Se pueden agrupar los diversos
problemas que plantea el trasplante de órganos en tres grupos: el donante
(muerto o vivo), el receptor y los costos sociales.
Donante muerto
(cadáver)
Constituye
un acto moral digno de elogio el donar uno mismo sus órganos, y aún todo su
cuerpo, para que sirva a los vivos después de la propia muerte.
Los problemas
morales pueden surgir en relación a la determinación del momento de la muerte
del donante. Los órganos se hacen inservibles para trasplante si no se extraen
luego de la muerte. Se ha convertido en una práctica médica de rutina conectar
a quien acaba de morir un corazón y un pulmón artificiales, para mantener
activa la circulación hasta que pueda hacerse la extracción de un órgano
determinado. Se acepta como medida prudencial en los círculos médicos, que el
equipo de cirujanos que va a practicar el trasplante sea diferente del grupo de
médicos que atiende al paciente en su etapa final para evitar los conflictos
que puede crear el propio interés. Sin embargo, pueden surgir conflictos ya que
los dos equipos de médicos deben mantenerse en continua comunicación en torno
al momento del trasplante programado. Sería lamentable que el paciente
moribundo no recibiera todo el cuidado en la últimas horas de su vida, al que
tiene derecho como ser humano. El equipo de médicos que cuida del moribundo
tiene el deber de establecer el hecho de la muerte, antes de que el cadáver
pase a manos del equipo que va a hacer el trasplante.
Muerte cerebral
¿Cuándo
muere una persona? La muerte con frecuencia se denomina con el nombre de “paso”
porque se cree que el alma, el componente espiritual de la persona, pasa al
reino del espíritu. Por este hecho, el compuesto humano se rompe, se
desorganiza. En el pasado, el paro cardio-respiratorio fue tenido como el fin
de la vida y la presencia del hecho de muerte. Sin embargo, en los últimos
años, se han desarrollado técnicas que logran devolverle a la persona la
respiración y el funcionamiento del corazón, conocidas con el nombre de
“reanimación”. Además, es posible mantener de modo artificial por un largo
período de tiempo la respiración y la actividad cardiaca, cuando ya hubieran
desaparecido espontáneamente, sin la ayuda de estas “máquinas vitales”. Estos
hechos han suscitado problemas en torno a la definición de muerte.
Se
ha sugerido que la lectura de un electroencefalograma plano (cesación de la
actividad cerebral) se acepte como el criterio de muerte. El Comité Ad Hoc para
Examinar la Definición de Muerte Cerebral de la Facultad de Medicina de la
Universidad de Harvard afirmó que si es cierto que el electro plano es un
criterio “de un valor confirmatorio muy grande” para diagnosticar la muerte, no
debería ser el único criterio. Deberían tenerse en cuenta otros tres: falta de
receptividad y de respuesta a estímulos, falta de movimientos o respiración
espontánea, y ningún reflejo.
Algunas
personas se oponen al criterio de muerte cerebral, afirmando que quizás vamos a
aprender a restablecer las funciones del cerebro, así como aprendimos a
restablecer las del corazón. Sostienen que no podemos asegurar el hecho de la
muerte mientras no se verifique por medios científicos la desintegración de los
órganos y tejidos de la persona. La Comisión Ética Presidencial de USA rechazó
esta posición como contraria al sentido común y propuso el siguiente “Acto
legislativo para determinar uniformemente la muerte”:
Un individuo está muerto cuando
ha sufrido uno de estos casos:
1.
La cesación irreversible de las
funciones circulatoria y respiratoria, o
2.
La cesación irreversible de las
funciones de todo el cerebro, incluyendo el tallo cerebral. La determinación de
la muerte debe hacerse de acuerdo con las pautas o patrones médicos aceptados.
Parece que esta definición de muerte satisface tanto las exigencias
científicas como filosóficas. La muerte significa la cesación irreversible de
todas las funciones vitales del individuo. La aceptación de este criterio
facilitaría el procedimiento para los trasplantes de órganos y alejaría el temor
de la demanda por homicidio o “mala práctica” contra los médicos implicados en
el caso. Además la adopción del criterio de muerte cerebral exoneraría de culpa
al médico que suspenda o retire los aparatos que suministran respiración y
circulación artificiales a un paciente que ya se encuentra en coma irreversible
y ha perdido todas las funciones cerebrales.
Sin embargo, los aspectos concretos
del trasplante revisten una importancia secundaria. Ellos deben ceder el puesto
al derecho primario del paciente y los problemas deben resolverse desarrollando
técnicas apropiadas de trasplante que respeten el derecho primario a la vida
del paciente.
Otro problema moral consiste en preguntarse acerca de quien posee
autoridad sobre el cadáver de una persona que en vida no cedió sus órganos a
otros, por ejemplo en caso de muertes por accidente. La víctima de un accidente
suele llevarse de inmediato a un hospital donde un equipo de trasplante se
encuentra a la espera de donantes de órganos apropiados. Dado que muchas de las
víctimas de accidentes son personas sanas, sus órganos se encuentran en buenas
condiciones para ser trasplantados. ¿Sería moralmente lícito servirse de los
órganos intactos de una víctima de accidente cuando muere y sus familiares no
se oponen?
En muchos países de Europa hay leyes que legalizan el trasplante de
órganos de alguien que acaba de morir en un accidente a menos que en vida haya
firmado una prohibición para la utilización de sus órganos después de su
muerte. Se elimina el requisito previo de la autorización concedida por el
donante en vida y elimina el derecho de los parientes a prohibir la utilización
de sus órganos para trasplante. En algunos países los médicos consultan a los
familiares. En USA la costumbre es obtener el permiso de los familiares más
cercanos antes de dar cualquier paso para el trasplante de los órganos de una
víctima de un accidente.
Un acto mediante el cual se beneficiaría otro ser humano debiera ser
una decisión consciente y deliberada y no un hecho impuesto arbitrariamente.
Sería aconsejable educar al público acerca de la posibilidad de convertirse en
un donante de órganos. Ante la ausencia de una tarjeta de donante debe
obtenerse la autorización de la familia. Conseguir su autorización suscita un
nuevo problema moral. Los familiares están conmovidos por la muerte repentina
de un miembro de la familia, por lo tanto debe respetarse los sentimientos, el
estado sicológico y las necesidades religiosas de la familia al tratar con
ellos el asunto del trasplante de los órganos del familiar difunto.
Donante vivo
Se limita a órganos
pares, por ejemplo los riñones, y a partes del organismo que se regeneran por
ejemplo la sangre, médula ósea, piel.
La tasa de éxito en
el trasplante de riñón es más alta si el donante es una persona viva, en
especial si es un miembro de la familia. Se pide al donante, una persona sana,
que se someta a una mutilación con el fin de ayudar a que otro recupere la
salud.
Dos problemas morales están implicados aquí:
1.
¿Es lícito que una persona sana se
mutile por el bien de otra?
2.
¿Está obligada a hacerlo con el
fin de salvar la vida de un ser humano?
- El principio de totalidad
Este
principio establece que un órgano enfermo puede ser amputado o extraído por el
bien del organismo entero. Sin embargo no es lícito amputar órganos sanos ya
que tal acto debilitaría la salud de la persona. Por tanto este principio
prohibiría la donación de órganos sanos.
El
núcleo del problema está en su interpretación. Si el concepto de ser humano se
toma en un sentido biológico se puede llegar a la conclusión de que es
inhumano, esto es, moralmente malo disminuir su propio organismo mutilando
parte de el. El hombre es algo más que sólo su organismo biológico, es ante
todo un ser social. Sus necesidades más fundamentales no pueden satisfacerse sin
la colaboración de los demás.
Esta
de acuerdo con la naturaleza racional y social de un ser humano ir en ayuda de
otros seres humanos mientras no se exponga él mismo a un peligro grave de
destruirse o debilitarse tanto que se incapacite para trabajar en forma normal.
Esta manera de interpretar este principio permite los trasplantes entre vivos.
La extracción de un riñón constituye un servicio emprendido a voluntad para
ayudar a otras personas, no debilita la salud del donante, puede sobrevivir y
trabajar en forma normal sin un riñón.
De
todas formas la tecnología médica se está encaminando a desarrollar o mejorar
órganos artificiales que nos eviten la necesidad de donar órganos vivos.
- ¿Existe la obligación de donar
órganos?
Existe
una diferencia entre lo que está permitido y lo que es obligatorio. Existe un
deber general de ayudar a nuestros semejantes pero no se puede probar que
tenemos que sobrepasar los medios ordinarios para ir en su ayuda. La donación
de un órgano entre vivos debe ser una acción del todo libre. Las donaciones
voluntarias deberían restringirse a adultos que pueden valorar todos los
problemas médicos y morales implícitos y tomar una decisión libre e informada.
Los padres de familia no deben ofrecer a sus hijos menores como donantes. Nadie
debería verse forzado a hacer una donación de órgano sin tomar una decisión
informada y voluntaria.
La
donación de sangre es una práctica aceptada en casi todos los países del mundo.
La sangre se regenera y de ordinario no hay peligro alguno relacionado con el
procedimiento.
La selección de receptores
Este
problema se suscita por el hecho de que en general existen muchos más posibles
receptores que donantes. ¿Quién debe vivir cuando no se puede salvar a todos?
¿Qué principio moral debe regular la selección de receptores? Pacientes que no
se van a beneficiar con el trasplante deben ser borrados de la lista de
receptores potenciales. El asunto no es tan fácil para la junta o comité que
hace la selección. Se dan muchos elementos oscuros. El dinero no debe ser un
factor decisivo. Debe evitarse la compraventa de órganos ya que podría llevar a
muchos abusos.
Después
de eliminar a los pacientes que por diversas razones no se beneficiarían con un
trasplante, una justa selección es aún difícil que algunos han sugerido que lo
más justo es la selección por suerte, así todos tendrían la misma oportunidad,
basada tan solo en la necesidad del órgano y en nada más.
Costo social
Fuera
del donante y el receptor, la sociedad está también implicada en los programas
de trasplante de órganos por el hecho de tener que proveer los recursos
financieros. Los gastos del trasplante y de los controles posteriores son muy
elevados (miles de dólares). Aquellos que necesitan tales trasplantes y su
familia, desean que la sociedad cubra los gastos. Sin embargo los recursos
médicos y financieros son limitados. Por lo tanto debe investigarse si se está
observando la justicia distributiva con tantos gastos en trasplantes de
órganos. ¿Sería mejor gastar más recursos en prevenir enfermedades o en tratar
de curar un número más grande de pacientes con enfermedades menos graves? Un
programa de salud con alcance nacional tiene que enfrentar este problema de la
justicia distributiva, ponderando los recursos médicos y financieros
disponibles y la manera más justa de distribuirlos.
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