IDENTIDAD
BIOLÓGICA DE LA CORPOREIDAD HUMANA
En el origen del ser humano se encuentran dos
células especializadas y dedicadas a la función generadora: el gameto femenino
(ovulo) y el gameto masculino (espermatozoide). Dos células que se han formado
a través de un largo proceso autonomo y único llamado meiosis con el fin de
reducir el número de sus cromosomas de 46 a 23. Los gametos son células haploides
y poseen la mitad del número de cromosomas de las demás células del organismo
que son diploides.
Unas veinte horas después de la relación sexual se realiza
la fusión de las dos células y de su estructura cromosómica. Esta fusión que
dura unas veinte horas, origina la formación de un nuevo sistema genético con
46 cromosomas. Cuando se ha cumplido la fusión estamos frente a una nueva célula,
el cigoto. Este nuevo ser no es la simple suma de los códigos genéticos de los
padres, es un ser con un proyecto y un programa nuevos, que nunca antes ha
existido y no se repetirá jamás. Este programa genético (genoma) absolutamente
original, individua al nuevo ser, que de ahora en adelante se desarrollará
según ese genoma. En él están determinadas las características del nuevo
individuo.
Después de la concepción (fecundación del ovulo) el
cigoto inicia el desarrollo, multiplicando el numero de las células por un
proceso de fusión y reduplicación (mitosis); a partir de la célula madre
(cigoto) se forman dos células hijas, de estas cuatro, de estas ocho…. El
proceso de multiplicación lleva a la formación de un amasijo de células
denominadas blastómeros, que en su conjunto asumen el aspecto de una mora, de
ahí el nombre de mórula en este estadio. La división continua mientras la mórula
emigra lentamente hacia el útero. Hacia el segundo día los blastómeros se diferencian
en la periferia en un tejido llamado trofoblasto. En el interior del
trofoblasto, de un lado se forma un líquido transparente llamado blastocelo; en
el otro lado se aísla un cúmulo de células que dará origen al embrión. En este
estadio el producto de la concepción se denomina blastocisto o blástula. Hacia
el quinto día el nuevo ser (blastocisto) comienza a diferenciarse. Este
desarrollo depende del genoma del mismo cigoto y no del organismo de la madre.
La división y multiplicación de las células se realiza siguiendo una
diferenciación progresiva y dando origen a los procesos de la histogénesis (formación
de los tejidos) y de la morfogénesis (formación de los órganos y funciones). El
estadio del crecimiento en el periodo que va entre la concepción y el
nacimiento esta hoy día muy bien documentado. La multiplicación celular
engrandece el organismo, el movimiento de grupos de células contribuye a darle
forma y la diferenciación, alterando la forma y las funciones de las células,
lo preparan para tareas diversas. La evidencia científica muestra claramente la
unidad biológica del nuevo ser; todos los elementos se desarrollan como partes
de un todo y tienen sentido en relación con las otras partes del todo. El
desarrollo cuantitativo y diferencial del embrión es un perfecto continuum, no
hay saltos cualitativos o mutaciones sustanciales, sino una continuidad, por lo
cual el embrión humano se desarrolla en un hombre adulto y no en otra especie.
Sin posibilidad a error, estamos siempre delante del mismo sujeto, desde el
primer momento en que se forma el cigoto hasta la conclusión de su ciclo vital.
Tres son las características esenciales del
desarrollo del neo-concebido:
-
La
primera es la coordinación. El desarbolo embrionario, desde el momento de la
fusión de los gametos hasta la formación del disco embrional, es un proceso en
el que se da un coordinado subseguirse e integrarse de actividades celulares y
moleculares bajo el control del nuevo genoma, modulado por una ininterrumpida
cascada de señales, producidas en gran parte por una actividad diferenciada del
propio genoma espacial y temporalmente y que se transmiten de células a células
y de ambiente extracelular y extraembrionario a cada una de las células. Esta
coordinación es la que implica y “exige” una rigurosa unidad del ser en desarrollo.
Coordinación y consiguiente unidad, las cuales indican que el embrión humano,
incluso en sus fases más precoces, no es un mero agregado de células
ontológicamente distintas, sino un “individuo”, en el que las distintas células
que se van multiplicando se integran estrechamente en un proceso, por medio del
cual el individuo traduce de forma autónoma su propio espacio genético a su
propio espacio orgánico.
-
La
segunda es la continuidad. En la fusión de los dos gametos humanos comienza el
nuevo ciclo vital de un nuevo ser humano. Este ciclo procede sin
interrupciones. Los distintos eventos, no son sino la expresión, de una
sucesión ininterrumpida de acontecimientos concatenados y coordinados el uno al
otro sin solución de continuidad; si hay interrupción, hay patología o muerte.
Es precisamente esta continuidad la que implica y establece la unicidad del nuevo
ser en desarrollo: es siempre “el mismo e idéntico” ser, que se está formando
según un plan bien definido, aunque atraviese distintos estadios cada vez más
complejos cualitativamente.
-
La
tercer es la gradualidad. La forma definitiva se alcanza gradualmente. Esta
característica, que abarca todo el proceso de desarrollo en su globalidad, se
observa en todos los animales pluricelulares que se reproducen por gametos. Es
una propiedad constante e inderogable en el desarrollo de estos seres. Es una
ley ontogenetica que tiene dos elementos: la gradualidad y la unicidad en la
totalidad de las partes del sistema que se diferencia. El desarrollo es un
proceso que implica una sucesión de formas que en realidad no son sino estados
de momentos diversos de un mismo idéntico proceso de desarrollo de un ser muy
determinado. Esta ley supone y exige la existencia de una regulación intrínseca
en el mismo embrión, la cual mantiene orientado el desarrollo hacia la forma
final. Por esta ley teleológica intrínseca, que se manifiesta desde el momento
de la fertilización, un embrión que está cumpliendo su propio ciclo vital
mantiene permanentemente su “identidad”, “individualidad”, y “unicidad”,
manteniéndose siempre el mismo individuo idéntico a través de todo el proceso
que comienza en la fusión de los gametos, aunque llegue a ser mas complejo en
su totalidad.
La unidad y continuidad del desarrollo embrionario
exige que sea un individuo de la especie humana desde el momento de la
concepción. Estamos en presencia de un ser autónomo. El embrión es autónomo
porque tiene la capacidad de autogestionarse y de integrar sistemáticamente
todas sus funciones y su completo desarrollo. Es capaz de autogobierno
biológico. Esta ontogénesis que determina la propia identidad personal está
coordinada por el genoma. La dependencia respecto del organismo materno es
necesaria, pero extrínseca al ser del embrión: la madre nutre al feto, como
nutre (de forma distinta) al neonato.
IDENTIDAD
ANTROPOLÓGICA DE LA CORPOREIDAD: EL SUJETO HUMANO
Desde el punto de vista antropológico podemos
constatar aquí el inicio de la corporeidad humana. Esta célula, que se nos presenta
como un “nuevo ser humano que comienza su propia existencia o ciclo vital” es
el inicio de un nuevo y original cuerpo humano.
Es cierto que en el cigoto no se ve la forma de la corporeidad humana
desarrollada, pero si se piensa que constituye el nacimiento del cuerpo humano
y que lleva ya consigo todo lo que de esencial aparecerá en el cuerpo adulto,
será necesario concluir que el cigoto tiene una verdadera dimensión humana. Lo
humano del hombre es inseparable de la corporeidad; en el ser personal humano
no es posible separar la vida biológica de la que es propiamente humana.
El devenir propio de cada ser biológico implica un desarrollo
en la continuidad y en la identidad del ser. Basados en este principio de la
biología podemos decir que desde el momento de la concepción, el cuerpo que
pertenece a la especie humana se desarrolla por un principio intrínseco, llega
a ser lo que es él mismo en virtud de potencias intrínsecas destinadas a
ponerse plenamente en acto. El sujeto unitario de tal devenir es siempre el
mismo y madura al traducir en acto las capacidades propias. La permanencia de
mi identidad en el tiempo es un dato de experiencia vivida, confirmado por la
reflexión filosófica; el yo que era ayer, el sujeto de mí existir continua
siéndolo hoy a pesar de los cambios posibles. Mi cuerpo actual no es igual al
de hace cinco años, y es distinto de mí cuerpo infantil, fetal y embrionario,
pero es constitutivamente idéntico: era y soy siempre yo mismo. La realidad de
mi cuerpo se hace patente en la conciencia de mi existir que es aquí y ahora la
experiencia de mi corporeidad. El cuerpo no es solo algo que poseo; el cuerpo
que vivo en primera persona soy yo mismo. Es cierto que esta corporeidad, que
soy yo, no presenta en el estado embrionario la forma externa humana. El hecho
de que no se vea y las situaciones de tipo psicológico, económico y político no
deben sin embargo distraer la atención de la cuestión fundamental: el carácter verdaderamente
humano de esta corporeidad desde su concepción y, por tanto, la existencia real
de un individuo humano.
LA PERSONA
ES UN “SUJETO”
El primer concepto que hay que aclarar en la
definición es el de “sustancia”. La sustancia es la primera categoría de Aristóteles.
Cuando se habla de sustancia, o de sujeto inmediato de existencia, nos
referimos a un ente que es en sí mismo, que pertenece a sí mismo y no a otro;
es un ente que supera todo accidente; el accidente pertenece a la sustancia, es
una determinación de ella. La sustancia es lo que es en sí; el accidente es lo
que es en otro, esto es, en la sustancia. El accidente necesita un sustrato
para existir. La persona existe en sí y por eso es sustancia. Es sustancia
completa. Sustancia completa es un conjunto sustancial; la parte sustancial es
solo parte, no es el todo; el hombre sin embargo es un todo sustancial. Lo específico
de la sustancia es ser en sí. Propiamente hablando la sustancia es solo el
individuo, no el universal; la esencia es sustancia y existe porque tiene el
ser: una esencia esta in actu porque
esta actualizada por el ser. Por eso la sustancia como ente concreto exige,
además de la esencia (que en el hombre comprende dos elementos: materia prima y
forma sustancial), también el esse,
es decir el actus essendi. La
sustancia en cuanto existe en sí misma y no en otro sujeto se llama
subsistencia; en cuanto sirve de sustrato a los accidentes se llama hipóstasis o sustancia; santo Tomas desarrolla bien estas dos características (subsistit – substat).
Entendida así, la sustancia no constituye el sustrato oscuro y escondido que
criticaba J. Locke, ni el noúmeno
kantiano (el sustrato metafísico, en el sentido de más allá de la experiencia sensible); la sustancia, en el sentido
aristotélico, resiste estas críticas, siendo el principio ontológico que subsistit y substat a los accidentes y
que se revela en ellos. La existencia de la sustancia individual se muestra
evidenciando la contradicción en la que cae quien la niega e invocando la misma
experiencia ordinaria. Quien afirma que ciertas cualidades y ciertas determinaciones
son de una cosa o de alguien, indica implícitamente una sustancia determinada: a un
mismo hombre se refieren diversas propiedades y actos. La experiencia nos da testimonio
y nos muestra que los cuerpos cambian y se transforman, permaneciendo ellos mismos;
es la misma planta, o el mismo animal, o el mismo hombre lo que nace, crece y
muere.
Aplicando el concepto de sustancia individual, así
entendida, al hombre, resulta que las propiedades que él posee, las funciones
que ejercita y los actos que realiza no existen en si mismos, sino que existen
solo como características, funciones y actividad de un individuo humano sustancial, que es su sujeto, y al cual se
refieren: las propiedades, las funciones
y las actividades suponen un sujeto distinto del cual proceden. La
sustancia es por tanto la condición ontológica real de la presencia de
determinadas capacidades, del ejercicio actual de ciertas operaciones, de la
manifestación exterior de comportamientos precisos. Es la sustancia así
entendida la que permite explicar la unidad
(en el espacio) y la permanencia (en
el tiempo) de la identidad del ser humano. En esta perspectiva la persona no se
reduce a la suma yuxtapuesta de propiedades ni a la sucesión serial de actos:
el hombre no es, como quieren el empirismo, el neoempirismo y parte del
existencialismo, un haz de fenómenos,
un conjunto de actos. Entendido así, el hombre se disolvería en la multiplicidad
de sus características y se desintegraría en el proceso de los acontecimientos:
en otras palabras, el hombre no sería el ser,
sino su mismo hacerse, en donde la
identidad quedaría reducida a la instantaneidad actual de la realización de
determinadas operaciones o comportamientos. El hombre no tendría unidad propia
(en el espacio) ni identidad (en el tiempo), sin una sustancialidad individual,
consistente, subsistente y estable, unificante y duradera, irreductible al
conjunto de las propiedades.
LA PERSONA
ES UN SER DE “NATURALEZA RACIONAL”
Toda persona es de por si un individuo. La
diferencia que permite la denominación de la persona es la racionalidad (la
apertura constitutiva de la naturaleza humana). Para poder hablar de persona
humana se requiere la naturaleza racional realizada en este sujeto individual
aquí; es este el dato distintivo de la persona respecto de los demás seres
sustanciales. La racionalidad es la diferencia específica que distingue a los
hombres de los demás seres sustanciales.
El carácter
ontológico de la expresión “naturaleza racional” en la noción de persona
Racional se deriva del latín ratio, que a su vez traduce el griego logos; esto no indica solo la
inteligencia y la capacidad de razonar, sino todas las capacidades superiores
del hombre (inteligencia, amor, sentimientos, moralidad, religiosidad, etc.). No
indica solo el ejercicio efectivo de ellas, sino la actitud, la capacidad
constitutiva de abrirse a la totalidad del ser. No es necesario que la
racionalidad este presente como operación en acto, es suficiente que esté
presente como capacidad esencial; así es persona también el que duerme, el
feto, el minusválido, etc. Si bien, para nosotros la persona se nos presenta
por medio de las manifestaciones de la racionalidad, esto no significa que sean
las manifestaciones mismas las que constituyen a la persona. No se puede
afirmar con verdad que no haya persona donde todavía no se dan manifestaciones
de la persona. Un individuo no es persona porque se manifieste como tal, al
contrario se manifiesta así porque es persona. El criterio fundamental se
encuentra en la naturaleza propia del individuo. Cuando vemos un individuo de
la especie biológica humana, entendemos que tiene la naturaleza humana. Este
ser que tiene naturaleza humana, naturaleza racional, lo llamamos persona. El
ser humano es persona en virtud de su naturaleza racional, no llega
a ser persona en virtud de la posesión actual de ciertas propiedades,
del ejercicio de ciertas funciones, del cumplimiento de ciertas acciones. Lo
que es relevante para el reconocimiento del ser de la persona es la
pertenencia, por naturaleza, a la especie
racional, independientemente de la manifestación exterior en acto de ciertas características,
operaciones o comportamientos. El ser persona pertenece al orden ontológico,
por tanto la persona o es o no es; la posesión de un estatuto sustancial personal
no se adquiere o disminuye gradualmente, sino que es un evento instantáneo y
una condición radical. No se mas o menos persona, no se es pre-persona o
post-persona o sub-persona; o se es persona o no se es persona. Las
características esenciales de la persona no son objeto de cambio (solo las
características accidentales y contingentes crecen o disminuyen en medida o en
grado mayor o menor), si bien están presentes desde el momento en que se forma
la sustancia y se pierden cuando esta se disuelve.
El concepto de persona es primariamente ontológico.
Una cosa es la realidad ontológica personal, que subyace en todo ser humano y
otra las manifestaciones de dicha dimensión ontológica. El problema de muchos pensadores
es el de hacer depender el estatus de persona de la constatación de tales
manifestaciones. Bajo este punto de vista un individuo humano que no pueda
manifestar todas sus capacidades racionales, sería más o menos persona o no sería
en absoluto persona. De este modo se podría negar el estatus de persona a
determinados seres humanos, o a grupos de poblaciones humanas en función de
intereses económicos, políticos, raciales, etc.
Estos errores graves se evitan cuando el concepto de
racionalidad, y por tanto de persona, se entiende en su integridad y
en todo el valor ontológico que posee. Este es fácilmente comprensible
recurriendo a la clásica distinción de tres órdenes o niveles:
1)
Las
operaciones o actividades. La operación es un acto accidental que no se
identifica con el ser.
2)
Las
potencias o capacidades operativas. Cada acto sin embargo, reivindica una
potencia de su propio orden, sustancial o accidental (en este caso accidental);
por tanto la potencia operativa debe ser accidental, y por tanto, realmente
distinta de la sustancia. Una cosa, de hecho, es actuar como persona: reír,
hablar, amar, decidir, etc., y otra es poseer la capacidad de poder actuar así,
aunque no se la ejercite temporalmente, como cuando se duerme y aun otra cosa
es el sujeto que posee dichas capacidades y actúa de esa forma.
3)
La
sustancia o sujeto al que ambas pertenecen. Ni los actos ni las capacidades se
identifican con el ser que es sujeto de ellos.
En la diferencia específica
de la racionalidad se encuentran todas las características y dimensiones sobre
las que insiste la antropología contemporánea cuando habla de libertad,
proyecto, vocación, relación, etc., porque es la racionalidad la raíz profunda
de donde ellas brotan y de la cual son manifestaciones y actos segundos.
¿Que determina la naturaleza racional de la sustancia individual?
El ser humano es persona, o sea, sustancia individual de naturaleza racional,
en cuanto sínolo o compuesto de un
cuerpo y alma intelectiva, donde el alma intelectiva es la forma sustancial del
cuerpo humano. El alma humana no se entiende en sentido dualista, como una
sustancia separada que se une desde el exterior al cuerpo, sino en sentido aristotélico
y tomista, como la forma o el acto primero de un “cuerpo natural que
tiene la vida en potencia” (Aristóteles). El alma intelectiva es forma en cuanto sustancia primera, por tanto causa formal (aquello en virtud de lo
cual algo – el cuerpo humano – se determina, se organiza y se diferencia) y
causa del ser de los compuestos (aquello que hace que estos sean lo que son). El
alma intelectiva es acto primero,
donde no hay que confundir el acto con la actividad (acto segundo). El alma es
la capacidad ontológica por la vual se dan ciertas actividades (inferiores o
superiores), pero es irreductible a ellas. Estos dos aspectos, la subsistencia
(sustancia individual) y la naturaleza racional, son indispensables para que la
persona exista. El subsistente está
profundamente ligado a la naturaleza
intelectual y ambos forman parte integrante de la persona. De hecho, una
racionalidad sin la subsistencia no es todavía persona.
La
persona humana: ser relacional y sujeto de comunión
Uno de los temas
recurrentes de bioética es el de la capacidad
de relación del sujeto. La persona es
un ser relacional. La identidad del hombre puede ser plenamente comprendida
sólo en el horizonte del ser, entendido como acto, abierto a la comunicación,
al don de si, y constituida intrínsecamente como relacional. La metafísica del
actus essendi, muestra como el ser no está cerrado en si mismo, sino abierto a
otro, por lo que la identidad perfecta pasa a través de la alteridad. El
principio de identidad no solo no excluye la relación, sino que se realiza en la
comunión de amor, y esto es posible solamente en la persona, grado supremo del
ser.
¿Qué es lo que constituye
formalmente a la persona? Para la filosofía personalista y para una gran parte
del existencialismo, la dimensión constitutiva de la persona es la reciprocidad. Este término puede
equipararse a relación, intersubjetividad, autoconciencia, relación yo-tu,
dialogo interpersonal. Su importancia es tal, que es considerado constitutivo
de la persona ontológicamente y no solo éticamente.
En la ontología clásica,
la relación era la determinación mas débil del ser; y se entiende respecto al
primado de la sustancia. Pero, si la concepción del ser se entiende en clave
relacional, el primado corresponde, al contrario, al ser en relación (Ebeling).
Con ontología de la relación se
quiere indicar la metafísica que comprende al ser partiendo de la relación, sin
que esto quiera decir olvido de la sustancia. Dice Ratzinger: “resulta claro
que, junto a la sustancia, se encuentra también el dialogo, la relatio,
entendida como forma igualmente original del ser. En esta idea de correlación
que se expresa en la palabra y en el amor, independientemente del concepto de sustancia y que no se puede catalogar
entre los accidentes, el pensamiento cristiano
ha encontrado el núcleo central del concepto de persona, que dice algo muy
distinto y mucho más alto que la simple idea de individuo. Dice San Agustín: “En Dios no hay accidentes. Sino solo…
sustancia y relación”. Según Ratzinger: “El Dios de la fe se encuadra
esencialmente en la categoría de la relación… la posibilidad más alta de la que
el ser está dotado no se identifica con la libertad absoluta de un sujeto que
se basta a sí mismo y que subsiste por su cuenta. Al contrario, la suprema
modalidad del ser incluye la relación”.
La persona es el ser
relacional. Significa que la persona existe como realidad que se refiere a
otras personas. La experiencia psicológica muestra que el yo entra en relación ética con otros
yo, porque su realidad más profunda consiste en el hecho de ser relacional.
Este carácter ontológico de la relación debe distinguirse de otras relaciones.
No se trata de una “relación accidental”; definir a la persona como ser
relacional no quiere decir privarla de su autonomía. Se trata de una relación
esencial que garantiza al yo y al tú la propia subjetividad. No significa
que su realidad este en otro. La realidad de la persona tiene su expresión psicológica
en el yo, y este yo no se identifica con el tú, porque en la relación se da una
cierta oposición. El yo se define en
función del tú, pero no llega nunca a
ser el tú. La relación esencial no
hace perder al yo su originalidad y
su autonomía. Es una relación que tiene en sí misma la propia realidad. No toma
su realidad de la naturaleza. El hombre consiste en la unidad-totalidad: por
una parte de la naturaleza corporal y por otra de la naturaleza espiritual.
Ambas forman la persona que es un ser relacional en su totalidad de espíritu
encarnado.
Una de las verdades
fundamentales de la revelación cristiana es que el hombre es imagen de Dios, y
como tal, es fundamentalmente
relación-con-Dios. Para la Sagrada Escritura, la persona es siempre el
rostro, la imagen de Dios, el ser que está en dialogo con Yahvé. La base de
este dialogo es la relación Creador-creatura, vista en el sentido más
ontológico, sin olvidar que en dios su relación es igual a su trascendencia
(Ricoeur, Pareyson).
Sin olvidar el análisis de
la relación que ha desarrollado la filosofía de la existencia, la realidad relacional
de la persona ha quedado bien expresada por M. Buber en su filosofía dialógica
o “ontología del entre”, que se
explicita mediante la relación, la reciprocidad y el encuentro. Hablar de ontología del entre quiere decir
atribuir a la relación la capacidad de fundar un nuevo modo de ser. La comunión
dialógica, esto es, la relación con los demás hombres respetando su autonomía
relacional, es lo que constituye a la persona humana. Buber sostiene que el yo no existe nunca en si mismo; el yo se encuentra siempre en relación.
Como dice Mounier: la persona “no existe sino hacia los demás, no se conoce
sino a través de los otros, no se encuentra sino en los otros. La experiencia originaria
de la persona es la experiencia de la segunda persona. El tú, y en él, el
nosotros, preceden al yo, o al menos lo acompañan. La relación que constituye la persona no es accidental. Se trata de
una relación que existe por sí misma y no de una relación que añade una perfección
secundaria a un ser ya existente (Mel-Chiorre). La persona no es un elemento
superpuesto al individuo que existe: no es el ser lo que es personal (accidente), sino la persona
que es ser (sustancia). Por tanto se
le puede llamar relación ontológica o esencial.
LA
PERSONA DESARROLLA Y MADURA SUS CAPACIDADES
Objeciones
sobre el estatuto de “persona” del embrión
Hay autores que afirman
que el embrión seria, si, un ser
humano desde la concepción, pero llegaría a ser persona solo en una fase
sucesiva. Persona, dicen, es quien tiene
la capacidad actual de conciencia, de presencia psicológica, de reflexión
(Locke). No se nacería persona, sino que se llegaría a serlo cuando la
conciencia madura, y se dejaría de serlo con su perdida. El embrión no ha
desarrollado todavía estas capacidades, por tanto no sería propiamente persona.
Uno de los representantes de esta tesis es Engelhardt, quien afirma que “no
todos los seres humanos son personas… Los fetos, los infantes, los retrasados
mentales graves y quienes están en coma sin esperanza, constituyen ejemplos de
no-personas humanas. Tales entidades son miembros de la especie humana, pero no
tienen estatus, en sí o por si, en la comunidad moral…. Solo las personas humanas
tienen ese estatus” (Engelhardt).
Este mismo autor llega a
decir: “Son las personas las que confieren valor a los cigotos, a los embriones
o a los fetos”. De esta forma, para los padres que esperan un hijo desde hace
mucho tiempo, el embrión tiene un gran valor; sin embargo, un feto portador de
una minusvalía grave, tiene para los padres un valor negativo y podrían
suprimirlo.
Otros, siguiendo la
filosofía de la relación dialogal y la antropología actualista, afirman que la
persona se constituiría por su relación con el mundo, sobre todo con las demás
personas mediante actos conscientes y libres; solo en este momento es
responsable y por tanto se es verdadera persona.
Otros sostienen que
ciertos sujetos infra-humanos podrían estar dotados de conciencia y, por tanto,
serian personas, como algunos simios y otros animales, ya que es persona todo
ser consciente, incluso si no forma parte del especie humana, mientras que no
es persona el ser que no es consciente, incluso si es un individuo de nuestra
especie. Es necesario “rechazar la teoría por la cual la vida de los miembros
de nuestra especie tiene más valor que la de los miembros de otras especies”.
Según esto parece que es más grave matar un chimpancé, que un ser humano
gravemente minusválido que no es persona (Singer).
Todas estas posiciones
oponen el concepto de vida humana al de persona.
Respuesta
a la tesis de la humanización progresiva
La ciencia no puede
demostrar que el embrión sea persona,
pero tampoco puede demostrar lo contrario; no es cuestión de su competencia,
pues el concepto persona es de carácter
filosófico y no es demostrable empíricamente. Aunque la presencia del espíritu
no puede demostrarse con datos experimentables empíricamente, estas mismas conclusiones
de la ciencia sobre el embrión humano son las que aportan “una indicación
preciosa para discernir racionalmente una presencia personal desde esta primera
aparición de una vida humana: ¿Cómo un individuo humano no sería una persona
humana?” (EV 60). El Magisterio de la Iglesia nunca se ha comprometido con
tesis de naturaleza filosófica y esta posición no debería entenderse como un intento
de fundación biológica del personalismo filosófico. La reflexión filosófica no
puede pretender deducir mecánicamente del dato biológico el carácter personal
del embrión humano. Dado que la persona humana tiene una dimensión corpóreo-espiritual,
la reflexión antropológica evita tanto el biologismo como el espiritualismo. “La
respuesta plena y verdadera puede provenir solamente de una reflexión integrada
y completa. Limitarse solo a valores cuantitativos, para un juicio de valor
ético, es un reduccionismo biológico (Serra).
La tesis de la
humanización sucesiva presupone que la dimensión espiritual se une
accidentalmente a la corpórea cuando esta ha adquirido una cierta madurez, como
si fuera introducida desde el exterior. En este caso se admitiría la existencia
de una estructura biológica humana que adquiriría sucesivamente (de forma
extrínseca) su calidad personal. Esta tesis no es sostenible en el pensamiento
filosófico, porque la persona es al mismo tiempo espíritu y cuerpo que juntos
se desarrollan sin saltos cualitativos. El hombre es espíritu encarnado, cuerpo
y alma juntos. La persona humana en su irrepetible singularidad no está
constituida solo por el espíritu, sino también por el cuerpo, y por tal motivo
en el cuerpo humano, cualquiera sea el estadio de su desarrollo, se toca a la
persona misma.
En el periodo cigótico de
la ontogénesis humana, el nuevo ser no es simple suma de los códigos genéticos
de los padres. No es un individuo en
potencia sino un individuo real, aunque no hayan madurado sus capacidades.
Es un ser con un programa y un proyecto nuevos, que no ha sido antes y nunca se
repetirá. Este programa genético, absolutamente original, individua al nuevo
ser, que de ahora en adelante se desarrollará según tal programa. Esto
significa que desde el momento mismo en el que el gameto masculino penetra al
femenino y se verifica la fusión de las dos células y de sus estructuras
cromosómicas, el espíritu humano está presente entitativamente como forma
sustancial, constituyendo un nuevo ser humano por su unión con la materia
prima. No es necesario que todas las capacidades orgánicas hayan alcanzado el
desarrollo pleno para que el espíritu esté presente. Una confirmación de esto se
puede ver en el hecho de que la inteligencia y la voluntad, capacidades
especificas del espíritu humano, se manifiestan mucho tiempo después del
nacimiento, y sin embargo, nadie pone en duda la presencia del espíritu en el
neonato o en el niño. Del mismo modo como el niño, sin transformarse en otro,
llega a ser hombre, así el ovulo fecundado es realmente un ser humano y no se transforma
en otro durante el desarrollo. El desarrollo genético del hombre no implica
cambio de naturaleza, sino simplemente una manifestación gradual de las
capacidades que posee desde el principio, porque el espíritu humano está
presente desde el primer momento.
La persona adulta es más
madura en su dimensión biológica, psicológica y moral que cuando era embrión,
pero tal maduración se ha dado en el ámbito de la misma identidad de esencia.
No se puede con coherencia lógica afirmar que una persona de treinta años es
mas persona que un embrión, un niño o cualquier otro hombre. Escribe Romano Guardini:
“El hombre no es intangible por el hecho de que vive y tiene por tanto derecho
a la vida. De tal derecho seria también titular un animal en cuanto que también
vive. La vida del hombre permanece inviolable porque él es una persona. Persona significa capacidad de auto posesión y
de responsabilidad hacia si mismo; capacidad de vivir en verdad y en el orden
moral. El ser persona no es un dato de naturaleza psicológica, sino
existencial, no depende ni de la edad, ni de la condición psicofísica, ni de
los dones de la naturaleza de los que el sujeto está provisto, sino de la
dimensión espiritual que se encuentra en cada hombre. La personalidad puede
quedar bajo el umbral de la conciencia, como cuando se duerme; puede no estar
aun desarrollada, como cuando se es niño; puede que no emerja en los actos como
en los enfermos mentales o idiotas; puede también quedar escondida como en el
embrión, pero se da desde el inicio en él. Es esta personalidad la que da a los
hombres su dignidad, ella los distingue de las cosas y los hace sujetos” (R.
Guardini).
Para evitar confusiones,
hay que distinguir los conceptos de persona y personalidad. La personalidad
tiene un significado prevalentemente psicológico e indica el conjunto de
cualidades-defectos, innatos o adquiridos, que caracterizan a un individuo; la
persona, en cambio, es el sujeto de aquellas dotes. La persona no cambia, no es
alterable, es o no es. La personalidad está sujeta a las transformaciones
mediante la educación y las influencias externas. La persona se refiere al
sustrato ontológico de la naturaleza humana, mientras la personalidad hace
referencia a las cualidades accidentales y a su ejercicio.
Por último, no es la
tematizacion del concepto de persona lo que determina la obligación de respetar
al ser humano. Desde antiguo se han dictado normas para proteger la vida de los
ciudadanos. En nuestros días cuando la comunidad internacional quiso definir
los derechos de los individuos, no tuvo necesidad del término persona, se expresó
así: “Declaración universal de los derechos del hombre”, comenzando con el
derecho a la vida. Todo hombre tiene derecho a la vida por ser hombre,
individuo humano, individuo de nuestra especie humana.
Mi nombre es Santiago Altieri y mi e-mail es santiago.altieri@gmail.com Agradecería saber cuál es la fuente de la cita de Romano Guardini. Muchas gracias! Saludos desde Uruguay
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