacidad actual de conciencia, de presencia psicológica, de reflexión (Locke). No se nacería persona, sino que se llegaría a serlo cuando la conciencia madura, y se dejaría de serlo con su perdida. El embrión no ha desarrollado todavía estas capacidades, por tanto no sería propiamente persona. Uno de los representantes de esta tesis es Engelhardt, quien afirma que “no todos los seres humanos son personas… Los fetos, los infantes, los retrasados mentales graves y quienes están en coma sin esperanza, constituyen ejemplos de no-personas humanas. Tales entidades son miembros de la especie humana, pero no tienen estatus, en sí o por si, en la comunidad moral…. Solo las personas humanas tienen ese estatus” (Engelhardt).
Este mismo autor llega a decir: “Son las personas las que confieren valor a los cigotos, a los embriones o a los fetos”. De esta forma, para los padres que esperan un hijo desde hace mucho tiempo, el embrión tiene un gran valor; sin embargo, un feto portador de una minusvalía grave, tiene para los padres un valor negativo y podrían suprimirlo.
Otros, siguiendo la filosofía de la relación dialogal y la antropología actualista, afirman que la persona se constituiría por su relación con el mundo, sobre todo con las demás personas mediante actos conscientes y libres; solo en este momento es responsable y por tanto se es verdadera persona.
Otros sostienen que ciertos sujetos infra-humanos podrían estar dotados de conciencia y, por tanto, serian personas, como algunos simios y otros animales, ya que es persona todo ser consciente, incluso si no forma parte del especie humana, mientras que no es persona el ser que no es consciente, incluso si es un individuo de nuestra especie. Es necesario “rechazar la teoría por la cual la vida de los miembros de nuestra especie tiene más valor que la de los miembros de otras especies”. Según esto parece que es más grave matar un chimpancé, que un ser humano gravemente minusválido que no es persona (Singer).
Todas estas posiciones oponen el concepto de vida humana al de persona.
Respuesta a la tesis de la humanización progresiva
La ciencia no puede demostrar que el embrión sea persona, pero tampoco puede demostrar lo contrario; no es cuestión de su competencia, pues el concepto persona es de carácter filosófico y no es demostrable empíricamente. Aunque la presencia del espíritu no puede demostrarse con datos experimentables empíricamente, estas mismas conclusiones de la ciencia sobre el embrión humano son las que aportan “una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia personal desde esta primera aparición de una vida humana: ¿Cómo un individuo humano no sería una persona humana?” (EV 60). El Magisterio de la Iglesia nunca se ha comprometido con tesis de naturaleza filosófica y esta posición no debería entenderse como un intento de fundación biológica del personalismo filosófico. La reflexión filosófica no puede pretender deducir mecánicamente del dato biológico el carácter personal del embrión humano. Dado que la persona humana tiene una dimensión corpóreo-espiritual, la reflexión antropológica evita tanto el biologismo como el espiritualismo. “La respuesta plena y verdadera puede provenir solamente de una reflexión integrada y completa. Limitarse solo a valores cuantitativos, para un juicio de valor ético, es un reduccionismo biológico (Serra).
La tesis de la humanización sucesiva presupone que la dimensión espiritual se une accidentalmente a la corpórea cuando esta ha adquirido una cierta madurez, como si fuera introducida desde el exterior. En este caso se admitiría la existencia de una estructura biológica humana que adquiriría sucesivamente (de forma extrínseca) su calidad personal. Esta tesis no es sostenible en el pensamiento filosófico, porque la persona es al mismo tiempo espíritu y cuerpo que juntos se desarrollan sin saltos cualitativos. El hombre es espíritu encarnado, cuerpo y alma juntos. La persona humana en su irrepetible singularidad no está constituida solo por el espíritu, sino también por el cuerpo, y por tal motivo en el cuerpo humano, cualquiera sea el estadio de su desarrollo, se toca a la persona misma.
En el periodo cigótico de la ontogénesis humana, el nuevo ser no es simple suma de los códigos genéticos de los padres. No es un individuo en potencia sino un individuo real, aunque no hayan madurado sus capacidades. Es un ser con un programa y un proyecto nuevos, que no ha sido antes y nunca se repetirá. Este programa genético, absolutamente original, individua al nuevo ser, que de ahora en adelante se desarrollará según tal programa. Esto significa que desde el momento mismo en el que el gameto masculino penetra al femenino y se verifica la fusión de las dos células y de sus estructuras cromosómicas, el espíritu humano está presente entitativamente como forma sustancial, constituyendo un nuevo ser humano por su unión con la materia prima. No es necesario que todas las capacidades orgánicas hayan alcanzado el desarrollo pleno para que el espíritu esté presente. Una confirmación de esto se puede ver en el hecho de que la inteligencia y la voluntad, capacidades especificas del espíritu humano, se manifiestan mucho tiempo después del nacimiento, y sin embargo, nadie pone en duda la presencia del espíritu en el neonato o en el niño. Del mismo modo como el niño, sin transformarse en otro, llega a ser hombre, así el ovulo fecundado es realmente un ser humano y no se transforma en otro durante el desarrollo. El desarrollo genético del hombre no implica cambio de naturaleza, sino simplemente una manifestación gradual de las capacidades que posee desde el principio, porque el espíritu humano está presente desde el primer momento.
La persona adulta es más madura en su dimensión biológica, psicológica y moral que cuando era embrión, pero tal maduración se ha dado en el ámbito de la misma identidad de esencia. No se puede con coherencia lógica afirmar que una persona de treinta años es mas persona que un embrión, un niño o cualquier otro hombre. Escribe Romano Guardini: “El hombre no es intangible por el hecho de que vive y tiene por tanto derecho a la vida. De tal derecho seria también titular un animal en cuanto que también vive. La vida del hombre permanece inviolable porque él es una persona. Persona significa capacidad de auto posesión y de responsabilidad hacia si mismo; capacidad de vivir en verdad y en el orden moral. El ser persona no es un dato de naturaleza psicológica, sino existencial, no depende ni de la edad, ni de la condición psicofísica, ni de los dones de la naturaleza de los que el sujeto está provisto, sino de la dimensión espiritual que se encuentra en cada hombre. La personalidad puede quedar bajo el umbral de la conciencia, como cuando se duerme; puede no estar aun desarrollada, como cuando se es niño; puede que no emerja en los actos como en los enfermos mentales o idiotas; puede también quedar escondida como en el embrión, pero se da desde el inicio en él. Es esta personalidad la que da a los hombres su dignidad, ella los distingue de las cosas y los hace sujetos” (R. Guardini).
Para evitar confusiones, hay que distinguir los conceptos de persona y personalidad. La personalidad tiene un significado prevalentemente psicológico e indica el conjunto de cualidades-defectos, innatos o adquiridos, que caracterizan a un individuo; la persona, en cambio, es el sujeto de aquellas dotes. La persona no cambia, no es alterable, es o no es. La personalidad está sujeta a las transformaciones mediante la educación y las influencias externas. La persona se refiere al sustrato ontológico de la naturaleza humana, mientras la personalidad hace referencia a las cualidades accidentales y a su ejercicio.

Por último, no es la tematizacion del concepto de persona lo que determina la obligación de respetar al ser humano. Desde antiguo se han dictado normas para proteger la vida de los ciudadanos. En nuestros días cuando la comunidad internacional quiso definir los derechos de los individuos, no tuvo necesidad del término persona, se expresó así: “Declaración universal de los derechos del hombre”, comenzando con el derecho a la vida. Todo hombre tiene derecho a la vida por ser hombre, individuo humano, individuo de nuestra especie humana.

1 comentario:

  1. Mi nombre es Santiago Altieri y mi e-mail es santiago.altieri@gmail.com Agradecería saber cuál es la fuente de la cita de Romano Guardini. Muchas gracias! Saludos desde Uruguay

    ResponderEliminar